viernes, 7 de julio de 2017
El Avaro Que Perdió Su Oro
El granjero salió del bosque y llegó al claro que estaba en
el linde de la maleza. En aquella soledad encontró a un anciano que tiritaba
lastimeramente. Sólo una harapienta capa le cubría el cuerpo del crudo frío
invernal. Sus cabellos grises estaban” insertados como plumas alrededor de la
cabeza, y su barba era larga y desaliñada. Con manos trémulas se secó las
lágrímas, pero siguió gimiendo.
El buen granjero se apiadó de él y le dijo, bondadosamente:
-Dime, amigo mío, ¿qué te sucede?
-¡Algo terrible! ¡Espantoso! -exclamó el viejo, entre
sollozos- Vendí mi casa, mis tierras y todo lo que tenía, y oculté en este
agujero el oro que me dieron por ellos. Y ahora, ha desaparecido …,
desaparecido …,¡desaparecido!
Y, nuevamente, las lágrimas le resbalaron por las mejillas.
-Temo que estás sufriendo el castigo del avaro -dijo
sabiamente el granjero-. Has permutado tus cosas buenas y útiles por un montón
de oro inservible, que no puedes comer ni usar como ropa. ¡Aquí tienes!
-agregó-. Mira esta piedra. ¡Entiérrala y piensa que es tu pedazo de oro!
¡Nunca notarás la diferencia!
Y el granjero siguió su camino, abandonando al lloroso
viejo.
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