sábado, 3 de agosto de 2013
Esperar Contra Toda Esperanza
El pensamiento es inmediato sólo para sí mismo. No hace que
suceda nada directamente,fuera de sí mismo. Algunos frágiles y discutidos
experimentos de telequinesia han tratado de demostrar queel pensamiento puede
producir diminutos fenómenos materiales, efectos de vibración o mínimos
desplazamientos.
La física cuántica, tan enigmática ya de por sí, mantiene que
el acto de la observación altera la configuración objetiva de lo que está
siendo observado (Einstein halló esta suposición poco menos que monstruosa).
Aquí, casi todo sigue estando basado en conjeturas. Pensar tiene
inconmensurables consecuencias, pero la inferencia de un contínuum directo es,
como enseñó Hume, inferencial. No se puedede mostrar que sea directamente
causal. La gran mayoría de los actos y gestos habituales se realizan «sin
pensar». Se ejecutan instintivamente o a través dereflejos adquiridos. Como
bien se ha dicho, para el milpiés sería un suicidio pararse a pensar en el
siguiente paso. Una reflexión espeluznante donde las haya. El automatismo es
pensamiento deteriorado.
Pero incluso cuando una acción es «pensada» con la
mayor atención y conciencia, cuando se ajusta a algún prototipo interiorizado o
a una proposición externa yarticulada, la secuencia sólo puede ser inferida.
Dios es el único, dicen los teólogos, que no experimenta ninguna solución de
continuidad entre pensamiento y consecuencia. Lo que Él piensa es. Que hay una
relación entre pensamiento y consecuencia existencial,pragmática, es un
postulado racional sin el cual no podríamos dirigir nuestra vida. Hasta ahora,
sin embargo, no poseemos ningún modelo operativo de la cadena de fenómenos
generativos, de la traducción, que podemos suponer inmensamente compleja, de la
necesidad o el desiderátum conceptual en ejecución neurofisiológica ymuscular.
La neuroquímica que relaciona intención y efecto sólo puede ser rastreada a
niveles rudimentarios. En muchos casos, es como si la causa viniera después del
efecto.
Los actos de pensamiento parecen seguir a representaciones espontáneas
y no premeditadas que luego el pensamiento interpreta y«figura» para sí mismo
en el tiempo pasado del verbo. (Me pregunto si la fascinadora experiencia del
déjà vu no guarda relación con esta inversión.) Con mucha mayor frecuencia,
todo queda borrado:«No tengo ni idea de por qué hice esto y lo otro. Tengo la
mente completamente en blanco». Las interposiciones entre pensamiento y acto
son tan múltiples, tan diversas como la vida misma.
Las sombras que se
interponen entre el pensar y el hacer nunca son exhaustivamente inventariadas,
mucho menos clasificadas. Hay, en la más exigente de las construcciones de
ingeniería o arquitectura, menudas desviaciones del designio, de la precisa
calibración. Ningún pintor, por dotado que esté, puede trasladar plenamente al
lienzo su visión interior de lo que cree ver ante sí. Hasta en la más estricta
de sus formas, la música contiene sólo de manera parcial el conjunto de
sentimientos, ideas y relaciones abstractas que es privativo del compositor. La
distancia entre las presiones sobre la sensibilidad que se perciben entre lo
imaginado y su manifestación lingüística es un doloroso tópico, un lugar común
de derrota inacabable desde los comienzos no sólo de la literatura sino también
de los más urgentes e íntimos intercambios humanos. «No puedo expresarlo con
palabras», dice el enamorado, dice el apesadumbrado; pero también el poeta y el
filósofo. Los indicios de unas barreras, de unos efectos de interferencia o
«ruido blanco» son perturbadoramente físicos. Sentimiento, intuición, iluminación
intelectual o psicológica se apiñan en el borde interior del lenguaje, pero no
pueden «penetrar» para culminar la expresión (aunque el gran escritor, en
cierto modo, trabaja más cerca de ese borde y de las pulsaciones de lo
prelingüístico que otras mentes menos privilegiadas).
Las energías de
reconocimiento, los metafóricos relámpagos de iluminación y la comprensión
instantánea vibran justo fuera de nuestro alcance. Eurídice nos atrae
retrocediendo hasta sumirse en la oscuridad. Dentro del magma turbulento y
polisémico de los procesos conscientes y subconscientes, el pensamiento
incesante o sus antecedentes, del todo misteriosos, tanto nocturnos como
diurnos, son recuperables sólo de manera fragmentaria. Al emerger a la
iluminada superficie a través de las limitaciones simplificadoras del lenguaje,
de la lógica coactiva, esta fuerza generadora se ve siempre inhibida y
desviada. De ahí los esfuerzos de los surrealistas en busca de una escritura
«automática» o de unos modos de habla vírgenes, Lo aleatorio está ya
condicionado por los imperativos. El pensar no hace ni puede hacer tal cosa.
Hasta el movimiento mental más prudentemente calculado y concentrado es bodied
forth [sele da cuerpo] (por utilizar el penetrante modismo deShakespeare) sólo
de forma imperfecta, sólo en parte. La obra de arte, por soberana que sea, el
proyecto político o militar, la edificación material, el código legal o la
summateológico-metafísica hacen una transacción con el ideal, con la necesaria
ficción de lo absoluto. Sigue habiendo una mancha decromática impureza, casi
imperceptible, en el tulipán negro, en las simetrías cristalinas del diseño
político o social privado o colectivo.
El concepto de perfección es un sueño no
realizado del pensamiento, una abstracción conceptual, como lo es el infinito.
Es en la paradoja de que existan en nosotros estos dos ideales inalcanzables
donde la teología clásica, tanto en Anselmo como en Descartes, sitúan su prueba
de la existencia de Dios. Aunque in extremis, Wittgenstein habló en nombre de
todas las consciencias creativas cuando manifestó que la parte del Tractatus
realmente importante era la que no llegó a escribirse. Ineluctablemente, por
tanto, la totalidad de nuestras futuridades, de nuestras proyecciones,
anticipaciones y planes— sean rutinarios o utópicos— llevan consigo un
potencial de decepción, de profiláctico autoengaño. Un virus de insatisfacción
vive en la esperanza. La gramática de los optativos, de los subjuntivos, de
todos los matices de los tiempos verbales futuros —gramáticas que son la gloria
irresponsable y la luz matinal de la mente humana—nunca pueden ser garantes. No
contienen y avalan un hecho incontaminado.
Podemos tenerlo todo abrumadoramente
a nuestro favor, la inducción puede parecer casi contractual e infalible, pero
esperar, tener expectativas o esperanza, es un azar. Y su única certidumbre es
la muerte. Las consecuencias de nuestras expectativas, de esta impaciencia que
llamamos«esperanza», se quedan cortas. Muchas veces fracasan totalmente (aunque
hay bendiciones en las cuales sobrepasan cuanto podamos imaginar).
Habitualmente, la previsión, la proyección, la fantasía y la imagen están por
encima de la realización. Si aclamamos las experiencias como algo que está «más
allá de nuestros sueños más delirantes» es que estos sueños han sido cautos y
manidos.
Un revelador vacío, una tristeza de la saciedad sigue a todos los
deseos satisfechos (Goethe y Proust son los despiadados exploradores de esta
accidia). El célebre abatimiento post coitum, el anhelo del cigarrillo después
del orgasmo, son precisamente las cosas que miden el vacío que existe entre la
expectativa y la sustancia, entre la imagen fabulosa y el suceso empírico. El
eros humano es pariente cercano de una tristeza hasta la muerte. Si nuestros
procesos mentales fueran menos apremiantes, menos gráficos, menos hipnóticos
(como en los ratos de masturbación y sueño diurno), nuestra constante
desilusión, el gris pegote de náusea que hay en el corazón del ser, sería menos
incapacitante. Los colapsos mentales, las evasiones patológicas a la
irrealidad, la inercia del enfermo mental son tal vez, en lo esencial, tácticas
contra la desilusión, contra el ácido de la esperanza frustrada. Tales son las
fallidas correlaciones entre pensamiento y realización, entre lo concebido y
las realidades de la experiencia, que no podemos ni vivir sin esperanza —como
dijo Coleridge, «Trabajo sin esperanza recoge néctar en un cedazo, / y
esperanza sin un objeto no puede vivir— ni superar el dolor y la burla que
conllevan las esperanzas fallidas. «Esperar contra toda esperanza» es una
expresión vigorosa pero en última instancia condenatoria de la sombra que
arroja el pensamiento sobre la consecuencia.
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