domingo, 3 de mayo de 2015
El Primer Suicidio y Las Muertes Más Absurdas De La Historia.
El primer suicida al que la Historia
dedica unas líneas es Periandro (siglo VI a.C.), uno de los Siete
Sabios griegos. Diógenes Laercio contó cómo el tirano corintio
quería evitar que sus enemigos descuartizaran su cuerpo cuando se
quitara la vida, por lo que elaboró un plan digno de Norman Bates.
El monarca eligió un lugar apartado en
el bosque y encargó a dos jóvenes militares que le asesinaran y
enterraran allí mismo. Pero las órdenes del maquiavélico Periandro
no acababan ahí: había encargado a otros dos hombres que siguieran
a sus asesinos por encargo, les mataran y sepultaran un poco más
lejos. A su vez, otros dos hombres debían acabar con los anteriores
y enterrarlos algunos metros después, así hasta un número
desconocido de muertos. En realidad, el plan para que el cadáver del
sabio no fuera descubierto era brillante, pero en lugar de un
suicidio tenía visos de masacre colectiva.
Algunas muertes absurdas…
Las hay míticas, las hay memorables y
las hay estúpidas. Lo malo de la muerte es que, una vez que llega ya
no puede repetirse y hay algunos personajes históricos cuyo final no
ha sido demasiado decoroso.
Para empezar, una cadena de muertes
bizarras que, por su impactante efecto dominó, fue tema de
conversación durante semanas. Algunos la recordarán, sucedió en
Buenos Aires, en 1988.
Una familia de apellido Montoya, que
vivía en un piso trece del barrio de Caballito, se había ido de
vacaciones dejando en el departamento a su pequeño perrito. Un
amable vecino se encargaba de darle de comer todos los días. Sin
embargo, el perro tuvo la mala idea de salir al balcón, donde perdió
el equilibrio y cayó. Una mujer de 75 años, recibió el impacto
perruno y murió en el acto, concentrando un grupo de gente que, como
sucede en esos casos, corre hacia el lugar, entre gritos y pedidos de
auxilio.
Una de esas personas fue Edith Solá de
46 años, quien cruzó la avenida sin cuidado y fue atropellada por
un colectivo. La mujer murió instantáneamente, pero como no hay dos
sin tres (sin contar al perro, claro) un anciano, al ver el horrible
espectáculo, sufrió un ataque cardíaco falleciendo camino al
hospital.
Uno de los testigos entrevistados
remató el hecho con una frase memorable: “parecía un atentado,
había cadáveres por todos lados!“.
Ahí está Allan Pinkerton (1819-1884),
creador de la primera agencia de detectives del mundo. El escocés se
resbaló un día, se mordió la lengua, que se infectó y le llevó a
la tumba.
Tampoco se salva nuestro producto
interior bruto. Antonio Gaudí (1852-1926) falleció a los 74 años
cuando al cruzar la Gran Vía barcelonesa fue arrollado por un
tranvía que circulaba a una velocidad más bien ridícula.
Plinio el Viejo, naturalista demasiado
concienzudo. El sabio no se le ocurrió otra que cosa que, cuando
vio que el Vesubio en actividad durante la erupción que arrasó
Pompeya (en el 79 d.C.) y queriendo estudiar el fenómeno de cerca,
no se conformó con huir y ponerse a salvo sino que se acercó y
entre temblores de tierra, gases, humaredas y el pánico, murió de
una crisis cardiaca.
El genial dramaturgo Tennessee Williams
(1911-1983) murió en su baño cuando, tratando de abrir con la boca
un bote de pastillas, el tapón finalmente salió disparado hacia su
garganta y lo asfixió.
Quizás la muerte más estúpida de la
Historia es la de François Vatel (1631-1671), cocinero de Luis XIV.
Horas antes de que comenzara una cena para 2.000 personas, el
inventor de la crema chantilly se atravesó el corazón con una
espada. ¿La causa? No pudo afrontar que el marisco llegara a su
cocina con retraso.
Magallanes cuando le quedaba sólo una
cuarta parte de su vuelta al mundo, cuando ya había pasado lo más
difícil y surcado los mares desconocidos, cuando había encontrado
la civilización, víveres y seguridad en Filipinas (1521), se metió
por medio en un sencillo ajuste de cuentas entre dos tribus
indígenas y ahí acabó sus días, por meterse donde nadie le
llamaba.
Dumont d’Urville, explorador del
siglo XIX al que se le debe entre otras cosas el descubrimiento de la
Venus de Milo y la primera expedición al Antártico. El navegante
que podría haber muerto heroicamente entre icebergs y tempestades,
falleció en las afueras de París, en la primera catástrofe de la
historia ferroviaria, la del tren Paris-Versailles, en 1842.
Isadora Duncan (1927), estrangulada por
su bufanda que se había quedado enganchada entre los radios de la
rueda de su coche.
Jean-Baptiste Lully. Éste estaba
dirigiendo su orquesta marcando el ritmo con su batuta. En aquella
época (1687) la batuta del director de orquesta era un pesado bastón
con el que se golpeaba el suelo. En un fragmento difícil, Lully se
enfadó tanto con sus músicos y golpeó el suelo con tanta furia que
en su arrebato de cólera se golpeó el pie con el bastón, se le
infectó, se le engangrenó y la broma lo llevó a la tumba.
Una noche de alcohol, en México el año
1951, el escritor americano William Burroughs y su mujer estaban
jugando a ser Guillermo Tell. Jugaban en serio: con una manzana en la
cabeza de la esposa, Joan, con la excepción de que Burroughs
prefería un Colt 45 al arco y la flecha porque era un excelente
tirador. Bueno… al menos lo solía ser. Las consecuencias: para uno
prisión por homicidio involuntario, para la otra muerte por
hemorragia cerebral
A Esquilo el oráculo le vaticinó que
moriría aplastado por una casa, por lo que decidió residir fuera de
la ciudad. Curiosa, y trágicamente, falleció al ser golpeado por el
caparazón de una tortuga, que fue soltado por un quebrantahuesos
desde el aire.
Y que me dicen de Atila, que estaba tan
borracho en su noche bodas que no se percató de que sangraba
profusamente por la nariz. Al día siguiente amaneció ahogado en su
propia sangre.
Sir Francis Bacon, durante una fuerte
nevada, decidió comprobar si era cierto eso de que el frío
retrasaba la descomposición de los cadáveres. Mató un pollo y
salió a enterrarlo al campo, contrayendo una grave pulmonía que
acabaría con su vida días después.
Jim Fixx, el autor del bestseller de
finales de los setenta ‘The Complete Book of Running’, donde
defendía el ejercicio y una dieta sana como llave de la longevidad,
murió de un ataque al corazón mientras hacía footing. La autopsia
reveló una obstrucción masiva en tres arterias coronarias.
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