lunes, 5 de agosto de 2013
La Correspondencia de la Momia
Esa carne que ya no se tocará en la vida, esa lengua que ya
no logrará abandonar su corteza, esa voz que ya no pasará por las rutas del
sonido, esa mano que ha olvidado hasta el ademán de tomar, que ya no logra
determinar el espacio en el que ha de realizar su aprehension, ese cerebro en
fin cuya capacidad de concebir ya no se determina por sus surcos, todo eso que
constituye mi momia de carne fresca da a dios una idea del vacío en que la
compulsion de haber nacido me ha colocado.
Ni mi vida es completa ni mi muerte ha fracasado
completamente.
Físicamente no existo, por mi carne destrozada, incompleta,
que ya no alcanza a nutrir mi pensamiento.
Espiritualmente me destruyo a mí mismo, ya no me acepto como
vivo. Mi sensibilidad está a ras del suelo, y poco falta para que salgan
gusanos, la gusanera de las construcciones abandonadas.
Pero esa muerte es mucho más refinada, esa muerte
multiplicada de mí mismo reside en una especie de rarefacción de mi carne. La
inteligencia ya no tiene sangre. El calamar de las pesadillas da toda su tinta,
la que obstruye las salidas del espíritu; es una sangre que ha perdido hasta
sus venas, una carne que ignora el filo del cuchillo.
Pero de arriba a abajo de esta carne agrietada, de esta
carne no compacta, circula siempre el fuego virtual.
Una lucidez enciende de hora en hora sus ascuas que retornan
a la vida y sus flores.
Todo lo que tiene un nombre bajo la bóveda compacta del
cielo, todo lo que tiene un frente, lo que es el nudo de un soplo y la cuerda
de un estremecimiento, todo eso pasa en las rotaciones de ese fuego en el que
se asemejan las olas de la carne misma, de esa carne dura y blanda que un día
crece como un diluvio de sangre.
La habéis visto a la momia fijada en la intersección de los
fenómenos, esa ignorante, esa momia viviente que lo ignora todo de las
fronteras de su vacío, que se espanta de las pulsaciones de su muerte.
La momia voluntaria se halla levantada, y a su alrededor se
agita toda realidad. La conciencia como una tea de discordia, recorre el campo
entero de su virtualidad obligada.
Hay en esa momia una pérdida de carne, hay en el sombrío
lenguaje de su carne intelectual toda una impotencia para conjurar esa carne.
Ese sentido que recorre las venas de esa carne mística, en la que cada
sobresalto es un modo de mundo y otra especie de engendrar, se pierde y se
devora a sí misma en la quemadura de una nada errónea.
¡Ah! ser el padre nutricio de esa sospecha, el multiplicador
de ese engendrar y de ese mundo en su devenir, en sus consecuencias de
flor.Pero toda esa carne es sólo comienzos y ausencias y ausencias y ausencia…
Ausencias.
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