Asegura la tradición que la Torre está encantada, que gran parte de los que murieron en ella aún habitan entre sus paredes y, desde hace siglos, efectúan frecuentes apariciones nocturnas, poniendo a prueba los nervios de guardias y centinelas.
El más famoso de los espíritus que supuestamente se pasean por el edificio es el de Ana Bolena, segunda esposa de Enrique VIII, decapitada el 19 de mayo de 1536. Su manifestación más espectacular tuvo lugar en 1864, cuando uno de los guardias la vio salir de entre la niebla, vestida de blanco y sin cabeza. Atemorizado, el guardia le clavó su bayoneta, momento en el que una especie de rayo luminoso se propagó por el cañón del fusil hasta impactar en él, dejándole inconsciente en el acto. Dos soldados más y un oficial corroboraron haber visto al espectro desde una ventana.
Otro fantasma que perturba las tranquilas noches de los centinelas es el de Margaret Pole, condesa de Salisbury, ejecutada en 1541. En cada manifestación representa sus últimos instantes de vida, los cuales fueron particularmente truculentos (el verdugo tuvo que golpear tres veces su cuello para completar el trabajo).
Más tranquilas son las apariciones de Tomas Becket, que aunque fue asesinado en la catedral de Canterbury (en 1170) regresa de vez en cuando a visitar la Torre, de la cual fue gobernador; y las del príncipe Eduardo V y su hermano el duque de York, asesinados por su tío Ricardo III en 1483, quienes se pasean por los corredores cogidos de la mano y vestidos de blanco.
Sir Walter Raleigh, prisionero de la Torre entre 1603 y 1616 y decapitado en aquel mismo lugar en 1618, pasó también a formar parte del batallón de ilustres almas en pena al que tienen que enfrentarse los guardas nocturnos. Dicen que se le puede ver rondando los aposentos en los que estuvo retenido.
Pero no solo se presentan espectros humanos. En ocasiones, un enorme oso cruza corriendo los pasillos, apareciendo y despareciendo a través de lugares imposibles. Edmund Lenthal Swifte, Guardián de las Joyas de la Corona durante casi cuarenta años, contó en 1860 en Notes and Queries, cómo uno de los centinelas vio salir al oso por debajo de una puerta. Al igual que haría años después el soldado que se encontró con Ana Bolena, el centinela le clavó la bayoneta, perdiendo el sentido en ese instante. A diferencia de su colega, éste no se recuperó de la experiencia y murió a los pocos días.
El propio Swifte fue testigo de una aparición sobrenatural en el edificio. Según él mismo cuenta, una noche en la que cenaba con su familia en la sala de estar de la Casa de las Joyas, cerca de la medianoche, él y su mujer vieron aterrorizados cómo una forma cilíndrica, como un tubo de cristal lleno de una densa nube entre blanca y azul, se materializaba en el aire y comenzaba a flotar por la habitación. Llegó a tocar el hombro de la mujer de Swifte, momento en el que éste le arrojó una silla, con lo que el extraño objeto desapareció.
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