sábado, 9 de mayo de 2015
La Mujer Xtabay
Los mayas de Yucatán son sin duda
alguna, quienes mejor han conservado su idioma. Si no pueden
interpretar, como tampoco lo ha hecho nadie en el mundo, sus
complicados jeroglíficos, verdaderos retos ideográficos, si
mantienen vivo su idioma lleno de firos y genuflexiones
extraordinarios y en su fonética han sabido copiar el vuelo del
murciélago dzib y lo que dice el pájaro Puhuy. Temen al temible
Kahazbal y a los Aluxes, pequeños duendecillos del bosque y de las
siembras, porque ellos, los mayas, no han permitido aún la
corrupción idiomática que introdujeron los hispanos que vinieron a
hacer confuso todo lo relativo al suelo que en mal día hollaron.
De esta forma se ha conservado intacta
la hermosa leyenda, una de las más lindas, bellas leyendas yucatecas
de las miles y miles que flotan como el perfume de la flor Xtabentún
en el viento tibio de Mayab, o se esconden en las profundidades
cavernosas de los cenotes de donde sale el agua fresca y clara y los
cuentos que perduran en el alma yucateca. Esa leyenda es la que se
refiere a la mujer Xtabay.
Bajo la luna del antiguo Mayapan, al
socaire de los asombrosos templos de los itzaes, he oído repetida
esta leyenda sin que nadie le quite o le aumente a su albedrío, sin
que ninguno ose deformarla y así, como joya de milagrería se
conserva para deleite de quien oye o de quien lee esta historia que
como muchas no se ha borrado, no se borrará jamás, porque ha
quedado inscrita en los libros antiguos y en las páginas sagradas
del recuerdo Maya.
Dice pues la leyenda que la mujer tabay
es la mujer hermosa, inmensamente bella que suele agradar al viajero
que por las noches se aventura en los caminos del Mayab. Sentada al
pie de la más frondosa ceiba del bosque, lo atraé con cánticos,
con frases dulces de amor, lo seduce, lo embruja y cruelmente lo
destruye.
Los cuerpos destrozados de esos
incautos enamorados aparecen al día siguiente con las más horribles
huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas
como garras.
Muchos ladinos, gentes que desconocen
el origen verdadero de la mujer Xtabay, han dicho que es hija del
Ceibam que nace de sus torcidas y serpentinas raíces pero eso no es
verdad, la auténtica tradición maya dice que la mujer Xtabay nace
de una planta espinosa, punzadora y mala y si es que la Xtabay
aparece junto a las ceibas, es porque este árbol es sagrado para los
hijos de la tierra del faisán y del venado y muchas veces en cobijo
y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados en la protección de
tan bello y útil árbol.
Vivían en un cierto pueblo de la
península yucateca dos mujeres siendo el nombre de una de ellas
Xkeban o mejor decir su apodo ya que Xkeban quiere decir prostituta,
mujer mala o dada al amor ilícito. Decían que la Xkeban estaba
enferma de amor y de pasión y que todo su afán era prodigar su
cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a cuanto mancebo se lo
solicitaba. Su verdadero nombre era Xtabay.
Muy cerca de la casa que ocupaba esta
bellísima mujer, habitaba en otra casa bien hecha, limpia y
arreglada continuamente, la consentida del pueblo que llamaban
Utz-Colel, que en la traducción hispana sería mujer buena, mujer
decente y limpia. Erase esta mujer la Utz-Colel, virtuosa y recta,
honesta a carta cabal y jamás había cometido ningun dezlis ni el
mínimo pecado amoroso.
La Xtabay tenía un corazón tan
grande, como su belleza y su bondad la hacía socorrer a los
humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los
animales que abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la
llevaba hasta poblados lejanos a donde llegaba para auxiliar al
enfermo y se despojaba de las joyas que le daban sus enamorados y
hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de los
desheredados.
Jamás levantaba la cabeza en son
altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad
soportaba los insultos y humillaciones de las gentes.
En cambio bajo las ropas de la Ut-Colel
se dibujaba la piel dañina de las serpientes, era fría, orgullosa,
dura de corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía
repugnancia por el pobre.
Y ocurrió que un día las gentes
odiosas del pueblo no vieron salir de su casa a la Xkeban y
supusieron que andaba por los pueblos ofreciendo su cuerpo y sus
pasiones indignas. Se contentaron de poder descansar de su
ignominiosa presencia, pero transcurrieron días y más días y de
pronto por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, un
perfume delicado y exquisito que lo invadía todo. Nadie se explicaba
de dónde emanaba tan precioso aroma y así, buscando, fueron a dar a
la casa de la Xteban a la que hallaron muerta, abandonada, sola.
Más lo extraordinario era que si la
Xkeban no estaba acompañada de personas, varios animales cuidaban de
su cuerpo del que brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo.
Entrada la Utz-Colel dijo que esa era
una vil mentira, ya que de un cuerpo corrupto y vil como el de la
Xkeban, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si
tal cosa era como todos los vecinos, decían, debía ser cosa de los
malos espíritus, del dios del mal que así continuaba provocando a
los hombres.
Agregó la Utz-Colel que si de mujer
tan mala y perversa escapaba en tal caso ese perfume, cuando ella
muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más
aromático y exquisito.
Más por compasión, por lástima y por
su deber social, un grupo de gentes del poblado fue a enterrar a la
Xkeban y cuéntase que el día siguiente, su tumba estaba cubierta de
flores aromáticas y hermosas, tan tapizado estaba el túmulo que
parecía como si una cascada de olorosas florecillas hasta entonces
desconocidas en el Mayab, hubiera caído del cielo. La tumba de la
Xkeban duró todo el tiempo florecida y olorosa.
Poco después murió la Utz-Colel y a
su entierro acudió todo el pueblo que siempre había ponderado sus
virtudes, su honestidad, su recogimiento y cantando y gritando que
habia muerto virgen y pura, la enterraron con muchos lloros y mucha
pena.
Entonces recordaron lo que había dicho
en vida acerca de que al morir, su cadáver debería exhalar un
perfume mucho mejor que el de la Xkeban, pero para asombro de todas
las gentes que la creían buena y recta, comprobaron que a poco de
enterrada comenzó a escapar de la tierra floja, todavía, un hedor
insoportable, el olor nausabundo a cadáver putrefacto. Toda la gente
se retiró asombrada.
En su idioma maya dicen los viejos que
aún cuentan la historia con todos los detalles que debió ocurrir en
la leyenda, que hoy la florecilla que naciera en la tumba de la
pecadora Xkeban, es la actual flor Xtabentún que es una florecilla
tan humilde y bella, que se da en forma silvestre en las cercas y
caminos, entre las hojas buidas y tersas del agave. El jugo de esa
florecilla embriaga muy agradablemente, como debió ser el amor
embriagador y dulce de la Xkeban.
Tzacam, que es el nombre del cactus
erizado de espinas y de mal olor por ambas cosas, intocable, es la
flor que nació sobre la tumba de la Utz-Colel, es la florecilla si
bien hermosa sin aroma alguna y a veces de olor desagradable, como
era el carácter y la falsa virtud de la Utz-Colel.
Esto es lo que ha dicho el maya y lo
sigue repitiendo a través del tiempo, sin cambiarlo, sin ponerle ni
quitarle, como deben conservarse las cosas nuestras, intactas, con
las mismas palabras con que nacieron en el mito, en la leyenda, en el
alma de quienes tan dulcemente han tejido estas historias.
No es pues la Xtabay, la mujer mal que
destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie de
las frondosas ceibas, pero puede ser otro de esos malos espíritus
que rondan por la selva al acecho del peregrino que cruza los caminos
aún poblados de superstición y de leyenda.
Puede ser el ama errante de una de
tantas vírgenes sacrificadas a la orilla del cenote sagrado, puede
ser la vaporosa figura de una mujer que llora el engaño del amado.
Pero la Xtabay, jamás.
Esto dicen las mayas, esto han contado
y seguirán contando los hombres de esa tierra en donde conservan el
ritual de un relato y defienden sus costumbres de una intromisión
que aniquilo su cultura.
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