Según cuenta la leyenda, cerca del año 1750 fue apresado un monje que curaba a los aborígenes de las tribus. Fue acusado de brujería y encerrado en una celda de mala muerte. Le pasaban comida por debajo de la puerta. Un día 20 de agosto abrieron la puerta y se encontraron con que el monje se había convertido en huesos. Y así como estaba se paró y apunto con su dedo sin carne a uno de sus acusadores, quien murió al poco tiempo, ajusticiado por el poder sobrenatural del muerto.
Esta historia viene de la provincia argentina de Corrientes, por lo que tal vez se trate de una historia posterior al culto que se use para justificar su origen. Porque a veces los cultos necesitan tener un origen, aunque sean inventados.
Para profesar el culto es necesario la estatuilla de San La Muerte, y ésta debe estar bendecida. Sin embargo la iglesia católica no acepta el culto de este santo, por lo que sus fieles suelen llevar a las misas las figuras escondidas entre sus ropas y cuando el sacerdote imparte la bendición, el creyente toma entre sus manos el ícono y le transmite la bendición.
San La Muerte es utilizado para protegerse de los “trabajos” de brujería con que se suelen atacar a las personas. Además sirve para atraer amores y fortuna, por lo que los devotos agradecen al santo dándole golosinas, whisky, cigarrillos o flores. Si se llegan a olvidar de darle sus ofrendas, el santo no cumple con la promesa pedida.
El culto del santo no reniega de Dios, sino todo lo contrario. Creer en San La Muerte significa cumplir con los mandamientos más sencillos: hacer el bien, tanto a las personas como a uno mismo, y no hacer el mal. Porque todo lo que da, a uno se le devuelve. Y si se hace el mal, se va a recibir el mal.
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