Hace mucho tiempo, cuando el ser humano era aún joven, no existían el Sol ni la Luna, por lo que los hombres vivían rodeados de una oscuridad perpetua, y los genios malignos, que campaban a sus anchas, se divertían atemorizándolos. La roja mirada del Basojaun brillaba entonces en el linde del bosque, el salvaje batir de alas de la Leheren-suguia estremecía el aire y los siniestros cánticos de las sorguiñas cortaban el silencio nocturno. Mientras, desde las entradas de sus cuevas, hombres y mujeres observaban y escuchaban temblorosos.
Finalmente, decidieron dirigirse a Amalur, la Madre Tierra, para pedirle que les ayudase a terminar con aquel angustioso tormento. Tras oír sus ruegos, Amalur accedió:
―Crearé un ser brillante que flotará en el cielo proporcionándoos luz ―les dijo―, y así los genios malignos se asustarán y permanecerán escondidos sin haceros daño.
Y Amalur creó la Luna.
Cuando su tenue luz blanca iluminó la tierra por primera vez, los hombres se estremecieron, aunque no tardaron en acostumbrarse a ella y en abandonar sus cuevas. Fue una época de celebración, pues los genios malignos se habían retirado al interior de la tierra. Pero no duró mucho: estos terminaron por acostumbrarse también a la luz de la Luna, regresaron a la superficie y volvieron a acosar a los humanos con igual saña que antes.
Los hombres pidieron otra vez ayuda a la Madre Tierra, quien viendo que la luz de la Luna no había bastado para disuadir a los espíritus malignos, creó el Sol.
El Sol fue recibido con alegría por parte de los humanos, pues les parecía que ante su potente luz las tinieblas huían definitivamente. Sin embargo, algunos de los genios malignos ―no todos― se acostumbraron a ella, al igual que habían hecho con la luz suave de la Luna, y continuaron molestándolos.
Por tercera vez los hombres, desesperados, acudieron a la Madre Tierra para que los librase del pertinaz acoso de los genios malignos. Ahora Amalur creó para ellos la flor del sol, la eguzkilorea, ante cuya presencia todos entes malignos han de retroceder.
Desde entonces, los humanos cuentan con este poderoso amuleto para protegerse, y lo colocan en las puertas de sus casas, para ahuyentar a las criaturas malvadas que pueblan la noche o se aventuran en la claridad del día.
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