Una tarde, un apuesto vagabundo llegó hasta su casa, abrió la puerta e imploró: “Soy un vagabundo, y he estado en regiones lejanas. Me gustaría descansar aquí; no puedo ir más lejos”. La doncella respondió: “Quédate aquí. Yo te proporcionaré un colchón sobre el que dormir y, si quieres, también bebida y vituallas”.
Cuando llegó la hora de acostarse, exclamó el vagabundo: “Una vez más, vuelvo a dormir. Hace tanto tiempo desde la última vez…”. “¿Cuánto?”, preguntó intrigada la muchacha. “Querida doncella”, respondió él, ”yo sólo duermo una semana cada cien años”. La muchacha se rió, y dijo: “Bromeas, ¿no? Sin duda eres un simpático granuja”. Pero su invitado no le respondió, pues ya se había quedado dormido.
Temprano por la mañana, el vagabundo se levantó y dijo: “Eres una joven muy hermosa. Si lo deseas, me quedaré en tu casa el resto de la semana”. La muchacha asintió complacida porque se había enamorado del apuesto vagabundo.
Una noche ella tuvo una pesadilla en la cual viajaba en un hermoso carruaje tirado por seis pájaros blancos. A su lado iba sentado el vagabundo, que estaba pálido y frío y llevaba colgado al cuello un poderoso cuerno. Él lo hizo sonar, y entonces la muchacha vio cómo los muertos, incluida su propia familia, se levantaban de la tumba y venían hacia ellos como si acudiesen a la llamada de su rey.
Nada más despertar, la joven le contó su sueño al vagabundo. “Tan sólo fue una pesadilla”, respondió este. Pero inmediatamente se levantó y dijo: “Amor mío, me temo que he de irme, ya que ningún alma ha muerto en el mundo desde que estoy aquí. Debes dejarme ir”. Pero la muchacha sollozó y suplicó: “No te vayas, permanece conmigo”. “Debo irme”, respondió él decidido, “que Dios te proteja”. Pero, según alargó su mano para coger la de la joven, ella rogó entre sollozos: “Dime entonces quién eres”. “Quien lo averigua muere”, dijo el vagabundo, “y a quien lo pregunta en vano, no le respondo la verdad”. Entonces la muchacha sollozó, y dijo: “Soportaré cualquier cosa, sólo dime quién eres”. “Bien”, dijo el hombre, “entonces deberás venir conmigo. Yo soy la Muerte”. Tras oir sus palabras, la muchacha se estremeció y murió.
Esta narración aparece entre las compiladas por el folclorista inglés Francis Hindes Groome en Gypsy Folk Tales (1899). Hindes Groome recogía las historias tal y como se las contaban sus informadores, sin adiciones ni modificaciones. Como en este caso se trataba de una relato muy breve y, según me parecía, contado de una forma mágica, básicamente me he limitado a traducir la versión original. Espero que no se haya perdido nada por el camino.
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