Desde la medianoche hasta el amanecer el mundo le pertenece, de la misma manera que durante el día pertenece al ser humano. Mientras transcurren estas horas, los mortales no deben abandonar la seguridad del caserío, allí donde alcanza el calor del fuego y el influjo protector de los antepasados. A quienes transgreden este reparto tradicional, Gaueko los castiga de forma ejemplar, sobre todo si se muestran irrespetuosos y fanfarrones.
Las historias sobre el Gaueko consisten casi siempre en la narración de un secuestro sobrenatural. Él se manifiesta como una presencia invisible, a veces anunciada por una ráfaga de aire que trae una advertencia. En otras ocasiones, adopta forma de animal (una vaca o, incluso, un león) o envía en su nombre a otros seres sobrenaturales, como las brujas, los Gentiles o el Basajaun. La víctima, por su parte, suele ser una muchacha que desaparece en la oscuridad para no regresar jamás.
Cuentan, por ejemplo, que hace tiempo, una hilandera que todas las noches se reunía con otras compañeras en un caserío de Ataun apostó con estas a que iría a por agua hasta una fuente cercana. Desde el portal de la casa, la vieron partir y adentrarse en el bosque. A cada paso le oían gritar por dónde iba, hasta que ya no oyeron nada más. Una ráfaga de viento trajo entonces las siguientes palabras: “¡La noche para Gaueko y el día para el día!”. De la muchacha nunca más se volvió a saber.
Otra joven, esta de Oiartzun, desapareció también mientras iba de noche a la fuente. Su familia esperó y esperó, hasta que, de repente, un estruendo metálico descendió por la chimenea: se trataba del caldero que había llevado la muchacha, al cual siguieron unas gotas de sangre. De ella nunca más se supo.
Parecida suerte corrió Catalina, una joven del caserío de Elaunde (en Berástegui), que una noche se puso a hilar junto a una ventana abierta, bañada por la luz de la luna. De súbito, apareció al otro lado una partida de gentiles, que la arrancaron de la silla y escaparon con ella hacia una sima cercana mientras gritaban: “La noche para Gaueko y el día para el de día; Catalina de Elaunde para nosotros”.
Un carbonero de Eskoriatza se tropezó una noche con una vaca que le bloqueaba el camino. Era el Gaueko o alguno de sus enviados. Por dos veces, el carbonero le pidió a la vaca que se apartase. A la tercera, esta se irguió y, mirándole fijamente, dijo: “La noche para los de la noche y el día para los del día”. El carbonero, más afortunado que las muchachas, pudo volver a casa y contar lo que le había sucedido, aunque nunca más quiso regresar a la montaña.
Estas son solo algunas de las historias que se cuentan acerca del Gaueko.
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