Entre 1931 y 1956, los antropólogos franceses Marcel Griaule y Germaine Dieterlen convivieron con los dogon, llegando a ser aceptados por su comunidad e iniciados en sus tradiciones. Así descubrieron, entre otras cosas, la gran importancia que las estrellas tienen en los ritos y los mitos de este pueblo.
Según la cosmogonía dogon, el universo se originó a partir de una estrella muy pesada a la que llaman Po Tolo. Po Tolo es invisible, en el sentido de que no se puede ver mirando al cielo, pero gira en torno a la estrella más brillante del firmamento nocturno: Sigu Tolo, o, según su nombre occidental, Sirio. Esto resultó sumamente desconcertante para Griaule y Dieterlen, ya que Sirio efectivamente es un sistema doble, con una estrella muy densa e imposible de ver sin un potente telescopio, Sirio B, que gira en torno a su hermana Sirio A. Cómo llegaron los dogon a conocer su existencia era un misterio para los antropólogos franceses.
Además los dogon describían su órbita elíptica con bastante exactitud, y, por otro lado, también parecían poseer otros conocimientos sorprendentes, como que Júpiter tiene cuatro lunas y Saturno un anillo. Todos estos datos astronómicos, de adquisición relativamente reciente para la ciencia occidental, se hallaban imbricados en mitos supuestamente milenarios.
Más tarde se replicó a Griaule y Dieterlen que los dogon bien podrían haber adquirido esos conocimientos astronómicos a través de viajeros occidentales, aunque, si bien Sirio B había sido descubierta en 1862, su extrema densidad no fue tema de debate científico hasta 1920. Un año demasiado reciente como para que los dogon hubiesen incorporado ya ese dato a su mitología. Otra posible explicación consistía en que los propios antropólogos franceses hubiesen moldeado, intencionadamente o no, los mitos indígenas con sus preguntas, ansiosos por encontrar elementos que socavasen el etnocentrismo cultural europeo. Pero esto es difícil de demostrar, por lo que los conocimientos astronómicos de los dogon continúan rodeados de un halo de misterio.
En su polémico libro El misterio de Sirio (1975), Robert Temple plantea la hipótesis de que hubiesen adquirido esa información a través de antiguos visitantes alienígenas. Una idea deudora de las tesis de Erich von Däniken, en el cénit de su popularidad cuando Temple lleva a cabo la investigación y redacción de su libro. Él parte de los escritos de Griaule y Dieterlen y de sus propias indagaciones sobre el terreno. En un rito dogon del que es testigo cree encontrar la teatralización del aterrizaje de una nave espacial, y en los “nonmo”, unos seres míticos de las leyendas dogon, a extraterrestres provenientes de Sirio B, a los cuales atribuye aspecto pisciforme basándose en la representación gráfica que los indígenas supuestamente hacen de ellos.
Como es fácil de imaginar, las teorías de Robert Temple encontraron bastantes detractores. Además de reprochársele hacer interpretaciones interesadas de los mitos dogon, en los cuales se esforzaba por encontrar lo que de antemano buscaba, se le acuso de ocultar aquellos aspectos de los trabajos de Griaule y Dieterlen que podían perjudicar a su tesis principal. Lo cierto es que El misterio de Sirio no inspira demasiada confianza. Se trata de un libro áspero, un collage de elementos heterogéneos que a veces se pierde en disquisiciones más bien bizantinas, como por ejemplo su rebuscada explicación de unos dibujos que en realidad podrían significar cualquier cosa.
De esta historia tal vez debamos quedarnos con la aventura de Marcel Griaule y Germaine Dieterlen: adentrarse en el corazón de África para hacer preguntas a un pueblo en teoría primitivo, encontrando respuestas sorprendentes. Más allá de que al final esas respuestas sean misteriosas o no, escucharlas de primera mano debió de resultar una experiencia apasionante.
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