Cuenta la leyenda que hubo una época en la que San Andrés estuvo muy apesadumbrado y abatido en el cielo. Le entristecía que el santuario consagrado a él en tierras del norte de Galicia apenas tuviese visitantes, a pesar de ser el lugar cumplidamente milagroso y haber hecho él durante su vida méritos suficientes como para merecer otra cosa. En cambio, el no muy lejano santuario dedicado a su colega Santiago en Compostela recibía ríos de peregrinos y gozaba de fama mundial.
Al conocer el Señor la causa del abatimiento de San Andrés, se dirigió a él y le dijo:
―Puedes estar tranquilo Andrés, pues para mi no eres en nada menos que Santiago. Te prometo que desde hoy nadie entrará en el reino de los Cielos sin haber visitado antes tu santuario. Y si no lo ha hecho en vida, deberá hacerlo de muerto.
Y por eso dice un popular refrán gallego: “A San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo”.
La forma que las almas adoptan generalmente para realizar realizan esa peregrinación ‘post mortem’ corresponde a la de animales, o, más bien alimañas: sapos, culebras, salamandras, lagartijas, escarabajos, etc., que aquellos que suben a la romería que se celebra a principios de septiembre pueden ver avanzando monte arriba en la misma dirección que ellos. Por supuesto, estos no deben pisarlas ni causarles ningún daño.
Las almas más desafortunadas, en cambio, se materializan en objetos inanimados, motivo por el cual el romero se cuidará de no patear ninguna piedra que encuentre por el camino. Es más, constituye su deber coger al menos una y portarla hasta el santuario, ayudándole así a conseguir un descanso eterno que de otra manera no podría obtener.
Dicen que una vez unos mozos que subían a la romería de San Andrés de Teixido encontraron una calavera en medio del monte. Lejos de asustarse, comenzaron a jugar con ella como si esta fuese un balón de fútbol; y así, patada va patada viene, llegaron al santuario.
Entonces la calavera, tras ponerse en posición vertical por sí misma, agradeció a los jóvenes haberla subido hasta allí, permitiéndole así completar una peregrinación que la muerte había interrumpido en mitad del ascenso.
A veces son espectros de forma humana los que directamente piden ayuda a los vivos para completar su viaje, como hace por ejemplo el fantasma de Fiz Cotovelo con el bandido Fendetestas en la novela El bosque animado, del escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez.
En otro tiempo era costumbre que las familias mismas condujesen a su difunto hasta San Andrés de Teixido. Para ello había que ir al sepulcro de este, llamarlo por su nombre e instarlo a prepararse para el viaje. Después se le debía dejar un asiento libre en el automóvil o el carro o comprarle un billete de autobús. Era importante también hablar con él durante el trayecto, sobre todo si se hacía a pie.
Al santuario se le atribuían asimismo poderes curativos. Beber el agua de una fuente de tres caños cercana al templo podía ayudar a mejorar a los enfermos si estos lo deseaban. En caso de que la dolencia fuese muy grave, el enfermo debía acudir a la romería llevando a cuestas su propio ataúd para dejarlo en la iglesia al llegar, suponemos que bajo la creencia de que la Muerte se quedaría allí con él. La afluencia de enfermos llegaba a tal extremo que se generaba una macabra procesión conocida como la “procesión de los ataúdes”.
Pero al margen de estos aspectos fúnebres y de ultratumba, la romería de San Andrés de Teixido era una fiesta alegre y desenfadada relacionada con la fertilidad, y que en ocasiones derivaba hacia lo erótico y pecaminoso. Durante su celebración, las jóvenes cogían la “herba namoradeira”, cuya posesión favorecía el casamiento de las mozas solteras y volvía fértiles a las mujeres que no lo eran. Un refrán gallego decía: “A San Andrés van dous y veñen tres: milagros que o santo faes”, no tanto por el poder fertilizante del santuario, sino porque su fiesta facilitaba los encuentros íntimos entre los jóvenes que acudían a ella.
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