Durante los días y días que llovió, el planeta se fue apagando abruptamente, y casi toda la vida con él. Cuando el agua acabó el mundo había quedado muerto. Debía entonces renacer. De los hombres y las mujeres, sólo sobrevivieron un joven y una niña, que debieron emprender la tarea, aunque no quisieran, de vivir y prolongar la vida.
Fue el tiempo de las más grandes penurias que tuvo que soportar el ser humano. Y todo recaía en las espaldas de dos personas que apenas comenzaban a vivir. Debieron buscar comida en la devastación y abrigarse por las noches heladas y húmedas. Alimentos rancios, crudos y escasos. Y el frío que los maltrataba.
Antes del Diluvio, la Pachamama, que es la Madre Tierra, y lo sabe todo, emprendió una tarea que quería concretar antes que ocurriera el desastre: cuidar el fuego. Para eso habló con el sapo. Y cómo siempre hay alguien que cuida los más preciados tesoros, el animal se decidió a cumplir su misión.
Se llevó los carbones encendidos dentro de su boca y se escondió en una cueva en las alturas al resguardo de la lluvia, y allí cuidó que el fuego no se apagara. Lo protegió del viento y de las gotas que igual entraban. Lo soplaba si se llenaba de cenizas. Día y noche. Hasta que el diluvio pasó.
Entonces el sapo puso otra vez los carbones encendidos en su boca, y partió de su escondite en busca de alguien a quien entregarle el fuego.
El animal encontró a los dos jóvenes. Estaban cansados. Habían estado mucho tiempo a la intemperie, mal alimentados y tiritando de frío. Cuando los vio, dejó caer los carbones de su boca y se puso a croar para llamar su atención.
Así fue que el ser humano volvió a encontrar el fuego.
Los dos chicos pudieron calentarse y recuperar la energía. La especie humana había pasado la prueba, que había sido durísima, y que no sería fácil después, pero con voluntad, los chicos habían sobrevivido. Y el sapo les llevó el primer regalo, por gracia de la Madre Tierra.
El joven y la niña crecieron y con el tiempo se convirtieron en los padres de los Chiriguanos, que habitaron la región del actual noroeste de la Argentina, de temple aguerrido, pudieron frenar el avance de los Incas y también supieron defenderse con bravura de los conquistadores.
Hoy sin embargo, sobreviven unos pocos. Su destino es similar al de varios pueblos originarios. Que en su cansancio milenario, se terminan por amoldar a los tiempos que corren, que no son los de ellos.
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