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Desde ya les agradezco a todos y pido disculpas si no se agrega la fuente por que muchos correos no la poseen y para no cometer errores no se agrega pero en este pequeño equipo estamos muy agradecidos para con todos. Muchísimas Gracias a todos en general por su valiosa información y por su cordial atención.

Equipo Infinito.



martes, 5 de mayo de 2015

Santa Vehme

Durante siglos esta espeluznante sociedad secreta impartió justicia con toda impunidad. Sus juicios, amparados por las secretas sombras de las noche, implicaban casi siempre la muerte de los acusados, muchas veces inocentes. Los grados de corrupción y el secretismo de la Santa Vehme acompañaron durante centurias a los aterrorizados habitantes de la Alemania medieval.

Nosotros, los secretos vengadores del Eterno, los jueces implacables de los crímenes, y los guardianes de la inocencia, lo citamos de aquí a tres días ante el tribunal de Dios. ¡Apareced!, ¡Apareced!”. Descubrir estas palabras erizaba los vellos de los destinatarios, desencadenaba los sudores del miedo, provocaba los más terribles temblores. No era para menos: recibir esas palabras era prácticamente sinónimo de muerte, de una muerte atroz. Era la carta de presentación ante el acusado de la Santa Vehme, un acusado que casi ­siempre iba a ser culpable, aunque no hubiese cometido delito alguno.

El modus operandi era siempre el mismo. La notificación, la advertencia, había de hacerse en la más absoluta de las tinieblas. El miedo habita en la oscuridad. Y la sociedad secreta que nos ocupa, la Santa Vehme, trabajaba con la opacidad como aliada. No podía ser de otro modo en una realidad tan tenebrosa como ella. Un miembro de la misma, sigilosamente, se acercaba a la casa del acusado. Era preciso que fuese de noche. Sin un solo testigo. Una vez en la puerta del hogar, clavaba en ella un sobre cerrado con un sello de cera roja en el que se reproducía la figura de un caballero con armadura. Un puñal ritual incrustado en la madera de la cancela servía para sujetar la nota. No es difícil imaginar el terror que invadiría a quien recibiese dicha nota. Ese puñal y la imagen del sello identificaban al remitente. Y era casi inviable escapar de él. Abrir el sobre implicaba, a buen seguro, un corazón dislocado. La nota seguía un modelo. Primero, se presentaban los delitos que se imputaban, todas las faltas que, en caso de ser confirmadas en un juicio que sería poco justo, a buen seguro que acabarían con su muerte, después, la frase que escribíamos a comienzos del artículo. Tres días tenía para poner en orden todos sus asuntos, a la espera de la llegada del terrible juicio… O para intentar huir, cosa harto improbable habida cuenta de que los tentáculos de la sociedad alcanzaban todo el país… Y después, en un juicio que hoy podría calificarse como sumarísimo, a esperar la sentencia, que muy probablemente no estaría bien relacionada con su supervivencia… Por eso, durante siglos, la Santa Vehme se convirtió en el tribunal secreto más temible de lo que es hoy Alemania. Pero, ¿cómo, cuándo y por qué dieron comienzo sus extravagantes y crueles desmanes?

Orígenes inciertos

No existe acuerdo acerca del origen del terrible tribunal. Algunos estudiosos apuestan por unos comienzos que bien parecen legendarios y que tienen al no menos mítico Carlomagno como principal impulsor. El ejército del reconocido como emperador de Occidente a finales del siglo VIII entabló una dura guerra contra los sajones a los que consiguió vencer e intentó cristianizar. Sin embargo, un pequeño clan de rebeldes renegó de su autoridad, suscitándole no pocos contratiempos. Este grupúsculo estaba liderado por un personaje terco, líder de las conocidas como guerras sajonas, de nombre Vidukindo y al que el monarca no sabía muy bien cómo doblegar. Según reza este relato, Carlomagno, por medio de uno de sus más fieles seguidores, decidió pedir consejo al papa León III. Acudió el emisario a Su Santidad y le describió la situación que preocupaba a su jefe. León III ­escuchó sin hacer aspavientos, callado, meditabundo. En un momento determinado, se levantó y comenzó a caminar por su jardín. El representante de Carlomagno lo siguió. El Papa se dedicó a cortar las malas hierbas que crecían en su terreno, y una vez amontonadas, las colgó para que quedaran secas. No dijo palabra en todo el encuentro. El embajador regresó y detalló la reunión a su soberano. Es fácil imaginar cuál fue la interpretación de Carlomagno del comportamiento papal: había que acabar con las malas hierbas, había que exterminar a todo aquel que se rebelara contra su poder. Con este fin, en torno al año 770, Carlomagno crea los tribunales secretos de Westfalia, lo que para algunos suponía el arranque de la Santa Vehme.


Carlomagno otorgaría a dichos tribunales, que comenzarían a funcionar al modo de las sociedades secretas, toda una serie de prebendas que le permitirían actuar libremente, sin cortapisas. Es lo que se dio en llamar “poder sobre la vida y la muerte”. Y lo que empezó siendo un modo de luchar contra los elementos más indómitos de los sajones, no tardó en convertirse en una forma de castigar, primero, a quien no cumpliese las normas carolingias; al poco, a todo el que se mostrase desafecto, desobediente o simplemente mantuviese mala relación con algunos de los miembros de la organización. Lo que empezó siendo una forma alegal de acabar con los adversarios de Carlomagno, trocó en ejecuciones promovidas por el capricho de alguno de los miembros de la Orden.

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