El hombre primitivo, lanzado a un mundo lleno de peligros y aventuras, llegó a la conclusión de que debía haber algo más allá de lo que podía ver. Por ello, entre todas las creencias supersticiosas que hemos heredado, tienen mayor importancia aquellas destinadas a protegernos del mal: acciones y objetos fetiches que nos ayudan a detener cualquier amenaza.
La herradura
Colgar en algún sitio una herradura, el calzado de los equinos, está considerado como el más universal de todos los amuletos de la suerte. Los griegos introdujeron la herradura en la cultura occidental en el siglo IV, y la consideraban un símbolo de buena suerte, pues estaban hechas de hierro, un elemento que se creía que ahuyentaba el mal. Además, su forma emulaba la luna en cuarto creciente, que se consideraba símbolo de fertilidad y fortuna.
Luego, los romanos se apropiaron de este objeto y su creencia pagana en sus poderes mágicos pasó a los cristianos, que dieron a esta superstición su versión basada en San Dunstan.
La leyenda atribuye a San Dunstan el haber otorgado a la herradura, colgada sobre la puerta de una casa, un poder especial contra el mal. Herrero de profesión pero que llegaría a ser arzobispo de Canterbury en el año 959, Dunstan recibió un día la visita de un hombre que le pidió unas herraduras para sus pies, unos pies de forma sospechosamente parecida a pezuñas. Dunstan se dio cuenta de que se trataba de Satanás y explicó que, para realizar su tarea, era necesario encadenarlo a la pared. Así, el santo procuró que su trabajo resultara tan doloroso que el propio Diablo encadenado le pidió misericordia.
Dunstan se negó hasta que el diablo juró no entrar nunca en una casa donde hubiera una herradura colgada sobre la puerta. Pero no podía colgarse de cualquier forma; sus extremos debía estar hacia arriba, pues de lo contrario su reserva de suerte se vaciaba.
En la Edad Media, se creía que las brujas se desplazaban montadas en escobas porque temían a los caballos, y que cualquier elemento relacionado a los equinos, especialmente su herradura de hierro, las ahuyentaba. La mujer acusada de brujería era enterrada con una herradura clavada en la tapa de su ataúd para impedir su resurrección.
En Rusia, los herreros que forjaba herraduras eran considerados capaces de realizar “magia blanca” contra la brujería, y los juramentos solemnes relativos al matrimonio, los contratos comerciales y las compraventas de propiedades no se prestaban sobre una Biblia, sino sobre los yunques utilizados para martillear las herraduras.
La pata de conejo
Se dice que cargar con una pata de conejo atrae la buena suerte. Antiguamente, se creía que ésta poseía poderes mágicos. La suerte que se le atribuye proviene de una creencia arraigada en un antiguo totemismo, pues el hombre primitivo sabía que los humanos descendemos de los animales, y por ello cada tribu tenía un animal como mascota, tal como hacen los equipos de algunos deportes para atraer la buena suerte.
Los celtas creían que el conejo, al pasar mucho tiempo bajo la tierra, podía comunicarse el mundo subterráneo de las deidades, y por esto, disponía de información que era negada a los humanos. Además, la indiscutible fecundidad de los conejos contribuyó a relacionarlo con la buena suerte y la prosperidad. Poseer cualquier parte del conejo, como la cola, una oreja o una pata, aseguraba la buena fortuna.
¡Toca madera!
Como dice la canción de Serrat, tocar madera contribuye a la buena suerte. Su origen se ubica en los árboles de roble con los indios norteamericanos hace unos 4.000 años, y más tarde con los griegos. Ambas culturas, al observar que el roble era alcanzado frecuentemente por el rayo, pensaron que era la morada del dios de los cielos, según los indios, y de Zeus, según los antiguos griegos.
En Europa, durante la Edad Media, los eruditos cristianos aseguraban que la superstición de tocar madera se originó en el siglo I, y procedía de la crucifixión de Cristo en una cruz de madera. Tocar madera en señal de esperanza era un sinónimo de la plegaria de súplica.
Otras culturas reverenciaban diferentes tipos de árbol, a los que dirigían plegarias. También se creía que los malos espíritus, celosos de las buena noticias, se ahuyentaban con los sonidos fuertes, como el de golpear tres veces una madera.
En Holanda se adhirieron a la superstición de tocar madera, sin importar el tipo; lo que importaba era que la madera estuviera sin barnizar, sin pintar, sin tallar y sin ornamentación.
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