¿Qué tiene el número 13 que espanta a tanta gente?… Los franceses no dan a las señas de una casa el número trece; en Italia, la lotería nacional lo omite; las líneas aéreas internacionales saltan ese número en las filas de asientos de los aviones, y en los EE.UU., los edificios de apartamentos dan al piso que sigue al 12 el número 14.
Pero veamos su origen en la mitología nórdica. Cuenta el mito que se realizó un banquete en el Valhalla donde fueron invitados doce dioses. Loki, el espíritu de la pelea y del mal, consiguió entrar sin invitación, por lo que el número de los presentes llegó a trece. En la lucha que se produjo para expulsarlo, Balder, el favorito de los dioses, encontró la muerte. Así el trece se convirtió es símbolo de infortunio y desgracia, y desde Escandinavia, la superstición se difundió a través de Europa.
Para la Era Cristiana, la superstición ya estaba establecida en los países mediterráneos, y la creencia fue notablemente reforzada por la Última Cena. Cristo y sus apóstoles eran trece, y en menos de veinticuatro horas después de esta cena, Cristo fue crucificado. Por lo tanto, desde principios de la era cristiana en adelante, invitar a cenar a trece personas significa buscar un desastre.
Sí el 13 cae en día viernes el temor aumenta. Según la leyenda, en un viernes 13 Eva tentó a Adán con la manzana, el Arca de Noé inició su larga navegación durante el Diluvio, una confusión de idiomas puso fin a la construcción de la torre de Babel, el Templo de Salomón fue arrasado, y también en este día Cristo murió en la cruz.
Sin embargo, el verdadero origen del viernes 13 proviene de la mitología escandinava. El nombre del viernes (Friday en inglés y Freitag en alemán) procede de Frigga, la liberal diosa del amor y la fertilidad. Cuando las tribus escandinavas y germánicas se convirtieron al cristianismo, Frigga fue considerada una bruja y desterrada a la cumbre de una montaña. Se creía que cada viernes la rencorosa diosa celebraba un aquelarre con otras 11 brujas más el demonio (13 los asistentes en total) y conspiraban para causar infortunios durante la semana siguiente, por lo que el viernes pasó a llamarse el “Sabbath de las brujas”.
En algunos países, se originó el dicho “no te cases ni te embarques, ni de tu casa te apartes” un martes 13. Se desconoce su verdadero origen, pero podemos recordar que el nombre del día procede de Marte, el dios romano de la guerra.
Espejo roto
Una de las supersticiones más extendidas es la de un espejo roto, el cual trae siete años de mala suerte. Sin embargo, esta creencia tiene su origen mucho antes de que existieran los espejos de vidrio. De hecho, los antiguos egipcios, los hebreos y los griegos, utilizaban espejos hechos de metales como el bronce, el latón, la plata y el oro pulimentados, y por lo tanto, irrompibles.
En el siglo VI a.C., los griegos practicaban la catoptromancia, un método de adivinación basada en los espejos en la que utilizaban cuencos de cristal o de cerámica llenos de agua. Estos se suponían que revelaba el futuro de cualquier persona que reflejara su imagen en la superficie de agua. Estas imágenes eran leídas por un vidente, pero si uno de estos espejos se caía y se rompía, se interpretaba que la persona que sostenía el cuenco no tenía futuro (o sea, que la muerte acechaba) o que su futuro le reservaba acontecimientos catastróficos y que los dioses querían evitar a esa persona una visión capaz de trastornarla profundamente.
Los romanos adoptaron esta superstición en el siglo I y le añadieron un nuevo significado que es a su vez nuestro significado actual. Sostenían que la salud de una persona cambiaba en ciclos de siete años, y puesto que los espejos reflejaban la apariencia de una persona y su salud, un espejo roto anunciaba siete años de mala salud e infortunios.
La superstición adquirió una aplicación práctica y económica en el siglo XV. Los primeros espejos de cristal con el dorso revestido de plata, desde luego rompibles, se fabricaban en Venecia. Al ser muy costosos, se trataban con mucho cuidado, y a los sirvientes que limpiaban los espejos de las casas se les advertía que romper uno de estos equivalía a siete años de un destino peor que la muerte.
Este uso efectivo de la superstición sirvió para intensificar la creencia en la mala suerte acarreada por la ruptura de un espejo, a lo largo de generaciones de europeos. Cuando, a mediados del siglo XVII, empezaron a fabricarse en Inglaterra y en Francia espejos baratos, la superstición del espejo roto estaba ya extendida y firmemente arraigada en la tradición.
¡Salud!
Cuando una persona estornuda, tenemos la costumbre de decir “¡Salud!”. Esta práctica proviene de los primeros cristianos, quienes creían que cuando alguien estornudaba podría llegar a lanzar su alma al mundo. Por esto se pensaba que para ayudar a mantener el alma se ofrecía una bendición, por lo que se afirmaba que “Dios le bendiga”. Cuando llegó la plaga de la Peste Negra alrededor de 1348, el estornudo se convirtió en un signo de enfermedad e infección, por lo que la persona podría llegar a morir, y se reemplazo la anterior bendición por un pedido de salud.
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