El carretón tenía dos yuntas de Bueyes pero en realidad solo
eran los esqueletos de estos animales que enyuntados jalaban el carretón
Lizandro Peñarrieta Justiniano. (El Taita Tarechi)
Mes de julio, es el mes de las vacaciones de invierno, antes
que las tecnologías lleguen a Trinidad, y cuando aún era muy difícil de salir
de vacaciones al interior y peor al exterior del país, las vacaciones de
invierno eran bien aprovechadas por los niños quedándose en esta ciudad y, en
otros casos saliendo al campo para pasar allá las dos semanas que ofrecían
estas vacaciones.
En la calle Sucre entre las calles Cochabamba y calle
Cipriano Barace (que antes se llamaba calle Calama), existía un espacio de
terreno frente a las casas de la Familia Suárez, Rodríguez y Muños, allí los
niños del barrio correteaban y jugaban sin tener la preocupación de que las
motocicletas o movilidades de cuatro ruedas puedan atropellarlos, en el día,
estos niños del barrio, se dedicaban a jugar pelota entre otras actividades
propias de esa edad.
Por las noches y a partir de las siete, Peya, Juancho, La
china, Juanita, Delia, Muñeco, Chiqui, Guelli, los Rodríguez que eran cuatro
sumado a los Nagau que eran como cinco, además de otras niños y niñas de casas
aledañas a este barrio, se reunían en redondilla en asientos improvisados de
ladrillos y tocos de madera, en espera que la abuela Conchita salga de donde
los Muñoces para refrescar, la abuela Conchita, una señora de casi 80 años de edad,
acostumbraba a salir con su sillón a este espacio no solo para refrescar, sino
también para conversar con los niños, quienes a esa hora desesperados de
escucharla la esperaban.
En esta Oportunidad, pese a que el sur estaba en su auge y
la chilchina no cesaba, todos los niños que para ese momento no podían jugar
tuja, se sentaron en el corredor de la casa de don Federico Suárez en espera de
la abuela Conchita, la señora esta ves tardó mucho en salir, así que Delia y
Juanita corriendo hasta la casa de los Muñoces fueron a llamarla, inclusive
entre las dos niñas le trasladaron su sillón perezoso, para que la abuela se
apure y venga a contarnos cuentos como en muchas ocasiones lo había hecho.
La abuela Conchita inicio su narración de esta manera: Esta
noche de Sur y chilchi les voy a contar el cuento del “Carretón de la otra
vida”, hace muchos años atrás al final de esta calle de nombre Chunaje (Actual
calle Sucre) y por donde está actualmente el Estadio Departamental, vivía Don Damián,
este señor era el cuidante de una lechería que tenían los Gutiérres por ese
sector, Don Damián era un señor muy serio y malo y además tenía un aspecto
medio terrorífico porque era muy flaco y de cejas muy negras y gruesas.
Don Damián que tenía su carretón era el encargado de llevar
los muertos al cementerio que para ese entonces funcionaba muy próximo a la
orilla del arroyo San Juan, más exactamente el cementerio quedaba en lo que
actualmente es la esquina de esta misma calle Sucre y la calle 9 de Abril, allí
se enterraban a los muertos pues era fácil llevarlos en carretón por el camino
mismo que llevaba a la lechería que administraba Don Damián, o también en
ciertas oportunidades a los muertos los trasladaban en canoa por el propio
Arroyo San Juan.
Don Damián tenía cuatro hijas muy hermosas, ellas tenían
edades entre 14 y 22 años de edad, Asunta, Alicia, Altamira y Antonia además de
ellas su hijo varón el ultimo que se llamaba Facundo. Lamentablemente todos los
hijos de don Damián, se habían criado sin madre ya que ella había fallecido el
día que naciera Facundo.
Al margen de administrar la lechería, don Damián era el
sepulturero y, el encargado de trasladar en su carretón a todas las personas
que fallecían en Trinidad, Don Damián tenía tres yuntas de bueyes, de las que
siempre utilizaba dos yuntas para llevar adelante su trabajo de transporte
mortuorio.
Las muchachas muy hermosas, siempre ayudaban a su padre en
la lechería y tenían prohibido por su padre venir al pueblo, ni siquiera las
dejó ir a la escuela ya que don Damián era también muy celoso.
Para esos tiempos, azotó a Trinidad una enfermedad que se
llamaba Cólera, las personas morían de Cólera debido a que ni siquiera había
hospital en este pueblo y tampoco existían médicos como los hay ahora, las
personas que enfermaban lamentablemente estaban destinadas a morir, Don Damián
para esos tiempos tenía mucho trabajo, era el único que con su carretón se
atrevía a llevar a los fallecidos al cementerio.
Este señor había instalado en su carretón una campana, de
tal manera que cuando transportaba un cadáver víctima del Cólera, don Damián y
facundo su hijo, iban golpeando la Campana para avisar por las calles y que de
esta manera otras personas curiosas no salgan a la calle y, así eviten ser
contagiadas por esta tremenda enfermedad; los vecinos de Trinidad entonces ya
sabían que cuando don “Damián” debería pasar en su carretón por su calle y vaya
tocando su campana, nadie debería salir ni siquiera para espiar, esto porque
pudieran contagiarse de Cólera y desde luego pronto morir. También don Damián
como parte del servicio de transporte de fallecidos, colocaba en el carretón
una camareta de tela blanca con la finalidad de evitar que el sol dañe más los
cadáveres que siempre transportaba, había días en que don Damián llevaba hasta
tres muertos al cementerio.
Jiiiiiaaaaa, Jiiiaaaaa, Usaaaaaa, Usaaaaaa, Zooooooo,
Zooooooo, gritaba don damian en su carretón, Facundo su hijo golpeteaba la
campana, Taammmmmmm, Tammmmmmm, Tammmmmm se escuchaba, por media calle,
cruuuiiiiiiiiffffffff , cruuuuiiiiiiiffffffff los chirridos del eje del
carretón acompañaban a estos sonidos de ultratumba, apenas las personas
escuchaban a lo lejos estos gritos y sonidos, cerraban sus puertas y escondían
a su hijos hasta debajo de sus camas para que nadie salga a la calle, desde
luego nunca faltaba el curiosos que entre las rendijas de su puerta observaba
el lastimero pasar del Carretón de Don Damián.
Don Damián no cobraba este servicio, ya que como sepulturero
y trabajador de la comuna recibía su sueldo de esta Entidad, lamentablemente en
cierta oportunidad que ingresó un nuevo Alcalde, y solo por cuestiones de celo
personal, despidió a don Damián del cargo de sepulturero y, aún más haciendo
uso de su poder, este alcalde no le quería pagar el sueldo que le adeudaba el
municipio de más de tres meses de trabajo; en varias oportunidades don Damián
junto a su hijo y en su carretón llegó hasta la oficina del Alcalde para
cobrarle, sin embargo vanos fueron sus esfuerzos, ya que el Alcalde se le hacia
la burla y evitaba pagarle.
Dos meses después de que fuera despedido de su trabajo tres
de sus hijas escaparon con sus novios que tenían a escondidas, la niña Antonia
y facundo a causa de la enfermedad del cólera fallecieron quedando don Damián
solo y abandonado; la soledad y la angustia fue acabando con la vida de don
Damián, ahora solo le quedaba el trabajo de la administración de la lechería y,
como no tenía quien le ayude poco a poco también sus pocas vacas fueron
disminuyendo por la falta de cuidado, de esta manera don Damián en un día de
ira y enojo por todo lo que le había pasado, juró vengarse de Trinidad acusando
al pueblo y su población por las penurias que había pasado.
Cinco meses después de todos los acontecimientos y, estando
don Damián en la Alcaldía intentando cobrar la deuda que tenían con él, en un
momento de ira y enojo, un ataque cardíaco acabó con su vida, eran las seis de
la tarde en ese momento y, un Sur con agua llegaba al pueblo, las nubes bajas
oscurecían y cuando los trabajadores de la Alcaldía salieron de su trabajo,
encontraron a don Damián muerto en medio de su carretón
Apenas los trabajadores de la Alcaldía quisieron bajar del
carretón a Don Damián, los Bueyes con el carretón enganchado y don Damián
encima se espantaron y emprendieron velos corrida, nadie podía agarrar las
riendas de los bueyes, estos asustados tanto por la oscuridad como por la gente
que intentaba agarrarlos, se dispararon en dirección de la Plaza principal, por
una de sus calles que para ese momento estaban llenas de barro, seguían
corriendo, el carretón tomó dirección a la calle Chunaje (Hoy calle Sucre) y se
dirigió directamente hacia el cementerio para después llegar a la lechería
donde vivía antes don Damián.
Una Comisión de la Alcaldía, se organizó con la misión de
encontrar el carretón y el cuerpo muerto de don Damián, eran las ocho de la
noche cuando seis personas llegaron hasta la lechería que quedaba como les dije
anteriormente por donde ahora es el estadio departamental.
Cuando esa comisión llegó a la lechería, encontraron el
carretón vacío y sin los bueyes, la comisión retornó al pueblo sin haber
encontrado nada, era mejor retornar dijo el encargado de esa comisión, la
obscuridad el frio y la lluvia no nos permitió seguir buscando el cuerpo de don
Damián, sería mejor en todo caso que al día siguiente y cuando exista luz del
día se prosiguiera con la búsqueda.
Al día siguiente la misma comisión de la Alcaldía llegó
hasta la lechería, sin embargo y después de buscar durante todo el día, solo
encontraron las dos yuntas de bueyes aproximadamente a unos doscientos metros,
los animales estaban muertos, pareciera que alguien los hubiese matado a palos,
estaban todos ensangrentados y no tenían lengua ni ojos, uno de la comisión
exclamó al ver tan horrenda imagen, -Parece que el diablo acabó con la vida de
estos bueyes y además se llevó el cuerpo de don Damián- debemos retornar y
avisar al señor Alcalde.
Por la tarde la noticia se extendió en todo el Pueblo, las
personas quedaron realmente con miedo por todo lo que esa comisión había
encontrado y visto. La gente del pueblo quedo con miedo por la maldición que
había dejado don Damián de vengarse de todo el Pueblo, por las penas que le
habían hecho pasar.
Esa misma noche el Sur se renovó y con más fuerza, la lluvia
no dejaba de caer y las calles estaban realmente desastrosas y llenas de barro,
aproximadamente a la una de la mañana y como saliendo de la Alcaldía y pasando
por la plaza, para luego tomar la calle Chunaje y dirigirse hacia el
cementerio, se escuchaba el crujir de los ejes del carretón, jiiiiiiaaaaa,
jiiiiaaaaaa, uuuusaaaaaaaaaaaa, uuuusssaaaaaa, Taaaammmmmmmm, Taaammmmmmmm,
Taaaammmmmmmm, las campanadas del carretón penetraban en la cabeza de los
vecinos, la gente que despertaba temblaban de miedo porque sabían que era don
Damián que estaba cumpliendo su maldición, nadie se atrevía a salir a mirar de
que se trataba, la sonadera del carretón duraba cuando menos una hora en todo
el trayecto, esto se repetía cada luna nueva, don Damián y su carretón pasaban
cuando menos una vez al mes en busca del Alcalde que había generado su
desgracia.
Los vecinos del Pueblo con mucho miedo, se reunió en la
Alcaldía para pedir al Alcalde que haga algo por el Alma de don Damián, el
Alcalde muy orgulloso y déspota solo se hacia la burla de quienes le pedían ese
trabajo, sin embargo el descontento de la gente fue creciendo y ya que el
Alcalde no hacía nada por aquello del carretón, decidieron para la próxima luna
nueva, dejar al Alcalde amarrado en proximidades de la Plaza principal, para
que sea él mismo quien vea en persona lo que aquel carretón hacía en su paso
por las obscuras calles del pueblo.
La noche transcurrió con el Alcalde amarrado en un banco de
la plaza, el carretón había pasado como cada luna nueva lo hacía, los gritos
desesperados del Alcalde duraron casi toda la noche, al día siguiente y cuando
la luz del día asomaba, la gente salió de sus casas para ver qué había pasado
con el Alcalde.
Este comenzó a contar todo lo que había podido ver, según el
propio Alcalde, el carretón tenía dos yuntas de Bueyes pero en realidad solo
eran los esqueletos de estos animales que enyuntados jalaban el carretón,
arriba del carretón también habían dos esqueletos de personas, uno de ellos
tenía el chicote con que azotaba a la yunta de esqueletos de los bueyes, otro
esqueleto de persona era quien tocaba la campana en el carretón, también había
en el carretón dos cajones de muertos que llevaban hacia el cementerio, según
el propio Alcalde, el carretón solo paró unos segundos muy cerca de él, luego
de una carcajada pavorosa siguieron su camino rumbo al cementerio.
El alcalde luego de esto enloqueció y jamás retornó a ser
autoridad de Trinidad, el “Carretón de la otra vida”, lo llamaron desde
entonces, don Damián y su hijo Facundo solo en algunas oportunidades más
pasaron recorriendo las calles de Trinidad, los vecinos llamaron al cura de la
Iglesia para que pueda decir una misa en nombre de ambas almas, que por mucho
tiempo guiaron el Carretón de la Otra vida.
Esta es la historia que les quería contar dijo doña
Conchita, cuando ella terminó de contar todos los niños del barrio estaban
temblando de miedo, eran las nueve de la noche y, pese al frío que hacía y la lluvia
que no cesaba de caer, nadie quería irse a su casa, más aun en ese momento hubo
corte de luz y la calle quedó en tinieblas, mi tía Jovita salió de su casa en
busca de Juan y Peya, y mi hermano y yo aprovechamos para pedirle que nos
acompañe a nuestras casa, los demás niños amigos del barrio, por tener sus
casas más cerca salieron corriendo y de esta manera dejamos a la Abuela
Conchita sola bajo el corredor donde nos había contado esa historia.
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