sábado, 1 de agosto de 2015
El Misterio De Los Subterráneos Perdidos Bajo Santiago de Chile.
Algunos de estos extraños túneles
serían anteriores a los tiempos hispánicos, según reza el
folclore. Otros semejarían las famosas catacumbas subterráneas de
la ciudad de París. La mayoría de ellos, estarían ligados a la
actividad de las órdenes religiosas, como las catacumbas de los
primeros años del cristianismo, con la diferencia de que éstas se
habrían construido como supuestos pasadizos subterráneos para
comunicar secretamente los conventos, en especial los miembros de la
Orden de Jesús.
Mucha leyenda, mucho rumor, pero por
décadas o siglos nada concreto. Hasta las primeras transformaciones
de la ciudad en plena República, que vino a resucitar hasta hoy el
imaginario del mundo existente en el subsuelo de la capital chilena.
En 1787, los jesuitas fueron expulsados
de Chile por orden del Rey de España. El día 26 de agosto, los
monjes que tanta importancia y simpatía se habían ganado en la
sociedad chilena debieron partir temprano, abandonando sus estancias
y residencias, bajo la vigilancia atenta de los agentes de la
administración reinal. Todas sus propiedades en Santiago quedaron
confiscadas: El Colegio Máximo de San Javier, el Convictorio de San
Francisco Javier, el Colegio San Pablo, los bienes de la calle de la
Ollería hoy llamada Portugal, la Iglesia de Bandera con Compañía,
la Casa de Ejercicios de Loreto, etc. Si acaso existen estas galerías
subterráneas asociadas a la Orden, entonces han de encontrarse bajo
estos puntos de la ciudad.
La leyenda fraguada al calor del
entusiasmo dorado, decía que los jesuitas habían excavado una serie
de galerías en el subsuelo de la ciudad, permitiéndoles recorrerla
hacia sus cuatro puntos cardinales desde la Iglesia de la Compañía
de Jesús, situada en la esquina de Compañía con Bandera, y
desembocando siempre en algún sitio misterioso. Los puntos de
destino de estas galerías eran supuestamente, las calles Compañía,
San Pablo, la Ollería (actual Portugal) y San Borja. Pero la galería
más importante era un túnel amurallado que se extendía hacia el
lado Norte, supuestamente atravesando el río Mapocho. Hacia el lado
Sur, en cambio, las arterias se unían en un pretendido túnel matriz
que corría siguiendo la ruta de la Cañada, actual Alameda.
El Convento de las monjas agustinas
ocupaba desde el siglo XVI una gran manzana en el sector que hoy
corresponde a las calles Ahumada, Bandera, Agustinas y Alameda.
En 1852 vendieron parte del terreno
para poder conectar la llamada calle del Chirimoyo llamada al
principio “calle tapada de las monjas” con la actual calle
Moneda, quedando convertida en una sola. Progresivamente, la
propiedad fue desapareciendo al punto de quedar hoy en día sólo la
pequeña Iglesia de las Agustinas de calle Moneda, entre Bandera y
Ahumada, como vestigio de esta enorme plaza religiosa.
En 1885, se inició la construcción de
nuevos edificios en el sector bajo de la cuadra de Moneda hasta
Agustinas que alguna vez perteneció a las monjas. La obra estaba
preparando la instalación de cimientos, cuando se descubrió un
pasadizo secreto que conectó alguna vez el Convento con la segunda
casa que adquirieron tras la venta de los terrenos treinta y tantos
años antes, para no romper así la estrictez del régimen de
claustro en el que vivían. La destrucción de estas galerías en
favor del progreso acrecentó su misterio. Fue inevitable: Explotó
otra vez el imaginario capitalino y las historias de túneles con
secretos perdidos hirvió en la sociedad, restaurando la leyenda de
los subterráneos religiosos.
Uno de los tocados por los hallazgos
realizados en el centro de Santiago fue el escritor Ramón Pacheco,
quien era también aficionado a la investigación de temas
criptológicos, además de miembro de la masonería. Hacia fines del
siglo XIX publicó su novela “El Subterráneo de los Jesuitas”,
libro que ha sido reeditado en al menos dos ocasiones durante el
siglo siguiente. Allí describe una aventura relacionada con el
enigma de las galerías ocultas bajo el suelo de la ciudad,
ofreciendo una explicación teórica e incluso aventurándose en
descripciones de tales escenarios, como cuando asevera que estaban
diseñados para confundir a cualquier intruso que llegara a
profanarlos, haciéndole imposible llegar a destino por esos
laberintos.
Pero Pacheco innova al incorporarle
elementos siniestros al mito del subterráneo, hasta entonces
orientado sólo a la ilusión de tesoros perdidos y riquezas
escondidas. El autor traslada la misión jesuita a la brutalidad de
los años de la inquisición y explica la existencia de las galerías
subterráneas no sólo en el objetivo de guardar oro y joyas, sino en
la necesidad de la Orden de Jesús de eliminar a sus enemigos,
especialmente a aquellos que han descubierto la oscura conspiración
dirigida por los jesuitas y el control que tienen sobre lucrativos
negocios, que comunican precisamente a través de mensajeros que
recorren estas galerías.
Aunque el libro de Pacheco no fue de su
agrado, el conservador de la Biblioteca del Congreso Nacional don
Fernando Concha, relaciona su contenido con el hallazgo de una
extraña galería subterránea abovedada que fue descubierta durante
las obras de restauración del ex Congreso Nacional de Santiago, que
él mismo vio en persona pero que no pudo ser recorrida en
profundidad por lo viciado de su aire.
Revisando una antigua crítica del
libro de Pacheco publicada en las referencias de la Biblioteca del
Congreso Nacional de Santiago, nos encontramos con el siguiente
extracto a los comentarios de Concha:
“La cosa pasó así. En la década de
los 60 del pasado siglo, se emprendieron obras de restauración y
remozamiento en todo el edificio del Congreso Nacional, en el curso
de las cuales, se advirtió que la testera del Salón de Honor
presentaba cierta inclinación y, al bajar al subterráneo para
revisar su base, se abrió un forado que puso al descubierto una
negra oquedad. Se buscó una escalera de mano y, al descender con luz
pudo comprobarse que se trataba del comienzo de un túnel abovedado
que se perdía en la distancia. También el que escribe, como se ha
dicho, bajó al túnel recorriéndolo en un trecho de entre 30 a 50
metros, no pudiendo continuar a causa del aire viciado y enrarecido y
también a lo bajo del túnel – no más de 1,60 mts. , lo que hacía
muy penosa la marcha inclinado. Por la misma época un funcionario de
la Cámara de Diputados bajó a otro túnel que arrancaba en un punto
distinto al anterior, cercano al monumento a las víctimas del
incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús. También hay
noticias de otro túnel descubierto en calle San Ignacio, próximo a
la Iglesia de los Jesuitas que allí existe. No todo, pues, era
ficticio en el relato de Ramón Pacheco. Actualmente hay personas que
planean intentar una excursión mejor organizada a estos misteriosos
pasajes que todavía existen bajo nuestros pies.”
Para Concha, entonces, esa galería era
acaso el verdadero Subterráneo de los Jesuitas al que se refería
Pacheco. Según el mito, su entrada estaba en la Iglesia de la
Compañía de Jesús, frente a los actuales Tribunales de Justicia,
pero el acceso se habría perdido con el famoso y terrible incendio
de diciembre de 1863.
Una de las tantas leyendas circulantes
en la ciudad hablaba de los supuestos subterráneos existían en el
valle del Mapocho desde antes de la llegada de los españoles, y que
los religiosos sólo los despejaron y los amurallaron. Durante los
trabajos encargados por el Intendente Benjamín Vicuña Mackenna, en
el cerro Huelén o Santa Lucía en 1871, para convertirlo en parque,
las explosiones de dinamita preparando el trazado del camino en el
área denominada “Desfiladero de los Andes”, dejaron al
descubierto una enorme gruta parcialmente llena con una especie de
escoria parecida al ripio, y que se internaba por más de 46 metros
hacia dentro del cerro, cuyo fondo aparecía taponado por derrumbes y
rocas más grandes. Esta extraña estructura contó con cuatro
entradas o bocas labradas por los trabajadores para aprovechar el
material de la escoria para la construcción de los caminos de
ascenso al cerro para carruajes. Se supone que existirían más de
estas galerías dentro y bajo el cerro, y que éstas serían
culpables de la “reducción” del tamaño del mismo durante los
últimos años por efecto de hundimiento, que algunos creen haber
detectado.
Hacia 1992, comenzaron trabajos de
ampliación de una conocida universidad del barrio Brasil. Pero el
proyecto original se retrasó en más de medio año: Los obreros
dieron con cimientos coloniales que debieron remover para reemplazar
por nuevas bases. Eso se dijo. Sin embargo, el rumor entre los
vecinos era que se había dado con una especie de túnel. Curioso:
los plásticos tapando las obras casi hasta la cima de los andamios,
que ordenaran colocar los contratistas, daban más fundamentos a la
especulación. Coincidentemente, la construcción se elevaría a un
costado de la imponente Basílica del Salvador.
El año 2006, sin embargo, la leyenda
volvió a cobrar especial vitalidad cuando apareció una red de cavas
subterráneas en el sector de Lira casi esquina Alameda Bernardo
O’Higgins, en plenas faenas de construcción de un edificio de la
Universidad Católica de Chile. De no haber sido porque alguien logró
captar fotografías furtivamente desde un edificio al frente del
lugar de los trabajos, quizás jamás nos habríamos enterado de este
sorprendente hallazgo, que acabó siendo retirado rápidamente de su
sitio.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario