Henry acusó a Knox de haberle propinado una paliza, y muchas de las personas que le acompañaban en la cárcel pensaban que el chico estaba muy malherido. Henry presentaba una contusión en sus costillas, tosía sangre y tenía mucha fiebre. Su estado parecía desesperado y, después de dos semanas, se le ofreció una cama a la espera de que muriera. Pidió una manta para calentarse, y en el momento en el que el carcelero fue en busca de la manta, dejando la puerta abierta, Henry escapó.
Finalmente fue capturado de nuevo, y esta vez le colocaron esposas en el cuello y en los tobillos. Las esposas estaban atadas a una pared, con lo cual Henry no podía moverse en absoluto. A pesar de las cadenas, Henry logró romperlas, en una increíble proeza de fuerza, y eso que no era una persona en absoluto corpulenta. Pero Henry no le dijo a nadie que había logrado soltarse, claro…
Una noche el carcelero escuchó un gran ruido procedente de la celda de Henry. En un primer momento no encontró nada, pero luego se dio cuenta que los barrotes de la celda habían sido aserrados. Henry se había liberado de sus cadenas y había logrado huir de nuevo. Pero de nuevo, fue apresado y encarcelado.
Nuevamente volvió a ser encadenado con unas cadenas de mayor grosor y volumen, pero a la mañana siguiente lo volvieron a encontrar libre de sus ataduras. Había roto las cadenas sin necesidad de cortarlas con ningún instrumento. El sheriff que se encontraba a cargo de Henry nunca supo cómo había logrado desasirse de sus cadenas.
Pensando que hubiera algún tipo de magia en sus manos, sustituyó estas cadenas por otras que le colocaron en las piernas. Pero aquellas también logró romperlas Henry. Tras ser llevado al tribunal, Henry fue condenado a muerte.
De vuelta a su celda se negó a hablar, a comer, gritó y gritó, despreciando todo lo que se le intentaba ofrecer. Más tarde, completamente esposado, sin posibilidad de mover sus manos, y en la mayor de las oscuridades, logró hacer un muñeco, de tamaño completo, usando paja, trapos y madera quemada, dándole color con su propia sangre.
Su cuerpo permanecía inmune al frío de la celda, mientras que sus pies y sus manos siempre se mantenían en calor. Tenía la capacidad de hacer fuego en cualquier momento, y demostró poder hacerlo sin medios ningunos. Comenzó a predecir cosas del futuro, con lo que comenzó a ganarse la aprobación de todo el mundo. Sus predicciones le valieron el indulto.
Salió de la cárcel como un hombre libre, aunque no pareció entender lo que esto significaba ya que, unos meses más tarde, fue detenido en New Haven utilizando el nombre de William Newman. Al parecer, había entrado en la habitación de una joven y había robado todas sus joyas, en el momento en el que Henry sabía que no había nadie en la casa.
En otoño de 1817 se encontraba cumpliendo prisión por tres años en una mina de cobre en desuso en Conneticut, exento de los habituales trabajos forzosos debido a sus constantes ataques de epilepsia. En cambio trabajaba haciendo cuchillos, anillos y otras herramientas.
Después de salir de la cárcel vagó por Conneticut y Nueva York realizando muchos robos. Posteriormente pasó mucho tiempo en el sur como predicador, llamándose Henry Hopkins, teniendo muchos seguidores. En febrero de 1835 trató de robar el correo del norte en Nueva York, pero fue capturado. Se escapó y se dirigió hacia Canadá. En Toronto fue nuevamente encarcelado por allanamiento de morada, siendo la última vez que tenemos noticias del enigmático Henry.
Henry era una mezcla de charlatán, mago y escatologista paranormal. Sus hazañas iban más allá de la fuerza humana, así como su capacidad para producir fuego. El sheriff que le tuvo prisionero por primera vez fue el que relató por todos los hechos acaecidos en torno a este personaje.
Obviamente, muchas leyendas corren en Estados Unidos sobre el misterioso Henry Smith, pero todas ellas puede ser perfectamente diferenciadas de las que nos cuentan que fueron verdad.
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