La apariencia del vodyanoi es la de un anciano de largas barbas, rostro inflado y panza abultada. A veces se le describe con cola de pez, como los tritones de la mitología griega, y con típico pelo verde que presentan muchos de estos seres del folclore eslavo ligados a la naturaleza.
Coincide con ellos también en su capacidad para cambiar de forma. Puede transformarse en pez, siendo su preferido el lucio, o en cualquier objeto inanimado (por ejemplo, un tronco flotando a la deriva), lo que aprovecha para atacar sorpresivamente a pescadores, bañistas y pastores que intentan conducir a través del río su ganado, el cual tampoco está libre de morir ahogado a manos del vodyanoi.
En ocasiones, sin embargo, este se conforma con gastar bromas terroríficas a sus víctimas. Cuentan que un pescador encontró una vez un cadáver flotando en el río. Nada más subirlo a bordo de su barca, cobró vida y, tras lanzar una salvaje carcajada, regresó de un salto al agua. No le quedó duda al pescador de que acababa de sufrir una macabra jugarreta del espíritu del agua.
Durante el día, el vodyanoi permanece en su hogar subacuático, en donde vive junto a sus hijos y a su mujer, que puede ser el espíritu de alguna muchacha ahogada, maldecida por sus padres, o una rusalka que antes era humana. Allí cuenta con un nutrido grupo de sirvientes, los cuales son en realidad las almas de sus víctimas.
Al llegar la noche sale a la superficie. Es entonces cuando se le puede ver zambullirse y saltar en el agua o se puede oír el estruendo de sus combates con el espíritu del bosque, con quien al parecer no se lleva demasiado bien. También puede salir a tierra firme, para sacar a pastar a su ganado a los prados de la ribera o con el objeto de hacer ocasionales incursiones en las aldeas, aunque fuera del agua resulta fácil reconocerle ya que gotea agua, dejando a su paso un rastro de pisadas húmedas.
Para evitar al vodyanoi, por tanto, lo mejor es no bañarse tras la puesta del sol. Algunas fechas están igualmente vedadas, como la semana en que cae la fiesta del profeta Elijah (Elías), y nunca debe uno internarse en el agua sin llevar un crucifijo al cuello.
Aunque la creencia en el vodyanoi casi se ha extinguido durante los últimos cien años, antaño era profundamente temido por los habitantes del mundo rural. Campesinos, pescadores y molineros intentaban ganarse su favor (o al menos su indiferencia) mediante ofrendas realizadas especialmente al principio de la primavera, cuando el espíritu del agua despertaba de su letargo invernal con energías renovadas. Estas ofrendas podían ir desde verter aceite en el agua hasta sacrificar un caballo arrojándolo al río con las patas atadas y una rueda de molino atada al cuello, lo cual demuestra el miedo que el vodyanoi despertaba entre los que compartían con él su entorno.
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