viernes, 7 de agosto de 2015
Dos Signos Espirituales y Quince Materiales Del Fin Del Mundo, Según San Jerónimo.
Nadie se lo creyó, pero dio mucho que
hablar. Sin embargo, ese momento llegará algún día, y los Padres
de la Iglesia no temían proclamarlo.
Como era de prever, pasó el 21 de
diciembre y el mundo sigue girando. No iban a saber los mayas lo que
“ni el Hijo del Hombre sabe” [en cuanto hombre, sí obviamente
como Dios] (Mt 24, 26). “No sabéis ni el día de la hora” (Mt
25, 13), insiste Jesucristo a sus discípulos, animándoles a velar
para estar siempre preparados, como las vírgenes prudentes.
Pero al menos la famosa historia del
calendario precolombino ha servido para poner de actualidad una
realidad de la escatología de la que pocas veces se habla, a pesar
de que ocupó cientos de páginas de los Padres de la Iglesia. Entre
ellos, San Jerónimo (340-420), traductor de la Vulgata, la versión
latina de las Sagradas Escrituras que goza del privilegio de la
inerrancia teológica.
A San Jerónimo de Estridón, dálmata
de origen y fallecido en Belén, se le atribuye también (sin que las
evidencias sean palmarias) la inspiración de las Profecías del fin
de los tiempos, un texto de 1492 cuyo autor anónimo, presumiblemente
el mismo que escribió el Ars moriendi [El arte de morir], remite a
aquel Padre de la Iglesia el establecimiento de dos signos
espirituales y quince materiales como prolegómenos del fin del
mundo. También San Pedro Damián (1007-1072) había considerado la
paternidad jerominiana de esta tradición.
Los signos espirituales
Entre los principales signos
espirituales, y en él coinciden todos los Padres de la Iglesia y los
teólogos, figura el enfriamiento de la caridad, incapaz ya de
encender el corazón de los hombres. El autor compara la humanidad
con un hombre que envejece y ve cómo se va apagando la llama del
amor que un día lo mantenía vivo.
El segundo es el egoísmo convertido en
dueño del mundo: la devoción o el sacrificio de sí mismo ya no
tendrán sentido. El interés personal e inmediato se habrán
convertido en ley universal.
Los quince días de San Jerónimo
Luego están los quince signos, uno por
día, establecidos por el exégeta como precursores del final de los
tiempos, y que Gonzalo de Berceo mismo reprodujo y comentó en una
obra escrita en 1237.
A saber:
Primer día: elevación del nivel del
mar, “quince codos por encima de las montañas”, según las
citadas Profecías.
Segundo día: descenso del mar “y
precipitación en los abismos hasta desaparecer de la vista”, para
volver luego a su nivel.
Tercer día: el incontenible llanto de
los animales, que surgirán de las aguas y parecerá que se enfrentan
en la superficie de los mares, y se pelearán en los aires.
Cuarto día: arde el agua, cuando
torrentes de fuego recorran el mundo de Occidente a Oriente.
Quinto día: las plantas sudan sangre.
Sexto día: se derrumban los edificios
tras un espantoso temblor de tierra.
Séptimo día: se quiebran las piedras
tras chocar entre sí, grandes y pequeñas.
Octavo día: todo cae a tierra y se
derrumban las montañas.
Noveno día: la tierra se allana.
Décimo día: estampida enloquecida de
los hombres.
Undécimo día: se abren los sepulcros
para que los muertos vuelvan a la vida.
Duodécimo día: caída de los astros.
Décimo tercer día: triunfo absoluto
de la muerte.
Décimo cuarto día: arden el cielo y
la tierra.
Décimo quinto día: resurrección de
los muertos.
“Dies irae, dies ille”: “Día de
ira, el día aquel, que reducirá el mundo a cenizas”, dice el
himno latino del siglo XIII, convertido en litúrgico. Ese día que
no llegó este 21 de diciembre y no sabemos cuándo llegará, pero
que tendrá una forma similar a ésta, según -si es suya la
inspiración del texto medieval- uno de los grandes autores
cristianos.
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