Laroya está ubicado en la Sierra de Filambres y su población es de alrededor 150 habitantes. Poco más de 60 años atrás, durante un caluroso verano, la tranquilidad y armonía del poblado se vio abruptamente revuelta. Más de mil incendios inexplicables surgieron de la nada y quemaron plantaciones, casas, ropas, y animales para luego atacar a los horrorizados habitantes.
La catástrofe comenzó con un incendio aún no explicado en el trigo verde del caserío Franco y, paralelamente, la niña María Martínez fue poseída por las llamas en el cortijo Pitango. Por suerte logró salir sólo malherida del suceso gracias a la ayuda sus familiares que oyeron sus gritos desgarrados.
Según contó luego la víctima, una bola de flamas color azul se dirigió a su delantal y lo encendió al instante. Las llamas que en segundos envolvieron su cuerpecito eran muy intensas y difíciles de sofocar. A pesar de que solo ardió por unos instantes, aquéllos fueron los segundos más espantosos de su vida.
Pero lo extraño es que el fuego parecía haberse empecinado con la pequeña y estaba decidido a llevársela. Durante la medianoche de ese mismo día, mientras la niña descansaba en su cama, las sábanas comenzaron a arder de forma espontánea y por suerte fueron sofocadas antes de que la tragedia pasase a mayores.
Asustados, los pobladores comenzaron a buscar al o los culpables de los hechos, pero a pesar de no contar con una pista, horas más tarde apareció la Guardia Civil alertada por los extraños hechos. Los oficiales quedaron pasmados al ver cómo la cortijada de Estela Jesús Martínez Morales sucumbió ante la aparición de espontáneas llamas que flotaban en las habitaciones y que devoraron todo a su paso. La seguidilla de sucesos macabros e inexplicables había comenzado.
Durante los días siguientes se generaron cientos de incendios en cortijos y campos, acabando con animales, enseres y hogares. La joven María Martínez fue nuevamente víctima de las llamas por lo cual en el poblado la apodaron “niña de fuego”.
No habçia forma de apagar los incendios; no alcanzaban las manos para ponerles un freno y eran tan intensos que cuando la gente llegaba, el fuego ya había hecho su trabajo. Los más ancianos comenzaron a hablar de la venganza del “Moro Jamá”, quien fue quemado vivo por la iglesia y del cual se cree que su espíritu errante vaga por la zona buscando revancha, y otros creían que se trataba de la ira del Dios Reshef.
Muchos científicos acudieron al lugar para lograr dilucidar este gran enigma, pero desecharon la hipótesis de que el fuego se debiera a actividad volcánica o a la emisión de gases inflamables, ni tampoco a la electricidad ni radiaciones solares. También descartaron que se tratase de algún pirómano que anduviese suelto.
Cuando los científicos e investigadores desistieron, el terror hizo nido en los corazones de la gente de Laroya y con los años más de uno afirmó haber visto haber visto incluso la figura de un niño o esqueleto envuelta en luces de fuego que levitaba sobre el pueblo. Esta descripción se adecúa perfectamente a la imagen con la que se representaba al Dios Reshef.
María Martínez, la niña de fuego que sobrevivió a tres ataques, quedó totalmente perturbada y creía que algo maligno la asechaba. Se suicidó tomando sosa caústica. Por otro lado su hermana también se quitó la vida arrojándose a un precipicio y el hermano de ambas se ahorcó en el cortijo Pitango. Nunca se supo lo que evidentemente esta familia sabía o había presenciado ya que ellos se llevaron el secreto a la tumba.
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