domingo, 3 de mayo de 2015
El Fantasma De La Casa De Las Siete Chimeneas
Invierno en Madrid, el retumbar de
truenos lejanos y el sonido del viento azotando los vidrios de los
ventanales terminan por deshacer mi placentero sueño y me desvelan.
Mi despertador digital marca la 03:31. Perezosamente me levanto de la
cama y tras beberme un vaso de agua me siento junto a la ventana del
salón para fumarme un cigarro, con la esperanza de poder volver a
conciliar el sueño.
La noche fuera está de lo más
desapacible, en la plaza del rey, las ramas de los árboles flamean
al viento violentamente devolviendo crujidos lastimeros. Algunas
bolsas y cartones huidos de los contenedores de basura, se
arremolinan al final de la calle y parecen cobrar vida en sus
acrobáticos vuelos, imitando los juegos infantiles y al amparo de
la intimidad que se les presenta en una noche como ésta, con las
calles desiertas y a salvo de miradas juzgadoras.
En el cielo, una masa de nubes rojizas
avanza hacia el este a toda velocidad, presagiando la tormenta
inminente que no tardará mucho en descargar sobre la ciudad. De vez
en cuando, un rayo lejano tiñe las nubes de gris eléctrico y a los
pocos segundos, los cristales vibran con su correspondiente trueno.
Arrimo más mi sofá a la ventana… siempre me gustaron las
tormentas y esta noche parece que el sueño me ha abandonado por
completo. En una de las pausas entre trueno y trueno, mientras prendo
mi segundo cigarrillo, me parece escuchar el tañir de unas campanas
a lo lejos, quizás sean las de la iglesia de los Calatravas, en la
calle de Alcalá, pero me parece muy extraño… esos tañidos no son
los que marcan la hora… son monótonos… repetitivos, parece que
las campanas tocan a muerto. Pero no es posible, a estas horas de la
madrugada iglesia de Madrid está abierta y muchísimo menos suenan
las campanas, más allá de los mecanismos automáticos de los
relojes.
Son las 03:54, de repente, unos enormes
goterones impactan contra las ventanas como pequeños kamikazes,
produciendo ruidos sordos que rebotan por el salón, perdiéndose en
ecos suaves por el pasillo del fondo. Un enorme relámpago
serpenteante se dibuja ante mis ojos a unas pocas cuadras de mi casa
y prácticamente al instante, al tiempo que suena un estruendoso
trueno, se va la luz en la calle y todo queda sumido en la oscuridad.
Las campanas siguen sonando entrecortadamente en la letanía…
Me levanto y me pego mi cara contra los
fríos y empañados vidrios para comprobar que todo el barrio está
completamente a oscuras. La amarillenta luz de otras zonas alejadas
de la ciudad que no han sufrido el apagón rebota en los nubarrones
inundando la plaza y la calle Infantas con tenues tintes rosáceos.
La lluvia comienza a ser más perceptible y mientras alzo mi mirada
al cielo, sobre el edificio que tengo en frente, sede del ministerio
de cultura… la veo.
Siento como mi cuerpo queda paralizado
ante la visión que estoy contemplando en éste momento. Una mujer,
alta, con el pelo largo y negro que ondea flácido en las azarosas
ráfagas de viento, camina segura entre las chimeneas del tejado del
edificio. Ataviada con un camisón blanco que cubre su cuerpo hasta
los tobillos, se dirige cabizbaja y decidida por el alero del
palacete hacia la zona que da al Alcázar. En una mano porta una
especie de antorcha, en la que una débil llama lucha a muerte contra
la lluvia.
Cuando llega al extremo del tejado, cae
de rodillas y alzando su rostro al cielo, comienza golpear con fuerza
su pecho. Otro relámpago estalla a escasa distancia y su fantasmal
perfil se dibuja perfectamente mientras que el sonido del trueno se
funde con un alarido que hace que todos los pelos de mi cuerpo se
tensen como alambres de acero.
Tras el fogonazo del relámpago y
cuando mis retinas vuelven a enfocar en la oscuridad, la extraña
mujer ya no está. Parece que se ha evaporado ante mis ojos…
Dando lentos pasos inconscientes hacia
atrás me derrumbo sudoroso en el sillón. Todavía no me puedo creer
lo que acaban de ver mis ojos; toda la vida escuchando la vieja
leyenda de la casa de las siete chimeneas y yo siempre tomándomelo a
broma y hoy, la mismísima Elena Zapata ha paseado por su tejado para
mí.
Y ésta amigos es la leyenda de éste
famoso palacete Madrileño, La popularmente conocida como “Casa de
las siete chimeneas”. Edificio mítico y misterioso como pocos en
Madrid y que desde su construcción, allá a finales del siglo XVI,
siempre ha estado rodeado de hechos un tanto oscuros. Conspiraciones,
amores prohibidos, muertes en extrañas circunstancias e incluso un
motín tan famoso como el de Esquilache han sucedido en su interior.
Se cuenta que la bella Elena fue una de
tantas amantes del controvertido Felipe II y que éste, como solía
hacer cuando alguna de sus amantes se ponía en exceso pesada,
arregló su boda con militar del noble linaje de los Zapata. El nuevo
matrimonio estrenó el palacete, que por otro lado fue la única
construcción civil que realizó Felipe II, aunque también se
comenta que fue construido por el padre de Elena, que era montero del
rey, y que éste se lo regaló a su hija tras la boda. En fin, la
cuestión es que poco les duró el matrimonio, pues el capitán
Zapata partió a la guerra de Flandes pocos meses después de
contraer matrimonio con Elena y allí falleció en las primeras
contiendas.
En este punto Elena queda sola en el
enorme caserón, las malas lenguas y los chismorreos de la corte
contaban que por las noches, un Felipe II embozado para pasar
desapercibido, acudía puntual a la cita con su amante. Estos rumores
se extendieron como la pólvora cuando una mañana Elena apareció
muerta en su alcoba.
Hay que tener en cuenta que en la época
de los sucesos, Ana de Austria se encuentra en la corte para
convertirse en la cuarta esposa de Felipe II. ¿Sabía Ana de la
existencia de Elena y decidió eliminar el problema cortando por lo
sano? ¿Presionó Elena al rey para ser algo más que una simple
amante y fue él quien acabó con ella? La respuesta a estas
preguntas siempre será un misterio. Para más inri, el cadáver de
Elena desapareció en extrañas circunstancias y a los pocos días,
el padre de ésta apareció colgado de una viga (aunque este hecho es
un poco dudoso según las fuentes consultadas).
En este punto fue cuando comenzó la
leyenda tras los rumores de que en noches oscuras se veía el
fantasma de la doncella en el tejado de la casa, aunque en aquel
entonces todavía no era conocida por sus chimeneas. Esta
remodelación fue ordenada por Baltasar Cattaneo unos años después
tras comprar el inmueble, algunos atribuyen un significado simbólico
a sus siete chimeneas, y dicen que simbolizan los siete pecados
capitales.
Aunque la historia de esta casa no
acaba aquí, ni mucho menos. Años después, todavía con Felipe II
como monarca, otra joven muere en su misma noche de bodas con un
viejo hacendado Indio. Parece ser que la joven esposa también tenía
ciertos encuentros con el pendenciero rey. La joven apareció en los
sótanos del palacete con un puñal clavado en el pecho y las arras,
regalo del rey, esparcidas a su alrededor. No son pocos los que
aseguran que esta doncella también vaga todavía hoy en día por los
sótanos de la casa.
Una última muerte se produjo en la
casa durante el motín de Esquilache, ministro de Hacienda de Carlos
III en el año 1766. El pueblo, enfurecido por las medidas represoras
del marqués, acudió en turbamulta hasta la casa con la sana
intención de lincharlo. Por suerte para él, no se encontraba en la
casa y el populacho la tomó con uno de sus mayordomos que ofreció
cierta resistencia, muriendo el pobre a garrotazos.
Durante casi cuatrocientos cincuenta
años, la casa ha pasado por muchas manos, siempre de familias
nobles. Embajadores, terratenientes, mercaderes… a finales del
siglo XIX, la casa fue reformada para convertirse en sede del Banco
de Castilla y durante éstas reformas el cadáver de una mujer, junto
con una bolsa con monedas de la época de Felipe II, fue descubierto
entre los muros de los sótanos, volviendo a poner de moda las viejas
leyendas de éste mítico y legendario edificio de la capital
española y, para que la cosa no se olvide en nuestros días, en el
año 1960, otras reformas volvieron a desenterrar los restos de otro
esqueleto emparedado, ésta vez masculino y hasta día de hoy,
anónimo. En la actualidad el edificio se usa como sede del
ministerio de cultura, está en perfecto estado de conservación y
todo indica que, por lo menos, la leyenda seguirá viva durante
muchísimos años más.
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