Alejandro I se distinguió del resto por su influencia conservadora y su educación liberal. A pesar de sus conflictos internos, otorgó la liberación de los siervos y la cesión de algunos derechos que 200 años después serían la base para la Revolución Rusa. Pero su mayor acción la tuvo en las Guerras Napoleónicas.
Primero pactó con Napoleón y terminó luchando contra él en las inmisericordes estepas rusas. Al final, casi enloquecido por las terribles pérdidas sin ganancia, se ganó el odio de sí mismo. Por eso fue que al anunciarse su muerte en 1825 muchos pensaron que era un truco para alejarse del poder.
Se dice que Alejandro I se convirtió en un monje ermitaño de nombre Fedor Kursmitsch. La historia de la supuesta muerte fue olvidada y todos lo tomaron como cierto. El enigma volvió a la luz en 1917.
La Revolución Rusa había terminado con el zarismo en el país más extenso del mundo. En ese entonces se ordenó abrir todas las tumbas de los zares, entre ellos el de Alejandro I. No se halló ningún cadáver.
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