Su jerga, en la que mezcla italiano, griego, español, latín, francés y hebreo, era extraña, a veces indefinible, y eso provocó aún más la incredulidad en sus profecías. Quienes lo critican opinan que son predicciones tan vagas que las interpretaciones son muy liberales.
Cada una de sus predicciones eran cuatro versos aunque poéticamente imperfectos, y llegan hasta el año 3797. Son sus famosas “Centurias”.
¿Profeta o mentiroso? la duda, la incredulidad siempre estará ahí; nadie conocerás jamás de donde provinieron sus poderes, si es que realmente se creen en ellos.
Sólo una leyenda popular intentó explicar una vez de dónde salían sus profecías. Según esta leyenda, Nostradamus invocó a Anael, un ángel al que pidió le revelara en un espejo el destino de los hijos de la reina. Éstos reinarían por poco tiempo, y posteriormente sería Enrique de Navarra el que gobernó el trono de Francia. La reina, deprimida, prefirió no acabar viendo el espectáculo.
Para la gran mayoría, las Centurias de Nostradamus están repletas de profecías: sin embargo, su gran mérito fue adelantar visiones de hechos muy concretos que luego se acabaron cumpliendo.
Aquí tenéis algunas de sus profecías más famosas:
“La sangre de los justos será reclamada desde Londres, arrasada por el fuego, cuando tres veces veinte más seis sea escrito”.
Así, Nostradamus predijo el atroz incendio que se produjo en Londres en el año 1666.
“Fuego y muerte ocultos en globos serán soltados; horribles, terribles; por la noche las fuerzas enemigas reducirán la ciudad a cenizas”.
Creyeron tanto está profecía respecto al Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial, que incluso se repartieron folletos con profecías y contraprofecías en la Gran Guerra para inclinar el ánimo de los ciudadanos hacia su bando.
“Lluvia, hambruna y guerra serán incesantes en Persia; una poderosa fé traicionará al monarca”.
Con esta profecía se predijo los eventos de Irán de hace unos años cuando el Shá fue destronado y subió al poder el Ayatollah Jomeini.
Son algunas de las profecías de este visionario a quien seguimos pero no queremos creer. Preferimos creer en el azar, en la ley de las casualidades y basarnos en su vaguedad para explicar que las cosas que ocurren nadie puede saberlas. Cualquier teoría, cualquier idea, puede adaptarse a la situación ocurrida.
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