Os informamos: desde agosto de 2007 han aparecido siete pies en la costa oeste de Canadá, el último hace apenas quince días en las cercanías de Vancouver. Una octava extremidad ha arribado un poco más abajo, ya en costas estadounidenses. Ocho pies, ocho botellas sin mayor mensaje que el inaudito hecho de calzar en todos los casos una zapatilla deportiva.
Dos personas que caminaban por una playa de Vancouver han sido las descubridoras del nuevo pie. Entre agosto de 2007 y el verano de 2008, los habitantes de la Columbia Británica degustaron el amargo sabor del desasosiego. Las seis extremidades sueltas encontradas en once meses no parecían anunciar nada bueno. La policía ha insistido desde entonces, y ha vuelto a insistir con el reciente hallazgo, que los pies no estaban seccionados, sino que se desgajaron de forma natural. ¿Podemos creerlo?
Porque ¿y si se trata de un Aníbal? Que tiemble Roma, me diréis los licenciados en historia. Seriedad. No un cartaginés sobre elefantes, sino un psicópata. El psicópata del pie. Tal vez un honrado y tranquilo ciudadano de Vancouver, de Victoria, de la vecina Seattle, que un día se entera de las deslocalizaciones (ah, qué gran cosa, el eufemismo) porque su empresa, quizá fabricante de zapatillas deportivas, lo despide. Y la venganza se sirve fría, pero lo que no sabíamos era que también salada.
Las investigaciones se llevan en secreto. Pero han trascendido algunos datos. Los primeros cuatro pies correspondían a la extremidad derecha. ¡Las hordas judeomasónicas del rojerío comunista son los responsables! gritarán fuera de sí los que visitan el, ejem, Valle de los Caídos cada noviembre. Pero no, no parece. El quinto y el sexto eran pies izquierdos.
También se sabe que de los siete pies canadienses (acerca del norteamericano hay un apagón informativo que alimenta las sospechas conspiranoicas, las mías entre las que más), dos pertenecen a una mujer, es decir, a una misma persona que era una mujer, dos pertenecen a un único hombre, y los tres restantes eran extremidades de tres varones distintos. Y repetimos, siempre, siempre calzando zapatilla deportiva. Hhmm…
Pero, a ver, lo esencial en este caso no es la zapatilla, el teni como decía el otro, sino el pie. ¿Qué es el hombre sino un simio que camina sobre dos pies? Bípedo implume, lo definió Aristóteles. El enigma de la Esfinge resuelto por Edipo, clave en nuestra historia, también trataba de patas y de pies. Por eso este macabro asunto nos afecta directamente. Nuestra dignidad depende de nuestros pies.
Ora bien, mientras no nos den una explicación creíble, yo me quedo con el mito. Dionisos, el dios que nació dos veces. Cuando era niño los titanes, esbirros de Hera, lo despedazaron. Desgarraron la carne tierna de sus entrañas, separaron los brazos del tronco, los pies de las piernas. Por eso luego las ménades, en el éxtasis, repetían ritualmente lo sufrido por su dios, abalanzándose sobre su víctima y troceándola con las manos.
Si los dioses olímpicos se hubieron de retirar tras la imposición del monoteísmo cristiano, si el origen del propio Dionisos se rastrea en ocasiones en las aguas del mar, no hay duda de que en el fondo de los océanos, aquellas divinidades griegas, para matar la melancolía, llevan a cabo grandes celebraciones entregándose a Dionisos. La pregunta es: ¿cómo capturan a sus víctimas? Os mantendremos informados.
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