viernes, 9 de agosto de 2013
La Leyenda del Doctor Velasco
El doctor don Pedro González de Velasco, nació en un pequeño
pueblo muy próximo a Segovia llamado Valseca de Boones (actualmente Valseca),
un 23 de octubre de 1815. Sus padres fueron humildes labradores, como la
mayoría de los habitantes del pueblo. Desde pequeño se vio obligado a ayudar a
su familia, trabajando en una porqueriza. Marchó muy joven a Segovia, donde,
realizando todo tipo de trabajos, consiguió aprender algo de latín y de
filosofía, y sirvió también como soldado. A la muerte de sus padres, decide
trasladarse a Madrid. Tras tres años de estudio intensivo, logra el título de
practicante y cinco años después obtiene el de cirujano. Ya era bachiller por
oposición en la Facultad de Medicina y más tarde, con la nota de sobresaliente
en todos los cursos ganó el titulo de Licenciado.
Conquistó la borla de doctor
poco después. Todo ello mientras realizaba los más duros trabajos. Recibió la
Cátedra de Operaciones de la Facultad de Medicina. Gran trabajador, pronto la
fortuna le sonrió y comenzó a ganar dinero en abundancia que dedicó a ampliar
sus estudios y a viajar, así como a coleccionar piezas de antropología o
etnografía, sin olvidar las antigüedades. Tal llego a ser su colección que
decidió edificar un magnífico palacete, a modo de templo del saber. De esta
manera en 1873, se construyó un edificio proyectado por Francisco de Cubas, en
estilo neoclásico y ubicado en las proximidades del Observatorio y de la
Facultad de Medicina de San Carlos, frente a la recién inaugurada estación del
Ferrocarril de Atocha. El proyecto original presentaba una fachada con un
pórtico de columnas jónicas, que se remataba por un frontón recto. Desde el
pórtico se accedía a dos amplias salas iluminadas por una cubierta a cuatro
aguas de hierro y cristal. Se inauguró el edificio el 23 de abril de 1875 con
la presencia del rey Alfonso XII. Se trataba del "Museo Anatómico",
aunque popularmente se le conocerá como Museo Antropológico. A la muerte de su
propietario, el edificio y su importante colección fueron cedidos al Estado,
que destinó los fondos a las distintas secciones dependientes del Museo de
Ciencias Naturales.
Hasta aquí la historia de un gran hombre, que fue reconocido
y admirado por sus coetáneos por su afán de trabajo y por su amor al
conocimiento. Lo que sigue es una mezcla de verdad y leyenda, que los
madrileños de finales del diecinueve sintieron como propia, hasta tal punto que
escritores famosos y famosillos le dedicaron gran cantidad de páginas.
Dice la leyenda que la única hija del doctor G. Velasco,
Conchita, siendo muy joven enfermó, según unos de tisis, según otros de
tuberculosis, y que los médicos poco pudieron hacer para curarla, muriendo al
poco con la edad de 15 años. Tanta fue la tristeza de su padre y la impotencia
por no haber podido salvar su vida que pide y obtiene un permiso en base a su
prestigio como científico, para embalsamar a su hija y retener su cadáver en su
domicilio. En todo el proceso de embalsamiento es ayudado por su discípulo el
doctor Teodoro Núñez Sedeño, al parecer, prometido de la joven difunta. A las
pocas semanas del fallecimiento, comienza a correrse por Madrid la noticia que
el doctor Velasco y su ayudante sientan a su mesa el cadáver de su hija, como
si de un vivo se tratara, hablando con ella. Algunos llegan a decir que han
vestido a la difunta de novia, o que la cambian de ropa varias veces.
"Cada día al volver del laboratorio la sacamos de la vitrina y la sentamos
a comer con nosotros. Digo en la comida de la tarde, para lo cual nos vestimos
de gala. Lo mismo el doctor Núñez que yo dirigimos a ella en la conversación y
en nuestra mente le atribuimos las respuestas que ella nos daría. Después
salimos de paseo los tres igual que antes. La única diferencia consiste en que
ahora en lugar de salir a plena luz salimos al oscurecer entre dos
luces(Sender, "La llave y Otras Narraciones, 1960")". Los
rumores van corriendo cada vez más. Algunos afirman que al atardecer el doctor
Velasco saca a pasear a su hija en el coche de caballos y que la sienta
enfrente de él, al lado de la ventanilla. La leyenda crece y un cierto temor se
va apoderando de los madrileños, que no se atreven a pasar por delante de la
casa del doctor o por sus cercanías. Algunos periódicos se hacen eco del rumor
y en los mentideros y cafés de Madrid no se habla de otra cosa. Nadie confirma
o desmiente los rumores, el pánico esta latente y así se mantiene durante
muchos años hasta que de vez en cuanto vuelve la historia a la luz, cuando
algún escritor reescribe esta leyenda madrileña. Valga como ejemplo el cuento
que redactó el escritor aragonés Ramón J. Sender muchos años después del
suceso.
Una investigación que llevan a cabo Jesús Callejo Cabo y
Clara Tahoces en 1998 sirvió para dilucidar algunos aspectos oscuros de esta
historia. La realidad fue que la hija había fallecido de fiebres tifoideas, no
de tuberculosis pulmonar. El Dr. Arturo Perera y Prats en una comunicación de
29 páginas, enviada a la Real Academia Nacional de Medicina en mayo de 1967,
"La vida del Dr. Velasco, creador de un Museo" suministra varios
aspectos biográficos de este hombre de ciencia. Como, por ejemplo, que al
llegar el doctor Velasco a Madrid, pobre de solemnidad, empezó a servir en una
aristocrática mansión y allí conoció a una agraciada, "pero humilde
joven", compañera de servidumbre, llamada Engracia Pérez de los Cobos, de
la que se enamoró y fruto de sus amores nació Conchita. Se casó con la madre de
su hija y ésta fue legitimada.Todos coinciden en afirmar que el doctor Velasco
tuvo dos querencias en su vida: la creación del Museo Antropológico, inaugurado
el 29 de abril de 1875, y su delicada hija Conchita. Cuando ésta murió, su recuerdo
se convirtió en obsesión. Apenas trascurrido un año de su viaje a Roma y de su
posterior casamiento, una epidemia de tifoidea asoló Madrid y Conchita cayó
enferma. Fue asistida por el amigo de Velasco, el Dr. Mariano Benavente, que le
recomendó reposo, atentos cuidados y un estricto régimen. Al parecer, al
impulsivo doctor Velasco no le gustó este diagnóstico. Un aciago día -nos dice
el Dr. Peralta- no pudo reprimirse, pudo más su impaciencia que la confianza y
amistad con Benavente y ni corto ni perezoso, hizo beber a su hija un vomitivo
o purgante con el fin de que se restableciera cuanto antes.
Fue peor el remedio
que la enfermedad. Al poco de suministrarle la pócima, una hemorragia
fulminante acababa con la vida de la pobre Conchita y aquí empieza parte de la
funesta leyenda negra...El doctor Velasco, con un complejo de culpabilidad que
le pesaba como una losa (pedía a gritos al doctor Benavente que le matase a él
por ser el asesino de su propia hija), no podía soportar que su adorada hija
sufriera la descomposición de su muerte y él mismo procedió a embalsamarla con
la mayor celeridad. Su pasión empezaba a ser enfermiza. En su propia alcoba de
médico colocó las muñecas de su hija, prodigó sus retratos y uno de ellos lo
llevaba en su coche con dos candelillas encendidas, como si se tratara de la
imagen de una Virgen.
La verdad parece ser que el doctor G. Velasco embalsamó a su
hija al fallecer y que su cadáver permaneció en su casa hasta la muerte del
doctor. ¿Qué fue de la momia de Conchita? Sabemos que Velasco, cuando diseñó su
Museo, tenía previsto hacer en el centro del salón de honor un monumento en
donde descansarían los restos suyos, de su mujer y de su hija (de hecho, hoy se
puede ver en el Museo Antropológico la lápida funeraria que él mismo diseñó y
redactó); pero al fallecer el doctor 21 de octubre de 1882, el malogrado
prometido, Dr. Núñez, depositó la momia en la Facultad de Medicina de la
Universidad Complutense de Madrid, la cual seguía siendo objeto de un escondido
culto. Afirma Perera que todas las tardes, sin faltar una el prometido
"antes de cerrar el local, desaparecía un rato, bajaba a un sótano y
volvía muy otro y con los ojos enrojecidos y llorosos...¡Y todo hay que
decirlo! Los mozos del local aseguraban que ante aquella urna misteriosa
lloraba, hablaba y ¡bebía!". Sin seguridad de que sea esa la verdadera
momia, hoy descansa en una de las aulas de dicha facultad.
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