Se trata de una mula de color negro -aunque algunos afirman haberla visto de color castaño- y de largas orejas, que echa fuego por sus fauces y que encandila con sus ojos centellantes. Es mala como el Supay, pero no es más que un alma en pena. Es el alma de las mujeres que cayeron en pecado por haber mantenido relaciones incestuosas con su padre o con sus hermanos, o con un cura, por lo que está condenada a vagar por las noches convertida en animal.
Sufre el estigma propio de los condenados: arrastrar gruesas cadenas que cuelgan de su cuello y rozan el suelo, produciendo un chillido que anuncia su presencia. También suele rebuznar como lo haría el animal pero su sonido se mezcla con el lamento y el llanto de la mujer, y se transforma en un grito que paraliza de miedo a quien lo escucha, y que hace que nadie se acerque hasta ella.
Para comprobar que fue el Alma-mula la que estuvo allí, se pueden ver al otro día animales muertos sin su corazón, que sirven de alimento a este alma en pena.
Dicen que vive en Santiago del Estero, o por lo menos allí la han visto quienes cuentan sus historias. También dicen algunos que el Alma-mula todavía guarda la esperanza de la redención, por lo que vaga por los campos en busca de un alma caritativa que no se espante de su aspecto ni de su pasado, la enfrente cara a cara, la mire a los ojos y le haga un corte en una de sus orejas con su facón. De esta forma, cuando la sangre de la mujer toque el suelo, se redimirá de sus pecados y podrá dejar de ser el animal en pena que fue.
Si alguna vez se topa con el Alma-mula y no tiene el coraje de mirarla a los ojos y redimir su alma, por lo menos evite escucharla. Tápese los oídos y aléjese pronto del lugar. Cuentan que muchos que oyeron su lamento, no pudieron olvidarse del mismo durante años. Incluso alguno, cuentan, hasta se volvió loco.
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