Y, mientras, ella sonríe agazapada en su refugio diurno, tal vez una cueva o el tronco hueco de un árbol, con el estómago tibio de sangre ajena, sintiéndose agradecida por haber llegado a ser tan vieja que casi todos la han olvidado.
Sus hábitos son nocturnos, y se puede mover con mucho sigilo. Entra en las casas cuando nadie está despierto, a través de las rendijas de la puerta, el hueco de la chimenea o el ojo de la cerradura. Se acerca a la cama, y, sin que llegues a despertar, te clava su largo, afilado y único colmillo, y comienza a succionar tu sangre. Bebe solo un poco, pero volverá a la noche siguiente, y a la siguiente, hasta que ya no te quede ni una sola gota que merezca ser libada.
La Guaxa es vieja, muy vieja (“de los tiempos de Adán”, dice uno de los informadores del folclorista Ramón Sordo Sotres). Su aspecto es el de una anciana delgada, arrugada y encorvada, con la boca muy grande y ese largo colmillo sobresaliendo de su mandíbula superior. Algunos dicen que tiene ojos de búho, mientras que otros, más efectistas, afirman que en el fondo de ellos brillan chispas que parecen salidas del Infierno.
Su visión provoca terror a los que por casualidad la encuentran de noche en mitad del bosque, aunque en esas ocasiones no suele resultar peligrosa. Prefiere salir huyendo y se oculta o, como mucho, lanza una burla al caminante.
En algunas partes de Asturias se la asocia con la curuxa (la lechuza), ave nocturna cuyo canto es de mal agüero. Por ello y por su carácter vampírico Alberto Álvarez Peña piensa que podría estar relacionada con la Strix de la tradición latina.
La existencia de la Guaxa como tal (o, para ser más exactos de su mito) lleva siendo debatida por los folcloristas asturianos desde que Jove y Bravo la describiese por primera vez en 1897. Algo más de cien años después, en 1998, Sordo Sotres recoge el testimonio oral de un vecino del concejo de Nava que recuerda haber oído hablar a sus mayores acerca de la Guaxa, describiéndola de la misma manera que Jove y Bravo, como la maléfica anciana vampiro de un solo diente. Esto parece demostrar definitivamente que no se trata de un mito inventado o exagerado.
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