La princesa Nü Wa adoraba navegar entre las olas, sintiendo bajo sus pies el constante balanceo de su barca, y observar a las aves que sobre su cabeza pasaban. Tal era la pasión que sentía que se dejaba arrastrar por la corriente hasta alta mar sin preocuparse en absoluto de que nada malo pudiera pasarle.
Pero un día su osadía le trajo la peor de las consecuencias. Se encontraba ya muy adentro cuando estalló una terrible tormenta que hizo naufragar su pequeña embarcación y la arrojó al fondo oscuro de aquel mar que tanto amaba. Y allí encontró la muerte… Nada pudo hacer ante este terrible suceso su padre, el emperador Shen Nong, que la llamó durante toda la noche sin respuesta alguna.
Pero el alma apasionada de Nü Wa tornó lo que antes fue intenso amor en odio sin límites y se convirtió en Jing Wei, un ser extraordinario con forma de ave, la cabeza adornada con muchos colores, el pico blanco y las patas rojas. Buscaba hallar la forma de vengarse del mar que le había arrebatado la vida a tan temprana edad.
Una vez se encontró sobrevolando el inmenso océano, se dirigió a las olas para contarles su propósito: arrojaría ramas y piedras en el agua hasta que consiguiera llenarlo, de tal forma que nunca más existiera la posibilidad de que alguien se ahogara en sus aguas.
Pero el mar, consciente de su inmensidad y soberbio en su poder, simplemente se rió, asegurándole que eso que pretendía era algo imposible.
Pero el espíritu de la joven no se rindió y guió a Jing Wei de vuelta a tierra firme. Allí el ave cogió ramitas y todo lo que encontraba a su paso con el pico y, poco a poco, fue arrojándolo al mar.
Se dice que aún hoy en día el espíritu de la princesa Nü Wa, en el cuerpo de Jing Wei, sigue en su empeño de secar el océano.
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