¿Quién o qué es Baphomet? En uno de los símbolos más
reconocidos y representativos tanto del ocultismo como del propio satanismo en
todo el mundo.
Lo llaman de varias formas: Baphomet, Bafometo, Bafomet o
Baphometo. Pero en cualquiera de estos nombres se concibe como una deidad. Una
deidad personificada por una imagen de apariencia humana, que reúne en sí mismo
elementos cismáticos del Cristianismo del Medioevo. No obstante hay que
reconocer que la palabra «Baphomet» no es muy conocida, y lo poco que se ha
extendido quizás se deba a una palabra similar (“Baphometo”), que se abrió paso
desde las sombras en plena Edad Media.
Es entonces cuando el término se convierte en protagonista,
en la causa que juzgó a la «Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del
Templo de Salomónmejor conocida como los «Caballeros Templarios». Se trataba de
una muy poderosa agrupación clerical, que el Papa Clemente V suspende en el año
1314. Y en el proceso jugó papel preponderante el “Naphometo”, al extremo de
motivar a los inquisidores del Rey de Francia Felipe, el Hermoso, para culpar
de herejía, entre otros cargos injustificados, al Gran Maestre de la Orden,
Jacques de Molay, y a sus compañeros Templarios.
Es de recordar que entre aquellos cargos inventados
destacaban el blasfemar de Jesús, ofender el símbolo de la religión y, nada
menos, que la práctica de relaciones carnales con criaturas de diferentes
especies, entre otras del mismo orden sexual. La verdad fue que el Rey sólo
buscaba apropiarse de las riquezas que acumulaba la poderosa Orden, ya que
atravesaba serios problemas económicos.
El pecado de los Templarios
Pero continuemos tras la pista de Baphomet.
Y es que la historiografía ha personificado que esta
supuesta deidad con una cabeza barbuda y cornamenta. Una figura claramente
diabólica. Con lo que se justificaría la acusación de herejía a los templarios.
Sobre los que pesaban ya las dudas, por haber estado en Tierra Santa cerca de
los moros y sus ritos.
Quizás por ello se ha especulado que el nombre pudiera ser
una deformación o adaptación local del nombre Muhammad. Sobre lo cual hay que
recordar que los presuntos sacrílegos estaban basados en una zona del país galo
con idioma propio para la época. De tal manera que en los idiomas vecinos se
adoptó el término Mahomet, del francés más específicamente. La teoría estriba
en que en el acta elaborada contra los acusados, no se ofrecen muchas
explicaciones, dando por sentado que se trataba de un término de uso corriente.
No obstante, otras fuentes más osadas aseguran que el
“criminalizado” o satanizado rostro barbado, correspondería nada menos que al
propio Jesucristo. Tesis ésta reñida con el dogma de la Resurrección. Mientras
que otras llegan al extremo de sostener que tal testa no era otra que la de
Juan el Bautista. Pero claro que no como simbolismo, sino una testa real de
persona, aunque disecada.
Fusión de términos y la contraposición al cristianismo
Pero también es usual relacionar a Baphomet con la
conjunción de dos términos griegos, de donde deriva una expresión aproximada a
“bautismo de sabiduría”. Por otro lado se conocía a Baphomet como el regente
del purgatorio y de los siete infiernos, pero además de encargado de los
diferentes demonios de los siete pecados capitales. Y por lo tanto el más
poderoso de ellos. Es decir, el guardián de un mundo opuesto al mostrado por la
fe Cristiana.
En el año 1589 el obispo y teólogo alemán Peter Binsfeld,
relacionó cada uno de los pecados capitales con un demonio en particular. Su
idea era que cada uno de estos seres del averno se encargaba de tentar a las
personas empleando medios pecaminosos.
Esta era la su clasificación demoníaca:
*Lujuria: Asmodeo
*Gula: Belcebú
*Avaricia: Mammon
*Pereza: Belfegor
*Ira: Satán
*Envidia: Leviatán
*Orgullo: Lucifer
Antecedentes
Si ya se te ha despertado la duda sobre la extraña criatura
Baphomet, entonces es preciso que indaguemos un poco sobre sus antecedentes. Y
el punto de partida obligatorio es el ídolo conocido como “bafomet”, que aunque
solo se le refiere como ‘un ídolo’, se incluye desde un principio en los folios
de cargos que los abogados del Rey Felipe IV y de los inquisidores franceses
esgrimieron para aprehender, atormentar y condenar a los Templarios.
De tal manera que la bibliografía relaciona a este “bafomet”
(al que ahora se identifica como Baphomet), con la extinción de la poderosa
Orden. Pero hay que saber que de los estudios sobre los trabajos de la
Inquisición, se desprende la teoría de que se trató de una acusación que seguía
un esquema determinado, una suerte de modelo de acusación empleado para atacar
a quienes eran contrarios al soberano de Francia.
Según el historiador Peter Partner, por aquellos días va a
presentarse una perspectiva muy gris para quienes están cercanos a la práctica
religiosa, y que por sus deberes públicos son blancos de la mirada mira tanto
de aristócratas como de la propia Casa Real, pasando por políticos y
cortesanos. Si, realmente representaba un verdadero peligro.
Y es que el miedo no era infundado, pues derivaba de dos
posibles imputaciones para las que había poca o ninguna salvación. Se trataba
de las acusaciones sobre herejía y la de practicar de sodomía. Casi nadie se
salvaba de ellas, o mejor dicho, de las condenas con las que casi invariablemente
eran castigadas.
Un enemigo llamado herejía
Ahora sabremos por qué se relaciona a Baphomet con herejía.
Sucede que para la jerarquía católica ambas eran igual de
peligrosas. No obstante perseguida la herejía con un rigor rayano en lo
desalmado y la crueldad. Esto porque la Iglesia la creía un ataque contra todo
el pueblo cristiano. En tanto que las prácticas satánicas las estimaban
personales y de un alcance menor dentro de la logia.
Tales doctrinas o conceptos habían motivado con anterioridad
al caso de los Templarios, que el Papa Gregorio IX instituyera la Santa
Inquisición o el Santo Oficio, como se le conocía popularmente a su sección
española, instituida a su vez por los Reyes Católicos. Esta instancia tendría
las funciones de un tribunal, pero se dedicaría exclusivamente a “proteger” a
la Iglesia y a sus fieles de cualquier ataque u organización herética.
Y como era de esperarse, se trataba de un tribunal
dependiente de la Santa Sede, que mantenía informado al Papa de sus
procedimientos. Así fue, con estas características, que comenzó su actividad en
el año 1232, con el objetivo primordial castigar las herejías, poniendo
especial atención en el nacimiento de cualquier modalidad de amenaza contra los
dogmas de la Iglesia Católica.
En tal cuadro de peligro exaltado por el miedo, quienes eran
amigos de los jefes religiosos que conforman la temible comisión, disponían de
un importante aliado para desaparecer a sus rivales. Pero eran unas ayudas que
estos sacerdotes no dejarían de cobrar. Así fue como los ‘piadosos’ que
dirigían la inflexible comisión, es decir los dominicos, de inmediato se
ubicaron en distinguidos puestos de la clase gala.
Entonces comenzaron a actuar de forma autónoma, al extremo
de que el responsable del Santo Tribunal en Francia, ya en el tiempo en que
fueron juzgados los Templarios, era el propio confesor personal de Felipe IV y
actuó cumpliendo sus órdenes.
Un grueso expediente
También recoge la literatura un vasto archivo de
información, donde destacan acusaciones de prácticas heréticas y satánicas. Las
mismas se cebaban en mercaderes, la cual era una labor considerada por la clase
católica como ruin. Y esto a pesar de los claros progresos observados a
comienzos del siglo XIII.
Pero igualmente ponía bajo la lupa cargos políticos próximos
a los poderosos, integrantes de la Iglesia y los cortesanos. En suma, nadie se
escapaba de esta amenaza. Al extremo de que el mismísimo Papa Bonifacio VIII,
fue involucrado en este entramado conspirativo por decisión del rey de francés
y de su mano derecha, Guillermo de Nogaret.
De tal modo que el Santo Padre se vio enfrentado a la
realeza por diferentes acusaciones. No obstante motivaba todas estas
acusaciones, los conflictos de interés del poder religioso sobre el civil. Así
que el propio representante de Dios en la Tierra, el sucesor de San Pedro, fue
acusado por Felipe IV de los siguientes
cargos: hechicería, herejía, sodomía y deshonra.
El temible y temerario tribunal aseguró que al Papa se le
había hallado en algunas oportunidades hablando con un fetiche en forma de
pequeña estatua, que representaba nada menos que al mismísimo Diablo. El
sustituto de San Pedro mantendría oculta dicha imagen en su alcoba personal, a
la que acudía para pedir consejo siempre que requería tomar una decisión
importante.
Por supuesto que la saña que manifestó Felipe IV hacia
Bonifacio, causó mucho revuelo. Desde entonces se ha especulado si fue una
decisión propia o inducida por su principal consejero Guillermo de Nogaret.
Pero aun así no cesaron en su empeño, incluso desestimando los numerosos acuerdos
que propuso Clemente V.
Juicios amañados
De tal modo que la causa continuó, siendo concluido el
expediente en 1307. En el mismo se observa que las acusaciones contra el Papa y
los Templarios son muy similares. Aunque tales acusaciones no tendrían mayor
fundamento, considerando que las manos del Rey de Francia y su principal
consejero estaban detrás de ambos juicios.
También se conoce la historia del obispo de Troyes,
Guichard. La misma refiere este importante clérigo, además confesor personal y
principal consejero de Blanca de Navarra, fue enjuiciado en 1308 (tan solo un
años después del juicio al Papa), de practicar la hechicería. Pero se le agregó
el cargo de instigación al asesinato (con veneno), de Juana I de Navarra,
consorte de Felipe IV.
Alegaban como presunta prueba, que el cortesano caído en
desgracia había encomendado la elaboración de una figura de la reina en cera.
Figura que él bautizó, para luego clavar en ella afiladas agujas con el
propósito de convocar sobre la esposa del monarca galo tanto problemas de salud
como la ruina y la muerte.
El expediente fue instruido con el acusado en la cárcel,
¡quizás para evitar una fuga como por arte de magia! Y en el mismo Nogaret
agrega las no menos infames acusaciones de sodomía y escupir la Santísima Cruz,
entre muchas otras de la misma laya. Pero como era de esperarse concluye dicho
expediente tan sombríamente como el del Papa. Sin embargo el caso se desintegró
casi al inicio del Concilio de Vienne. Esto por la incomparecencia (habían
desaparecido) de ciertos testigos de interés, lo que motivó el sobreseimiento
de la causa.
Sin más remedio, el obispo e importante cortesano es dejado
en libertad, aunque nunca más alcanzó a dirigir una diócesis más, para pocos
meses después.
El rito del beso
Otro ejemplo que refleja la realidad del momento y que nos
ayuda a ubicar el origen del mito o culto a Baphomet, se data en el año 1233.
Para ese entonces el Papa Gregorio IX envió epístolas a los nobles de Renania
para que reaccionaran contra una manifestación herética que a su juicio
comenzaba a extenderse por la zona.
Se refería el Papa a una suerte de rito de recepción, donde
se besaban en la boca y las ancas a batracios, entiéndase ranas y sapos. Pero
una vez culminada la bienvenida eran besados los cuartos traseros de un negro y
gran gato. Para lo cual el felino era puesto al revés, luego de lo cual se
procedía a salmodiar extrañas oraciones, para finalmente aparecer un extraño
ser de apariencia humana y resplandeciente. A esta aparición eran encomendados
los novicios y sus bienes.
El experto en la historia de los Caballeros Templarios,
Malcolm Barber, refiere otros ejemplos de presuntas sectas y herejías, donde se
hacía igualmente la adoración de un fetiche, o incluso de un gato vivo. Hechos
que conforman una cadena de antecedentes, que se inicia en el siglo XI
extendiéndose al XIV.
Quedan plasmados para la posteridad estos hechos, en una
obra de autor desconocido, titulada Les Grandes Chroniques de France, que
guarda la abadía de Saint-Denis. Pero parecidas acusaciones refiere Peter
Partner en sus obras. Se cree que incluso el propio Nogaret habría elaborado
algunas de tales acusaciones.
Es de destacar que en todas las acusaciones mencionadas
donde actúa Nogaret, catalogadas por Peter Partner como «ataques mágicos»,
coinciden como algo común el escupir a la Santísima Cruz, la sodomía y el hecho
de haber apostatado de su fe.
Modificando a capricho la historia
A dichos antecedentes se puede agregar la condición de
desidia o incluso connivencia, que supuestamente mostraba la Orden del Temple a
sus encarnizados enemigos, los moros o musulmanes. Es importante recordar que
los trovadores anteriores a los tiempos del proceso, es decir cerca del año
1265 o incluso algo después, narraban el desplome del dominio cristiano en
Tierra Santa.
De tal manera que solían culpar de aquello a la pasividad o
desidia ante la inminencia del inevitable desenlace. Aunque también condenaban
la presunta “familiaridad”, sino amistad, que mostraban los integrantes de la
orden en desgracia con los sarracenos. Menos lejanas son los comentarios de
Rostand Berenguier de Marsella, fechados algo después del año 1291, donde
aborda la caída de Acre. Allí culpa de la caída de la ciudad de Israel a «los
templarios gandules, orgullosos y cobardes».
Por supuesto que son estas obras de muy poca repercusión.
Sin embargo tenían una tarea o propósito bien definido: crear cierto estado de
ánimo. Y es que de esta manera las personas que podían tener acceso a las
mismas, bien leyendo o escuchando sus leyendas en los salones de los castillos,
principalmente los jóvenes que no habían vivido en tiempos de las batallas y
hechos gloriosos de los Caballeros Templarios, cultivarían algún resentimiento
hacia la Orden defenestrada.
La verdad tras el juicio del Papa Bonifacio VIII
Pero para entender aún más el origen de Baphomet, conviene
ver cómo se trama toda una gran mentira para condenar nada menos que al
mismísimo Papa Bonifacio VIII. Y todo por poder y dinero. La terrible pelea
entre ambos jerarcas comenzó cuando el Felipe el Hermoso pretendió cobrar
impuestos al clero galo. Esta tentativa originó desavenencias entre los señores
del clero y los oficiales de la corona, por la aplicación de cualquier tipo de tasas
sobre personas y tierras.
Pero tales diferencias se resolvieron en favor de los
intereses del monarca, a pesar de las protestas de los obispos, e incluso del
propio Papa. Así el Sumo Pontífice se vio obligado a hace valer su «plenitudo
potestatis». De tal manera que su respuesta fue emitir el 25 de febrero de
1296, la bula «Clericis Laicos». En este decreto se prohibía el cobro de
impuestos al clero, sin antes contar con la anuencia del Papa, so pena de excomunión.
Claro está que la bula fue desacatada flagrantemente por el
monarca francés, quien respondió promulgando una variedad de edictos con los
que se prohibía, tanto a laicos como a clérigos, la exportación de bienes a
Roma. El espinoso asunto se tradujo en duras negociaciones. En uno de ellos el
Papa Bonifacio suscribió un acuerdo donde reconocía al soberano de Francia el
poder de establecer impuestos al clero, aunque en casos de urgente necesidad y
sin contar con la previa aprobación del Papa.
Además, como garantía de su buena voluntad, el Sumo
Pontífice canonizó abuelo de Felipe El Hermoso, Luis IX.
Dos poderes en conflicto
Pero el entendimiento entre ambos monarcas fue fugaz, pues
duró únicamente cuatro años. De tal forma que en 1301 se dio un nuevo
enfrentamiento, cuando el monarca francés decidió el arresto del obispo de
Pamiers, Bernard Saisset, a quien le acusaban de traición.
Tal detención era una evidente violación a los privilegios
clericales, pues solo el Sumo Pontífice estaba autorizado para juzgar a un
obispo. El objeto de la detención fue obligar a una solución del conflicto en
la jurisdicción de Pamiers, la cual ponía frente a frente al Conde de Foix,
quien gozaba del apoyo del rey, y a la jerarquía católica, apoyada por el Papa,
quien había puesto dicha diócesis bajo su directa protección.
No obstante el fin último del proceso era mucho más oscuro.
Era que el monarca francés pretendía recibir del Papa el reconocimiento de la
jurisdicción suprema de su poder sobre todos sus súbditos. Y esto incluía a los
integrantes de la alta jerarquía clerical. En suma, aceptación de la
superioridad total del rey sobre el Sumo Pontífice dentro de los límites de su
reino.
En tal sentido el 24 de octubre de 1301, en Senlis y ante el
Rey Felipe, fueron presentados los cargos contra el obispo de marras. Y es que
la gravedad de la acusación, según el propio monarca, justificaba su
intervención. Pero ¿cuál era esa acusación?. Pues se decía que Bernard Saisset,
Obispo de Pamiers, había intentado convencer al conde de Foix para completarse
en función de un levantamiento del Languedoc contra el monarca francés.
La ligereza de una profecía
No obstante lo más grave sería que había divulgado una
profecía falsa sobre San Luis, rey de Francia. Tal profecía aseguraba que la
dinastía de los Capetos perdería sería defenestrada bajo el reinado de su
nieto. Pero a pesar de ello, el expediente del proceso no ofreció la menor prueba
sobre tales acusaciones.
Pocos días después, el consejero real, el funesto Guillermo
de Nogaret, envió una misiva al Papa, con la que justificaba la actuación del
monarca francés. Pero además extendía en la carta la imputación de traidor a la
de herejía, toda vez que se le culpaba de afirmar que la fornicación no era un
pecado, al tiempo que consideraba inútil el sacramento de la penitencia.
De esta manera el caso del rebelde contra el monarca,
escalaba al del rebelde contra el mismísimo Dios.
‘Escucha, hijo’
Aprovechando su ventaja, el monarca francés quiso obtener el
desafuero del juicio por parte del Sumo Pontífice. Sin embargo Bonifacio
divulga una bula el 5 de diciembre de 1301, titulada Ausculta fili, que se
traduce como “Escucha, hijo”. En la misma reconviene al monarca por no haber
obedecido la anterior bula sobre los impuestos a los representantes
eclesiásticos. Además de condenarlo por desobedecer al obispo de Roma.
Como reacción la bula fue quemada en territorio francés. Y
en vez de la “Ausculta Fili”, la que corrió velozmente fue una falsificación de
ésta atribuida de Pierre de Flote, llamada Deum time (Tiempo de Dios). La misma
era con la idea de difundir una frase cuidadosamente pensada: «…Scire te
volumnus quod in spiritualibus et temporalibus nobis subes», algo así como
«queremos que sepas que tú eres nuestro súbdito tanto en los asuntos
espirituales como en los temporales».
Pero como si aquello no fuera suficiente, se agregaba que
quien no lo aceptara incurriría en el pecado, y delito, de herejía. El reproche
del Sumo Pontífice contra la falsificación fue inútil. Aunque días luego
intentó explicar que ser siervo como al que se refiere la Bula, era solamente
«ratione peccati» o pecado, dado que la honradez de cada acto del monarca,
fuera privado o de índole público, se fijaba dentro de la prerrogativa del
Vaticano.
Entonces esto contrariamente motivó la reacción de apoyo al
monarca de Francia, concitando a la vez el rechazo al heredero de San Pedro,
quien ahora era visto como si intentara
doblegar al monarca en asuntos temporales.
Un Papa terco
Pero el Obispo de Roma no se daría por vencido. Entonces
llamó a al Rey Felipe y al obispado galo a un sínodo a celebrarse en la ciudad
de las Siete Colinas. Y en efecto eso ocurrió el 1 de noviembre de 1302. La
importante cita tenía por objeto precisar de una manera concluyente la los
límites entre la Iglesia y el poder temporal o terrenal. Aunque igualmente
sirvió para juzgar al rebelde y “endiosado” monarca como responsable de abusos
insólitos y hasta extravagantes contra la fe de Cristo.
La respuesta del rey fue inmediata. Culpó de hereje nada
menos que al mismísimo heredero de San Pedro y Obispo de Roma. Esto lo hizo
frente a los representantes de la clerecía y los nobles. Pero esta forma
pública de acusación tendría aún un ribete mucho más novedoso, y es que se
realizó abierta al público o pueblo de París, lo que vendría a significar el
advenimiento de los Estados Generales de Francia.
Además Felipe El Hermoso citó un cónclave para juzgarlo,
pero paralelamente vedó la asistencia a la asamblea convocada por el Papa.
Entonces el monarca, a decir de Nogaret, se había transformado en el «ángel de
Dios», que había sido instruido y ungido para actuar por Él en la Tierra.
La Unam Sanctam
Sin embargo a la asamblea citada por el Papa acudieron cerca
cuarenta prelados más seis superiores de igual número de conventos. Pero
mayoritariamente éstos venían de regiones que no estaban bajo la autoridad del
monarca galo. Entre estas autoridades religiosas destacaba el obispo de Burdeos
y futuro Clemente V, Bertrand de Got.
El controversial sínodo fue usado para excomulgar a todo el
que prohibiera, a cualquier persona, acudir o recurrir a la Santa Sede. El acto
era tan general que no se requerían nombres. Como conclusión del sínodo se
promulga el 18 de noviembre de 1302, la bula Unam sanctam, que mantenía con
firmeza la línea de pensamiento y acción del actual Obispo de Roma. Y ese un
método que defendía un sistema de obediencia hacia la autoridad de la Iglesia,
algo similar a la corriente que derivaba de dos Papas anteriores.
En la Unam sanctam se concluye principalmente lo siguiente:
Hay dos tipos gobiernos: Uno espiritual y otro de índole
temporal. Pero destaca que los dos conciernen a la Iglesia. El primero está
bajo el poder del Sumo Pontífice, mientras que el segundo en la mano de los
monarcas.
Aunque se deja claro que tales monarcas no deben hacer uso
de aquel gobierno, sino por intermedio de la Iglesia, acatando las órdenes y el
consentimiento del Papa.
En líneas generales establecía un modelo superioridad de la
Iglesia sobre las monarquías, al precisar que de desviarse el espíritu del
referido “poder temporal”, debía éste ser corregido por el “poder espiritual”.
Y por si quedaba alguna duda, la bula dejaba muy en claro que era requisito
indispensable para la salvación del alma, que todas las personas se sometieran
al poder del Papa.
El Poder Temporal
De esta forma el Papa reconocía la autonomía de la clase
política, una autonomía expresada en un “poder temporal”. Aunque se trataba de
un privilegio con una estricta limitación. Esta era que debido a que la persona
política era igualmente cristiana, dicha persona estaba bajo arbitrio del poder
espiritual del Obispo de Roma.
Pero eran los tiempos del orto de los Estados nacionales.
Eran instancias de poder que habían dejado de basarse en un las antiguas
relaciones de índole feudal, sino en las de corte mercantilistas y burgueses. Y
fue de esta manera que la referida bula se calificó como una velada artimaña feudalista
del Papa. Como respuesta, el monarca galo convocó para el 12 de marzo de 1303,
una asamblea en la fortaleza de Louvre de la capital francesa. Felipe El
Hermoso no aceptaba ser despojado del estamento religioso y pasado a manos del
Papa.
A dicha asamblea acudieron obispos y representantes de la
nobleza gala, destacando la familia Colonna que se asilaba en dicha ciudad. Y
los asistentes acusaron al Papa de hereje, además de negociar los asuntos
espirituales. Aunque la acusación también incluía, como ya se ha dicho
anteriormente, blasfemia y brujería, pero especialmente del asesinato del
pontífice Celestino V.
En el acto se solicitó además convocar para un concilio
ecuménico, donde se llevaría a cabo procesamiento del acusado y la evacuación
de las presuntas pruebas deposición. Mientras que se le encomendó al alto
consejero Nogaret la detención y el traslado del Papa a la capital gala.
Una nueva bula
Pero al enterarse el Sumo Pontífice las pretensiones del
monarca, en consistorio refutó las imputaciones bajo juramento. Después elaboró
una nueva bula, aunque esta para excomulgar a su rival, llamada Supra Petri
solio. No obstante dicho documento no se llegó a promulgar, toda vez que el 7
de septiembre de 1303 se produjo un suceso que cambió bruscamente el curso de
los acontecimientos.
Tal incidente es conocido como «atentado» o ultraje de
Anagni.
Como puedes ver, en ese légamo de ambición y maldad, se va
abriendo el camino para la aparición de Baphomet, quien como ya hemos apuntado
antes, será relacionado con el propio Obispo de Roma y los Caballeros
Templarios. Así servirá de instrumento para una de las más elaboradas farsas de
la historia, sacando del camino de un rey ambicioso, todo obstáculo presumible.
El atentado de Anagni
De acuerdo al poder universal del Obispo de Roma, el monarca
galo tenía que ser excomulgado en la ciudad de Anagni, cercana a Roma, el día 8
de septiembre de 1303, fecha en que se celebra el nacimiento de la Virgen
María. También debía declararse a sus súbditos exentos del juramento de
fidelidad. Sin embargo el día anterior arribó a Anagni un grupo de mercenarios
galos, para inmediatamente sumársele cientos de soldados del patio. Luego el
pequeño ejército recién formado aprehendió al mismísimo Papa, lo que motivó la
enérgica reacción del pueblo de Anagni.
Pero sería imperdonable dejar de contar que Guillermo de
Nogaret, que se había trasladado a Italia con la orden de detener al heredero
de San Pedro, estaba acompañado por Sciarra Colonna, enemigo acérrimo del Papa.
Este Colonna se había encargado de conseguir el respaldo para la descabellada
empresa, tanto de la burguesía de la ciudad como de algunos miembros del
Colegio cardenalicio, y entre todos embistieron contra el edificio apostólico
de Anagni, donde se hallaba el Papa.
Bonifacio VIII aguardó sentado en su trono, con la majestad
de su investidura, a los asaltantes. Se dice que lucía todas las vestimentas de
su jerarquía y los símbolos de su poder. Entonces, en aquel escenario, Colonna
habría abofeteado al Sumo Pontífice, no sin antes amenazarlo de muerte. El
secuestro se extendió por tres días. Fue en ese momento cuando los ciudadanos
de Anagni se sublevaron en defensa del Papa, forzando a sus raptores a dejarlo
en libertad, con lo que escapar de la ciudad. Es escoltado a Roma por una
pequeña guardia prestada por la familia Orsini, para al llegar refugiarse en el
Vaticano.
La muerte después de la vergüenza
El Papa Bonifacio VIII murió un mes más tarde, sin haberse
vengado por semejante vejamen.
A este Papa se le reconoce como el último gran referente de
la autoridad pontificia medieval. Pero su fracaso en el enfrentamiento con
Felipe IV fue más que una derrota personal. Y es que se entiende como la
derrota de la tesis de la autoridad universal pontificia.
Es así como el llamado «atentado» de Anagni, inicia el siglo
XIV para la Iglesia, tiempo en el que su jerarquía y destino quedó en manos de
los monarcas franceses, pata culminar con el traslado del papado a Aviñón.
La mano oculta de Baphomet en el juicio contra los
Templarios
Pero sigamos viendo cómo es utilizada la oscura figura de
Baphomet, aunque como un simple “ídolo” y con el nombre de “Bafomet”, en el
juicio y condena de los templarios. En este sentido el monarca galo libró
órdenes lacradas con la precisa orden de que fueran abiertas el viernes 13 de
octubre de 1307. Todos los senescales o funcionarios de Palacio, así como los
nobles y la soldadesca en general acataran sus indicaciones.
Y estas órdenes incluían la detención de todos los
templarios de sus regiones, sin distinción de rango. Además se instruía que
pasaran a manos de los delegados del rey todas las propiedades y riquezas de la
referida Orden. Tales órdenes se acompañaban de un comunicado en el que el
monarca galo expresaba su tristeza, al tiempo que daba a conocer las
motivaciones de su actuación.
Allí esgrimía los delitos de los que eran acusados los
miembros de dicha orden: «Como bestias de carga privadas de razón, superando de
hecho la irracionalidad de las bestias en su bestialidad, han abandonado a Dios
su creador y ofrecido sacrificios a los demonios y no a Dios… gente loca
entregada a la adoración de ídolos».
Sí, ya comenzaba a desarrollarse su malévolo plan, un plan
que incluía la oscura ayuda del “falso ídolo” “Bafomet”, primera manifestación
de Baphomet para la historia.
Menudo reglamento
Referente al modo de actuar contra los templarios, el
monarca galo ordenó aplicar el siguiente procedimiento:
Primero se debía arrestar a los templarios, aunque
ocultándoles la razón de su arresto. Luego se procedería a la incautación de
los bienes, para después ser entregados los detenidos al comisario de la
Inquisición. Acto seguido procedía el interrogatorio con las temibles torturas,
de no obtenerse resultados que ellos perseguían, que no era otra cosa que una
falsa confesión o reconocimiento de los cargos infundados.
Instruía igualmente el monarca, que sólo se notificaría a
los procesados de que la información de la que disponían tanto el Sumo
Pontífice como el rey galo, provenía de la misma Orden del Temple, fidedigna.
Había que hacer hincapié en que el Papa estaba al tanto de todo, pero que les
perdonaría si confesaban; entonces serían reintegrados al cuerpo de la Iglesia.
Pocos años antes la Iglesia había publicado una bula, donde se indicaba que en
casos de necesidad extrema podían practicarse torturas para hallar la “verdad”
y “defender” a su feligresía.
Cabe resaltar que en juicios personales, la única acción de
defensa de la disponía a un individuo, era redactar un alegato manifestándose
inocente, aunque debía apuntar en una lista los nombres de sus enemigos. De tal
manera que si el Tribunal, o bien la comisión de la Inquisición comprobaba que
el soplón integraba dicha lista, el acusado quedaría en libertad.
Pero en la causa de los templarios se produjo un hecho
especialmente perjudicial para ellos. Resulta que se les apresó para luego ser
interrogados y torturados de manera individual, acusados de herejes y de
idolatrar falsos ídolos, presumiendo que tales delitos fueron cometidos por la
Orden en pleno.
Culpables ‘en redondo’
Esto significaba que se les culpaba de modo personal, aunque
por crímenes colectivos. O mejor dicho, cuando el cabeza de cualquier
encomienda del interior del país era sometido al infeliz interrogatorio y,
claro está, torturado en París, o bien otra gran ciudad, ¿qué supuestos
enemigos podía delatar en su defensa, máxime si su encomienda estaba perdida en
la falda de algún distante monte?
La mayoría de los historiadores, ante la manifiesta
similitud en las descripciones del rito de iniciación y de algunas de las
herejías señaladas, insinúan la implementación de un cuestionario en las
indagaciones y sus torturas. Una teoría para nada infundada, toda vez que a la
orden de aprensión se le anexaban las acusaciones en que se sustentaban. Y
fueron precisamente estas acusaciones sobre las que se interrogaron los
templarios procesados.
No obstante la notificación de procedimiento emitida por la
casa real gala lleva también adjuntada un cuadro con acusaciones básicas. Entre
estas destacaba la apostasía por veneración de un ídolo (que resultaría siendo
Baphomet. Eran unas denuncias muy delicadas que debían confirmarse. No
importaba si el método usado era la tortura.
Pero lo único que diferenciaba, era la descripción que se
hacía del tan mencionado ídolo por parte de los presos procesados. Aunque esto jamás despertó la más mínima sorpresa en
los inquisidores. Por qué, cabría preguntarse.
Conjuntamente respecto a las declaraciones logradas, fue
común que dentro de las fronteras francesas –aunque mayormente fuera de ellas-
donde no se implementaron las temibles torturas a los integrantes de la Orden,
algunos de los templarios se atrevieron a renegar del símbolo de la Iglesia y
del propio Jesucristo, pero ninguno llegó a mencionar al célebre fetiche.
El amaño evidente
En este sentido Michelet, un estudioso del tema, sostiene
que si bien las variantes en estos casos podían interpretarse como prueba de
culpabilidad, no se alcanza a examinar las uniformidades ni mucho menos a
demostrar la existencia de esas variantes. Sobre todo, explica el historiador,
cuando algunos de los detenidos habían sido iniciados en ciertos ritos de
ingreso bajo los mismos jerarcas de la Orden, pero con herejías e ídolos
absolutamente distintos.
En esta larga y sui generis lista de cargos confeccionada
contra los miembros de la Orden, que proporcionaba la comisión inquisitorial
-presumiblemente a instancias del propio monarca galo, para una entrevista en
la ciudad de Poitiers con el Papa-, se apuntan más de cien acusaciones.
Entre estas las que se referían a la idolatría son:
La adoración de un gato que se les presentaría de la nada en
las reuniones.
En cada región habría ídolos, como cabezas que incluso
tendrían hasta tres caras, aunque otras con una sola.
Algunas veces simplemente idolatraban un esqueleto humano.
Veneraban a dichos ídolos, o a solo uno si era el caso, pero
especialmente durante sus asambleas. Pero además que los veneraban como a Dios.
Se aseguraba que dicho fetiche gozaba la facultad de
salvarlos, pero que además podía ofrecerles riqueza.
También de que la cabeza en cuestión les había otorgado la
riqueza de la Orden.
Que esa testa hizo que florecieran los árboles, al extremo
de hacer que la tierra germinase.
Igualmente les recriminaban que rodeaban cada cabeza de sus
fetiches con pequeñas cintas, para después ceñirlas entorno de sus cuerpos,
siempre cerca de su blusa o de la propia carne, lo que era la evidente
adoración de un ídolo.
Mientras que en las regiones donde no interrogaba mediante
torturas, se les acusaba de renegar de Cristo.
Una visión distinta fuera de Francia
No obstante cuando se celebraron las asambleas en las
provincias de otros países, el resultado fue abiertamente favorable a la Orden
enjuiciada. Y es que pudieron ser relacionados con ninguna participación en
hechos heréticos, menos aún en la práctica de hechicería o actos demoníacos.
Para tener una idea basta saber que en un interrogatorio
efectuado por el Arzobispo de Tarragona a treinta y dos templarios, en la sede
de los dominicos de la ciudad de Lérida, ninguno aceptó las acusaciones.
Mientras que los procesados en la ciudad de Nápoles, bajo el dominio de Carlos
II de Nápoles y Sicilia, familiar del monarca galo, reconocieron haber
escuchado hablar de un gato negro o gris.
Pero yendo más allá hay que señalar, que en los Estados
Pontificios no se logró ninguna declaración. No obstante cuando se procedió
ante la presencia del Papa y mediante la aplicación de torturas, dieron con
confesiones relativas a la cruz, besos libidinosos y la veneración de cierto
ídolo. En las regiones de la Toscana y Lombardía también se usó la tortura,
ordenada por el Sumo Pontífice. Pero aunque no fueron incluidas en las actas
del proceso en esa vasta zona, se lograron más negaciones a dichas acusaciones
que confesiones de culpabilidad.
En Alemania los 37 miembros de la orden se declararon
inocentes y se les permitió pasar la temible «prueba de fuego» para
confirmarlo. Lo mismo ocurrió con un número significativo de testigos ajenos a
la Orden del Temple. Mientras que en un lugar más remoto, donde incluso
imperaba alguna animadversión hacia los templarios, debido a largos años de
política muy desafortunada, tal es el caso de Chipre, las pruebas tanto
internas como externas de la Orden, eran totalmente exculpatorias.
Contradicciones también en Francia
Para cerrar esta detallada recopilación de declaraciones de
inocencia que la Orden presentó por intermedio de sus integrantes interrogados
en varios países, resta asentar la inocencia que quedó evidenciada por los
defensores de la Orden durante su juicio en la propia Francia.
El Papa designó comisión para estudiar los cargos e
interrogar a los templarios. No importaba si estaban presos o libres. Y Ante
dicha comisión se conformó con el tiempo un grupo superior a 600 integrantes de
la Orden que querían asumir su propia defensa. No obstante algunos ya haber
sido interrogados y sometidos a tortura. Así pretendían refutar sus propias
confesiones, con lo que incurrían en el riesgo de relapsos (era penado), que
era anular su confesión previa de culpabilidad.
Pero la tentativa de defensa fue abortada. Esto fue cuando
el arzobispo de Sens (París) estimó culpables de herejía y relapsos a más de
cincuenta integrantes de la Orden. En tal caso actuó como cabeza de su propia
comisión provincial papal inquisitoria. Estas personas fueron quemadas vivas en
una pira. Lo sorprendente es que ninguno de los ejecutados tan desalmadamente,
aceptó las acusaciones de su participación en actividades cismáticas en sus
ritos de ingreso, ni, menos aún, confesaron haber adorado a un ídolo.
Una cabeza desata revuelo
Pero no podemos concluir esta parte sin antes destacar la
voluntad de la Corona gala, a través de sus agentes y nobles armados, de hallar
el famoso ídolo templario, es decir, la presunta semilla de Baphomet. Así que
por orden del monarca se registraron todas las casas, iglesias y encomiendas de
la Orden, a fin de trasladar a París cualquier imagen, aunque ligeramente
alejada de la ortodoxia católica, que pudiera entenderse como el célebre ídolo.
Pero no se halló más que una imagen en la sede de la Orden
en París. Esta era una cabeza femenina que podía ser un dije. Pero veamos una
conclusión de las indagaciones apuntadas en las actas de los juicios contra los
integrantes de la orden. Y es que la aparición de un ídolo identificado como
«Baphomet», corresponde a la influencia de la Corte gala.
Mientras que en regiones más apartadas no se hallaron
testimonios, pruebas o indicios de la existencia del siempre más famoso
«Baphomet».
Baphomet: significado y derivaciones del nombre
El nombre ‘baphomet’ procede de una única mención, que
aunque no exacta similar, presente en un alegato, el del sargento de Montpezat,
Gaucerand. Este personaje fue examinado por sus inquisidores. Entonces contestó
que ciertamente se adora en la Orden un ídolo con la figura de un “bafomet”. Al
mismo lo describía con barba y de un color dorado.
En aquellos tiempos se usaban los términos “bafomets” o
“bafomético”, para referirse a ídolos o a la idolatría, respectivamente. De
allí que valga decir que tal testimonio únicamente señala que se trataba de una
efigie reñida con la ortodoxia católica del momento. Mientras que otros
estudiosos esgrimen que el nombre bafomético, es una suerte de intención de
describir algo proveniente o derivado de Mahoma, en lengua de Oc, que era considerado
de un orden demoníaco.
Pero la verdad es que no se cuenta, en ninguna de las
declaraciones registradas, mediante martirios o sin él, con un nombre
específico que pueda referirse al fetiche usado en los ritos de ingreso, lo
cual resulta muy significativo. Sobre todo cuando se pretende convertir esta
imputación en un motivo para eliminar una orden como la del Temple.
Etimología del término
La única palabra de que se dispone es ‘baffometi’. Mientras
que sobre una posible etimología del término ‘baphomet’, aquí ofrecemos este
resumen:
01 - Baphé-méteous: Composición helena que podría traducirse
como «el bautismo de la sabiduría».
02 - Bois-phos-métis: Igualmente del griego, y significa
«vida, luz y sabiduría».
03 - Bfmaat: En enochiano se traduce como «el Abridor de la
Puerta», término planteado por la ocultista Madeline Montalban, creadora de la
Orden de la Estrella de la Mañana.
04 - Bapho o Bafo: Nombre de un puerto de Chipre, donde en
tiempos antiguos se adoraba a la diosa Astarté, mediante la realización de
sacrificios de bebés.
05 - Ptah-Sekjmet: Contracción que emplea el nombre de dos
deidades de la antigua Menfis. Es una solución planteada por Jean-Louis
Bernard.
06 - Abufihamat: Deformación de la palabra árabe que alude
al «padre de la comprensión», planteamiento original recogido por René Lachaud.
07 - Mahomet: Una especie de mención al musulmán o al propio
Mahoma, tal vez derivación del grito con que los habitantes de Castilla se
referían a Mahoma: Mafómat, según nos muestra El Poema de Mío Cid.
08 - Bapheus: Etimología planteada por Fulcanelli, vinculad
a la alquimia, traduciéndose como «tintorero», en el entendido de cosechar el
licor del fuego espiritual.
09 - Baphens-mété: que se traduce como «tintorero de la
luna», una solución alquímica presentada por Gerard de Séde, ya que el pintor
de la luna es el que tiñe la plata. En otras palabras, el que la transmuta en
oro.
10- TEMpli Omnium Hominum Pacis ABbas: leído al revés, es
decir al estilo cabalístico. Fue planteado por Argentier. Se traduce como Padre
del santuario de la paz del mundo a las personas, entre otras traducciones
también válidas.
11 - TEM-OPH-AB: Igualmente leído de derecha a izquierda,
vendría a significar «parte de la serpiente de los orígenes».
Seguimos con las deformaciones en el nombre
*Bap-Homet: Ensamble de las tres primeras letras de San Juan
Bautista (Baptiste) y de las últimas cinco de Mahoma (Mahomet). Quizás un
intento de resaltar sincretismo religioso, o bien como muestra de la
intromisión de las creencias musulmanas en la Orden del Temple. Una idea de
John Charpentier.
*Mahomet o muhammad: Deformación verbal de dicha palabra,
que denota un ídolo de origen musulmán al que veneran los templarios en sus
reuniones, sin llegar a razonar que los musulmanes no aceptan la idolatría.
También puede ser la deformación de la palabra bohomerid, que significa
mezquita.
*Bahumid: Deformación de la pronunciación del término, cuya
traducción puede entenderse como becerro. Solución planteada por
Hammer-Purgstall.
*Oubah-phoumet: que se traduce como «la boca del Padre»,
solución ofrecida por Jacques Breyer.
*Maufé: Idea de Partner, ya que maufé suena muy similar a
‘bafomet’. Maufé es un demonio mencionado con frecuencia en el folclore de los
países del norte de Europa.
*Uba El Fumet: Expresión arábica que se traduce como «Boca
del Padre», otra idea de Gerard de Séde.
¿Cómo es Baphomet?
Pero para saber más sobre Baphomet, ahora debemos centrarnos
en sus características físicas.
Según testimonio conseguido por la vía de la tortura de
Radulphe de Gisy, o Raoul de Gisy, quien había fungido como recaudador de la
Orden para la sector de Champagne, la cabeza tenía formas de un pequeño
demonio, resaltando todos llegaron a idolatrarla.
No obstante dos años más tarde, cuando se le solicitó una
ratificación de su confesión, aseguró que únicamente lo había visto un par de
veces, y quizás más que visto, supuesto, ya que el fetiche o ser estaba debajo
de una tela, y en esas oportunidades nadie lo había adorado.
Mientras que otro testimonio, el de Taillefer de Gène, lo
describe como «…una cabeza de hombre, casi roja…», aunque después agregó que no
la había visto, y ante las insistentes interrogaciones esgrimió que estaba
demasiado lejos del ídolo. En las confesiones del mes de abril de 1310, tanto
Hugues de Buris como Pons Guillard de la ciudad de Lignac, describen la cabeza
del escurridizo ídolo como humana, y que estaría ubicada sobre un altar o sobre
un banco, según la versión de los declarantes.
Hugo de Pairaud la describe de forma similar, aunque agrega
que «…tenía cuatro pies, dos pies delante y otros dos pies detrás». Aunque más
exacto es Boucher, al describirle como una cabeza de algún integrante de la
orden, con una especie de cofia, aunque con una larga barba canosa.
Paradigma esotérico
Aunque luego, aprovechando su crítica sobre los relieves de
la ‘Mansión de la Salamandra’ de Lissieux, el mismo escritor anónimo pero
identificado con el seudónimo de Fulcanelli, refiere en un parágrafo de su
publicación, el significado alquímico del “verdadero Bafomet”.
De esta manera el escritor nos pone en presencia de los que
muchos consideran el “Baphomet símbolo” o simbólico.
Se trataría de un símbolo cabal de las prácticas ocultas de
la orden y un modelo esotérico.
Más adelante agrega que estaría conformado por un triángulo
invertido con dos lados de igual longitud, lo que se entiende como el símbolo
del agua. Dentro de dicho triángulo estaría ubicado otro, pero con el vértice
hacia arriba, simbolizando el fuego implícito en el agua.
Mientras que en la base del triángulo inverso se basaría un
signo parecido a la letra “H”, aunque con un amplio eje central donde se ubica
un triángulo que el escritor de la alquimia define como el emblema del espíritu
universal, es decir, «el espíritu creador, Dios».
Pero ahora la descripción es abundante: En el interior del
gran triángulo y a los lados del triángulo interior más chico, se encontraría
una esfera solar y una Luna en fase creciente. Y ya para culminar su
exposición, añade que está adosada a la base del triángulo interior, una cruz
que remata una nueva circunferencia que ultimaría el símbolo del elemento
sulfuroso –que define como principio activo- hermanado al Mercurio de los
alquimistas.
Este último elemento sería un agente pasivo y desintegrador
de la totalidad de los metales. Mientras que en la cúspide del triángulo
invertido, se ubican unas líneas horizontales que marcarían el símbolo de la
radiación de la materia.
Fuente: https://grandesmitos.com/