Por otra parte, Arthur M. Joung, patrocinador de las investigaciones de Hapgood, envió muestras ala Universidad de Pennsylvania para que fueran sometidas a pruebas de termoluminiscencia. Los primeros resultados dieron una antigüedad de 4.500 años, lo que provoco encendidas discusiones en torno a la validez de la termoluminiscencia como método de datación. Tras una segunda prueba se determino la imposibilidad de ofrecer una fecha precisa como consecuencia de las características anómalas de las piezas. Un tercer análisis estimo su edad máxima en 2.000 años y, para complicar mas el asunto, otro grupo de expertos concluyo las figuras eran modernas, aunque prefirieron guardar silencio una vez que conocieron el origen de las piezas...
viernes, 11 de enero de 2013
Las Figuras De Acambro
Los estudiosos no se enfrentarían a un serio problema si huellas como las de Glen Rose y otras fueran las únicas que sirvieran para apoyar la tesis que sostiene que una supuesta humanidad habría convivido con los dinosaurios. En un edificio de la municipalidad mexicana de Acámbaro, en el estado de Guanajuato, se almacenan miles de figuras de barro que representan seres y escenas diversas. Entre ellas destacan gran numero de estatuillas antropomorfas, y lo que es más desconcertante, un sinnúmero de representaciones de reptiles prehistóricos. ¿Quién fue capaz de esculpirlas sin saber como eran los dinosaurios? ¿Quién las llevó hasta allí? ¿Quién las descubrió?. Un tal William N. Rusell habló ya de ellas en 1935, en un texto titulado"Report on Acámbaro". Hasta la fecha, los estudios han arrojado un resultado dispar. Por una parte, las figuras recopiladas por el profesor Charles Hapgood en las inmediaciones de la localidad y que parecían ser del mismo tipo que las anteriores, poseían la suficiente materia orgánica como para ser sometidas a la prueba del carbono 14. Los análisis arrojaron que tenían entre 3.600 y 6.500 años de antigüedad.
Por otra parte, Arthur M. Joung, patrocinador de las investigaciones de Hapgood, envió muestras ala Universidad de Pennsylvania para que fueran sometidas a pruebas de termoluminiscencia. Los primeros resultados dieron una antigüedad de 4.500 años, lo que provoco encendidas discusiones en torno a la validez de la termoluminiscencia como método de datación. Tras una segunda prueba se determino la imposibilidad de ofrecer una fecha precisa como consecuencia de las características anómalas de las piezas. Un tercer análisis estimo su edad máxima en 2.000 años y, para complicar mas el asunto, otro grupo de expertos concluyo las figuras eran modernas, aunque prefirieron guardar silencio una vez que conocieron el origen de las piezas...
Por otra parte, Arthur M. Joung, patrocinador de las investigaciones de Hapgood, envió muestras ala Universidad de Pennsylvania para que fueran sometidas a pruebas de termoluminiscencia. Los primeros resultados dieron una antigüedad de 4.500 años, lo que provoco encendidas discusiones en torno a la validez de la termoluminiscencia como método de datación. Tras una segunda prueba se determino la imposibilidad de ofrecer una fecha precisa como consecuencia de las características anómalas de las piezas. Un tercer análisis estimo su edad máxima en 2.000 años y, para complicar mas el asunto, otro grupo de expertos concluyo las figuras eran modernas, aunque prefirieron guardar silencio una vez que conocieron el origen de las piezas...
El Misterio de la Casa de Amityville
“Se vende casa colonial de tres plantas, con seis habitaciones, tres cuartos de baño, sótano, embarcadero y jardín propio; entorno envidiable, junto al río y en un tranquilo pueblo. Sólo 80.000 dólares (poco más de 52.000 euros)”. Referencia: Amityville.
Sólo ya el nombre de la localidad produce escalofríos. Y es que para los que no conozcan la historia real de lo ocurrido en aquella casa, aún le quedan los recuerdos de aquella terrorífica película que dio a conocer los hechos sucedidos en noviembre de 1974.
La mañana del 15 de noviembre de 1974, Ronald deFeo se presentó en el bar del pueblo, aterrorizado y gritando que habían matado a toda su familia, sus padres y sus tres hermanos. Cuando se presentaron en el 412 de Ocean Avenue, los vecinos de Amityville contemplaron con horror la masacre sangrienta que se repartía por toda la casa. Habitación por habitación los miembros de la familia deFeo fueron apareciendo ante sus ojos, asesinados, en medio de un gran charco de sangre y todos, curiosamente, en la misma postura. Poco después descubrirían que habían sido sedados la noche anterior con somníferos y que por lo tanto no llegaron a enterarse de la presencia del asesino.
Evidentemente, el principal sospechoso fue el propio Ronald deFeo, el hijo de 17 años que había conseguido escapar. Y poco tardaron en averiguar su espíritu conflictivo y atormentado. Ronald deFeo terminó por declararse culpable de todas las muertes, pero adujo no haberlo hecho conscientemente. Según el niño, que hoy cumple una condena de 28 años, fue una fuerza sobrenatural y demoníaca la que le poseyó y disparó por él.
Rumores de todos tipo, leyendas y demás historias comenzaron a circular entonces por Amityville. Con el paso de los días, la casa se devaluó tanto que una familia, los Lutz, se atrevieron a comprarla y trasladarse a vivir allí. Era diciembre de aquel mismo año, 1974.
Y los extraños sucesos volvieron a reproducirse poco a poco. Apenas pudieron vivir 28 días en la casa de Amityville. Todo comenzó nuevamente, con puertas que se abrían y cerraban, con manchas que aparecían en distintos lugares de la casa, con ruidos extraños, y con una presencia sobrenatural que Louis Lutz decía sentir. Día tras día la familia vivía escenas cada vez más terroríficas. La señora Lutz comenzó a soñar con los crímenes sucedidos en la casa… sólo que en sus sueños la familia asesinada era la suya propia. Según el propio señor Lutz, su esposa empezó a comportarse “como una bruja”… había llegado el momento de marcharse, no sin antes avisar al Padre Pecoraro, párroco de la iglesia del pueblo, quien acudió a la casa para bendecirla.
Según el cura, nada más entrar escuchó una voz que le gritaba que se largara de allí, y violentamente fue expulsado del interior de la casa. Luchó por entrar, pero no pudo…
Hasta aquí los hechos reales que realmente han podido constatarse, el asesinato de la familia deFeo, la presencia de los Lutz y la bendición del Padre Pecoraro.
Cuenta la historia que desde entonces, desde la partida de los Lutz, la casa se ha mantenido deshabitada y en venta… Es la versión más misteriosa del caso de Amityville, pero que ciertamente podría esconder un fraude tras ella.
Evidentemente, los investigadores han estudiado el asunto en profundidad, y se ha descubierto que en aquel lugar antiguas etnias indias dejaban morir a sus miembros locos o enfermos, pero, independientemente, de sucesos anteriores y de que realmente los asesinatos sí ocurrieron, lo que ya puede que no sea tan cierto es el motivo que los justificó.
Ronald deFeo se evitó una condena mayor aduciendo ese enajenamiento mental producido por la posesión de su cuerpo, y sobre todo, los Lutz, hicieron de aquella historia un negocio muy rentable, pues dieron la exclusiva a Jay Anson quien escribiera el libro “The Amityville Horror” que se acabaría convirtiendo en un best-seller con películas incluidas a sus espaldas. Sin embargo, los Lutz fueron denunciados por otro editor que quería esos derechos y se vieron forzados a explicar en juicio que ciertos hechos que habían contado podían no ser del todo ciertos, como la levitación de su esposa, o la tormenta eléctrica que azotó la casa el día de su partida (cuando los partes meteorológicos no detectaron nada en aquel día).
Lo cierto también es que la leyenda urbana se ha encargado de ir engordando cada vez más la historia, y se han podido leer cosas como que a Louis Lutz se le comenzaron a caer los dientes; que en cierta ocasión todos los muebles del salón de la casa dieron vueltas por toda la habitación o como el mismo hecho de que se diga que la casa está deshabitada desde entonces. Realmente, poco después la casa fue comprada por los Cromarty quienes siempre mantuvieron que en la misteriosa casa de Amityville, durante su estancia allí, jamás había ocurrido nada fuera de lo normal, lo mismo que también sostienen sus actuales propietarios, los Wilson, quienes aducen que lo único realmente fuera de lo normal es el continuo acoso que sufren por parte de los turistas que día tras día se meten en sus posesiones para tomar fotos o investigar.
Sólo ya el nombre de la localidad produce escalofríos. Y es que para los que no conozcan la historia real de lo ocurrido en aquella casa, aún le quedan los recuerdos de aquella terrorífica película que dio a conocer los hechos sucedidos en noviembre de 1974.
La mañana del 15 de noviembre de 1974, Ronald deFeo se presentó en el bar del pueblo, aterrorizado y gritando que habían matado a toda su familia, sus padres y sus tres hermanos. Cuando se presentaron en el 412 de Ocean Avenue, los vecinos de Amityville contemplaron con horror la masacre sangrienta que se repartía por toda la casa. Habitación por habitación los miembros de la familia deFeo fueron apareciendo ante sus ojos, asesinados, en medio de un gran charco de sangre y todos, curiosamente, en la misma postura. Poco después descubrirían que habían sido sedados la noche anterior con somníferos y que por lo tanto no llegaron a enterarse de la presencia del asesino.
Evidentemente, el principal sospechoso fue el propio Ronald deFeo, el hijo de 17 años que había conseguido escapar. Y poco tardaron en averiguar su espíritu conflictivo y atormentado. Ronald deFeo terminó por declararse culpable de todas las muertes, pero adujo no haberlo hecho conscientemente. Según el niño, que hoy cumple una condena de 28 años, fue una fuerza sobrenatural y demoníaca la que le poseyó y disparó por él.
Rumores de todos tipo, leyendas y demás historias comenzaron a circular entonces por Amityville. Con el paso de los días, la casa se devaluó tanto que una familia, los Lutz, se atrevieron a comprarla y trasladarse a vivir allí. Era diciembre de aquel mismo año, 1974.
Y los extraños sucesos volvieron a reproducirse poco a poco. Apenas pudieron vivir 28 días en la casa de Amityville. Todo comenzó nuevamente, con puertas que se abrían y cerraban, con manchas que aparecían en distintos lugares de la casa, con ruidos extraños, y con una presencia sobrenatural que Louis Lutz decía sentir. Día tras día la familia vivía escenas cada vez más terroríficas. La señora Lutz comenzó a soñar con los crímenes sucedidos en la casa… sólo que en sus sueños la familia asesinada era la suya propia. Según el propio señor Lutz, su esposa empezó a comportarse “como una bruja”… había llegado el momento de marcharse, no sin antes avisar al Padre Pecoraro, párroco de la iglesia del pueblo, quien acudió a la casa para bendecirla.
Según el cura, nada más entrar escuchó una voz que le gritaba que se largara de allí, y violentamente fue expulsado del interior de la casa. Luchó por entrar, pero no pudo…
Hasta aquí los hechos reales que realmente han podido constatarse, el asesinato de la familia deFeo, la presencia de los Lutz y la bendición del Padre Pecoraro.
Cuenta la historia que desde entonces, desde la partida de los Lutz, la casa se ha mantenido deshabitada y en venta… Es la versión más misteriosa del caso de Amityville, pero que ciertamente podría esconder un fraude tras ella.
Evidentemente, los investigadores han estudiado el asunto en profundidad, y se ha descubierto que en aquel lugar antiguas etnias indias dejaban morir a sus miembros locos o enfermos, pero, independientemente, de sucesos anteriores y de que realmente los asesinatos sí ocurrieron, lo que ya puede que no sea tan cierto es el motivo que los justificó.
Ronald deFeo se evitó una condena mayor aduciendo ese enajenamiento mental producido por la posesión de su cuerpo, y sobre todo, los Lutz, hicieron de aquella historia un negocio muy rentable, pues dieron la exclusiva a Jay Anson quien escribiera el libro “The Amityville Horror” que se acabaría convirtiendo en un best-seller con películas incluidas a sus espaldas. Sin embargo, los Lutz fueron denunciados por otro editor que quería esos derechos y se vieron forzados a explicar en juicio que ciertos hechos que habían contado podían no ser del todo ciertos, como la levitación de su esposa, o la tormenta eléctrica que azotó la casa el día de su partida (cuando los partes meteorológicos no detectaron nada en aquel día).
Lo cierto también es que la leyenda urbana se ha encargado de ir engordando cada vez más la historia, y se han podido leer cosas como que a Louis Lutz se le comenzaron a caer los dientes; que en cierta ocasión todos los muebles del salón de la casa dieron vueltas por toda la habitación o como el mismo hecho de que se diga que la casa está deshabitada desde entonces. Realmente, poco después la casa fue comprada por los Cromarty quienes siempre mantuvieron que en la misteriosa casa de Amityville, durante su estancia allí, jamás había ocurrido nada fuera de lo normal, lo mismo que también sostienen sus actuales propietarios, los Wilson, quienes aducen que lo único realmente fuera de lo normal es el continuo acoso que sufren por parte de los turistas que día tras día se meten en sus posesiones para tomar fotos o investigar.
El Misterio los Illuminati
Mencionar tan sólo el nombre de esta orden de los Illuminati es sin duda una invitación a formar parte del mundo de los engimas, leyendas y misterios que se originan en torno a esta sociedad secreta también conocida como la Orden de los Perfectibilistas o Iluminados de Baviera.
Historia de los Illuminati
Fue una sociedad secreta fundada el 1 de mayo de 1776 en Ingolstadt, Baviera, Alemania por el alemán Adam Weishaupt. Illuminati en latín significa "Los Iluminados".
Los Illuminati se originaron en los cultos precristianos y en las masonerías del mundo antiguo y medieval.
Tras su fundación, Adam Weishaupt (frater Spartacus) logró reclutar a su causa a un gran número de pensadores, filósofos, artistas, políticos y analistas; atrajo a jóvenes estudiantes y personalidades como Adolf von Knigge, con quien escribió el Rito de Los Iluminados de Baviera.
Los Illuminati bávaros se extendieron rápidamente por Austria y otros puntos de Europa, afiliando a personalidades de la talla de Herder, Goethe, Cagliostro y el Conde de Saint-Germain, entre otros.
El famoso Conde de Cagliostro creó la Masonería egipcia y fue asesinado en los calabozos de la Inquisición.
Una vez que Adam Weishaupt se percató del gran éxito que estaba teniendo con este movimiento, tomó la determinación de afiliarse a las logias francmasónicas de Baviera y luego de Europa, después ordenó la infiltración y el dominio de la misma. Sin embargo sus planes fracasaron, ya que en una reunión en 1782 de la masoneria continental, se enfrentó ante la oposición de la Gran Logia de Inglaterra y los recelos de Los Iluminados Teósofos y del Gran Oriente de Francia.
Por su parte El Elector de Baviera, al intuir el peligro que significaban Los Illuminati para la Iglesia católica y las monarquías, por su ideología revolucionaria, igualitaria y libertaria; aprobó un edicto contra estos y la masoneria el 22 de junio de 1784.
Consecuentemente hubo persecuciones y se arrestaron a sus miembros hasta erradicarlos por completo.
Para 1785 Weishaupt marchó al exilio de Ratisbona. Dirigió la orden desde el extranjero, falleciendo el 18 de noviembre de 1830.
Símbología Illuminati
A través de la novelas es como se ha difundido que los Illuminati poseen símbolos determinados, a través de los cuales se hacían reconocibles a los iniciados e ingeniosos simbologistas.
Las apariciones de los Illuminati en la cultura popular ha sido realmente diversa y más que sorprendente como es en el caso de los billete de un dólar norteamericanos que son usados hoy en día y donde aparece el "Ojo que todo lo ve".
Aunque no es un símbolo de origen cristiano y no se lo menciona en la Biblia, todavía hasta hoy es asociado con el ojo de Dios o de Yahvé, el cual representa su omnisciencia y cobró importancia a partir del Renacimiento. Su verdadero origen se encuentra en el simbolismo del Udjat u "Ojo de Horus", antiguo dios egipcio que representa al Sol. Este símbolo fue introducido por órdenes del presidente estadounidense y miembro de los Shriners, Franklin Delano Roosevelt en 1933.
Los Illuminati tenían también otro símbolo para su "escuela secreta de sabiduría", este era el Búho de Minerva, la diosa de la sabiduría. Este símbolo, igualmente se puede encontrar en el billete de un dólar en el margen superior derecho del lado donde se encuentra la cara de George Washington, a una escala minúscula. También se le asocia a la sociedad del Bohemian Club.
Historia de los Illuminati
Fue una sociedad secreta fundada el 1 de mayo de 1776 en Ingolstadt, Baviera, Alemania por el alemán Adam Weishaupt. Illuminati en latín significa "Los Iluminados".
Los Illuminati se originaron en los cultos precristianos y en las masonerías del mundo antiguo y medieval.
Tras su fundación, Adam Weishaupt (frater Spartacus) logró reclutar a su causa a un gran número de pensadores, filósofos, artistas, políticos y analistas; atrajo a jóvenes estudiantes y personalidades como Adolf von Knigge, con quien escribió el Rito de Los Iluminados de Baviera.
Los Illuminati bávaros se extendieron rápidamente por Austria y otros puntos de Europa, afiliando a personalidades de la talla de Herder, Goethe, Cagliostro y el Conde de Saint-Germain, entre otros.
El famoso Conde de Cagliostro creó la Masonería egipcia y fue asesinado en los calabozos de la Inquisición.
Una vez que Adam Weishaupt se percató del gran éxito que estaba teniendo con este movimiento, tomó la determinación de afiliarse a las logias francmasónicas de Baviera y luego de Europa, después ordenó la infiltración y el dominio de la misma. Sin embargo sus planes fracasaron, ya que en una reunión en 1782 de la masoneria continental, se enfrentó ante la oposición de la Gran Logia de Inglaterra y los recelos de Los Iluminados Teósofos y del Gran Oriente de Francia.
Por su parte El Elector de Baviera, al intuir el peligro que significaban Los Illuminati para la Iglesia católica y las monarquías, por su ideología revolucionaria, igualitaria y libertaria; aprobó un edicto contra estos y la masoneria el 22 de junio de 1784.
Consecuentemente hubo persecuciones y se arrestaron a sus miembros hasta erradicarlos por completo.
Para 1785 Weishaupt marchó al exilio de Ratisbona. Dirigió la orden desde el extranjero, falleciendo el 18 de noviembre de 1830.
Símbología Illuminati
A través de la novelas es como se ha difundido que los Illuminati poseen símbolos determinados, a través de los cuales se hacían reconocibles a los iniciados e ingeniosos simbologistas.
Las apariciones de los Illuminati en la cultura popular ha sido realmente diversa y más que sorprendente como es en el caso de los billete de un dólar norteamericanos que son usados hoy en día y donde aparece el "Ojo que todo lo ve".
Aunque no es un símbolo de origen cristiano y no se lo menciona en la Biblia, todavía hasta hoy es asociado con el ojo de Dios o de Yahvé, el cual representa su omnisciencia y cobró importancia a partir del Renacimiento. Su verdadero origen se encuentra en el simbolismo del Udjat u "Ojo de Horus", antiguo dios egipcio que representa al Sol. Este símbolo fue introducido por órdenes del presidente estadounidense y miembro de los Shriners, Franklin Delano Roosevelt en 1933.
Los Illuminati tenían también otro símbolo para su "escuela secreta de sabiduría", este era el Búho de Minerva, la diosa de la sabiduría. Este símbolo, igualmente se puede encontrar en el billete de un dólar en el margen superior derecho del lado donde se encuentra la cara de George Washington, a una escala minúscula. También se le asocia a la sociedad del Bohemian Club.
miércoles, 9 de enero de 2013
El Misterio De La Isla Flannan
En la islas Flannan se encuentra uno de los faros más remotos de Escocia, este faro ha avisado del peligro a los barcos durante más de 100 años. Sin embargo durante una semana del Diciembre de 1900, el faro permaneció apagado. El mal tiempo retardó la visita del barco de salvamento casi una semana, cuando por fin pudo llegar a la isla el día de San Esteban del 1900 no descubrió ni rastro de los tres guardafaros que se encargaban de mantener encendida su luz.
La luz del faro destelleaba 2 veces cada medio minuto. En condiciones óptimas de tiempo, podía verse desde una distancia de hasta 40km. Aunque normalmente la niebla envolvía la isla y la visibilidad reducía este alcance, era en estas condiciones cuando su rayo de luz se convertía en vital para los barcos de la zona. Un equipo de tres guardafaros se encargaban del mantenimiento del faro. Cada dos semanas un barco llegaba a la isla con provisiones y con otro equipo de guardafaros para reemplazar el turno anterior, la isla no era un buen lugar para estarse mucho tiempo.
El faro de 23 metros de altura, fue construido en 1899 en el punto más alto del islote más grande de los 7 que componen el grupo de islas, llamado Eilean Mòr.
El 7 de Diciembre de ese año, llegó un nuevo turno de guardafaros encabezado por guardafaro jefe James Ducat, formaba también parte del grupo Donald Macarthur que había ocupado el puesto del primer asistente habitual, William Ross, que había caído enfermo. Macarthur trabajaba como guardafaro sólo ocasionalmente cuando alguno de los regulares no podía acudir. El asistente segundo era Thomas Marshall.
Acompañando a los tres en el barco de servicio estaba el Superintendente del Northern Lighthouse Board, Robert Muirhead. El superintendente bajó con ellos a la isla para comprobar que todo estaba correctamente y tras comentar algunos detalles se marchó. Muirhead sería la última persona que vería a los tres guardafaros con vida.
Durante la semana siguiente, como era habitual, la isla era sometida a observaciones regulares desde tierra mediante un telescopio. En caso de emergencia, los guardafaros podían izar la bandera adecuada y se les enviaría ayuda de manera inmediata. Sin embargo el faro, era muchas veces ocultado por la niebla, por lo cuál no había garantía de que en caso que se izara la bandera la señal fuera vista desde tierra. De hecho fue este uno de los problemas que Ducat y Muihard habían comentado durante su corta estancia.
Durante las dos semanas posteriores la niebla ocultó la isla. Por lo que no fue visible desde tierra hasta el 29 de Diciembre. Por el contrario la luz del faro fue visible el 7 de Diciembre, aunque los 4 días posteriores la niebla también la obscureció. Aunque fue vuelta a ver el día 12, después de este día no se volvió a ver durante 15 días.
Fue el día 15, el vapor SS Archtor a su paso cerca de la isla el primero en echar en falta la luz. Su capitán juzgó que el tiempo era no lo suficiente malo para no verla. Por lo que a su llegada a Oban dio parte de ello. Aparentemente no se tomó ninguna acción urgente y se espero a la fecha habitual para relevar la tripulación para enviar un barco, relevo que se tuvo que aplazar 4 días más por el mal estado de la mar y del tiempo. De manera que se tuvo esperar al día 26 para que el barco Hesperus llegara a la isla.
A la llegada a la isla nadie salió al hacer sonar la sirena ni bajó a recibirlos. Al llegar al faro comprobaron que la puerta estaba cerrada con llave, tras abrir la puerta comprobaron que no había nadie no había fuego en la chimenea, las camas estaban por hacer y el reloj de pared estaba parado. Todo estaba dispuesto para comer, pero la comida estaba sin tocar, el único signo de que hubiera ocurrido algo extraño era una silla tirada en el suelo.
Tras rastrear la isla no encontraron ni rastro de los guardafaros. El grupo de reemplazo se hizo cargo del faro. Según pudieron averiguar todo parecía haber bien sin problemas hasta la tarde del 15. Cumpliendo con su obligación, estaban obligados a llevar un registro a modo de diario de a bordo de los barcos. Ducat, el guardafaro jefe, había compilado informes hasta el día 13. Las entrada del 14 y 15 habían sido anotadas a modo de borrador y aún quedaba pasarlas al diario oficial. Según estos registros el día 14 había habido una tormenta pero a las mañana siguiente había amainado y no había ninguna indicación de ningún otro problema.
Según el informe del superintendente Muirhead, que llegó a la isla el 29, la tormenta del 14 había causado daños substanciales en la parte oeste de la isla, en especial en su muelle y en una especie de almacén situado a 33 metros sobre el nivel del mar, donde se guardaban cuerdas y repuestos de la grúa situada justo a su lado, que se usaba para subir las provisiones y materiales desde el acantilado. También habían sufrido serios daños los raíles de hierro que iban desde la plataforma de la grúa hasta el faro. Unos habían sido doblados y otros arrancados, y una piedra de cerca de una tonelada de peso había aplastado otros.
En la cima del acantilado, a unos 60 metros sobre el nivel del mar, las hierbas habían sido arrancadas. Pese a todo estos daños habrían sido anteriores a la desaparición pues tal como se apuntaba en el diario, el día anterior habían subrido una importante tormenta.
Muirhead concluyó que los hombres habían abandonado el faro para proteger el almacén de la tormenta o asegurar la grúa. Uno de los impermeables se encontró dentro del faro, lo cual sugirió que uno de los guardafaros habría salido sin él, lo cual es un tanto sorprendente debido al mal tiempo. Quien quiera que fuera el último en abandonar el faro, habría incurrido en una falta contra las normas, al dejar la luz desatendida. Muirhead creyó que o habían sido arrastrados por el viento cuando iban por el borde de las rocas, o más probablemente una ola gigante los había llevado con ella.
Algunas teorías más recientes para justificar los aspectos que no encajan del todo en la explicación de Muirhead, proponen que el guardafaro que se habría quedado en el faro, al ver olas gigantes aproximarse a la isla, habría salido corriendo para avisar a sus compañeros que podrían haber estado haciendo tareas de mantenimiento tal como sostenía Muirhead en el muelle dañado por la tormenta. Esta urgencia justificaría la silla caída y que saliera sin impermeable, pero seguiría sin explicar el hecho que la puerta estuviera cerrada con llave.
Este tipo de olas gigantes que pueden alcanzar hasta 20 metros de altura y que hasta hace poco eran tomadas por legendarias, ocurren de manera un tanto espontánea, lo cuál explicaría que sucediera en un día con no excesivo mal tiempo.
La luz del faro destelleaba 2 veces cada medio minuto. En condiciones óptimas de tiempo, podía verse desde una distancia de hasta 40km. Aunque normalmente la niebla envolvía la isla y la visibilidad reducía este alcance, era en estas condiciones cuando su rayo de luz se convertía en vital para los barcos de la zona. Un equipo de tres guardafaros se encargaban del mantenimiento del faro. Cada dos semanas un barco llegaba a la isla con provisiones y con otro equipo de guardafaros para reemplazar el turno anterior, la isla no era un buen lugar para estarse mucho tiempo.
El faro de 23 metros de altura, fue construido en 1899 en el punto más alto del islote más grande de los 7 que componen el grupo de islas, llamado Eilean Mòr.
El 7 de Diciembre de ese año, llegó un nuevo turno de guardafaros encabezado por guardafaro jefe James Ducat, formaba también parte del grupo Donald Macarthur que había ocupado el puesto del primer asistente habitual, William Ross, que había caído enfermo. Macarthur trabajaba como guardafaro sólo ocasionalmente cuando alguno de los regulares no podía acudir. El asistente segundo era Thomas Marshall.
Acompañando a los tres en el barco de servicio estaba el Superintendente del Northern Lighthouse Board, Robert Muirhead. El superintendente bajó con ellos a la isla para comprobar que todo estaba correctamente y tras comentar algunos detalles se marchó. Muirhead sería la última persona que vería a los tres guardafaros con vida.
Durante la semana siguiente, como era habitual, la isla era sometida a observaciones regulares desde tierra mediante un telescopio. En caso de emergencia, los guardafaros podían izar la bandera adecuada y se les enviaría ayuda de manera inmediata. Sin embargo el faro, era muchas veces ocultado por la niebla, por lo cuál no había garantía de que en caso que se izara la bandera la señal fuera vista desde tierra. De hecho fue este uno de los problemas que Ducat y Muihard habían comentado durante su corta estancia.
Durante las dos semanas posteriores la niebla ocultó la isla. Por lo que no fue visible desde tierra hasta el 29 de Diciembre. Por el contrario la luz del faro fue visible el 7 de Diciembre, aunque los 4 días posteriores la niebla también la obscureció. Aunque fue vuelta a ver el día 12, después de este día no se volvió a ver durante 15 días.
Fue el día 15, el vapor SS Archtor a su paso cerca de la isla el primero en echar en falta la luz. Su capitán juzgó que el tiempo era no lo suficiente malo para no verla. Por lo que a su llegada a Oban dio parte de ello. Aparentemente no se tomó ninguna acción urgente y se espero a la fecha habitual para relevar la tripulación para enviar un barco, relevo que se tuvo que aplazar 4 días más por el mal estado de la mar y del tiempo. De manera que se tuvo esperar al día 26 para que el barco Hesperus llegara a la isla.
A la llegada a la isla nadie salió al hacer sonar la sirena ni bajó a recibirlos. Al llegar al faro comprobaron que la puerta estaba cerrada con llave, tras abrir la puerta comprobaron que no había nadie no había fuego en la chimenea, las camas estaban por hacer y el reloj de pared estaba parado. Todo estaba dispuesto para comer, pero la comida estaba sin tocar, el único signo de que hubiera ocurrido algo extraño era una silla tirada en el suelo.
Tras rastrear la isla no encontraron ni rastro de los guardafaros. El grupo de reemplazo se hizo cargo del faro. Según pudieron averiguar todo parecía haber bien sin problemas hasta la tarde del 15. Cumpliendo con su obligación, estaban obligados a llevar un registro a modo de diario de a bordo de los barcos. Ducat, el guardafaro jefe, había compilado informes hasta el día 13. Las entrada del 14 y 15 habían sido anotadas a modo de borrador y aún quedaba pasarlas al diario oficial. Según estos registros el día 14 había habido una tormenta pero a las mañana siguiente había amainado y no había ninguna indicación de ningún otro problema.
Según el informe del superintendente Muirhead, que llegó a la isla el 29, la tormenta del 14 había causado daños substanciales en la parte oeste de la isla, en especial en su muelle y en una especie de almacén situado a 33 metros sobre el nivel del mar, donde se guardaban cuerdas y repuestos de la grúa situada justo a su lado, que se usaba para subir las provisiones y materiales desde el acantilado. También habían sufrido serios daños los raíles de hierro que iban desde la plataforma de la grúa hasta el faro. Unos habían sido doblados y otros arrancados, y una piedra de cerca de una tonelada de peso había aplastado otros.
En la cima del acantilado, a unos 60 metros sobre el nivel del mar, las hierbas habían sido arrancadas. Pese a todo estos daños habrían sido anteriores a la desaparición pues tal como se apuntaba en el diario, el día anterior habían subrido una importante tormenta.
Muirhead concluyó que los hombres habían abandonado el faro para proteger el almacén de la tormenta o asegurar la grúa. Uno de los impermeables se encontró dentro del faro, lo cual sugirió que uno de los guardafaros habría salido sin él, lo cual es un tanto sorprendente debido al mal tiempo. Quien quiera que fuera el último en abandonar el faro, habría incurrido en una falta contra las normas, al dejar la luz desatendida. Muirhead creyó que o habían sido arrastrados por el viento cuando iban por el borde de las rocas, o más probablemente una ola gigante los había llevado con ella.
Algunas teorías más recientes para justificar los aspectos que no encajan del todo en la explicación de Muirhead, proponen que el guardafaro que se habría quedado en el faro, al ver olas gigantes aproximarse a la isla, habría salido corriendo para avisar a sus compañeros que podrían haber estado haciendo tareas de mantenimiento tal como sostenía Muirhead en el muelle dañado por la tormenta. Esta urgencia justificaría la silla caída y que saliera sin impermeable, pero seguiría sin explicar el hecho que la puerta estuviera cerrada con llave.
Este tipo de olas gigantes que pueden alcanzar hasta 20 metros de altura y que hasta hace poco eran tomadas por legendarias, ocurren de manera un tanto espontánea, lo cuál explicaría que sucediera en un día con no excesivo mal tiempo.
Existen o No Las Casualidades
El 28 de julio de 1900 el rey humberto 1 ( gran precursor de la primera guerra mundial ) cenaba en un restaurante cuando por casualidad se dio cuenta que el dueño del restaurante era exactamente igual a el y no solo eso el dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto 1 fue coronado rey de Italia. El rey facsinado invito a su doble a un concurso de atletismo con el, al otro dia en el concurso le informaron al rey que su doble exacto habia muerto y de repente salio de la multitud un anarquista y asesino al rey humberto 1. Casualidad???????
Veamos las sorprendentes coincidencias que hay en las vidas de dos presidentes norteamericanos, Lincoln y Kennedy: Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy fueron designados congresistas en 1847 y 1947 respectivamente. Lincoln fue elegido presidente en 1860, justo cien años después, en 1960 fue elegido presidente Kennedy. Medían 1'83 metros y sus apellidos tenían siete letras. Los dos presagiaron sus muertes ya que fueron vaticinadas por varios videntes. Además el secretario de Lincoln, apellidado Kennedy, y el de Kennedy, apellidado Lincoln, recomendaron no acudir a los lugares donde morirían.
Fueron asesinados en viernes, por balazos en sus cabezas, disparados desde atrás y delante de sus mujeres; mujeres con las que perdieron un hijo durante su estancia en la Casa Blanca. Booth disparó a Lincoln en el teatro Ford y se refugió en un almacén; Oswald disparó a Kennedy -que viajaba en un coche Lincoln de la casa Ford- desde un almacén y se ocultó en un teatro. Los nombres completos de sus presuntos asesinos, nacidos en 1839 y 1939, suman quince letras cada uno, eran sureños y fueron asesinados horas después de los asesinatos -sin haber confesado su culpabilidad- por dos vengadores; denunciándose en los dos casos la existencia de conspiraciones que implicaban a personajes norteamericanos muy influyentes. Sus sucesores Andrew Johnson y Lindon Johnson (nombres de seis letras) eran senadores, demócratas del sur y nacieron, el primero, en 1808 y, el segundo, en 1908.
¿Es todo casualidad?
Segun Carl Jung gran amigo de Freud las casualidades simplemente no existen, nosotros hacemos parte de un rompecabezas cósmico donde las casualidades nos guían hacia nuestro "destino", a esto le llama la teoría de la sincronicidad, asi que si mañana te encuentras a tu amigo del colegio del que tanto te estabas acordando en estos dias puede ser un "complot" cósmico para guiarte a tu camino. (¿¿ya estará escrito???, NO SE SAVE¡¡
Veamos las sorprendentes coincidencias que hay en las vidas de dos presidentes norteamericanos, Lincoln y Kennedy: Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy fueron designados congresistas en 1847 y 1947 respectivamente. Lincoln fue elegido presidente en 1860, justo cien años después, en 1960 fue elegido presidente Kennedy. Medían 1'83 metros y sus apellidos tenían siete letras. Los dos presagiaron sus muertes ya que fueron vaticinadas por varios videntes. Además el secretario de Lincoln, apellidado Kennedy, y el de Kennedy, apellidado Lincoln, recomendaron no acudir a los lugares donde morirían.
Fueron asesinados en viernes, por balazos en sus cabezas, disparados desde atrás y delante de sus mujeres; mujeres con las que perdieron un hijo durante su estancia en la Casa Blanca. Booth disparó a Lincoln en el teatro Ford y se refugió en un almacén; Oswald disparó a Kennedy -que viajaba en un coche Lincoln de la casa Ford- desde un almacén y se ocultó en un teatro. Los nombres completos de sus presuntos asesinos, nacidos en 1839 y 1939, suman quince letras cada uno, eran sureños y fueron asesinados horas después de los asesinatos -sin haber confesado su culpabilidad- por dos vengadores; denunciándose en los dos casos la existencia de conspiraciones que implicaban a personajes norteamericanos muy influyentes. Sus sucesores Andrew Johnson y Lindon Johnson (nombres de seis letras) eran senadores, demócratas del sur y nacieron, el primero, en 1808 y, el segundo, en 1908.
¿Es todo casualidad?
Segun Carl Jung gran amigo de Freud las casualidades simplemente no existen, nosotros hacemos parte de un rompecabezas cósmico donde las casualidades nos guían hacia nuestro "destino", a esto le llama la teoría de la sincronicidad, asi que si mañana te encuentras a tu amigo del colegio del que tanto te estabas acordando en estos dias puede ser un "complot" cósmico para guiarte a tu camino. (¿¿ya estará escrito???, NO SE SAVE¡¡
Manifiesto del Paganismo
Hablar de paganismo es hablar de la religión de la raza
blanca. No existe, ni existirá, fuera de
este dominio, la religión pagana. Y sin
embargo, todavía cabe en este enunciado más de una imprecisión. Por de pronto,
el que las expresiones de “pagano” o “paganismo” constituyen un apelativo de
significación negativa; un apodo con el que los cristianos de los primeros
siglos buscaban denigrar y denostar a la bestia rubia que se resistía a formar
parte de su rebaño. La palabra “pagano”
fue así usada como sinónimo de algo negativo y aún hoy, entre las gentecillas
de la cloaca cristiana, sigue teniendo una acepción similar.
Mucho antes que los cristianos se sirvieran del término
“pagano” para denostar a la gente de los pueblos libres de Europa los romanos
ya habían usado este término con una connotación muy distinta. En el siglo I se hizo muy común llamar
“pagano” a quienes no eran convocados a realizar su servicio militar, y, por
ende, no tomaban el sacramentum o juramento del ejército. Estos hombres eran comúnmente campesinos, y
por eso es que se utilizó con ellos la palabra pagano, que significa literalmente,
“hombre del campo”, “hombre de la tierra”.
Muy probablemente esta fue la razón por la que los
cristianos de los primeros tiempos llamaron “paganos” a quienes se resistían a
ellos. Dado que los cristianos habían
hecho suya la expresión sacramentum, muy posiblemente asociaron a los hombres
que se negaban a tomar el nuevo sacramento, el juramento al Cristo, con el
antiguo pagano, el aldeano de las épocas de Roma que no tomaba el juramento del
ejército. Y a partir de entonces la
palabra “pagano” se popularizó entre los cristianos haciéndola extensible a
todo aquel que renegara de la nueva religión.
Entre esos proto-paganismos y la sensibilidad religiosa de
lo que hoy llamamos del mismo modo, existe todavía un vínculo débil, pero
esencial: el apego a la antigua religión, la religión de la tierra, de la
sangre, de la raza; la religión que en Holzwege llamamos, precisamente por
esto, la religión del camino del bosque (ya habrá ocasión de explicar esto).
En estricto rigor, nunca hubo en el mundo antiguo nada que
se semejara siquiera a la impronta de una religión pagana. Hubo sí expresiones de espiritualidad
locales, todas ellas distintas entre sí, y unidas únicamente merced a la común
denominación de paganos que vendrá a darle el cristianismo más tarde. Entre todas estas espiritualidades distintas
sólo una cabe propiamente tal llamarse religión: ésta es la religión romana.
Si se escruta bien este asunto se descubrirá que, por
ejemplo, los griegos jamás tuvieron religión, sino mitología, al principio, y
filosofía, al final. La mitología y la
filosofía son productos de la espiritualidad griega, lo mismo que la religión
es producto de la espiritualidad romana.
Escrútese por ejemplo, la mal llamada religión judía y compáresela con
la Religio Romana. Ya se descubrirá
prontamente que salvo el empecinamiento estúpido de los historiadores nada hay
en común entre una y otra forma de espiritualidad que permita inscribir a ambas
en el registro de la religión. Lo que el
judío hace es templismo, al comienzo, y sinagogismo al final. Ambas podrían inscribirse en la común
denominación de rabinismo. Pero nada hay en esa forma de espiritualidad (si es
que cabe acaso llamarle a aquello espíritu) que se parezca siquiera, en algo, a
lo que fue la Religión en los tiempos de Roma.
Si el judaísmo y la cultura griega no tienen nada que ver
con la Religión, menos todavía tiene que ver con esta expresión espiritual el
cristianismo. El cristianismo es la anti-religión por antonomasia. Cristianismo y religión son una contradictio
in terminis: una forma de hablar inadecuada sostenida sólo desde el omnímodo
poder de la Iglesia y la ignorancia de los más.
Tampoco el paganismo fue una religión en el mundo antiguo,
pues, como ya dijimos, no existía el paganismo en la antigüedad. En estricto rigor, el paganismo es una
invención del siglo XIX (ya tendremos tiempo de explicar esto más adelante). Pero de todas las formas de espiritualidad
que existen hoy sólo el paganismo es capaz de recuperar para sí el prístino y
original significado de Religión, y convertirse, por esta vía, en la única
forma de Religión posible. Ese
privilegio y dignidad le vienen al paganismo en el hecho de ser él la única
forma de espiritualidad que ha conservado íntegramente los contenidos
ideológicos que dieron origen en Roma (y únicamente en Roma) a la
Religión. Esos contenidos son, digámoslo
aquí sumariamente, la sangre y la tierra, la raza y la naturaleza (ya habrá
ocasión de hablar de esto más adelante).
Nunca hubo una religión pagana en la antigüedad. Pero las distintas expresiones espirituales
que tuvieron lugar en los bosques y campos de Europa conservaban un parecido en
cuestiones esenciales. Ello hizo que el
siglo XIX tuviera, respecto de estas diversas manifestaciones del espíritu, la
ilusión de una unidad, la idea de una identidad común. A ello fue a lo que dio el nombre de
paganismo, rescatando en la palabra el vínculo con la tierra, con el campo, con
la añoranza de un pasado idílico que en la modernidad se esfumaba por todas
partes.
Los paganos del siglo XIX oponían el campo a la ciudad, la
tradición del Medievo a las ideas progresistas de la modernidad. Y por ello la palabra pagano, más allá de
toda la connotación peyorativa que tuvo en sus inicios, cobrara ahora infinito
sentido y unicidad. Con este término se
pasaba ahora a representar toda una forma de resistencia espiritual al nuevo y
decadente mundo. Y ello porque pagano
era sinónimo de una vida sencilla, austera, campesina, que evocaba los bosques
y las montañas de Europa, los ríos y las praderas de la tierra madre ancestral.
Pero también, porque ser pagano evocaba la tenaz resistencia
espiritual que entre los siglos IV y IX opusieron en toda Europa los pueblos
libres al cristianismo. Se reconocía,
por tanto, en el paganismo, la forma propia del espíritu europeo, ahogada
tantas veces por el cristianismo y sus formas políticas afines, pero siempre
dispuesto a renacer de sus propias cenizas.
Los dioses de los bosques, de los hielos eternos, de la montaña, no
habían muerto, y encontraban ahora, en el paganismo, una voz con la que alzarse
en combate contra el dios de los desiertos.
Pero ¡Cuidado! No se
engañe nadie en creer que el paganismo, en cuanto religión, cobra la forma de
esas pseudo-religiones actuales que son el cristianismo, el islamismo o el
budismo. Una religión no es una fe, no
es tampoco un conjunto de dogmas y creencias. Y ante todo, no es, en absoluto, expresión de
ninguna cosa “universal”. El
cristianismo es un fenómeno universal, y ya sólo por eso no es una religión. Una religión universal es como algo insípido
con sabor: esto es, algo imposible (y no tan sólo imposible, sino, además,
estúpido). Esas imágenes patéticas de
semana santa en las filipinas, en que vemos representaciones de la vía crucis,
con cristos de aspecto asiático crucificados, es a lo único a que puede dar lugar
la horripilante idea de una religión universal.
Nada de esto habría sido siquiera posible en el mundo antiguo, pues
atenta no sólo contra el principio de sensatez, sino, además, contra el
principio del buen gusto.
La opinión común cree, por ejemplo, que el paganismo es una
religión universal de los pueblos europeos de antes del advenimiento del
cristianismo. Es curioso, pero si se
escruta a fondo de dónde pudo haber salido esa idea, se descubrirá la oscura
mano de la propia formación cristiana en la que todo occidente se ha visto
obligado a educar su inteligencia. Pero nada más lejano a la realidad. Dado que el cristianismo no tiene patria
esparce, entre quienes han tenido la desgracia de crecer a su alero, la idea de
que nociones tan importantes como las de “religión”, por ejemplo, surgen al
margen de un pueblo, de una raza, de una lengua específica. Y, por lo tanto, nada más injusto y errado
hay que adjudicarles el calificativo de universal. No existe una religión universal, así como
tampoco existe un hombre universal.
En justicia, lo que propiamente tal se llama paganismo se
remonta a unas cuantas décadas atrás, más precisamente a la segunda mitad del
siglo XIX. El paganismo surgió entonces
en Europa como una respuesta espiritual a la mentalidad moderna. Constituyó en aquella época una forma
racional y organizada de añoranza de un pasado idílico e idealizado: el pasado
de la Europa precristiana, el ayer de los dioses de las religiones
locales. Es un error, por lo tanto,
concebir el paganismo como la religión de los antiguos europeos antes de la
imposición del cristianismo. Nada hay,
antes de la llegada de la cruz, que nos permita pensar en una religión común
(universal) de los pueblos europeos antiguos.
Sangre y Tierra siempre han sido el fundamento último de
toda forma de religión pagana. No hay
religión pagana (más todavía, no hay ni siquiera Religión posible) si ésta no
está fundada en la Sangre y en la Tierra.
El paganismo es la religión de la sangre y de la tierra.
Holzwege es una expresión en alemán acuñada por el filósofo
Martín Heidegger. Significa, en forma
literal, el camino del Bosque; leyendo entre líneas hace referencia a la
antigua tradición religiosa que se ha perdido y que es preciso
reencontrar. Es una suerte de
renacimiento, una forma de volver a nacer, una manera de hacer despertar
nuestro verdadero espíritu (nuestra memoria de la sangre) ahogada hasta la
estupidez por la industria pedagógica cultural de la mentalidad moderna.
El Bosque es para nosotros un arquetipo: el arquetipo de una
vía de iniciación. La iniciación es
siempre la muerte a una vida y el nacimiento a otra. Esto es sabiduría aria pura. No existe, fuera de esta comunidad racial,
ninguna expresión religiosa en cuya esencia se halle la idea del “nacer dos
veces”, del “renacer”, del nacer en el “espíritu”. Otras podrán haber acuñado formas religiosas
similares; pero, en todo caso, nada hay en ello que nos permita justificar una
analogía, porque en pocas cosas como el fenómeno religioso se da esta
experiencia de lo intransferible. Lo que
es propio de una religión no puede replicarse en otras. Cualquier réplica, cualquier intento de
sinonimia, es absurdo; y no da cuenta más que de la pobreza y artificialidad de
la religión que intenta apropiarse de los contenidos espirituales de las otras.
Una religión es siempre expresión del espíritu de una
raza. Poco tiene que ver con la religión
los dioses. La divinidad es una de las
tantas formas en que puede manifestarse una religión; pero lo esencial es
siempre la raza, la sangre y la tierra.
Por eso es que afirmamos que de antiguo hubo una sola religión: la
religión pagana. De hecho la palabra
religión surgió en el espacio pagano de la romanidad: es una palabra latina
cuyo significado hace referencia precisamente a la sangre y a la tierra (ya
profundizaremos sobre esto).
Todas las otras religiones adoptaron esta denominación
merced a una ampliación del significado del término por analogía lógica; pero
en ninguno de estos casos esta denominación está justificada adecuadamente y en
la mayoría de ellos constituye una verdadera arbitrariedad, cuando no una
abierta tergiversación. Por ello, nuestro transitar por el renacer del
paganismo debe comenzar por definir el fenómeno religioso y precisar con
exactitud qué significa la palabra “Religión” y por qué ella se justifica
únicamente en el caso de la religión pagana.
Ello despejará conceptualmente el camino que debe llevarnos a transitar
de nuevo por el Bosque, por la sabiduría de los antiguos, y en el amor y
grandeza de los héroes y dioses de otra época.
El Concepto de Religión
La palabra latina Religio, de la que deriva nuestra voz
castellana Religión, en su significación lata y originaria, tiene muy poco que
ver, o casi nada, con las ideas que nosotros asociamos hoy al término. Para ello, baste con estos dos ejemplos que
pueden muy bien ilustrar este asunto. El
primero está referido a la significación de la palabra Religio en el ámbito de
la romanidad, esto es, a su étymos. El
segundo, a la impresión que sobre el cristianismo tuvieron los primeros romanos
que conocieron de este movimiento.
Vayamos, pues, al primero de estos ejemplos.
a. Significación de
la palabra Religio: Existen, al respecto, tres opiniones diversas sobre el
étymos de la palabra Religio: la que une la voz Religio con el étymos religere,
la que lo vincula con el étymos relegere; y la que lo asocia, finalmente, con
el étymos religare. De estas tres, sólo
las dos primeras nos merecen confianza y legitimidad, por estar asociadas al
ámbito propiamente tal de la romanidad; la tercera, en cambio, nos merece
muchas dudas, pues no sólo es tardía en el tiempo, sino que, además, parece ser
una invención que se inicia con el cristianismo y que busca justificar la
expresión Religio en la serie de ideas que se asociarán posteriormente a esta
palabra. Ya hablaremos de esto al final
de esta reflexión. Religere y relegere
son, a nuestro entender, los étymos legítimos de la palabra Religio. Ya explicaremos, también, cómo creemos que
pueda ser posible que una palabra tenga dos étymos distintos en su significación
original. Religere significa propiamente
tal escrúpulo. Hace referencia, por
tanto, a una disposición interior “y no a una propiedad objetiva de ciertas
cosas o un conjunto de creencia y prácticas”[1]
“En la época clásica –dice Maurice Sachot- la religio Romana designa ante todo una actitud, hecha de
escrupuloso respeto hacia lo instituido… Por ello se convierte en lo que
fortalece a las instituciones y garantiza su duración, por medio de ese
vínculo, por ese apego del ciudadano a respetar las instituciones de la
ciudad”[2] Esta cuestión nos pone sobre
la pista de algo que hasta ahora se ignora casi en su totalidad –salvo, por
cierto, entre círculos de historiadores, filósofos o especialistas-: el vínculo
entre la Religio y las instituciones de la ciudad, o aquello que propiamente
tal hace de un romano, en el mundo antiguo, ser romano. La Religio, en su acepción etimológica, hace
referencia a la idea de escrúpulo. Pero
no de cualquier escrúpulo, sino, ante todo, del que cabe tener frente a lo que
ha sido instituido en la ciudad, y, por tanto, engloba un sagrado respeto
general hacia la urbe y todo lo que ella representa. Esta idea de Religio denota ya un carácter
marcadamente local, no universal. Ello
fue lo que llevó a Cicerón, el célebre filósofo romano, a decir sva cviqve
civitati religio (cada ciudad tiene su propia religión). Tenemos así los tres aspectos esenciales que
supone el concepto original de religio: el escrúpulo (en el sentido de recogerse,
de guardarse, de retenerse ante algo que se considera sagrado), la ciudad, la
urbe, Roma (como el objeto hacia el que se dirige el escrúpulo de lo religioso
y transforma toda forma de religio romana en una actividad social dirigida
hacia los asuntos públicos –los res-publicas-, legales y de Estado); y el
carácter local o nacional que distingue a cada pueblo según su propia religio,
esto es, según la propia relación de escrúpulo (de respeto, de amor, de
cuidado) que prevalezca entre el individuo y las instituciones (tradiciones,
cultos y costumbres) de su país. De
estos tres sentidos originales de la palabra Religio el primero viene
atestiguado, como ya lo hemos visto, por el étymos Religere; el segundo y el
tercero se fundamentan en el étymos Relegere.
Este segundo étymos de la palabra Religio nos es, todavía, más legitimo,
toda vez que la palabra relegere es la que propiamente tal da lugar a la
formación del sustantivo Religio –la voz latina Religere forma el sustantivo
Relictio y la expresión Religare (famosa únicamente a causa del cristianismo)
forma el sustantivo Religatio (que se aparta ostensiblemente de las dos
primeras)-. Pues bien, la palabra latina
relegere es un derivado del verbo legere, lego, que significa, entre otras
cosas, leer, pero principalmente, su significación es la de recoger, reunir,
recolectar. ¿Recolectar, recoger
qué? Recoger espigas, uvas, frutos del
campo y de las cosechas. He aquí que la
expresión lego, en su sentido original, hacía referencia a una actividad del
campo propiamente tal, a un “hacer” ligado a la tierra. En su sentido más primitivo, Religio deriva
de lego, relego, relegere. Esta es la
etimología que propone, al menos, Cicerón.
Pero en Cicerón relegere significa también tratar un asunto con
diligencia, con escrúpulo. De ahí que el
sentido de lo escrupuloso quede también integrado en este étymos del
relegere. Pero en su acepción más fuerte
relegere está vinculado a los otros dos sentidos originales de la palabra
Religio: el que dice relación con las instituciones de la ciudad y el que se
vincula al carácter local de esas instituciones. Las instituciones de la ciudad no son otra
cosa que todo aquello que se ha instituido a lo largo del tiempo; por lo que,
cuando hablamos de esas instituciones estamos haciendo referencia a aquello que
ha permanecido, que ha logrado cristalizar en costumbres y tradiciones; y que,
por lo mismo, también, constituyen hoy el fundamento de lo que son nuestras
leyes, nuestra cultura, nuestro patrimonio patrio. Las instituciones de la ciudad, tratándose de
Roma, son sus costumbres, sus tradiciones, su derecho romano, sus dioses, su
Re-pública. Ese es el sentido fuerte de
la expresión Religio Romana; y es ese sentido el que nos viene dado por el
propio testimonio de un filósofo romano, Marco Tulio Cicerón. La idea de que la palabra Religión deriva
de la palabra Religare –cuyo sustantivo legítimo forma la palabra Religatio y
no Religio- se la debemos a un filósofo cristiano del siglo IV (o sea, por lo
menos, 350 años después de Cicerón y en una época en la que ya, prácticamente,
Roma no existe) de nombre Lactancio.
Esta etimología fue muy probablemente propuesta con el ánimo de
justificar algo, que en tiempos de Cicerón, habría parecido un notable
contrasentido: esto es, el hecho tan común en nuestros días de concebir al
cristianismo como una religión. Por esa
razón nos parece de poco valor revisar una etimología tan evidentemente
arbitraria, que fuerza el sentido original de un término para hacerlo coincidir
con un conjunto de creencias y prácticas originadas en otros suelos
lingüísticos, en otras concepciones del mundo y de la vida.
La religio romana hace referencia, en su sentido más
primitivo, a una actividad que se realiza, propiamente tal, en el campo. Religio es relegere, palabra latina que
deriva de legere, de lego. Lego es
recolectar, recoger las espigas, los frutos del campo, de la tierra. El campo romano es el fundamento de lo que
después será la ciudad de Roma. Es en el
campo donde los romanos forman su carácter, sus costumbres, sus tradiciones, y
las instituciones que algún día harán grande a la urbe de Roma, a la
ciudad. Es en relación con esa tierra
que cultivan en los campos de Roma, que se irá forjando el sentido de la
Religio Romana, las instituciones a las que posteriormente el romano deberá
sagrado y escrupuloso respeto. Pero este
escrúpulo, este respeto por lo que son las tradiciones y las costumbres de Roma
que brotan de su tierra se completa, únicamente, en el vínculo que une todo
esto a la sangre romana, a la sangre de los padres fundadores de Roma, a
aquellos que fundamentarán el posterior patriciado. La Religio surge cuando hay un vínculo entre
la sangre y la tierra, entre la sangre y el suelo: pues el suelo patrio es el
fundamento último que vuelve posible la existencia de un pueblo unido por la
sangre. No hay pueblo, no hay comunidad
de sangre, sin tierra, sin un suelo que habitar y la religio es el vínculo que
hace patente ese matrimonio entre la sangre y el suelo.
Cuando Cicerón definía la Religio como el sagrado respeto a
lo que son las tradiciones y las costumbres de Roma, la escrupulosa diligencia
a conservar las instituciones y la estructura del Estado, etc., lo que estaba
en juego allí era la conservación de Roma, de su sangre y de su suelo. Esto merece más de una explicación. Sabido es que en la antigua Roma existían dos
clases sociales muy bien diferenciadas: los patricios y los plebeyos. Y digo “sabido es” como de un modo de
expresarse, simplemente, porque si se cree que se trataba de dos clases
sociales (idea inculcada por el marxismo y enseñada hasta el presente como si
se tratara de la verdad) se comete un error de apreciación grave y una falta de
rigurosidad significativa. Clases
sociales, propiamente tal, es lo que se verá aparecer en el mundo moderno con
el advenimiento del capitalismo y las formas modernas de producción
económica. Entre Patricios y Plebeyos
las diferencias no son de carácter social (de hecho, sorprendería saber de la
cantidad de plebeyos que en la Roma antigua poseían mayores riquezas que los
mismos Patricios). Lo que diferencia a
los Patricios de los Plebeyos viene determinado por la sangre (razón por la que
incluso hasta poco después de la redacción de las doce Tablas todavía seguía
prohibiéndose el establecimiento de matrimonios cruzados entre Patricios y
Plebeyos). Los Patricios eran quienes
portaban la sangre de los Padres fundadores de Roma, sus descendientes
legítimos. Es en ese vínculo natural (no
artificial) que basaban su pertenencia a un grupo humano y sus derechos sobre
esa tierra que era Roma. Los Plebeyos,
en cambio, eran los extranjeros. La
lucha, por tanto, entre Patricios y Plebeyos, no es una lucha social entre
quienes tienen privilegios económicos y quienes no (como intentó hacérnoslo
creer Marx); sino, más bien, una lucha entre quienes son muy consciente de la
sangre que portan (los Patricios) -y su legítimo derecho a querer conservarla-
y quienes no poseen la calidad de ciudadanos precisamente porque no portan esa
sangre y no son descendientes de los padres fundadores de la ciudad. La Religio romana data de esta época de los
orígenes de Roma, en los que la sangre y el suelo fundamentan el ser romano,
más allá de cualquier considerando artificial.
Las mores romanas, las costumbres y las tradiciones de la ciudad que
luego invocará Cicerón, al hablar de Religio,
no son otras que las que cristalizaron en este época de los comienzos de
Roma, época en la que se fundamenta su grandeza y que comenzará a debilitarse y
desvirtuarse desde los tiempos de la igualdad de los derechos civiles entre
Patricios y Plebeyos (siglo IV a.E.C.).
Sangre y suelo fundamentan toda forma de religión no sólo en
el sentido de una cosmovisión, sino, esencialmente, en la impronta de un
ser-en-el-mundo. La Religio es únicamente posible en la medida en que tiene como
presupuesto la sangre y el suelo. Fuera
de esta relación, fuera de este vínculo, no tiene sentido alguno hablar de
religión.
b. La impresión que se llevaron los romanos de los primeros
cristianos: “Religión” y “cristianismo” son dos conceptos tan estrechamente
ligados en el mundo moderno, vinculados de un modo tan intransigente que a
nadie medianamente sensato podría ocurrírsele disociarlos, en algún modo u
otro, o plantear alguna duda respecto de su legítima relación. Y sin embargo, en los hechos y en la lógica
–y por lo tanto, en el sentido común, en la cordura y en la sensatez- nada más
antitético y contradictorio –incluso, nada más imposible- que vincular
“cristianismo” con “Religión”. La
expresión “religión cristiana” es, en los hechos, una contradictio in terminis
(contradicción en los términos).
Para nosotros, hombres occidentales modernos, nacidos tras
dos milenios de bastardización de occidente, asociar estas dos palabras nos
resulta algo tan normal, tan obvio, tan elocuente y necesario, que la sola duda
respecto de su logicidad y derecho nos hace fruncir el ceño y plantearnos más
de una interrogante. Vivimos bajo la ciega
convicción de que “cristianismo” y “religión” son lo mismo; y esta idea
amparada en el yugo del más irreflexivo dictamen se perpetua únicamente porque
entre los hombres nada hay mejor repartido que la pereza mental y la ignorancia
sobre el fundamento de las cosas. La
mayoría de la gente de hoy vive como si el mundo se hubiese creado hace cien
años, como si no hubiera historia, ignorante y absolutamente ajeno a nociones
tales como Tradición, Trascendencia. El
vivir de hoy es tan transitorio y ordinario que nada provocaría más asombro a
las gentes de este mundo que un auténtico sentido de la verdad religiosa y un
original fundamento de las cosas.
Cuando los romanos, religiosos como eran, se toparon por
primera vez con el cristianismo, vieron en él cualquier cosa, menos una
religión. Esto es algo decisivo. Los romanos fueron los creadores de la
“religión”, y, por lo tanto, quienes mejor preparados estaban en el mundo
respecto de cuestiones religiosas. La
idea de que hubo otras religiones en el mundo es falsa y sólo responde a la
confusión que ha introducido en este orden de cosas el cristianismo. Sólo a alguien formado irreflexivamente en la
mentalidad cristiana podría ocurrírsele hablar de religiosidad maya, china,
egipcia, griega, judía, mesopotámica, por nombrar solo a algunas. Esto es una forma impropia de hablar, pues no
se ajusta, en rigor, a los hechos. Sólo
hubo una religión en el mundo antiguo, la religión romana. Y quizá, por analogía lógica, podría
justificarse hablar de religión en otros casos, fuera del romano, como, por
ejemplo, en el caso de los pueblos germanos.
Pero no se puede aplicar a destajo el calificativo de religión a
cualquier complejo de creencias y formas rituales (toda vez que la religión, en
su sentido original y legítimo, no tiene nada que ver con creencias y sólo
subsidiaria y secundariamente tiene alguna relación con las formas
rituales). La verdadera religión es la
Religio Romana. Ella presta e impone
por derecho propio su modelo a las otras.
Ese derecho propio le viene de la palabra. La palabra Religio es una palabra romana,
latina. Ello define todo un campo
significacional únicamente accesible a quienes han formado su inteligencia y espíritu
en la lengua latina; y acaso concebible siquiera o intuida en alguna de sus
formas externas, para quienes han adoptado la lengua latina como su segunda
lengua.
Esto último me trae a la memoria una anécdota; una de esas
que se contaban, en mis años de universidad, al modo de leyendas urbanos, mitos
construidos en torno a grandes filósofos que se transmitían de profesores a
estudiantes, y de estudiantes a otros estudiantes sin la voluntad de certificar
mucho la fuente, de cerciorarse en algo sobre la legitimidad de la
información. Recuerdo en mis primeros
años de universidad se discutía mucho en torno a un pequeño libro polémico que
versaba sobre la relación entre Martin Heidegger y el Nazismo. El autor era un académico chileno de la
universidad libre de Berlín, el Señor Víctor Farías. En esos días recuerdo que alguien hizo
circular una curiosísima anécdota sobre la relación que hubo entre Farías y
Heidegger en los años que el primero habría sido alumno del segundo. La anécdota versa más o menos así: siendo
Farías alumno de Heidegger se dirigió un día a él con el borrador de una
traducción al castellano de Ser y Tiempo que estaba preparando. Heidegger lo
habría entonces mirado inquisitivamente y casi como si le estuviera
reprendiendo le habría dicho: “si usted quiere leer a Platón usted aprenda
griego; si usted quiere leer a Heidegger usted aprenda alemán”. Verdad o no, ficción o realidad, lo cierto es
que la “supuesta” respuesta de Heidegger ante el “supuesto” requerimiento de
Farías, hace mucho sentido y es concomitante con lo que se conoce de la
filosofía de Heidegger. Uno podría
parafrasear esto y decir: “si uno quiere comprender lo que es Religio uno
aprende latín”. Y es que las lenguas
definen mucho más que meros campos comunicacionales. La lengua es expresión del espíritu de un
pueblo y en cuanto tal determina y estructura el campo significacional (la
Weltanschauung) de la gente que la habla.
Es, junto a la sangre y a la tierra, un tercer y determinante elemento a
través del cual podemos reconocer a un pueblo.
Las categorías de una lengua dotan de un determinado sentido al pueblo
que la habla; de tal modo que no da lo mismo hablar una lengua que hablar
otra. La palabra Religio es una palabra
latina, surgida en el dominio de la romanidad; hace sentido únicamente a la
gente que la habla y sólo por aproximación a la gente que aprende esa lengua en
una segunda instancia. El sentido
verdadero de la palabra le es vedado a quien ignora la lengua de la que
proviene esta palabra. La palabra “religio”
define al romano como la palabra “filosofía” define al griego. Los alemanes tienen una palabra que sólo
ellos entienden: “Geist”. Nosotros
traducimos esa palabra por “espíritu”.
Pero de “Geist” a “espíritu” hay, en verdad, un abismo semántico inmenso. Si uno piensa que traduciendo “Geist” por
“espíritu”, en todos los casos, ha logrado en algo agenciarse parte de lo que
se quiso realmente decir en alemán, tiene que ser en verdad alguien muy
iluso. Pues la lengua está en el centro
de la cosmovisión de un pueblo: vemos el mundo según la lengua que hablamos,
ella estructura y dota de sentido nuestro horizonte de comprensión.
Cuando los romanos, que habían inventado la Religión, se
toparon por primera vez con los cristianos, no vieron en ellos nada que
semejase en algo a la religión. Los
romanos, entonces, sabían mejor que nadie lo que era una religión, y jamás se
les pasó por la cabeza inscribir en el registro de lo religioso a los
cristianos. Cuando tuvieron por primera
vez noticias de esta secta marginal hablaron inmediatamente –y casi de un modo
intuitivo, pero apegados también a la tradición- de superstitio. En efecto, los primeros romanos que tuvieron
conocimiento del cristianismo le calificaron como una superstitio, esto es,
como una superstición, no como una religión.
Y así fue por casi doscientos años.
Hasta que Tertuliano, filósofo cristiano, en plena época de la
decadencia de Roma, y en forma totalmente arbitraria, decidió usar para el
fenómeno del cristianismo el apelativo de Religión. Pero eso no cambia en nada los hechos
originales. Cuando los romanos se toparon
por primera vez con los cristianos no reconocieron en ellos una Religio, sino
una superstitio. Y ello, pese a toda la
desnaturalización que se ha hecho del término “religión”, no deja de ser, aún
hoy, una profunda y auténtica verdad. El
cristianismo no es una religión, el cristianismo es una superstitio. Y no es una religión porque los dos aspectos
fundamentales de toda religión posible están ausentes en el cristianismo: la
sangre y el suelo. Para los romanos de
los primeros siglos, por ejemplo, la idea de una religión universal habría sido
inconcebible: una verdadera contradicción en los términos. Además una religión centrada en un conjunto
de dogmas y creencias no habría estado muy ajena a la ridícula idea de una
competencia deportiva centrada en composiciones literarias o ecuaciones
algebraicas.
lunes, 7 de enero de 2013
Solvástika y el Símbolo de la Horca
En un apartado lugar de la tierra, no hace mucho tiempo,
existió una isla en la que unas gentes sencillas adoraban un curioso símbolo
llamado Solvástika. El origen de esta
veneración, así como la procedencia del símbolo mismo, parece habérsenos
perdido en la noche de los tiempos. Algunos postulaban que Solvástika era un
antiguo símbolo superviviente de las culturas que habitaron el planeta antes de
la Gran Guerra, cuando todavía el hombre solía usar unos papelitos verdes o
rojos como medio de intercambio. Otros
creían que había sido un símbolo creado por los primeros habitantes de la Isla
para reverenciar al Sol, padre de todas las bienaventuranzas. Después de todo, el parecido de la Solvástika
con el Sol siempre supuso mucho más que una formal coincidencia en el
nombre. El símbolo parecía imitar la
rueda solar en su clásico desplazamiento anual y era evidente que el prefijo
“Sol” hacía referencia a esta mismísima estrella, que no se cansaba de
iluminarnos con su luz, y dotar de vida a todas las cosas del planeta.
De cualquier forma, lo cierto es que en algún momento de la
historia de la isla la gente dejó de adorar este símbolo y lo reemplazó por
otro no menos curioso ícono religioso, el símbolo de la Horca. Cuenta una vieja leyenda que el origen del
símbolo de la Horca está ligado a la historia de un oscuro proceso
judicial. En tiempos de antes de la Gran
Guerra, cuando Poma ya no era lo que solía ser, una gran cantidad de bocones,
profetas y charlatanes arribaron al gran Imperio. Con ellos llegó una suerte de intranquilidad
y desconcierto social que provocó más de algún disturbio. Nada, en todo caso, que hiciera tambalear al
ya debilitado Imperio. Los pequeños desórdenes
y alborotos eran siempre controlados y tratados como meros asuntos de policía
local; aunque ciertamente la suma de todos estos pequeños jaleos generaban una
molestia no menor para las autoridades del Estado. Uno de estos alborotadores y delincuentillos,
que disfrazaba todo su resentimiento contra el orden establecido en la forma de
una nueva doctrina, fue quien dio origen a la veneración del símbolo de la
Horca. Su nombre, según cuenta la leyenda -aunque nada de esto podemos
precisar- era Yesús, oriundo de una ciudad hoy desaparecida, llamada Nataret,
un lugar perdido en el continente allende Solvástika[1]. Yesús de Nataret era,
como todos los bocones y charlatanes de aquellos días, un inconformista de su
tiempo, un hombre reñido con las leyes y las instituciones de su época. Se dice que habría tenido muchos seguidores
(nada de esto, no obstante, se ha podido comprobar) y que habría predicado sin
ambages una doctrina del amor y de la paz universales. A nosotros, por cierto, nos es muy difícil
corroborar estas informaciones; aunque algunas de ellas nos resultan menos
inverosímiles que otras. Por ejemplo, el
asunto de si predicó o no una doctrina del amor y de la paz universal nos
resulta plausible de creer, pues no entraña ninguna novedad. Se sabe que hacia finales de la época que
precedió a la Gran Guerra la gente solía alucinar con este tipo de supercherías
reblandecedoras: doctrinas del amor y de la paz se vendían como el pan caliente
en verano y, por cierto, siempre había lugar para que algún nuevo bocón la
reinterpretara a su gusto. El éxito de
estas doctrinas yacía en la simplicidad de sus premisas, siempre tan ad-hoc a
la particular inteligencia del pueblo.
Jamás contenían cosas que superaran en complejidad enunciados tales como
‘el cielo es azul’ o el ‘agua moja’. Y
siempre se daban vueltas entre tres o cuatro ideas, las que combinadas
ingeniosamente dejaban la impresión de estar en frente de una nueva
doctrina. En ello yacía el secreto de su
éxito. ‘Azul es el cielo’ o ‘el cielo
azul es’ podían ser variantes interesantísimas de las nuevas proposiciones,
para las que la gente siempre estaba bien predispuesta y llana. Pero, como ya dijimos, nunca iban más allá
de esto[2]. Por ello, no resulta difícil
aceptar que este Yesús de Nataret haya predicado, también, doctrinas del amor y
la paz del tipo ‘el cielo es azul’ o ‘el agua moja’. Lo que no queda nada claro, eso sí, y cabe,
por tanto, explicarlo en estas hojas, son las circunstancias de su muerte, la
cual habría dado origen a la veneración del símbolo de la Horca.
Lo primero que hay que subrayar, al respecto, es que antes
de la venida de este predicador, la Horca no constituía un símbolo, en lo
absoluto, de nada. Pero, si se la
hubiera usado como símbolo de algo, no nos asiste la menor duda de que habría
sido utilizada como un símbolo del horror y la vergüenza. Y esto es porque la
Horca, en cuanto es un instrumento al servicio de la muerte, no puede menos que
ser un símbolo portador de energías negativas.
La muerte en la Horca era sinónimo de vergüenza y deshonor; y estaba
reservada únicamente a los criminales de la más baja ralea. No estará nunca demás insistir, por tanto, en
el tipo de persona que tiene que haber sido este Yesús de Nataret: si su
ignominiosa muerte acaeció en la Horca, nos queda bien establecido la opinión
que sus contemporáneos tuvieron que haberse formado de él.
Ahora bien, Yesús de Nataret fue juzgado por un bizarro
tribunal de la época conocido como el Satedrín. Algunos dicen que este tribunal
había sido fundado por un antiguo patriarca del pueblo de Yesús, un tal Satén o
Satán, líder religioso de una época que nos es difícil precisar. Fue en honor de este personaje que el
tribunal se llamaba Satedrín, (Satadrín o Satandrín según otras variantes de la
misma). En todo caso, para lo que nos
importa decir aquí, bástenos con afirmar que Yesús de Nataret fue juzgado por
este Tribunal y condenado a morir como un criminal cualquiera (es decir, sin
dignidad alguna) en la Horca. A partir
de este momento, ese instrumento de la muerte que es la Horca, pasó a
convertirse en un ícono de la esperanza en una vida futura.
Muchas cosas son las que se pueden referir sobre este
asunto. Lo primero es que, pese a la
trivialidad de la historia y los hechos que acompañan a la vida y muerte de
este oscuro delincuentillo, no ha podido hallarse ningún documento, salvo los
escritos por sus propios seguidores, que pruebe, en algún modo, su
existencia. Y cuando decimos que no se
ha encontrado ningún documento lo que queremos decir es precisamente eso:
NINGÚN DOCUMENTO. Cosa rara, por decir
lo menos, sobre este curiosísimo personaje. Sobre todo, si se toma en cuenta
que los cuatro escritos redactados por sus seguidores -y que son, en todo caso,
los únicos que refieren su hipotética existencia- nos hablan de él como si se
tratase de un gran personaje de su tiempo, de alguien que habría estado en
conexión con las más altas esferas del poder y cuya presencia, en los
noticiarios de la época, no habría dado lugar a duda alguna sobre su existencia. Cuesta creer, por tanto, que una humanidad
como la de aquellos días, con capacidad de poner por escrito hasta los hechos
más triviales de su época, no haya sido capaz de redactar SIQUIERA UNA LÍNEA
sobre la vida y la obra de este supuesto magnánimo personaje. Razón suficiente y legítima, por tanto, para
dudar de la real existencia de este adalid de esclavos (que es la opinión que
nos hemos formado, en todo caso, de este Yesús de Nataret). Pero leyenda o no, lo cierto es que hubo un
tiempo, entre nosotros, que duró un poco más de dos mil años, en la que los
hombres adoraron la Horca como símbolo de redención, ignorando casi por
completo el espurio origen del significado de la veneración de este símbolo.
Yesús de Nataret había sido un carpintero de oficio de
origen tullido. Los tullidos eran una
tribu de las tierras allende Solvástika que se habían caracterizado por su
notable predisposición a la porfía, el resentimiento, la envidia, el pillaje,
la truculencia, la intriga, la desconfianza, la deshonestidad, la trampa y el
engaño. Vivían quejándose y lamentándose
todo el tiempo por todo; y no perdían jamás ocasión de dar muestras excesivas
de su marcada actitud lastimera, pedigüeña, avara y usurera. Les encantaba hacerse las víctimas por todo,
aunque en realidad les sentaba mejor el papel de victimarios. Pero el caso es que victimizarse les había
dado, en toda época, grandes dividendos; y por ello privilegiaban este modo de
ser con gran versatilidad. En la época
que los historiadores coinciden en llamar época de la globalización, unos seis
o siete siglos antes de la última Gran Guerra, se dice que los tullidos habían
logrado convencer a la humanidad entera de ser las pobres víctimas de la acción
criminal de un pueblo de las tierras del norte, quienes sin motivo racional
alguno, se habrían despachado para el otro mundo a un total de seis millones de
tullidos, por los medios más increíbles que quepa imaginar. Y aunque nunca pudo hallarse prueba objetiva
alguna de este colosal acontecimiento, los tullidos habían logrado hipnotizar a
toda la humanidad con el mito de los seis millones de tullidos muertos. Por cierto que esa victimización consciente,
de la que tanto se hablaba en aquellos días, les había traído los más grandes
dividendos de la historia. Por de pronto,
con ello se habían agenciado, para sí mismos, la formación de un prodigioso
Estado, en unas tierras que habían pertenecido por siglos a otro pueblo. Lograron hacer que el país del norte, a
quienes sindicaban como los responsables del Holocuento (que esta era la forma
como llamaban al mito de los seis millones de tullidos muertos) pagara cifras
de dinero exorbitantes de reparación por los supuestos crímenes de guerra, a
esta nueva nación de los tullidos, que, en todo caso, ni siquiera habían combatido
en este conflicto. Merced a las intrigas
de siempre, lograron filtrar la casi totalidad de los gobiernos de los países
más poderosos del mundo, explotando hasta la saciedad el mito de los seis
millones de tullidos muertos, y haciéndose por ello un país inmensamente rico.
El nombre real de esta tribu de intrigantes se nos ha
extraviado del todo. Pero algunas
fuentes que hemos podido consultar, no sin dificultades, nos llevan a
determinar que los tullidos, en aquellos días del mito de los seis millones –época
que los historiadores han convenido en llamar, como ya dijimos, era de la
globalización (otros, por razones que no cabe explicar aquí, la han preferido
llamar ‘época de la holiwudisación’)- eran ampliamente conocidos como
‘Tullidos’ (de donde viene tuyudidos, tullididos, tullidos), nombre que les
habría sido dado en honor de Yudá, un mago negro de épocas todavía más lejanas,
y por tanto, de tiempos más difíciles de precisar. Yesús de Nataret, el ahorcado, habría sido
entonces un Yudío, un nariz de anzuelo, o langanasú (nariz larga), como le
habrían llamado los pomanos. Aunque esta
historia tampoco queda clara y cabe hacer aquí también algunas precisiones.
Los pomanos, como todo el mundo sabe, fueron aquel
maravilloso pueblo que salvó a la humanidad de la decadencia a la que le había
conducido la globalización. Por esa
razón, los Tullidos, a quienes los pomanos llamaban longanasú (narices largas),
les habían odiado y envidiado todo el tiempo.
Se sabe que la globalización había sido una creación tullida impuesta a
la humanidad por medio de ese otro curioso invento llamado ‘economía’ (invento
que en los días de la globalización era sinónimo de un endeudamiento y
esclavitud atroz per secula seculorum.
No sólo los Estados se endeudaban: todo el mundo, hasta el más
insignificante hijo de vecino vivía endeudado).
Los pomanos habían acabado de un plumazo con esta esclavitud tiránica
que suponía la globalización. Y por ello se habían granjeado el odio eterno de
los tullidos (que eran, en todo caso, los únicos que se habían beneficiado de
la esclavitud económica que generaba el sistema de la neoliberalización
–variante eufemística con la que algunos se referían a la globalización). Es por esta misma razón que los tullidos se
dedicaron, a partir de entonces, a esparcir hasta la saciedad, toda clase de
conjuros y maleficios contra los pomanos, sin obtener, por cierto, resultado
alguno. Los pomanos, en realidad, vivían
como si los tullidos no existieran. De
vez en cuando, eso sí, reparaban en lo extraño que era este pueblo. Pero, en general, no le daban mucha
importancia. Como buenas gentes que eran
les habían perdonado todo cuanto habían hecho sufrir a la humanidad entera con
su maldito sistema económico. Pero ello
no les impedía tener clara cuenta acerca de quiénes eran, en verdad, estos
tullidos. La mayor parte del tiempo, los
consideraban más bien como un pueblo molesto, al modo como puede llegar a ser
molesto, para cualquiera, una comezón en la espalda, o una piedrecilla en el
zapato, o una mosca revoloteando alrededor de uno a la hora del almuerzo. Pero fuera de esto no les daban mayor
importancia, y los dejaban vivir tranquilos, a cambio, únicamente, de que
cumplieran sus compromisos económicos con el Imperio –porque demás está decir
que en los días en que los pomanos tomaron contacto con los tullidos, Poma ya
era un Imperio.
Para los tullidos, en cambio, los pomanos eran el pan
corriente de cada día. No había otra
cosa que les importara más que los pomanos.
Se obsesionaban con ellos noche y día.
Y les prometían las penas del infierno.
Por ello, cuando en medio del éxtasis revanchista, apareció este Yesús
de Nataret predicando la paz y el amor incluso para con los pomanos, los
tullidos hirvieron en sangre a un punto tal de absoluta ebullición. No dudaron entonces en hacer con este nuevo
bocón aparecido, lo mismo que unos años antes habían hecho con Jan, el tatuísta
(llamado así porque predicaba una extraña doctrina a las orillas del río Jodán
o Nomejodán[3], donde se sentaba en una cómoda silla de playa y se las dedicaba
el día entero a tatuar a todo tipo de hippies, marihuaneros, pacifistas y
cuanta mierda miserable excéntrica, llegada de todas parte del planeta, se le
acercara). Este tatuísta había sido, lo
mismo que el ahorcado (esto es, Yesús de Nataret), un bocón de moda en esos
días. Pero a diferencia de este último,
la cizaña tullida en contra de él, había decretado para el tatuísta una muerte
muy distinta –pero no por ello menos horrible que la que decretarían después
contra el ahorcado-. Contra el tatuísta
el método para acallarlo consistió en cortarle la cabeza. Lo cierto es que cuando apareció Yesús en la
escena pública de los tullidos, a juzgar por los relatos que nos llegan de los
cuatro evantrampistas (llamados así por su curiosa obstinación e inclinación a
hacer trampas: uno de ellos, incluso, habría comenzado su vida adulta como
recaudador de impuestos para los pomanos), a juzgar por el relato de estos
evantrampistas, digo, -que, en todo caso, son los únicos que existen- Yesús de
Nataret habría provocado tal escándalo entre sus congéneres, por boconear la
paz y el amor a todo el mundo, incluso a los pomanos, que no habría dejado de
llamar la atención de los miembros del Satedrín –o Satandrín (hay fuentes que
señalan que los miembros de este consejo habrían sido llamados también
Satandrines o malandrines)- quienes no perdieron su tiempo y lo enjuiciaron por
blasfemia, condenándole a morir en la Horca.
Ahora bien, como en aquel entonces Istael (que éste era el
nombre que le daban los tullidos a su Estado) era una provincia pomana, y los
tullidos no podían gobernarse por sí solos –y en consecuencia, no podían
ejecutoriar ninguna condena emanada del Satedrín (que a efectos prácticos,
pesaba menos que una hoja echada al viento para los pomanos)- los tullidos
llevaron el caso de Yesús a un tribunal de Poma y lo rodearon, como siempre, de
una cantidad considerable de intrigas. Se trataba de hacer que los pomanos
hallaran a Yesús culpable de traición a Poma: tarea nada fácil de conseguir, pues
Yesús había boconeado abiertamente el amor a los mismísimos pomanos. Pero
acostumbrados como estaban los tullidos a tramar intrigas de toda índole y
habiendo desarrollado la habilidad del verbo fácil y la capacidad de
razonamiento intrincado, típico de las naturalezas rastreras, no les costó
mucho poner las cosas de un tal modo que, lo que un principio era, a ojos
vistas de cualquiera, lealtad, ahora podía ser visto como traición. Y es que el espíritu del pomano, práctico y
sencillo como era, no podía fácilmente contra los intrincados razonamientos y
silogismos de la mente abstrusa de los tullidos; y terminaron, por ello,
rindiéndose dócilmente, como siempre, a una lógica que contradecía el más
elemental sentido común. Y es que los
tullidos eran expertos en dar vueltas las cosas, en poner todo patas para
arriba. Su ámbito natural -el dominio en
el que más cómodamente se movían- era la mente y los frutos monstruosos de la
mente (el silogismo incluido entre ellos).
El mismo Yesús de Nataret había sido una clara muestra de cómo, a través
de unos pocos razonamientos intrincados y enrevesados hasta la aparente
simplicidad, un toro podía terminar siendo una vaca, o un perro podía terminar
siendo un pez. Con su natural habilidad
para los juegos mentales y la abstracción -que a los tullidos parecía venirles
de su prolongado trato con el comercio y las transacciones de toda índole- los
miembros de esta raza no tuvieron mayor dificultad para convencer al procurador
pomano de la culpabilidad de Yesús y a éste no le quedó más remedio que
condenarlo a morir ahorcado, por razones que, en el fondo de su alma, su
sencillez le impedía comprender. Fue así
como Yesús fue ahorcado un viernes por la mañana, en presencia de unos cuantos
pocos seguidores, a los que, según se dice, les habría prometido regresar. Con la muerte ignominiosa de Yesús en la
Horca se inicia la historia de cómo, este horripilante instrumento de la
muerte, acabaría finalmente por desplazar a la Solvástika como ícono religioso
de los solvastikanianos.
La historia es más o menos como sigue. Una vez que Yesús desapareció forzosamente de
la escena pública de Istael, los tullidos se dieron a la tarea de perseguir a
sus discípulos. Y aunque éstos eran
pocos e insignificantes los tullidos pensaban que no había que darles
tregua. Les acosarían implacablemente,
del mismo modo que ya antes habían perseguido a los seguidores del tatuísta, y
en general, a todo aquel que no pensara como ellos. Los tullidos eran rígidos y pérfidos, y se
enseñaban con todo aquel que osara desafiarlos.
Por ello, aunque los seguidores del ahorcado –conocidos también como
ahorquistas[4]- eran pocos, igual había que perseguirlos, pues nadie que osara
desafiar a Istael debía quedar sin castigo.
Para esto, los tullidos se sirvieron de la ayuda de un soplón de
primera, uno de los más cualificados agentes para el espionaje y el
contraespionaje, un tal Zaulo de Farso[5], conocido mejor por su alias como el
apóstol Dablo, o Diablo (no podemos garantizar aquí tampoco la exactitud del
nombre). Este pillo, sujeto de la peor
ralea y salido de la más pútrida cloaca, oficiaba de agente secreto para los
tullidos, esto es, de soplón a sueldo del Estado (un verdadero delator
profesional). La traición era el dominio
en el que mejor se movía. Su tarea era filtrarse entre los grupos subversivos
de la época y practicar la delación. Se
cuenta que entre todos los soplones del Estado no había ninguno más diligente
que él. Algunos piensan que su
enconamiento en delatar le producía tal placer que sólo podía atribuírsele a un
profundo instinto de maldad. Zaulo de
Farso era implacablemente cruel contra quienes dirigía su cizaña y fue por ello
que se le encomendó la infiltración de uno de los grupos más molestos de esos
días: los ya conocidos ahorquistas. Zaulo
comenzó su persecución de los ahorquistas de un modo implacable. Pero he aquí que un día se le dio vuelta el
paraguas y terminó por convertirse en el más resuelto de los ahorquistas. ¿Cómo fue que sucedió esto? La historia oficial cuenta que cuando Zaulo
fue enviado a la isla de Solvástika a perseguir ahorquistas una luz le
encegueció y le habló de esta forma: “Zaulo, le habría dicho la voz, ¿por qué
me persigues?”. Entonces Zaulo reconoció
al instante que esa voz era la voz del ahorcado. Poco importó entonces, a quienes escrutaron
ese hecho, saber que Zaulo no había visto jamás en persona al ahorcado. De tal modo que, si no le había visto ni
escuchado ¿cómo podía saber que era el ahorcado quien le hablaba? Lo cierto es que nunca se molestaron en aclarar
esta cuestión y tan pronto como Zaulo recuperó su vista (a los tres días
después de sucedido el hecho que relatamos) dejó de ser un perseguidor de
ahorquitas y se convirtió en el más entusiasta seguidor del ahorcado. Esto es, por lo menos, lo que cuenta la
historia oficial. Pero no es esta la
única versión que existe de estos hechos.
Nuestras fuentes nos llevan a considerar, también, la otra versión de
esta historia, ampliamente difundida entre nosotros desde que los hileristas,
seguidores de un sabio guerrero de nuestros tiempos llamado Hiler,
redescubrieran el valor y el símbolo de la Solvástika. Esta es la otra versión de estos hechos. Se sabe que cuando los ahorquistas, todos
ellos de raza tullida, emigraron del continente a la isla de Solvástika,
tuvieron mucha aceptación entre los nativos, quienes les acogieron en sus casas
y asimilaron algunas de las ideas de su nueva doctrina. Como no existía en Solvástika la pena de
muerte por ahorcamiento los solvastikanianos no asociaron, en principio, el
símbolo de la Horca con nada malo.
Intuitivamente algunos, eso sí, lo encontraron un poco
estrafalario. Pero prontamente no hubo
ningún solvastikaniano que dudara en lo absoluto de sus nuevos huéspedes, los
ahorquistas. Y es que los nativos de
Solvástika eran gentes sencillas, amables, confiadas; limpios de corazón y de
espíritu. Con el tiempo, incluso, hubo
algunos solvastikanianos que terminaron por convertirse a la religión del
ahorcado: en ellos yace el comienzo de la tragedia que vendrá después. Cuando llegó al continente la noticia de que
los ahorquistas estaban teniendo éxito en Solvástika, el jefe del Satedrín, un
tal Kaipás Malandrín, no dudo en planear una nueva intriga para sacar provecho
de esta situación. “Si los
solvastikanianos eran gentes tan simples y crédulas como parecen ser -pensó el
jefe del Satedrín- quizá sea mejor irse donde ellos e instalarse a vivir
allí” Después de todo, ya nada podían
hacer contra los pomanos; en cambio, los solvastikanianos ignoraban en absoluto
cómo eran ellos, y dada su particular tendencia a confiar, resultaban ser un
blanco perfecto para un nuevo engaño.
Fue entonces cuando Kaipás Malandrín ideó su malévolo plan. Hizo venir a palacio al más pérfido de sus
delatores, el ya conocido por nosotros Zaulo de Farso. Y le dijo: “Quiero que vayas a Solvástika, la
isla, y que te hagas pasar por ahorquista, y que prediques allí las mismas
supercherías del ahorcado. Quiero que
todo el mundo en esas tierras se convenza de que tú eres el más entusiasta de
los seguidores de ese farsante. Y ya
para cuando eso haya sucedido comenzarás a emborrachar la perdiz de los
solvastikanianos, contando verdades a medias, mezclando mentiras con verdad,
debilitando en todo su carácter y su moral.
Difundirás como si hubiese salido de la boca del ahorcado una nueva
doctrina, una doctrina nuestra dirigida para ellos, con el objeto de
debilitarlos y convertirlos fácilmente a nuestro antiguo evangelio, el de la
usurocracia, que tantos dividendos nos trajo antiguamente, en la época de la
globalización neoliberalista, cuando gobernábamos sin contrapeso el mundo,
gracias a nuestros bancos, nuestra prensa, nuestra amada holiwud; y nuestro más
amado aún sistema financista. Se sabe
que los solvastikanianos son gente sencilla y simple, pero también un poco
duros de carácter, y apegados sobre manera a la tradición y a sus
costumbres. Pues bien, todo lo que
prediques en nombre del ahorcado tiene que tener por objeto debilitar sus
costumbres y su carácter. Deberás
ingeniártelas para que en lugar de la tradición amen los cambios. Para ello promoverás una nueva ideología que
llamarás ‘Revolución’. Y la pintarás con
los más vistosos colores, de tal manera que se vuelva atractiva a las masas del
pueblo, que nunca entienden mucho de nada, y que siempre se dejan llevar
únicamente por las impresiones, por aquello que ataca al gusto y al
sentimiento. Deberás hacer por tanto que
la Revolución sea más atractiva que la Tradición; y para ello identificarás la
revolución con el pueblo, y la tradición con los amos. Así nos será más fácil debilitarlos y
controlarlos. Y por sobre todo, debes
barrer con sus antiguos símbolos; de ese modo, tras unas tres o cuatro
generaciones, ya no poseerán inconsciente colectivo alguno desde el que generar
resistencias intuitivas hacia nosotros, cuando ya comience a hacérseles patente
que les dominamos. Debes cortar de raíz
los símbolos que lo unen a sus costumbres y a sus tradiciones, y debes
reemplazarlas por símbolos que fabriquemos especialmente para ellos. De ese modo, y aunque en un principio no le
hallen significado alguno, nuestros íconos terminarán por neutralizar y
bloquear toda su vinculación existencial, cósmica e inconsciente con lo que
eran sus arquetipos antiguos. Nuestra
historia patria devendrá su historia nacional, y nuestros patriarcas se
convertirán en sus héroes. Así, cuando
nosotros decidamos irnos para allá, nos será más fácil instalarnos y comenzar
de a poco a dominar a los solvastikanianos”.
De esa suerte fue que habló el jefe del Satedrín y Zaulo de Farso le
obedeció al pie de la letra. En el
camino a Solvástika se convirtió al ahorquismo a través del truco que referimos
más arriba. Predicó incansablemente en nombre del ahorcado una nueva doctrina
que no le costó mucho recrear, pues las supercherías del carpintero de Nataret
eran ya, de por sí, ampliamente debilitantes. Logró expandir por toda la isla
las nuevas supersticiones, hasta que llegó el día en que el mismísimo rey de
Solvástika se convirtió al ahorquismo.
Este rey, célebre por su estupidez (la cual, según se dice, era
comparable en grados únicamente con su crueldad), fue quien terminó por
completar la obra encomendada, siglos antes, a Zaulo de Farso. Su nombre era Tontantino (llamado así por lo
profundamente tonto que era), y fue, en los hechos, el verdadero creador del
símbolo de la Horca. Cuenta la leyenda
que la noche previa a una batalla decisiva por el trono de Solvástika
Tontantino tuvo un sueño. En él vio una
gran Horca y bajo ella la inscripción: “Bajo este signo vencerás”. Bastó únicamente esa sujeción onírica para
que Tontantino, acrítico como era, se convirtiera al ahorquismo e impusiera en
todo la isla la moda de llevar colgado al cuello un collar con una Horca como
símbolo de su adhesión a la nueva doctrina.
Los solvastikanianos, en realidad, temerosos del nuevo rey –pues sabido
es que era cruel en una proporción similar a su tontera- se mandaron a hacer
collares con símbolos de horcas por montones.
Y no faltó aquel que para congraciarse todavía más con el nuevo jefe de
gobierno mandó a construir una Horca en el antejardín de su casa, de la que
hizo colgar el maniquí de yeso de un ahorcado, en honor del mismísimo
Yesús. Con el tiempo se olvidó el temor
y las horcas fueron llevadas por costumbres entre las solvastikanianos, como si
se tratase de un nuevo símbolo redentor.
Tontantino, entonces, prohibió para siempre el símbolo de la Solvástika
y la religión que le era afín. A partir
de entonces, todos en la isla deberían convertirse al ahorquismo.
Pero llegó un día en que un joven príncipe se opuso a la
nueva doctrina. Su nombre era Tuliano,
conocido también como el apostata, por su ímpetu de renegado contra el
ahorquismo. Tuliano había comenzado su
carrera como un bravo general al servicio de Solvástika. Y fue en nombre de esta tierra que marchó a
Poma a combatir a los Pleteyos, en los días de la Gran Guerra. Fue en Poma que se enteró del verdadero
significado de la Horca, y de la real naturaleza de los padres del ahorquismo. Ya cuando la guerra terminó y Tuliano tuvo
que volver a Solvástika se propuso extirpar de su tierra el maleficio que había
caído con la llegada de los ahorquistas.
Lo primero que hizo fue confrontar el nuevo ícono de la religión
ahorquista con el antiguo símbolo que había dado origen a la Solvástika. Escribió un tratado que difundió por toda la
isla. En él resumía en unos pocos puntos
las profundas diferencias que existían entre los dos símbolos en cuestión.
Nosotros reproduciremos aquí las más significativas diferencias planteadas por
Tuliano, conforme se nos impone por los asuntos que estamos narrando en estas
líneas. Las discrepancias entre el
símbolo de la Solvástika y el símbolo de la Horca pueden resumirse, siguiendo a
Tuliano, del modo que sigue:
1. La Solvástika
es un símbolo de la vida, mientras que la Horca representa la muerte. Tuliano
justificó esto diciendo que la Solvástika, en la medida que representa al Sol y
el Sol es el astro dador de vida por antonomasia, ella misma es un símbolo de
la vida. En cambio, la Horca, al ser en
los hechos un instrumento al servicio de la muerte, no podía menos que
representarla en su funcionamiento más patético, el que prescribe la muerte de
los criminales más abominables.
2. Al ser un
símbolo de la vida, la Solvástika es también un símbolo de la buena fortuna y
usado para promover las buenas vibraciones.
Esto le viene de su carácter fértil, pues la fertilidad es una de las
características de la vida. La Horca, en
cambio, al ser un símbolo de la muerte, no podía menos que acarrear malas
vibras y ser, en todo, un ícono de la
mala fortuna. Nada bueno podía esperarse
de un símbolo así. Se sabe que hasta muy
entrado el presente siglo los tullidos todavía lo usaban para proferir todo
tipo de conjuros y maleficios.
3. La Solvástika,
al semejar con sus cuatro brazos el movimiento del Sol a través de las cuatro
estaciones del año, era claramente un símbolo de fertilidad que llamaba a las
buenas cosechas. La horca, en cambio, al
semejar a la muerte, sólo podía representar, en este sentido, la esterilidad y
la petrificación.
4. Al imitar la
vida y llamar las buenas vibraciones la Solvástika despertaba el lado luminoso
de la vida psíquica y lo potenciaba creativamente. La Horca, en cambio, al ser un símbolo del
horror, sólo podía incitar el lado sádico de la vida anímica, e
inconscientemente llamar la atención, precisamente, de las gentes que, por su
torcida naturaleza, tienen mayor predisposición hacia el delito, la crueldad y
la truculencia.
5. La Solvástika,
al estar del lado de la vida, enriquecía a los individuos que vivían bajo sus
auspicios, haciéndolos mejores personas, y dotando sus existencias de un
sentido del acontecer que tomaba a la naturaleza como paradigma. La Horca, en cambio, al ser un símbolo al
servicio de la muerte y de claras connotaciones negativas, sólo podía echar a
perder a las personas, hundiendo sus existencias en irracionalismo, faltas de
sentido, caos anímico, y toda clase de desórdenes mentales y afectivos.
Cabe destacar también que la Solvástika era un símbolo
natural, en tanto que la Horca era un invento humano creado originalmente para
acabar con la vida de los criminales, parias, y delincuentes de la peor
ralea. Pero lo que es todavía más
curioso, señalaba Tuliano, es que las gentes que comenzaban a guiar sus vidas
por el símbolo de la Horca perdían toda conexión natural con su mundo
interior. Se volvían sujetos sin almas,
sin espíritu. Todo en ellos era ligereza
y penosa mediocridad. Se echaban a
perder como personas. Y ya no tenían la
riqueza psíquica que solían tener.
Estaban, además, como estupidizados e hipnotizados por el nuevo símbolo;
como si una especie de magia negra se hubiese llevado a cabo, a través de la
Horca, en contra de ellos. La gente ya
no sólo colgaba a sus cuellos collares de Horcas con figuras de ahorcados
hechos de los más finos y curiosos materiales, sino que también los
antejardines y los livings de las casas se llenaron de Horcas con figuras de
sujetos ahorcados. Imagínense cuál fue
la sorpresa de Tuliano el día que visitó a uno de sus antiguos amigos que se
había convertido al ahorquismo. Entró en
su casa, y para su sorpresa, vio una enorme escultura tallada en bronce, de un
tipo colgado de una cuerda de acero atada a la viga de un techo, con una
expresión de dolor en el rostro, que sólo podía despertar en uno, los
sentimientos más horripilantes. Como esa
figura en la casa del amigo de Tuliano, cientos de otras imágenes, retratos,
esculturas, maniquíes, muñecos, etc., de sujetos colgando con una soga atada al
cuello, hallábanse por todas partes en Solvástika. En las plazas, en los antejardines de las
casas, en los livings, en las habitaciones personales, en el cuello de las
personas al modo de collares, etc. El
símbolo de la Horca se había vuelto omnipresente. Estaba por todas partes. ¿Cómo podía ser posible, se preguntaba
Tualiano, que siendo la Horca un símbolo tan manifiestamente maléfico, hubiera
gente que lo reverenciara como si se tratase de lo contrario? De hecho, en los días de Tuliano, se habían
puesto de moda unas películas llamadas de vampiros, donde los villanos eran
sujetos venidos del otro mundo, que para subsistir precisaban de succionar la
sangre humana. El carácter maligno de
estos sujetos quedaba atestiguado por el hecho de que eran criaturas de la
noche que no toleraban la luz del día.
Pues bien, en estas películas se mostraba un curioso modo de
combatirlos: la gente les ponía el símbolo de la Horca enfrente y lograba con
ello alejarlos. Esto no podía resultar
más extraño al gusto y paladar exigente de Tuliano. Si los vampiros eran seres maléficos, ¿cómo
es que podía combatírselos exhibiendo un símbolo igualmente maligno como
ellos? Antes bien, hubiera hecho sentido
que se los derrotara mostrándoles una Solvástika, que éste era por naturaleza
un símbolo de la luz y de la bienaventuranza.
Pero no una Horca, que era un símbolo igualmente diabólico como los
vampiros que pretendía alejar. ¿Cómo podía suceder que la gente no se diera cuenta
de algo que era tan evidente? Tuliano
caviló y caviló, entonces, por días y semanas enteras, hasta que logró dar con
una respuesta. Los Solvastikanianos
tenían que estar siendo hipnotizados. El
ícono de la Horca no sólo era un símbolo del horror, era también un instrumento
de magia negra. Apoyado por otro no
menos curioso invento llamado Tonteravisión, un antiguo aparato ridículo que se
había puesto nuevamente de moda en los días de Tuliano, los solvastikanianos
estaban siendo manipulados e hipnotizados por un poder invisible. A través de la Tonteravisión se les cortaba
el circuito del pensamiento; y por medio de la Horca se les hipnotizaba. Tuliano comenzó a sospechar que tras esta
macabra acción debían hallarse los mismos corruptos de siempre, los tullidos y
sus secuaces, los ahorquistas. Y
entonces decidió combatirlos con todo su puño y toda su fuerza. Descubrió que tras la manipulación de los
solvastikanianos, los usuristas (que este era otro de los nombres con que se
conocía a los tullidos) y los ahorquistas buscaban el control y el dominio
total de la isla, para así imponer su economía y terminar por subyugar y
esclavizar la vida de todos en beneficio únicamente de ellos. Tuliano reunió entonces a los mejores hombres
de su época, los únicos que no habían sucumbido a la corrupción. Éstos, entonces, se hicieron llamar “los
buenos hombres” y combatieron hasta el último de ellos la maldición que se
había extendido por toda Solvástika.
Pero no lograron éxito alguno, en su lucha contra los usuristas y los
ahorquistas. Al parecer ya era demasiado
tarde. La perfidia había penetrado hasta
tal punto el alma de los solvastikanianos que ya no era posible volver
atrás. Hacía falta algo más que la
voluntad y la inteligencia de un joven príncipe como Tuliano para exorcizar a
estos demonios. La buena nueva sólo pudo
llegar muchos siglos después, cuando los guerreros hileristas, de quienes somos
orgullosamente sus herederos, terminaron por purificar la antigua tierra de
Solvástika, expulsando a todos aquellos espíritus inmundos de la isla. Su líder, el joven guerrero Hiler, fue quien
trajo a nuestras tierras del continente el nuevo evangelio. Y con ello hemos comenzado a purificar,
también hoy, nuestro país. Nuestra tarea
aun no concluye. Pero sabemos que,
igualmente que sucedió en esa isla llamada Solvástika, también aquí volverá a
brillar la vida, el sentido y la sensatez que una vez, hace mucho, existió
entre los hombres.
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