jueves, 7 de mayo de 2015
Mitos del África Negra
En los últimos tiempos han surgido
numerosas reflexiones, estudios e informaciones, sobre el Africa
negra. Parece como si existiera un acuerdo tácito para poner de moda
a la negritud. Tal vez se trate, por otro lado, de hacer justicia,
puesto que hasta épocas muy recientes apenas se había hablado de
Africa, ya fuera por la dejadez de muchos investigadores, o porque
apenas se sabía gran cosa de su historia y su cultura.
Sin embargo, en la actualidad, muchos
historiadores y etnólogos nos hablan de Africa con verdadera pasión.
Explican que para la mejor comprensión del mundo negro se hace
necesario conocer sus aspectos geográficos y físicos, puesto que
ambos inciden sustancialmente sobre lo histórico, y lo determinan.
Y así, interpretan el mundo africano
de forma minuciosa y desde una perspectiva nueva hasta entonces
-aunque acaso sus estudios y reflexiones puedan conducirles a una
especie de determinismo geográfico-, e inédita, puesto que se
concede prioridad al estudio, por ejemplo, de datos climáticos,
orográficos e hidrográficos sobre consideraciones de tipo
histórico. Todo lo cual conduce a la consideración del continente
negro como un espacio cerrado, en el que sus pobladores rechazarían
cualquier amago de influencia ajena a ellos; con lo que se hallarían
abocados a cierta clase de impenetrable ostracismo étnico. No
obstante, los distintos pueblos, y tribus, que se encontraban
desperdigados por el territorio africano, ciertamente que tenían
limitado su espacio por una especie de muro de arena que señalaba,
de forma expeditiva, la frontera norte del Africa negra: se trataba
del hoy célebre desierto del Sáhara.
Fronteras de arena
Pero, esto, no siempre fue así, puesto
que esa franja desértica denominada “desierto del Sáhara”,
antaño era un verdadero vergel, pleno de abundante vegetación, con
árboles y prados, y feraces llanuras y colinas. Mas ello sucedió
hace ya seis mil años, cuando ya en otras zonas de Africa los
primeros homínidos habían dejado grabados -en las paredes rocosas
de las cuevas que usaban para guarecerse- signos mínimos cargados de
simbolismo emblemático; y pinturas esquemáticas, cuyo valor como
documento social, político, ritual y estético es incalculable.
Esa especie de jardín natural, que fue
el actual desierto del Sáhara, quedó agostado por una gran sequía
que tuvo su origen cuatro milenios antes de nuestra era. La gran
desecación perduró por espacio de casi dos mil años, y las
consecuencias directas de sus efectos están ahí, en esa enorme
franja desierta que se extiende de occidente a oriente en la zona
norte del continente africano y que, según algunos historiadores,
constituye el límite que la propia naturaleza ha impuesto al mundo
negro.
Ya en tiempos de las glaciaciones, a
finales del período terciario -hace aproximadamente seiscientos mil
años-, el territorio africano había sido lugar de residencia de los
primeros homínidos. En algunas partes de su zona sur se han hallado,
junto a útiles de piedras sin labrar y cantos rodados o eolitos,
restos humanos de gran antigüedad. También se han conseguido datos
y pruebas que han permitido, a los especialistas e investigadores,
afirmar que aquellos primeros homínidos conocían el fuego. Esas
zonas africanas están consideradas, en la actualidad, como centros
de importantes hallazgos prehistóricos.
Una nueva tierra
Los pobladores de las zonas desérticas
se extendieron, y emigraron, hacia el norte, el sur y el este. En su
afán por buscar una nueva tierra en la que echar raíces, por así
decirlo, se toparon con otras tribus que, desde épocas remotas,
habitaban en las zonas tropicales del continente africano.
Ante la ausencia de pruebas fidedignas
para catalogar con exactitud los distintos pueblos que se hallaban
diseminados por tierras africanas, se han adelantado hipótesis que
afirman que existieron tribus primitivas “paleo-negríticas” que
practicaban la caza y conocían técnicas rudimentarias para trabajar
la tierra; especialmente se esforzaban en lograr que le terreno pobre
y yermo de zonas extremas y montañosas llegara a ser fértil y
feraz. Para ello, contaban con el conocimiento del cultivo intensivo,
mediante el que conseguían, además del total abastecimiento de todo
tipo de productos hortícolas, algo más importante, a saber, la
cohesión social necesaria para hacer posible el auge poblacional y,
por ende, el asentamiento definitivo en una determinada zona; de este
modo llegarían a la formación de núcleos o grupos sociales con una
densidad de casi cincuenta habitantes por kilómetro cuadrado.
Pueblos y culturas
Algunos de estos grupos poblacionales
ocuparon la región norte del territorio africano, lugar cercano a la
ribera oriental del Nilo; tal es el caso de la tribu de los dogones,
que se caracterizaba porque entre sus miembros y el propio entorno
geográfico se estableció un vínculo tribal difícil de romper.
También, el grupo de los basari es
otro de los denominados “pueblos desnudos” de Africa, los cuales
se hallaban desperdigados por diferentes zonas. Su antigüedad se
remonta a cerca de seis mil años y terminaron asentándose en
Guinea. En la Costa de Marfil se establecieron los “lobis”. Los
“sombas” ocuparon la región de Togo. Y las tierras de Nigeria se
vieron pobladas por tribus de “angus” y “fabis”. Todos los
grupos enumerados fueron conformando las grandes zonas étnicas de
Africa.
Mas también en los territorios
desérticos y en las zonas ecuatoriales se fueron asentando
poblaciones de raigambre étnico como los “mandinga” y los
“bambara”. También los “yoruba”, en unión de los “hausa”
y los “ibos”, se irían asentando por la zona de Nigeria hasta
constituirse en la masa de población más rica de todo el continente
africano.
Según todos los investigadores, las
distintas tribus señaladas mantenían entre sí una clara
diferenciación social, y otro tanto sucedía en el terreno político
o religioso. La autonomía estaba garantizada, lo mismo que las
costumbres milenarias de cada tribu y su idiosincrasia propia. La
variedad de creencias, de historia, de leyendas y de mitos, que
confluyen en las poblaciones reseñadas, hace que el continente
africano se muestre atractivo e interesante en grado sumo. Si a todo
ello se añade que fue en Nubia -territorio situado en el fértil, y
maravilloso, valle del Nilo- en donde tuvo su origen una de las
primeras civilizaciones del continente africano, que recibió
precisamente el nombre de civilización de los nubios -en la
actualidad casi toda la zona es territorio sudanés-, la cual
provenía probablemente de Asia, puesto que el color de su piel era
muy similar al de los pobladores de ese continente y, durante un
milenio, mantuvo todo su esplendor.
El sur
La región situada más al sur del
lugar de asentamiento de los egipcios era denominada por éstos con
el nombre de “Kus” ; los nativos de esta zona tenían la
pigmentación de su piel más oscura que los del norte, eran de raza
negra. Habían establecido la capital de toda la región en una zona
muy próxima a un enorme recoveco del río Nilo y, en su subsuelo, se
hallaban las más fabulosas reservas de oro de todos los tiempos.
Esta capital recibió el nombre de
Napata y tuvo dirigentes que la hicieron crecer en demasía, hasta el
punto de que Egipto mismo fue sometido. Los márgenes del Nilo
también fueron conquistados por los reyes de Napata. En aquel tiempo
-hace casi tres mil años- toda la extensa ribera de ambos lados del
Nilo estaba formada por valles y pastizales siempre fértiles;
actualmente hay grandes zonas yermas y terrenos eriales.
La riqueza de la población de la zona
del Kus -los “kusitas”- se vio incrementada por el
descubrimiento, en el subsuelo más próximo a la ciudad de Napata,
de gran cantidad de mineral de hierro. A todo ello habrá que añadir,
además, las productivas transacciones de marfil que los pueblos
limítrofes les suministraban.
Pero, este gran imperio “kusita” se
hallaba sometido a la rapiña y al hurto de numerosas tribus nómadas.
Ya desde el siglo III, antes de nuestra era, los ladrones esquilmaban
las caravanas “kusitas” que transportaban oro y marfil por las
rutas comerciales abiertas al efecto.
El resultado final es que el emperador
del poderoso reino de “Axum”, situado más al sur, en las
cercanías de la meseta de Etiopía, someterá a todas las
poblaciones del “Kus” y se apropiará de sus ricas minas de
hierro y oro.
Artesanos y herreros
Todo lo antedicho ha servido para que
algunos investigadores expresen, con contundencia, sus tesis
favorables a la más que probable influencia de las grandes
civilizaciones norte africanas sobre las culturas desarrolladas en el
mundo negro, y sobre su estructura social. Algunos hallazgos
relevantes vienen a avalar la tesis expuesta. Por ejemplo, se han
encontrado perlas de cristal egipcio en áreas del territorio de
Gabón, y también pequeñas representaciones y efigies del dios
Osiris en zonas situadas al sur del río Zumbeze y en los territorios
del oriente del Congo. Tal vez no suponga todo ello una prueba
concluyente de la incidencia de la civilización egipcia en el mundo
negro pero, sin embargo, sí que se abren expectativas por mor de las
cuales puede afirmarse que en el campo artístico y técnico existió
cierta relación; el caso más claro es la utilización, por ambos
pueblos, de la técnica de la fundición con cera. No obstante, ya
desde el año 3000 (a. C.), las tribus de la zona del Níger, por
ejemplo, conocían la metalurgia del hierro y, desde épocas muy
remotas, ya habían formado una especie de gremios, o sociedades, de
herreros, que se constituían en castas y trabajaban el estaño y la
metalurgia del hierro.
Zonas de refugio
Dos grupos étnicos, firmes exponentes
de la negritud, se hace necesario destacar: los bantú y los negros
sudaneses.
A pesar de ciertas diferencias, más
bien debidas a determinados avatares históricos que a la voluntad de
los protagonistas, ambas etnias mantienen su unidad cultural y
lingüística. La raza bantú es originaria de los grandes lagos
africanos y no se ha visto mezclada con otros grupos, tales como los
beréberes islamizados, moros, o cualesquiera otros pueblos de
raigambre islámico-semita.
Los bantúes se regían por monarcas
que pretendían, en todos los casos, lograr la paz para su pueblo. Se
les denominaba “kakabas” y la relación con el resto de la
población, o con otros territorios circundantes, no se hacía
directamente, sino que utilizaban tambores para comunicarse. También,
según las proporciones del sonido, o las variaciones del ritmo de
los tambores, se podía deducir el poder de los reyes bantúes. Los
tambores -algunos tenían hasta dos metros de radio- se depositaban
en el interior de lugares sagrados y templos. Quienes los custodiaban
y se encargaban de hacerlos sonar formaban una casta privilegiada y
eran muy considerados por las tribus y reinos de los grandes lagos.
Actualmente, los bantúes se hallan asentados en la isla de
Madagascar y, en opinión de etnólogos y geógrafos, deben
considerarse “fuera del continente negro”. Se considera a los
pigmeos como descendientes de los primeros pobladores del continente
africano. Permanecen en las “zonas de refugio, constituidas por
extensas tierras selváticas, donde el agua de lluvia se mantiene en
el mismo lugar sobre el que ha caído para, así, formar una inmensa
selva virgen, una selva-esponja, saturada de agua, con los macizos
espesos de árboles gigantes, con el monte embrollado, oscuro y
silencioso, resistente a cualquier roturación, hostil al
establecimiento humano e, incluso,a la circulación, salvo la que se
hace por los ríos; región de vida precaria, aislada, basada en la
pesca y en la caza”.
Fuerzas poderosas
Recientes excavaciones han dejado al
descubierto figuras de terracota -como las halladas en la zona de Nok
(Nigeria)- cuya antigüedad se remonta a casi dos mil quinientos
años. Algunas de estas estatuas están realizadas de tal modo que la
cabeza es mucho mayor que el cuerpo; semejante desproporción era una
característica de los artistas africanos y con ello querían dar a
entender que no sólo representaban seres humanos sino que también
su arte pretendía llamar la atención sobre cierta clase de
significación simbólica, alejada de todo naturalismo.
En este sentido, el hallazgo de las
denominadas “figuras de Jano” -llamadas así porque recuerdan a
la deidad romana Jano, que aparecía representada con dos cabezas
contrapuestas, puesto que personificaba la vigilancia y la custodia-,
llevado a cabo en el valle de Taruga, es un claro ejemplo pleno de
connotaciones míticas y emblemáticas. Además, algunas de las
estatuas encontradas en la aldea de Nok representan, y simbolizan, a
las fuerzas sobrenaturales y poderosas que aparecían relacionadas
con la producción de alimentos y la satisfacción de las primeras
necesidades.
Otros hallazgos, en los que aparecían
hasta media docena de cabezas, de terracota, se han relacionado con
la existencia de santuarios, templos o lugares de culto y rito, en
los bosques considerados, por lo mismo, como sagrados.
Se afirma, además, que “la técnica
de la fundición guarda cierta relación mítica y ritual con las
figuras de terracota de los hornos del valle de Taruga”.
Otro tanto acaece con el arte
estatuario de Benin, que alcanzó su plenitud entre los siglos XI y
XV de nuestra era. “En tal sentido las figuras de animales, como el
leopardo, simbolizan el poder de sus reyes que, a veces, portaban
máscaras realizadas en marfil, las cuales llevaban incrustadas, a su
vez, pequeñas figurillas de los colonizadores europeos con el objeto
de apropiarse de su saber y su inteligencia y, de este modo, no ser
dominados por ellos”.
Sagrada naturaleza
Los pueblos africanos tenían hacia los
fenómenos naturales, hacia el Sol, la Luna,las estrellas, hacia las
montañas, los ríos, mares y árboles, cierto respeto sacro. Todo
estaba personificado y vivo -asimismo-; y, por doquier, surgían
ídolos, fetiches, talismanes, brujos, hechiceros y magos.
El primitivismo de las leyendas de los
pueblos de Africa meridional entronca con una especie de animismo,
que les hace adorar a los árboles porque pensaban que, en un tiempo
muy lejano, fueron sus antepasados. Lo mismo sucedía con los
animales; con el añadido, además, de que se les asociaba con cierta
clase de esoterismo que conducía a la creencia de que los muertos se
aparecían a los vivos, precisamente, en forma de animales. El culto
a los muertos se hallaba muy extendido, y se consideraba obligatorio
hacerles ofrendas. De este modo, la muerte que siempre era tabú -es
decir, algo que no debía ni mencionarse ni mentarse pues, de lo
contrario, podrían sobrevenir terribles castigos a los infractores
de tales preceptos-, adquiría una importancia capital entre los
componentes de una determinada tribu y su modo de comportarse. Cuando
alguien moría, todos los demás abandonaban el lugar de marras, para
que la desgracia no les alcanzara como al finado. Son muy frecuentes,
por lo demás, las leyendas sobre la muerte, y existen varios mitos,
acerca del origen de tan tremendo mal, en algunas tribus africanas de
la zona que estamos describiendo.
En el valle del río Níger, el
fetichismo se halla muy extendido y, de entre sus pobladores, surgen
muchos magos y hechiceros que son los encargados de dirigir el culto
al ídolo y de ofrecerle los distintos sacrificios; también tienen
el don de predecir el futuro y de pronunciar oráculos.
Mito de la creacion
Muchos pueblos africanos cuentan,
también, con numerosas leyendas para explicar el origen de la
especie y, al propio tiempo, han elaborado curiosos mitos sobre la
creación del primer hombre y de la primera mujer. La narración de
los hechos aparece repleta de inventiva y fantasía:
Hubo un tiempo en que el ser superior
Mulukú -en las poblaciones centroafricanas, a la deidad suprema se
la conocía con el nombre de Woka- se propuso hacer brotar, de la
tierra misma, a la primera pareja de la que todos descendemos.
Mulukú, que dominaba el oficio de la siembra o, por mejor decir, era
el sembrador por excelencia, hizo dos agujeros en el suelo. De uno
surgió una mujer, del otro surgió un hombre. Ambos gozaban de la
simpatía y el cariño de su hacedor y, por lo mismo, decidió
enseñarles todo lo relativo a la tierra y su cultivo. Les proveyó,
además, de herramientas para cavar y mullir el suelo y para cortar,
o podar, árboles secos, y para clavar estacas. Puso en sus manos
semillas de mijo para sembrar en la tierra y, en fin, les mostró la
manera de vivir por sí mismos, sin dependencia alguna de
cualesquiera otras criaturas.
Sin embargo, cuenta la leyenda que la
primera pareja de nuestra especie desatendió todos los consejos que
la deidad les había dado y que, por lo mismo, abandonaron las
tierras, las cuales terminaron convirtiéndose en eriales y campos
yermos. Y, así, la primera pareja consumó su desobediencia, con lo
que su hacedor los trastocó en monos. El mito -o, por mejor decir,
la fábula-, relata que Mulukú montó en cólera y arrancó la cola
de los monos para ponérsela a la especie humana. Al propio tiempo
ordenó a los monos que fueran humanos y a los humanos que fueran
monos; depositó en éstos su confianza, mientras que se la retiraba
a los humanos. Y dijo a los monos: “Sed humanos”. Y a los
humanos: “Sed monos”.
La cuna del “Australopithecus”
La figura de un padre protector y
poderoso también aparece entre los pueblos africanos. Y, respecto a
su cosmología, numerosas leyendas jalonan la propia idiosincrasia de
las diferentes tribus. Todos los pobladores del Africa negra han
creído que la tierra no tenía edad, y que existía desde siempre.
Y, según opinión de muchos historiadores insuficientemente
documentados, es decir, que basaban más sus asertos y conclusiones
en fatuas declaraciones de eruditos pensadores, que en una labor de
investigación y estudio personales, se ha llegado a decir que los
africanos forman parte de los denominados “pueblos sin historia”.
Lo cual quiere decir que no han contribuido al desarrollo de la
humanidad, ni mucho ni poco; y que entre los negros africanos ha sido
desigual su evolución y, desde luego, ninguno ha creado una cultura
autóctona que lo caracterice. Sin embargo, descubrimientos
arqueológicos de gran importancia -entre otros el del primer
homínido, conocido con el nombre de “australopithecus”, pues sus
restos fueron hallados, hace poco más de medio siglo, concretamente
en el año 1924, en la zona austral del continente africano-, así
como el profundo estudio de las innumerables muestras de arte
rupestre, que se encuentran en toda Africa, han llevado a
reconsiderar los erróneos criterios que hasta hace muy poco se
tenían del continente negro.
Nuestra propia historia
Hoy, por mor de las excavaciones, y
estudios, que se llevan a cabo en toda Africa -muy especialmente en
zonas que hasta el presente, no se sabe a causa de qué criterios,
habían sido relegadas-, se han detectado pruebas suficientes para
concluir que fue en este territorio en donde comenzó el proceso de
hominización. En cualquier caso, los hallazgos de los especialistas
e investigadores nos llevan a concluir que Africa fue uno de los más
importantes focos de cultura pre homínida. Los eslabones de la
cadena que nos une a nuestros más ancestrales antepasados, se
encuentran en el continente negro. Otro factor a tener en cuenta, a
la hora de enjuiciar el escaso avance de los estudios llevados a cabo
en el continente negro, es aquel que se refiere a las condiciones
adversas de su suelo; la acidez del suelo africano desgasta con
prontitud todo vestigio, especialmente los restos fósiles. Sin
embargo, hoy se sabe que fueron los primeros homínidos del
continente africano quienes, debido a sus peculiaridades físicas y
somáticas -por ejemplo su piel sin vello, su producción de melanina
que les dará la adecuada pigmentación, su abundancia de glándulas
sudoríparas, su cabello rizado, etc.-, iniciaron el denominado
proceso de adaptación al medio, con el que comenzará, sin ninguna
duda, la hominización propiamente dicha. La importancia de este
proceso es capital pues, en un principio, el homínido se caracteriza
por su actitud práctica, ya que primordialmente pretende construir
toda una serie de artilugios que le llevan a dominar las técnicas de
la pesca, la caza, la agricultura y la ganadería. Como para ello
debe contar con herramientas diversas, se transformar en “homo
faber” y “homo habilis”, de aquí a constituirse en nuestro
seguro antepasado, el “homo sapiens”, apenas media una mínima
distancia.
Costumbres ancestrales
El largo camino de la hominización no
fue, sin embargo, tan lineal como pudiera parecer a primera vista.
Muchos horrores, que el acceso de las civilizaciones iría
corrigiendo, jalonaron el tiempo y el espacio históricos. Algunas de
las tribus que pueblan los territorios del occidente africano
conservaron, hasta épocas muy recientes, costumbres que muy poco
tienen que ver con el programa social y político de otros grupos
humanos.
A este respecto, el gran investigador
Frazer, en su cualificada obra La Rama Dorada, se hace eco de las
siguientes palabras que un misionero dejó escritas -cuando ya el
siglo XIX tocaba a su fin- después de convivir con algunas tribus
del Africa negra: “Entre las costumbres del país, una de las más
curiosas es incuestionablemente la de juzgar y castigar al rey.Si él
ha merecido el odio de su pueblo por excederse en sus derechos, uno
de sus consejeros, sobre el que recae la obligación más pesada,
requiere al príncipe para que se vaya a dormir, lo que significa
sencillamente envenenarse y morir”.
Al parecer, en el último momento,
algunos monarcas no estaban dispuestos a quitarse la vida de un modo
tan expeditivo, lo cual era interpretado por los súbditos más
allegados como una falta de valor. Entonces, se recababa la ayuda de
un amigo que en el instante supremo se encargaría de darle un último
empujón, por así decirlo; lo importante era que el pueblo no
llegara a enterarse de la falta de valor de su soberano. En cuanto al
sujeto elegido para llevar a cabo tan abominable magnicidio, se loaba
su predisposición y se agradecía el servicio prestado a su tribu.
Geniecillos y gigantes
La variedad de leyendas del Africa
negra se debe a la diversidad de tribus que la habitan. En muchas
poblaciones se tenía en gran estima todo el ancestro de sus
antepasados y, aun cuando su territorio fuera invadido por otros
pueblos de costumbres e ideas diferentes, nunca dejaron que sus ritos
y mitos se perdieran. Tal es el caso de algunas tribus de pescadores
y campesinos que moraban en las riberas del Níger, que vieron
anegada su propia idiosincrasia por otros pueblos, especialmente
musulmanes. Sin embargo, las creencias y la fuerza de sus mitos no
perdieron apenas prestancia. Siguieron adorando a los espíritus y
genios que moraban en la naturaleza, y a los que se hacía necesario
aplacar, y mantener contentos, para que las cosechas no se agotaran y
para que la pesca fuera abundante.
El aire, la tierra y el río, estaban
plagados de espíritus -lo cual implica el concepto animista que de
la naturaleza tenían los negros africanos-, a quienes se acudía, y
se invocaba, cuando se necesitaba una ayuda superior. Había también
ciertas leyendas en las que aparecía el polífago gigante Maka que,
para satisfacer su voraz apetito, necesitaba devorar animales tan
enormes como los hipopótamos; y cuando se disponía a saciar su sed,
algunos de los lagos cercanos se veían seriamente mermados.
Ciudades bajo el agua
También había una hermosa mujer que
aparecía plena de juventud y lozanía. Se llamaba Haraké, y su
poder de atracción era tal que no se sabía si era diosa o si
pertenecía a la especie de los humanos mortales. La leyenda más
extendida afirmaba que Haraké tenía los cabellos tan transparentes
como las propias aguas que le servían de morada. Al atardecer, la
hermosa muchacha tenía por costumbre descansar al borde mismo del
Níger, y esperar así hasta que llegara su amante. En cuanto éste
se reunía con ella, ambos se adentraban en las profundidades de
aquellas aguas encantadas y profundas; la muchacha llevaba al elegido
en su corazón a través de maravillosos caminos que conducían a
fastuosas y desconocidas ciudades. En sus espléndidos recintos, y
entre el sonido del tantán y de los tambores, tendría lugar la
ostentosa ceremonia que uniría a la feliz pareja para toda la vida.
Todas las narraciones de la fábula
expuesta hacen hincapié en que fue Haraké quien condujo a su
amante, y no viceversa. Con ello se quiere dar a entender que la
mujer era muy respetada entre ciertas tribus del Africa negra. Sus
privilegios provenían de su consideración como madre y esposa.
Aunque, al mismo tiempo, aparecen
representaciones femeninas en actitud sumisa pero, si uno se fija en
su rostro, observará cierta clase de serenidad que, al decir de
investigadores y antropólogos, indicaba la importancia concedida a
esa especie de mundo anímico, o vida interior, con que debía
arroparse la mujer negra, so pena de poner en entredicho su condición
femenina.
Mito de las dos luminarias
De entre las numerosas leyendas del
continente africano sobresale la de los negros de Senegal, puesto que
acaso sean los únicos que tienen una cosmología digna de tal
nombre.
Sus fábulas muestran que las dos
luminarias, es decir, tanto el Sol como la Luna, estaban ya
consideradas como superiores a los demás astros. El mito cosmogónico
pretende establecer las diferencias de ambos cuerpos astrales, y se
propone explicar -de una manera muy simple, aunque cargada de
connotaciones míticas y emblemáticas- las grandes diferencias entre
la Luna y el Sol. El brillo,el calor y la luz que se desprenden del
astro-rey impiden que seamos capaces de mirarlo fijamente. En cambio,
a la Luna podemos contemplarla con insistencia sin que nuestros ojos
sufran daño alguno. Ello es así porque, en cierta ocasión, estaban
bañándose desnudas las madres de ambas luminarias. Mientras el Sol
mantuvo una actitud cargada de pudor, y no dirigió su mirada ni un
instante hacia la desnudez de su progenitura, la Luna, en cambio, no
tuvo reparos en observar la desnudez de su antecesora. Después de
salir del baño, le fue dicho al Sol: “Hijo mío, siempre me has
respetado y deseo que la única, y poderosa deidad, te bendiga por
ello. Tus ojos se apartaron de mí mientras me bañaba desnuda y, por
ello, quiero que desde ahora, ningún ser vivo pueda mirarte a ti sin
que su vista quede dañada”.
Y a la Luna le fue dicho: “Hija mía,
tú no me has respetado mientras me bañaba. Me has mirado fijamente,
como si fuera un objeto brillante y, por ello, yo quiero que, a
partir de ahora, todos los seres vivos puedan mirarte a ti sin que su
vista que dañada ni se cansen sus ojos”.
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