Su abarrotería prosperó y Tristán de Alzúcer decidió ampliar la variedad de mercancías ofrecidas en la tienda, por lo que envió a su hijo a buscar mercaderías en la ciudad de Veracruz y en las costas del sureste. Lejos de su padre, el hijo contrajo una enfermedad mortal cuya gravedad le impedía regresar a la Ciudad de México. Tristán de Alzúcer le rogó a la Virgen por el retorno de su hijo vivo y le prometió que caminaría hasta el santuario del cerrito en agradecimiento. Unas semanas después su hijo regresó débil y convaleciente. Con el paso del tiempo, Tristán olvidó su promesa realizada hacia la Virgen por dedicarse a su próspero negocio y sentía remordimientos cuando se acordaba de que no la había cumplido.
Un día visitó a su amigo el arzobispo para comentarle sobre su remordimiento por no cumplir la promesa, aunque siempre agradecía a la Virgen en sus rezos. El arzobispo le afirmó que con un rezo bastaba, lo eximió de su promesa y Don Tristán aliviado la olvidó.
Cierto día por la mañana, el arzobispo se encontraba caminando por la Calle de La Misericordia cuando se topó con Don Tristán quien estaba famélico, vestido con un sudario blanco, portaba una vela encendida y le respondió con voz tenebrosa que estaba cumpliendo la promesa. Extrañado el arzobispo, fue por la noche a casa de Tristán para pedirle una explicación y encontró su cadáver velado por su hijo, el cual estaba con el mismo aspecto, vestuario y vela que él había visto esa mañana. El hijo le comentó que su padre había muerto al amanecer y había sido obligado a cumplir la promesa. El arzobispo dedujo que se había topado con el espíritu de su amigo, quien se manifestó para cumplir la promesa y sintió remordimientos por eximirlo de ella.
Después de varios años el alma de Tristán siguió deambulando por la calle de la Misericordia, desde el incidente del arzobispo el vulgo la llamó el callejón del Muerto y siglos después se le renombró calle República Dominicana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario