De ella se decía que nacía y vivía en el fuego, igual que los peces viven en el agua. Su hábitat natural se encontraba en aquellos lugares de la Tierra en los cuales existe fuego perenne, como volcanes y lenguas de lava. Si bien no habitaba únicamente allí.
A la vez, se aseguraba que era capaz de extinguir las llamas con su presencia, y que si entraba en un horno su fuego se apagaba, y si se colaba en la caldera de una casa de baños, su agua salía fría durante semanas. Por ello, Francisco I de Francia la incorporó a su emblema, en el cual aparece rodeada de llamas y con el lema “Nutrisco et extinguo” (“De él me alimento y lo extingo”).
Con la piel de la salamandra se fabricaba un tejido especial, utilizado en la confección hermosos vestidos que no podían ser lavados con agua. La manera de limpiarlos consistía en arrojarlos al fuego, del cual se extraían con su natural belleza recuperada.
Para capturar una salamandra había que acercarse a esos lugares de fuego permanente en los que supuestamente tenía su hábitat natural y encender una hoguera. La pequeña bestezuela salía de su escondrijo, atraída por el resplandor de las llamas, y saltaba a ellas con júbilo. Entonces había que ir extendiendo la hoguera montaña abajo, para que la salamandra avanzase, y, a la vez, ir extinguiéndola a su espalda. El fuego no se debía apagar del todo hasta que no se estuviera lo suficientemente lejos como para poder capturar la salamandra sin riesgo de que escapase.
Entonces había que cogerla con cuidado, pues, según se creía, execraba un veneno extremadamente tóxico, con el poder suficiente como para matar a varias personas a la vez. Mediante esta sustancia emponzoñaba la fruta de los manzanos, a los cuales le gustaba trepar, y el agua de los pozos en los que caía. Cuenta la leyenda que 2000 caballos y 4000 hombres de Alejandro Magno murieron en la india tras haber bebido de un arroyo envenenado por una salamandra.
Debido su inmunidad al fuego, los comentaristas cristianos la empleaban como un símbolo de la indestructibilidad del alma, mientras que los alquimistas la asociaban con el fuego mismo y con su carácter purificador.
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