Atención Por Favor.

Ante todo nos dirigimos y agradecemos a todos por la ayuda que nos dan con este blog ya sean seguidores, oyentes del programa de radio y por sobre todo a todos aquellos propietarios de webs, blogs, libros y todos los lugares donde han obtenidos la información y nos han acercado a nuestro mail para que podamos publicarlas en este humilde blog, para que todas las semanas desde hace ya 7 años podamos compartir en dos emisiones las tantas historias, enigmas y misterios del universo que se van pasando de generación en generación y así reflejar esas viejas leyendas, historias, enigmas y misterios que de niños oímos mas de una vez y que nos asustaban en algunos casos como también en otras nos enseñaban a valorar y respetar esas narraciones.

Desde ya les agradezco a todos y pido disculpas si no se agrega la fuente por que muchos correos no la poseen y para no cometer errores no se agrega pero en este pequeño equipo estamos muy agradecidos para con todos. Muchísimas Gracias a todos en general por su valiosa información y por su cordial atención.

Equipo Infinito.



jueves, 11 de abril de 2019

La Leyenda del Manananggal


Las Filipinas son el hogar de algunas de las islas más hermosas del planeta. Consta de más de 7000 pequeñas islas con densos bosques.

Aunque estas islas son lugares paradisiacos, los lugareños afirman que estos bosques albergan criaturas siniestras, vampiros tales como el Aswang, y el Manananggal, Los informes incluyen una variedad de características diferentes entre estos tipos de vampiros, pero siempre se les confunde, ya que sus víctimas son encontradas muertas de manera similar.

El Aswang no posee alas y por lo general en el día en su forma humana, interactúa con la población de las islas, pero el Mannananggal no.

En esta ocasión, hablaremos de la leyenda del Mannananggal.
El nombre Manananggal proviene de la palabra tagalo "tanggal" que significa separar. Manananggal literalmente significa "uno que separa".

Siempre son retratados o descritos como mujeres; algunos relatos los han descrito como seductores y hermosos, aunque otros los describen como repulsivos.

El Manananggal es a menudo representado como una mujer hermosa. Habita con la gente del campo en el día para buscar una presa, pero en la noche, se transforma en un monstruo. Primero aplica un aceite especial en su cuerpo y luego desarrolla un par de alas de murciélago y una lengua hueca muy larga que puede desgarrar la carne humana. Luego se separa en la cintura, dejando la mitad inferior del cuerpo de pie en el bosque mientras vuela en busca de víctimas.

Se dice que Manananggal a menudo se dirige a mujeres embarazadas para sus bebés por nacer. Una vez que Manananggal encuentra su presa en el día y trata la tierra donde vive la madre, vuela al techo de la víctima y espera pacientemente a que todos se duerman. Después, el Manananggal crea un agujero en el techo con su afilada lengua hueca y lo usa para succionar al feto con el vientre de la madre. La lengua también se usa para chupar la sangre y las entrañas de sus víctimas.

Se cree que el Manananggal tiene un compañero, llamado tiktik que anuncia el acercamiento del Manananggal. Como una manera de confundir a las víctimas de Manananggal, el ruidoso llamado de los tik-tik significa que Manananggal está todavía muy lejos y se debilitará a medida que el Manananggal se acerque.

El Vampiro se posa en la parte superior de una choza y desliza su lengua extremadamente larga a través del techo de paja y en la habitación donde la víctima está durmiendo. Mientras succiona la sangre de los adultos mientras duermen, su comida favorita es la sangre de un feto no nacido. 

Esto explica cualquier aborto involuntario en la comunidad.
En Filipinas, a menudo se cree que Manananggal reside principalmente en las provincias de Visayan, Capiz, Iloilo y Antique. Vive en la ladera de la montaña de estas provincias, pero vive con personas en el día.

El Hombre Deambulante.


La siguiente experiencia que se sitúa en San Carlos, en una calle que llamamos “El bajo”, después fue evidenciada al descubrir que existe una leyenda sobre ello, hoy en día puedo decir que no tiene nada de leyenda y que realmente sucede, eventualmente.

Habíamos salido a correr, a estirar las piernas, a despejar la mente como lo veníamos haciendo durante algunas semanas. Ese día salimos más tarde de lo habitual a causa de varios contratiempos. La noche llegó rápido y la calle de tierra, que era nuestro camino cotidiano, estaba oscurísima, sin ningún poste que la alumbrara. Tiene exactamente cuatro kilómetros; creo que sólo hay dos casas en el trayecto; a los costados está lleno de sauces y un pequeño arroyo que acompaña el paso.

La calle era oscura de por si, pero ese día había hecho muchísimo calor y la tierra hacía más oscuro y pesado el ambiente. Debo admitir que al entrar en la calle repensamos la idea de dejar el ejercicio para otro día, pero ya estábamos en el baile, así que nos mandamos por la boca del lobo.

Como siempre antes de correr, calentamos caminando un poco, charlando boludeces; a veces nos chocábamos porque no se veían ni las manos. En varias partes escuchamos ruidos a los costados como si alguien estuviera persiguiéndonos, la obviedad nos decía que seguramente era un animal: pericote, rata, perro, etc. no le dimos importancia y seguimos caminando. Empezamos a correr mientras los ruidos a los costados continuaban; en un momento pasamos frente a una de las casas y nos salieron los perros, no los vimos, lo que sabemos es que parecían ser varios por la cantidad de ladridos; pero el hecho es que cuando pasamos frente a la casa y nos saltaron los canes salimos cagando y nos olvidamos del trote suave. Más adelante nos dimos cuenta que los perros no nos habían salido a nosotros porque pasaron de largo hasta el otro lado de la calle, ladrando enojados como si hubieran visto a alguien o algo. Nosotros por suerte ya estábamos varios metros adelante, pero los ladridos desaparecieron en la nada misma, de haber una jauría de perros, a un silencio total en sólo tres segundos. Eso nos resulto extrañísimo y ya nos empezamos a mear en las patas, pero no íbamos a volver, ya estábamos bastante lejos, así que seguimos corriendo unos 10 minutos hasta que frenamos a retomar el aire, en ese momento a lo lejos en la calle empezamos a divisar una extraña nube blanca en el medio, como humo que se volvía cada vez más blanca, pensamos que era humo, efectivamente, pero nunca recordamos que era imposible “ver” en esa calle; decidimos llegar al lugar para saber lo que era.

El tramo se hizo bastante largo, parecía que la nube se alejaba, pero llegamos y “entramos”, nos aliviamos porque sentimos olor a humo, así que continuamos pasando entre el nubarrón. En un instante a no más de 80 metros vimos la figura de un hombre parado de frente, de negro, llevaba un buzo con capucha, pantalón largo y estaba bastante erguido, parecía que era un hombre adulto por la postura. “¡Hey! Señor, ¿necesita algo?” le grité al rato, parecía que no había escuchado pero empezó a caminar hasta donde estábamos nosotros y de golpe salió corriendo hasta desaparecer de la calle. Casi como magia, a los dos segundos las ramas de los árboles empezaron a moverse como cuando corre viento y los perros que habíamos dejado atrás, ladraban y aullaban con miedo. Nos “miramos” la cara y salimos corriendo, nos olvidamos de respirar adecuadamente y de mantener el ritmo; ¡a la mierda eso! Corrimos hasta más no poder y llegar al final de la calle donde continuaba otra calle solitaria, pero al menos tenia postes de luz y un trecho más allá comenzaba el “centro urbano”.

Llegamos a nuestras casas sin aire, llenos de tierra, con repugnante olor a humo y tiritando; pensábamos que habíamos visto al mismísimo lucifer, y no era nada menos. No podíamos explicar la situación, la pensamos en todos los sentidos pero no llegamos a una conclusión lógica. Pero sí concordamos en que al día siguiente iríamos de nuevo, decididos encontrarle explicación, aunque nos costara un par de calzoncillos limpios.

Al otro día, al mismo horario partimos a la calle del bajo, pero esta vez con otro objetivo y con una cámara digital en mano. Entramos y estuvo tranquilo por un largo trecho, los ruidos a los costados se habían ido. Al pasar frente a la casa nos ladraron dos perros creo, nada importante, ni siquiera nos salieron a correr ni nada, eso nos dejaba confundidos, era raro. Tranquilos, seguimos y llegamos a la parte donde habíamos visto la nube de humo, pero tampoco estaba ahí. Unos pasos mas adelante encontramos una pala tirada al costado, la miramos y la dejamos atrás, pensamos que le pertenecía a alguien de los trabajadores de la viña que estaba al lado.

Al caminar unos 10 metros sentimos a alguien levantando la pala y como se la llevaba arrastrando hasta los arbustos. Nos dimos vuelta y nos dirigimos al lugar donde estaba la pala, que para empeorar la situación, ya no estaba. Alumbramos con el celular y vimos algunas pisadas en la tierra que desaparecían en la vegetación. “¿Entramos?” nos preguntamos, sin pensarla mucho nos metimos, por las dudas marcamos el número de nuestros viejos por si pasaba algo.

Cruzamos el pequeño arroyo, y llegamos a un bosque de sauces llorones donde había un sendero marcado que parecía guiar hasta la ruta 40, a unos 20 kilómetros. No sentimos nada extraño y seguimos caminando hasta llegar a un tronco caído donde encontramos una pequeña gruta con la foto de una familia y varias velas derretidas.

Mientras investigábamos la gruta, delante nuestro escuchamos la pala otra vez arrastrándose, acompañada de pasos que quebraban las hojas; nos agachamos, escondidos en el tronco sin hacer ningún ruido, meados hasta los callos, nos quedamos unos segundos ahí mientras los pasos seguían. Parecía como si caminara deambulando, porque se alejaba y luego volvía a percibirse más cerca. En un momento no se escuchó más, frenó de repente a unos 20 metros de nosotros. Por suerte o no, estaba oscuro excepto por la luna que dejaba algo de claridad; asomamos la cabeza por arriba del tronco e hicimos una vista panorámica esperando ver algo; increíblemente a unos cinco metros, justo en el sendero que llevaba a la ruta, estaba el hombre parado, mirando hacia abajo mientras movía la pala provocando ruido en las hojas. Estuvo parado unos segundos y empezó a caminar hacia la ruta siguiendo el sendero, caminaba erguido, como un borracho. Nosotros esperamos a que se alejara un poco, salimos del tronco y lo seguimos; mi amigo me agarró el brazo y me lo apretó fuertísimo soltando todo el miedo que tenía, yo me quedé paralizado, sólo atiene a agarrar la cámara y tapando la luz con la mano le saqué una foto para demostrar que lo que habíamos visto era real.

El hombre seguía caminando, mientras nosotros lo seguíamos escondiéndonos entre los árboles frenando a cada rato; los perros habían empezado a aullar pero no nos habíamos dado cuenta hasta ese momento. En un momento el lugar se quedó completamente a oscuras las nubes habían tapado la luna y no veíamos absolutamente nada. Nos agachamos y nos quedamos en silencio esperando que el sagrado viento corriera las nubes y volviera la claridad; para cuando volvió nos levantamos decididos a seguir al hombre pero había desaparecido, ya no estaba, se fue sin hacer ningún ruido, se había esfumado. Revisamos visualmente el lugar en busca del hombre pero no lo encontramos, no nos quedaba otra que volver por el mismo camino.

Cuando llegamos a la gruta, no encontramos la foto ni las velas, sólo estaba la estructura de la gruta y a un costado se veían las hojas corridas como si alguien hubiese pasado por ahí arrastrando algo. Era obvio que no era normal lo que vimos asíque corriendo volvimos a la calle oscura que antes había sido nuestra pesadilla, ahora era nuestra “luz”.

Llegamos a nuestras casas tarde y pasamos la foto a la computadora, que hasta el día de hoy nos sigue poniendo la piel de gallina a nosotros y a todos los que les contamos la experiencia.


Después del hecho le conté lo que vimos a mi abuelo que llevaba toda su vida viviendo en el lugar y le pregunté si sabía de algún difunto o algo en la calle que resultó ser la antigua ruta 40 (sorpresa a nuestra ignorancia). Me contó que hace unos 70 años en una de las casas que antes estaba sobre la ruta vivía un hombre con su esposa y su hijo pequeño. El hombre trabajaba en un vivero donde tenía sus plantaciones y vegetales que vendía por menor con lo que sacaba para mantener a su familia. El hijo sufría de leucemia, ellos sabían que no viviría mucho y pensaban que estarían preparados para enfrentar la vida sin su hijo. El hecho es que a los meses el hijo falleció en la casa. Fueron días muy difíciles para el hombre y su esposa que intentaban llevar una vida normal, pero la mujer no aguantó vivir así y se suicidó colgándose en uno de los sauces llorones cercanos a la casa. El hombre al llegar de su trabajo en el vivero, vio a su esposa colgando de la rama y se le vino el mundo abajo. Sin nada ya porqué vivir, llevó el cuerpo de su mujer llorando y gritando desamparadamente hasta el vivero donde tenía sus otros amores: las plantas. Cabo un pozo para enterrar a su amada y otro para él junto a ella, y así fue que decidió suicidarse y entregarse cortándose las venas con el filo de la tijera con la que podaba las plantas. La casa donde vivían la derrumbaron y el vivero desapareció con el tiempo.

Mi abuelo me contó que muchos dicen haber visto al hombre con la pala buscando el lugar donde enterraron a su hijo para hacerle una tumba junto a su familia. Otros más cuenteros dicen que sólo busca a su esposa para desenterrarla y traerla devuelta.

Lo cierto es que nosotros lo vivimos y tenemos prueba de ello, no sabemos todavía porqué lo vimos ni siquiera lo volvimos a ver, ya que actualmente seguimos yendo a correr por la calle y no hemos vuelto a ver nada. Por las dudas ahora vamos de día y si se hace tarde directamente no vamos.

Las Primas Muertas en la Bañera


Abril de 1989 el médico les recetó un comprimido antifebril pese a no detectar ninguna patología en especial. Las dos mujeres estaban solas en aquel departamento de la localidad de Florida (Buenos Aires), y jamás habrían imaginado lo que el destino les deparaba. Una de ellas, la menor, estaba en la cama cuando los delgados dedos del profesional la palparon intentando conocer la causa de su malestar. Nada, sin embargo, detectó.

Una vez garabateada la receta, le echó una prolija mirada a la mayor, de 21 años, y se despidió cortésmente. Y mientras avanzaba por aquel pasillo tétrico y desvencijado, mientras caminaba hacia la noche, la muerte se adentraba sigilosa y macabra por los resquicios de aquella propiedad.


¿Y cómo saber que estaba dejando atrás a las que serían víctimas de una de las muertes más enigmáticas de la historia argentina? ¿Cómo saber que él se transformaría en un testigo privilegiado, siendo el último en verlas con vida? ¿Cómo saber que “algo”, lo que fuera, aguardaba pacientemente agazapado para ejecutar su siniestro plan?

La noche era terrible y el clima gélido de la época propiciaba todo tipo de malos augurios.

48 hs más tarde.

Un olor nauseabundo escapaba de aquel departamento de Florida. Alarmados, los vecinos empezaron a desfilar con morbosa curiosidad en torno al mismo. Y la duda, persistente y corrosiva, obligó a la señora que rentaba el domicilio a telefonear a la Comisaria Numero 2 de Vicente López.

De inmediato se apersonó la fuerza policial. Y, tras insistir en ser atendidos, derribaron la puerta encontrándose con un horroroso hallazgo.

En la bañera, arrellanadas en sendas esquinas, observándose sin vida, estaban las mujeres en un avanzadísimo estado de putrefacción. Los cadáveres, totalmente irreconocibles, en una escena del todo dantesca, presentaban una fauna cadavérica plenamente desarrollada, con gusanos que por su color, forma y tamaño y otras características correspondían a una muerte de por lo menos un mes.


Y sin embargo, dos días antes, un médico y la vecina que les rentaba el departamento, las habían visto con vida. ¿Cómo se explicaba entonces?

Acababa de empezar el misterio de la Bañera Maldita.


EL SUCESO

Ocurrió el mismo año y mes en que un asesino serial incursionaba en Mar del Plata, zona balnearia de Buenos Aires; en que era descubierta una banda satánica antropófaga en México. El caso de “Las primas de la bañera”, como se caratuló, se hizo masivo en diferentes medios de comunicación, radial, televisiva y prensa.


Empecé en la Biblioteca Nacional. Debía despolvar aquel episodio que tanto horror y misterio había causado en Buenos Aires. Y elegí un día de abril para comenzar con esta investigación que, lo adelantó, nadie se podrá atrever jamás a esclarecer satisfactoriamente.

Creo yo, la señorita de la Biblioteca, al alcanzarme los innumerables folios encarpetados, tuvo un instinto de curiosidad que la llevó a preguntarme, furtiva y audaz su mirada, qué buscaba allí.

Era la segunda vez que me pasaba.

Otra vez sonreí enigmático y le arrebaté los libracos de un zarpazo.
Apenas me senté empecé a escrutar hoja por hoja en busca de algunas pistas. Al cabo de un instante tenía numerosas notas periodísticas que me ponían al corriente del suceso.

Había ocurrido en la zona de, como se dijo, Florida, a unos pocos kilómetros del centro de Buenos Aires. Las mujeres, Irma Beatriz Girón (21) y Gloria Fernández (15), habían sido encontradas en la mañana del Domingo en el departamento de planta baja de la calle Melo 3354. Los vecinos habían detectado los pestilentes hedores que emanaban de la propiedad y supieron en el acto que algo anormal ocurría.
Y luego, el hallazgo. Desnudas, en un estado deplorable.


Pero el misterio no hacía sino comenzar.

No habían pasado diez días de aquello, cuando el juez que llevaba la causa, doctor Raúl Casal, titular del Juzgado Penal de Instrucción N 2 de San Isidro, pensó que sería bueno y justo hacer una nueva pesquisa en el lugar. Palpó la replica de la llave que tenía en el cajón y se dirigió hacia el lugar de los hechos.
Una vez allí, se encaminó al baño. Encendió la luz y se quedó lívido: con repulsión descubrió, desconcertado, que la bañera estaba nuevamente llena de fauna cadavérica.


¿Cómo era posible aquello?

Más aún - y como nos comentó en una entrevista exclusiva para la televisión en Canal 2 – si se había limpiado toda la bañera y la canilla no goteaba , mucho menos estaba tapada la cañería para producir semejante situación. Y fue inevitable, los vellos de la nuca se le erizaron y no tuvo más que resignarse al misterio.

“A los diez días yo volví a la escena del caso porque en realidad quería hacer un cuadro de la situación, de cómo era. Y estaba la bañera hasta la mitad, de nuevo llena, con toda la fauna cadavérica reposando como si nada. Imagínese mi sorpresa cuando vi aquella bañera”

Y recordando aquel episodio nos decía: “El estado de los cuerpos era llamativo. Es decir se habían convertido en una suerte de muñecas inflables”.

Como para menos. Ya el libro de Bonnet dedica varios capítulos al tema de los ahogados, especificando cuando la muerte es de horas, meses, o días basándose en la caída del cabello, uñas, etc. Y no había dudas: la muerte de las jóvenes databan de por lo menos 1 mes. Y no sólo eso. Las sucesivas autopsias no arrojaron claridad al asunto. No se pudo esclarecer la causa del deceso.

Se descartó intoxicación por monóxido de Carbono. Electrocución. Ahogo. Etcétera.

Así, de a poco, se fueron tejiendo las más variopintas hipótesis. Entre las más inquietantes, figuraba aquella que hacía mención a una serpiente africana que tiene la particularidad de inocular su poderosísimo veneno dejando a la víctima muerta por descomposición en poco tiempo. Esta teoría de la víbora Mamba fue presentada por uno de los médicos legistas que había investigado el caso desde hacía meses.
Llegando, incluso, a hallar paralelos en Canadá, de donde recibió valiosa literatura al respecto.

Y sin embargo, nada sólido.

En el archivo de la causa pude verificar que figuraba como muerte súbita y simultánea, pero luego cambiaron esta primera declaración, clasificándola como “Muerte por causa desconocida”.

El Subcomisario Raúl Torres, en una entrevista a Canal 2, declaró su total escepticismo en el asunto, inclinándose a la teoría del monóxido, pese a que las dos autopsias referían que “no se había debido a monóxido de carbono”. Un verdadero desafío para las autoridades competentes.

Y en tanto deshilvanaba las polveras de las hojas, en busca de mayores datos, constando las versiones oficiales, una idea maquinal empezó a germinar en mi cabeza. ¿Podía ser que toda esta historia estuviera armada? Un rumor, una sensación parecía indicarlo.

Difícilmente me resigno a la sobrenatural y prefiero siempre inclinarme a las explicaciones racionales. Y en este caso, si bien pudiera haber algo maligno detrás, existían hechos concretos del todo físicos y constatables. Toda muerte sin explicación, creo yo, acarrea este problema de saber y no saber a que se enfrenta.
Para colmo, el forense Doctor Osvaldo Raffo hacía más truculento el asunto: “Se produjo un misterio más. Cuando se hace la autopsia de los cadáveres el perito queda obligado a llevar al laboratorio bajo custodia personal todo el material que saca de la autopsia. Esto es, sangre, orina, y el corazón de las víctimas. Esto desaparece”.

En otras palabras: se habían robado el corazón de las jóvenes.


CAMINO SIN PISTAS


Pongamos orden al asunto. En este suceso había tres insistentes misterios. Por un lado, la fauna cadavérica datada de un mes. Incluso, como declaró un forense, “aceptando que como quedaron las luces prendidas todo el tiempo, el ambiente se saturó de calor y se dieron las condiciones de pleno verano, la descomposición cadavérica era de mes, y no de pocas horas.” Un mes, pero dos días antes habían sido vistas rebosantes de vida ambas mujeres. Segundo: el juez Raúl Casal halla nuevamente en la bañera “fauna” (en un lugar precintado y clausurado a extraños.) Tercero: alguien substrae el corazón de las jóvenes.

Un puro enigma sin resolver. ¿Y qué ocurrió con aquel médico, Arnoldo Bresciani, que las vio por última vez? Pues verificó toda la historia. Añadiendo, si se quiere, otra rareza más al caso: Los peritos hallaron aquella receta, que les hubiera dado Bresciani, donde faltaban dos comprimidos. Pero hete aquí que las autopsias no detectaron aquel medicamento en los cuerpos.

¿Otro misterio o una punta a la Verdad?

Sea como sea, las incógnitas empezaron acumularse y los policías, forenses, anatomopatólogos y médicos legalistas que intervinieron no tuvieron más que quebraderos de cabeza. Nada era seguro.

Ni siquiera la hipótesis que explicaba que lo que halló posteriormente el juez Casal se debía a depósitos de cebo de la piel que habían obstruido la cañería y un goteo periódico había llenado la bañera, dejando al descubierto los restos de gusanos que sobrevivieron a la limpieza. Algo del todo insostenible.

Aún dando por supuesto que la canilla perdía –lo que fue meticulosamente verificado– jamás habría llenado, goteando, la bañera en 10 días, de acuerdo al nivel constatado.

Por fin, esta hipótesis fue rechazada de plano por carecer de fundamentos. Estaba claro que alguien había ingresado a la propiedad luego que fuera clausurada, llenado con fauna cadavérica la bañera, pero ¿por qué motivo arriesgarse? ¿Sembrar misterios y pistas falsas? Quien sabe...

Otra pregunta era ¿por qué habían sido halladas las mujeres ocupando la misma bañera? Se pensó en una intriga de lesbianismo que pronto se descartó, pero que arrojó alguna luz al asunto al estudiarse la vida privada de las jóvenes. La noche anterior al hallazgo no habían asistido a un casamiento de un familiar, donde debían llevar un regalo de bodas.

Y allí surgió una nueva pista: un novio. Como dicen los investigadores policiales, cuando se investiga la personalidad de la víctima se llega al asesino. Y en este caso, Irma Girón, la mayor, estaba comprometida con Darío Arnoldo Tojo que, según los testimonios, había estado el viernes en la propiedad pero nadie lo había atendido. Y ¡oh extraña casualidad!: trabajaba en un serpentario. Y las pesquisas lo señalaron con vehemencia.

El médico de guardia que las atendió en su domicilio. El último en verlas con vida
Siendo sospechoso se ordenó la detención automática del joven. Pero para sorpresa y desilusion de los policías, el muchacho huyó para nunca más volverse a verlo. ¿Era el responsable? Si lo era, ¿Por qué se tomó la molestia de llenar nuevamente la bañera con fauna cadavérica? ¿Cómo logró hacerse con los corazones de las mujeres? ¿De tanto es capaz un simple muchacho?

Eso, como sea, no explicaba lo súbito de las muertes. Tan súbitas que “ una de las víctimas tenía muy cerca de su mano la prenda intima que se acababa de quitar...y ese brazo quedó rígido, fuera del receptáculo.”, declaraban los peritos.

¿Qué fue aquello que sesgó sus vidas con tremenda celeridad? ¿Qué les causó aquel espantó mortal petrificándolas en la escena? ¿Un veneno? ¿Un fármaco? ¿O vieron “algo” mucho más terrorífico con ellas aquella noche invernal de abril?

Todo, pienso, es posible.

Quedaba un camino por seguir. Visitar la propiedad y averiguar en el terreno lo que ni la policía ni los periodistas habían sabido esclarecer. Nada sencillo.


UNA MALDICIÓN DEL MÁS ALLÁ

Tenía que hacerme con las fotos de las mujeres. Desde hacía un tiempo la idea de ver con mis propios ojos aquellos macilentos cuerpos era un reto para mí.

En los tribunales de San Isidro figuran los expedientes en transición número 4, cuyo legajo 2-36 380 se encuentra sobreseído: es decir, no me facilitaron nada para ver.

Una autorización que envié solo sirvió para que, una vez más, la burocracia se desentendiera del asunto.

Y cuando ya creí que no podría obtener una copia de las fotos originales, una amiga, avezada en ciertas tácticas, me ayudó a conseguir de manera, llamémoslo, “especial”, las fotografías que ahora podéis contemplar. Lo acepto. Me era imposible no dar a conocerlas a los queridos lectores.

Ahora restaba ir al departamento.

Eran las 16 hs del 2/6/2004 cuando un autobús de la línea 133 me dejó a algunas manzanas del lugar de autos. No había transeúntes. Estaba totalmente desierto, tal vez como consecuencia del golpe climático que asolaba la temporada.

Las calles estaban teñidas por una ligera humedad que, lo reconozco, me causó un cierto escalofrío.

Y es que, luego de 15 años, alguien interesado en el caso de “Las Primas” volvía al lugar de los hechos; el clima no ayudaba.

El departamento era uno de tres que constituían aquella remozada propiedad de Florida. Al lado, la vecina que otrora rentara a las muchachas vivía aislada por una pared frontal que lindaba a un garaje cuya puerta de madera barnizada brillaba con esa limpieza propia de los lugares habitados.

Ya de pie en el vano de la puerta toqué timbre reiteradas veces. Nadie, al parecer, poblaba aquel domicilio.

Me relajé y tranquilicé el mar de nervios que me corroía. Entonces lo noté, y me apresuré a apuntarlo en mi diario de investigación.

Una vez más advertí “aquello”; sutil sensación poderosa y cautivante de “algo” ordenando o permitiendo desvelar un tinglado oculto. Hablo de acontecimientos subjetivos que, tomados aisladamente, no representan nada. En su marco global, en cambio, ofrecen un siniestro bosquejo. Y ocurre, creo yo, siempre que vamos tras un misterio desconcertante; en el momento en que penetramos, a través de las sincronicidades, en un diseño prohibido.

Lo vi todo como un ajedrez.

La primera “ficha” era un anciano que salía a sacar la basura y se parapetaba en el vano de la entrada de piedra.

Carismático, me confesó que ningún habitante de la propiedad vendría hasta la noche. Todos trabajaban. Incluso los dueños que rentaban los tres departamentos.

Afilé la grabadora.

- ¿Imagino que conoce el caso de “Las primas de la bañera”?

- Por supuesto – exclamó y me miró fugaz – ocurrió allí enfrente y no se supo nunca qué fue lo que pasó. Quiere que le diga, aquí se cuentan cosas raras. Como que existe una maldición en torno al lugar. Mire, la señora que vivía aquí que les alquilaba a las chicas, murió al poco tiempo al caer por esa escalera ¿ve usted? – y me señaló a la distancia lo que se divisaba notoriamente como una escalera de piedra que conducía a la segunda propiedad, la de los dueños – Y además el camillero que atendió, junto con el médico, a las primas murió de causas inexplicables, en un estado de descomposición semejante al de las jóvenes.

Aquello me descolocó. Pero dudé de inmediato. No podía ser posible. Sin embargo – justo y bueno será que lo mencione ya mismo - más tarde habría de corroborar aquella información por el periodista Facundo Pastor de Canal 2 que también investigó el suceso no hacía mucho tiempo.

Y no sólo eso.

Pero dejemos que sea el anciano quien no los confiese.

- La antigua propietaria del departamento donde pasaron las cosas se fue horrorizada porque decía que veía presencias allí en la propiedad, sombras y ruidos extraños. Incluso la señora llegó a ver una vez a las chicas todas de negro en la bañera. Eso le causó un espantó tal que decidió quitar la bañera y llevarla lejos.

En efecto, tal como pude comprobar, hoy por hoy la dichosa Bañera Maldita se halla a las afueras de Buenos Aires, en La Plata, en un descampado ignoto, donde sirve como abrevadero para los animales, la mayoría caballos.

Y según confiesa el dueño del campo, sus animales no quieren acercarse a aquella “tinaja” a beber agua. Como recelosos, o intimidados por el misterio, jamás abrevan allí.

¿Oculta algo la bañera que impide esto?. ¿O se trata de simple mito?.
Sea como sea, la segunda “ficha” se presentó –cuando ya mis esperanzas fallecían de encontrar un inquilino - montando una moto.

Pese a las advertencias de mi interlocutor, desafiando todo pronóstico, Karina, una de las propietarias del departamento se detenía a unos metros de mí. La abordé sin pensarlo.

Y sus ojos, de un verde diáfano, enmarcados en una cabellera rubia, fueron rotundos: aquello no eran más que meros cuentos.

Si bien aceptó aquellas inexplicables muertes, desmintió todo el misterio referido a fantasmas y apariciones gestado en torno. Su suegro, el dueño de las tres propiedades, me dice, no quiere saber nada del asunto porque lo pone mal. Ella hace ocho años que vive ahí y me puede asegurar –puso especial énfasis en ello – que nunca oyó ningún ruido o manifestación inusual.

Y en cuanto a la bañera, me afirma segurísima, fue retirada por refacciones que hicieron los antiguos dueños del lugar. Mera estética. Nada de intrigas sospechosas.


RAZONAMIENTO FINAL:
¿MISTERIO O CALCULO PROGRAMADO?

Hay algo – muertes aparte - que me inquietó de este caso. Algo que no cuadra como debiera. Me refiero a ciertos detalles que parecen enlazados adrede. Demasiado oportunos.

Un dato que pude verificar con insistencia fue el total anonimato de las mujeres, que ni siquiera - cuentan los vecinos - se animaban a comprar en el Kiosco de al lado, ni en los comercios de la zona. Como si tuvieran una necesidad apremiante de no dejarse ver.

Curioso...

Además – y el resto quedará a imaginación del lector -: ¿No es extraño, cuando no conveniente, que por un simple estado gripal llamaran a una guardia de emergencia para ser atendidas? ¿No habrá sido, justamente, muy premeditado? ¿Por qué no se detectó el remedio en sus cuerpos si faltaban los comprimidos recetados?¿Acaso necesitaban un testigo de última hora?.

¿Y qué pensar del paradójico tiempo de exposición de los cuerpos?

Recordemos: un mes. Nada existe, ningún veneno es capaz de acelerar la descomposición, evolucionando la fauna, incluso los gusanos, en un lapso tan reducido.

Este es el panorama. 24 hs: deshidratación. La sangre no transporta más oxígeno, la piel se apergamina, el iris y las pupilas se deforman. 48hs: comienza la putrefacción. Surgen las primeras manchas verdosas. Los tejidos quedan como una goma, blandos. 72 hs: El color verde avanza ganando nuevos territorios del cuerpo. Es el momento de la fauna cadavérica, los insectos repugnantes que han germinado como larvas voraces de la carne. 96 hs: el cuerpo se ha deformado. Los gases han inflamado el estomago. La fauna se extiende. El olor es insoportable.

Pero, ¿para qué seguir? Imaginad – o mejor: mirad – en lo que se transformaron aquellas mujeres.

Y pensemos, como me refirió mi amigo el comisario Marcelo Palmili, que las huellas digitales son harto imposibles tomar a un cuerpo tan descompuesto, abotagado.
Tal vez sea como leemos en la novela Crímenes Imperceptibles: “El crimen perfecto, escribe, no es el que queda sin resolver sino el que se resuelve con un culpable equivocado”.

Y hoy por hoy, ante aquel inquietante misterio la mejor frase de batalla es “Fue el monóxido”, “Fue el novio”, “Hubo una maldición”.

Me pregunto, no sin cierta inquietud, si ahora mismo, dos mujeres anónimas no estarán riéndose de nosotros, jactándose de su audacia y sagacidad a la hora de consumar un crimen perfecto.

Porque de lo que no hay duda es que aquellos cuerpos tenían un mes por lo menos. Otra cuestión será saber a quienes pertenecían de veras.

Así y todo, aquel emblemático episodio de las “primas” seguirá abigarrando espacios en los medios y en cálidas salas de lectura de las bibliotecas; infiltrándose, impávido y aterrador, en las platicas después de medianoche, en los campamentos de verano y en las casonas vacías y tétricas que atestan Buenos Aires, donde algo, ya lo digo, late sin más pausa que el incomodo silencio.

martes, 9 de abril de 2019

Luisito: El oficial de la Hamilton


El trabajo dignifica y le puede dar valor a una vida. A veces, un trabajo puede dar mucho más que eso aunque otras veces también puede quitar


Augusto pasaba las noches sentado en su garita de seguridad, cada tanto daba una recorrida, pero no mucho más. La universidad por la noche, con las aulas vacías, sin sonidos y pocas luces, le recordaba lo que había sido hacía tantos años y donde su padre habría trabajado la mitad de su vida. Autos y obreros transitaban en antaño esos mismos pabellones donde hoy él recorre, linterna en mano, buscando que no haya nadie.


En su trabajo, inverso a muchos, un buen día era cuando no pasa nada, cuando no encontraba a nadie y cuando mejor se desempeña, evitando cualquier situación sospechosa. No tenía nada más que hacer que vigilar, sin embargo había un sector, uno de los pabellones de aquella inmensa universidad que trataba de evitar. No era el pabellón menos iluminado ni el más alejado, pero ahí no le gustaba andar.


Alguna que otra vez se le apagó la linterna, otras veces le pareció ver lo que era un overall sucio tirado entre los pupitres aunque nunca se animó a acercarse lo suficiente como para corroborarlo, podría haber sido cualquier cosa, pero lo que siempre lo ahuyentó de allí eran los ruidos. A veces parecían como bolitas, aquellas de vidrio con las que jugaba en la infancia, golpeando una tras otra contra el piso, otras veces escuchaba lluvia o agua y el movimiento de caños, golpes, ruidos. Dos o tres veces esos ruidos le parecieron voces.


Aquel pabellón era el denominado “de derecho” por los alumnos de la universidad de San Justo. Sin embargo para Augusto era el de Luisito. Cansado de las burlas de sus compañeros decidió ponerle nombre a su miedo, o a aquello que lo provocaba. Inspirado en un tema de Divididos, Augusto rebautizó al pabellón para, al familiarizarlo, tratar de exorcizar sus temores pero nunca logró callar los ruidos.


Una noche de enero, cuando la universidad estaba muerta y el calor acompañaba de cerca a Augusto, decidió juntar coraje y recorrer todo el pabellón. Aun con el riesgo de tener problemas laborales por no haberlo recorrido, nunca había transitado cada uno de sus pasillos, prefería rodearlo y mirar desde afuera.


Esa noche, fue la última en ese trabajo. Sus pasos eran eco en los pasillos vacíos, las aulas oscuras escondían sus sillas con recelo bajó los tubos fluorescentes mudos y apagados. Hasta que los ruidos se hicieron presentes, eran metálicos, chirridos y golpes, con un brillo especial. siguió caminando y los ruidos aumentaban, cada vez más fuertes, insoportables. Hasta que en un último golpe se callaron.


Delante de él se apareció. Así de la nada y sin avisarle ni preguntarle. “Luisito” lo miró y se le sonrió como si lo hubiera estado esperando. El silencio lo era todo, y Augusto lo empezó a escuchar.


Yo era oficial de la Hamilton- empezó Luisito -yo me encargaba de ciertos moldes. Me gustaba mi trabajo, manejaba una de las maquinas más importantes, la doblachapa. De un solo empujón sacaba la sección de un guardabarros, una puerta, la autoparte que se necesitara para ensamblar. Pero un día yo estaba algo atareado, y distraido, y en unos segundos mi brazo estaba debajo de la placa metálica que doblaba la plancha que metiamos. Me lo destrozó, de un solo golpe, fue terrible. En la segunda bajada de la placa, intenté zafarme, pero me agarro algo más que el brazo. ¿Queres venir y te cuento bien, tomamos unos mates, vení que dejé la pava al lado de la Hamilton?


Esa fue la última noche que trabajó Augusto. Nadie volvió a verlo, nunca fichó su salida ni llegó a su casa. sin embargo en su expediente laboral figura como "abandono de trabajo", porque nunca renunció ni volvió a aparecer por la universidad. Los ruidos persisten, y cuando hace calor se escuchan hasta carcajadas.

Espero que me Extrañes..


Dorothy Cooper Forstein había vivido en un estado de pánico durante cinco años, desde la tarde del 25 de enero de 1945.

Ella estaba casada con Jules Forstein, un magisrado de la ciudad de Filadelfia, con el que tuvo 3 hijos: Myrna, Marcy y Edward, quien llevaba pocos meses de vida para ese entonces. Vivían en una casa de tres pisos en los suburbios de la ciudad. Aquella tarde de Enero, la señora Forstein dejó sus hijos en la casa de un vecino para que pudiera hacer algunas compras. Al regresar, la noche estaba cayendo. Entró en su casa tranquilamente, cuando de repente alguien salío desde el pequeño cuarto de abajo de la escalera y la atacó, golpeando a la mujer indefensa hasta dejarla inconsciente. Solo pudo gritar una vez.

La policía irrumpió por la puerta de entrada de la casa de los Forstein y encontró a Dorothy yaciendo en un charco de sangre. Tenía rota la mandíbula y la nariz, un hombro fracturado y muchas lesiones. Había dinero y joyas en la casa, pero no faltaba nada. El móvil había sido el asesinato, dijo la policía. El agresor había entrado en la casa sin dejar huellas dactilares, ni forzar ninguna puerta o ventana. Y tampoco se encontró el menor indicio de cómo había salido de la casa.

Dorothy Forstein solo declaró. "Alguien se me echó encima , no vi quién era. Él solo me golpeaba y golpeaba " , dijo ella con voz temblorosa a la policía.

El juez Jules Forstein, su esposo, tenía una coartada irrefutable para la hora de la agresión. Y la señora Forstein no tenía enemigos conocidos. El agresor podía haber sido un enemigo de su marido, pero después de una investigación de varios meses, no se descubrió ningún sospechoso.


Dorothy Forstein, aunque físicamente se recuperó lentamente, nunca llegó a reponerse emocionalmente de aquel ataque contra su integridad. Solía comprobar repetidas veces las cerraduras de seguridad que habían puesto en puertas y ventanas. Buscaba constantemente la compañía de parientes y vecinos, y a veces, durante aquellas reuniones, se sumía en un profundo silencio.

Todo continuó con relativa calma en la vida de los Forstein, hasta la tarde del 18 de Octubre de 1949. En aquella ocación, el juez Jules Forstein llamó a su esposa para decirle que llegaría tarde, pues tenía que asistir a un banquete político. Ella se quedaría en casa con Marcy y Edward, dado que la mayor, Myrna de 19 años, habia ido a casa de una amiga.

–No me retrasaré demasiado –dijo su marido–. ¿Va todo bien?

El juez raras veces dejaba solos a su esposa y a sus hijos, debido al incidente acaecido en la casa cinco años antes. Pero en esta ocasión, Dorothy estaba alegre y aseguró a su marido que todo marchaba bien.

–Espero que me extrañes –añadió.

"Dorothy va mejorando", se dijo el juez Forstein cuando volvió tarde del banquete esa noche, cinco años después de la agresión.

Ya dentro de la casa débilmente iluminada, lo primero que oyó fueron los gritos de sus hijos, Edward y Marcy. Les encontró acurrucados juntos en un dormitorio, llorando convulsivamente.

–Es mamá –le dijeron–. ¡¡¡Algo estuvo aquí y se llevó a mamá!!!

Forstein registró todas las habitaciones de la casa. Allí estaba su bolso, con el dinero y las llaves, pero Dorothy Forstein había desaparecido. No faltaba nada de la casa y la puerta principal aún estaba cerrada con llave. Curiosamente, el juez Forstein se retrazó dos días en hacer la denuncia a la policía.


Marcy, de solo 9 años, dió el único testimonio. Contó, entre sollozos, que habían despertado unos fuertes ruidos en la noche y había corrido hacia el pasillo. A través de una rendija de una puerta, vio a un hombre que venía de la parte de arriba junto a su madre tumbada de bruces sobre la alfombra.

–Parecía mareada– gimoteó la pequeña.

Entonces el intruso había levantado a la madre y la había cargado sobre un hombro, con la cabeza colgando sobre su espalda. Marcy le preguntó al hombre que estaba haciendo. Este solo le contesto: “Vuelve a la cama. Tu madre se ha mareado, pero ahora estará bien”, y le acarició el cabello. Luego bajó la escalera llevándose a Dorothy Forstein, que sólo vestía su pijama rojo de seda y desapareció. Según su testimonio, unos quince minutos más tarde llegó su padre. Marcy declaró que el hombre tenía un sombrero marrón y una chaqueta marrón, que estaba en la edad de su padre, y ella nunca lo había visto antes .

El testimonio de la pequeña fue puesto en tela de juicio por las autoridades, aunque ella constantemente lo afirmaba y las pericias psiquiatricas así lo cumprueban.

Cuando llegó la policía, no encontraron huellas digitales en ninguna parte. Además, parecía increíble que un hombre que llevaba una mujer a cuestas hubiese podido salir de la casa sin apoyarse en algo. ¿Y por qué nadia había tratado de detenerlo al andar por una calle transitada, transportando una mujer inconsciente y en pijama? ¿Y cómo había entrado en la casa de los Forstein, con sus múltiples cerraduras de seguridad en puertas y ventanas?

La policía investigó en todos los hospitales de Philadelfia así como en pensiones, casas de reposo, hoteles y en el depósito de cadáveres. Las pesquisas no revelaron ninguna información sobre Dorothy Forstein y el caso nunca fue resuelto.


Con el tiempo, se publicaron libros y reportajes acerca de lo ocurrido. Pero Dorothy Forstein nunca apareció. Fuese quien fuere el hombre que secuestró y seguramente asesinó a Dorothy Forstein, se la llevó para siempre, dejando solamente el recuerdo de aquellas últimas palabras: “Espero que me extrañes”