Igual de numerosos son los mitos y las leyendas que intentan explicar su origen. A la mitología clásica se le atribuyen al menos cuatro, aunque la verdad es que resulta difícil localizar estas versiones en los textos de los autores antiguos. Recogemos a continuación las cuatro, por tanto, sin atrevemos a decir cuál es griega, cuál romana o cuál aportación apócrifa posterior.
Una primera versión afirma que Cibeles creó esta flor como venganza contra Afrodita, para que su belleza hiciese competencia a la de la diosa del amor, hasta entonces sin rival.
Otra variante atribuye su creación a la propia Afrodita, quien mientras nacía de la espuma del mar habría querido poner a prueba su poder creando algo igual de hermoso que ella. De su seno surgió entonces una rosa blanca que utilizaría a partir de ese momento como adorno. Un día, Dionisio se acercó a ella y vertió unas gotas de su copa de vino sobre la flor, con lo que esta adquirió su característico tono rosado.
Se dice también que las rosas brotaron de la tierra por primera vez a partir de la sangre de Afrodita, cuando esta se cortó en un pie mientras corría hacia el agonizante Adonis, herido de muerte por un jabalí.
Una cuarta versión cuenta que Dionisio creó los rosales a partir de un zarzal. Una ninfa a la que perseguía se quedó enganchada en las espinas de un arbusto. Al presentarse Dionisio ante la ninfa, esta se sonrojó, y el dios, agradado con la visión de sus mejillas, ordenó al zarzal que se adornase con flores del mismo color. Lo toco con su varilla y de él brotaron entonces las primeras rosas que hubo en el mundo.
Excepto esta última historia, las demás relacionan a la rosa con Afrodita. Lo cierto es que, junto a la anémona y el mirto, era su flor sagrada. Los griegos la apreciaban por encima de cualquier otra flor, y con ella tejían coronas, adornaban a los comensales de los banquetes y honraban las tumbas de los muertos; su imagen aparecía además tallada en las monedas.
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