Otra de esas plantas que no podían faltar en casa de cualquier bruja era la mandrágora. Aunque contiene principios activos que pueden tener un uso medicinal, lo que le otorgó realmente una reputación mágica fue el vago parecido de su raíz con la figura humana. Comerciantes sin escrúpulos acentuaban esta similitud tallándola a cuchillo e incrustando en la supuesta cabeza granos de mijo o cebada, que al germinar y crecer hacían las veces de pelo.
Los compradores llegaban a pagar cantidades considerables por ella debido a que, según la tradición popular, como amuleto poseía innumerables propiedades beneficiosas: traía la felicidad a su poseedor, aumentaba su capacidad de seducción, le hacía capaz de abrir cualquier cerradura… Tenía también propiedades afrodisíacas y volvía fértiles a las mujeres que no podían tener hijos. Se creía que los nigromantes la empleaban para crear con ella homúnculos, pequeños seres artificiales que utilizaban como servidores.
Sin embargo, la recolección de la mandrágora encerraba peligros. En teoría, los mejores ejemplares crecían a partir del semen de los ahorcados, debajo del patíbulo. Había que arrancarla durante las noches de luna llena, atando un extremo de una cuerda a la planta y el otro a un perro negro, que al tirar sacaba la raíz de la tierra. El recolector necesitaba tener las manos libres para taparse con ellas los oídos, ya que, en el momento de abandonar la tierra, la raíz de mandrágora gritaba, y su grito podía enloquecer a quien lo escuchase. O incluso causarle la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario