Se conocen dos subespecies, o sea, dos versiones de la leyenda. La más antigua la recogió por primera vez Odorico de Pordenone a principios del siglo XIV. Según le contaron a este viajero, en los montes del Cáucaso crecen unos árboles cuyos frutos son semejantes a melones, solo que de mayor tamaño. Al abrirlos se descubre en su interior un animal vivo, hecho de carne y hueso, por cuyas venas fluye sangre y que se parece a un corderillo recién nacido, pues no tiene lana. Odorico explica que tanto el animal como el fruto sirven de comida a los habitantes de la región.
En el Libro de las maravillas del mundo, Juan de Mandevilla afirma haberlo probado él mismo, aunque no nos dice nada acerca de su sabor.
La otra variante del cordero de Escitia fue descrita por primera vez por el barón Segismundo de Herbetstein, a quien le hablaron de este ser durante un viaje realizado a Rusia a mediaos del siglo XVI. Su borametz no crece dentro de un fruto, sino que brota directamente de una semilla parecida a las de los melones, aunque algo más grande y redonda, que se ha de plantar en la tierra.
La vida de este cordero es solitaria y triste. Un tallo que le sale del ombligo lo ata a la tierra durante toda su existencia, así que no hace más que dar vueltas y vueltas, como un animal atado a una estaca, paciendo la hierba que crece dentro de su radio de acción hasta que esta se acaba. Entonces muere y se seca. Eso si no es devorado antes por un lobo, lo que sucede con cierta frecuencia, debido a su parecido con el cordero común o al sabor dulce (esta vez sí se nos dice algo sobre el tema) de su sustancia, que no es exactamente carne.
Además de utilizarlo como reclamo para cazar lobos, los caucasianos utilizan su piel, que se vuelve velluda al secarse, para confeccionar gorras, abrigos y mantas. Se trataría del famoso astracán (el cual se obtiene en realidad de una forma bastante más cruel).
El origen de esta leyenda podría hallarse en ciertos malentendidos en torno a las primeras noticias llegadas a Europa sobre el algodón. Herodoto lo describió como lana que crecía en los árboles. Según Teofrasto, salía del interior de un fruto redondo parecido a una manzana. A ese fruto lo designo con un término que significa también cordero, lo que pudo dar lugar a una confusión de la que nacerían las leyendas sobre el borametz. Otra posible causa estaría en la transmisión defectuosa de diversas leyendas orientales.
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