viernes, 9 de agosto de 2013
La Fuente de la Eterna Juventud
Durante milenios, el sueño de hechiceros, magos y
alquimistas ha sido el de encontrar el elixir de la eterna juventud. Y leyendas
llegadas de los rincones de la tierra hablan de ríos, fuentes, árboles, frutos
y pócimas con poderes para rejuvenecer a los hombres.
En Babilonia ya se consideraba el agua como símbolo de la
vida, por su poder curativo y fertilizante. Se decía que la fuente y manantial
de toda el agua se encontraba en el Golfo Pérsico y en remotos tiempos fue
personificado como Ea "la casa del agua", dios de las aguas dulces,
que surtía las corrientes, canales y ríos.
En el epílogo del Código de Hammurabi se invoca al dios Adad
para que prive a los enemigos de la lluvia del cielo y de las aguas de las
fuentes.
Los asirios rendían culto a Ishtar, diosa del amor,
purificadora de las aguas y patrona de los manantiales "que traen la
vida".
En Egipto se divinizaba al Nilo en el dios Hapi, abastecedor
de fuentes y manantiales, y era representado sosteniendo dos plantas: el
"papyrus" y el "lotus", o bien dos vasos de los que manaban
sendos ríos. Posteriormente y hasta el fin de las dinastías faraónicas, se
consideró a Isis como el espíritu de las aguas, diosa de los ríos y de las
fuentes que los alimentan o de las que nacen. Se la consideraba la madre
bienhechora, esposa fiel y procreadora de Horus, el dador de vida y alimento a
los difuntos, la esposa del dios de las inundaciones que con su légamo
fertilizaba las tierras y la creadora del caudal del río Nilo.
En la India, aparte de los dioses acuáticos de los Vedas,
están las Apsaras, ninfas que habitan las aguas, fuentes, lagos y ríos,
especialmente el Ganges. Se les atribuía la misión de conducir las almas de los
guerreros muertos en los campos de batalla a la mansión del Sol.
Los griegos, desde los albores de su cultura, consideraron
que el agua que manaba de las fuentes, corredora y murmuradora, poseía un
espíritu personal inmanente, "daimon" o "numen", al que
dieron una forma concreta definida, relacionándolo con divinidades superiores
como Hermes, Apolo, Artemisa y Dionisios.
En el Templo de Apolo, en Delfos, desde la roca Nimpea,
manaba la Fuente Castalia, hasta hoy recordada por la literatura.
Junto a fuentes o manantiales se ha ubicado a la Acacia, que
recuerda a Hiram, el constructor del Templo de Salomón, y símbolo de la
masonería hasta nuestros días; al loto, de la religión egipcia; el mirto, de
los ritos iniciáticos de Eleusis, en Grecia; y, al muérdago, planta sagrada de
los sacerdotes druidas.
Entre los romanos, "Fons" (Fontus o Fontanus) era
una personificación de la divinidad de las fuentes y manantiales. Hasta hoy
día, Roma es conocida como la ciudad de las Fuentes. En los tiempos antiguos ya
existía la Fuente Lupercal en la colina del Palatino. Al pie del Aventino
estaba la Fuente de Picus. Otra al pie del monte Caelius. En el centro de la
ciudad, las fuentes "Lautolae", la fuente de Mercurio y la fuente de
Catus (Fons Cati).
Los romanos atribuían a las fuentes una virtud profética.
Así puede recordarse al rey Latinus acudir a la Fuente Albunea a consultar el
oráculo de Fauno.
Con la invasión de los bárbaros y las expediciones de las
legiones romanas, llegó también el culto que a las fuentes y manantiales
rendían los celtas y los francos.
Al ocaso del Imperio Romano, llega el Cristianismo con el
bautismo de Cristo por San Juan con el agua del río y con las "Fuentes
Bautismales" para sus seguidores.
Así pues, desde la mitología griega que contaba que los
dioses bebían un elixir para ser inmortales, que la maga Medea mediante
hechizos rejuvenecía a Esón, Padre de Jasón, el jefe de los Argonautas, pasando
por el mito de Peter Pan hasta llegar al "Retrato de Dorian Grey" y
las películas de ciencia-ficción con extraterrestres que conocen el don del
rejuvenecimiento, la humanidad conoce estas leyendas.
Podría hablarse de que nos encontramos ante un mito atávico
intrínseco a todas las culturas humanas. Por tal motivo no debe extrañar que
los españoles que llegaron al Nuevo Mundo confundieran el verde exuberante de
los trópicos con el jardín del Edén y confundidos sus propios mitos con las
historias que les contaban los indios, emprendieran la búsqueda de míticas
fuentes de la eterna juventud o de ríos que arrastraban oro y hasta de un árbol
de la vida.
América fue una tierra fértil para fundir los mitos de los
europeos con los autóctonos de las tierras recién descubiertas.
Los europeos, por ejemplo, llegaban cargados de historias
como las que narró Juan de Bourgogne, bajo el nombre de Juan de Mandeville que
circulaba en el viejo continente desde 1356 en que describió imaginarios viajes
a extraños países en que conoció gigantes, enanos, y sobre todo, la fuente de
la eterna juventud. Textualmente había escrito: "Junto a una selva estaba
la ciudad de Polombé, y junto a esta ciudad, una montaña de la que tomaba su
nombre la ciudad. Al pie de la montaña hay una gran fuente, noble y hermosa; el
sabor del agua es dulce y olorosa, como si la formaran diversas maneras de
especiería. El agua cambia con las horas del día; es otro su sabor y otro su
olor. El que bebe de esa agua en cantidad suficiente, sana de sus enfermedades,
ya no se enferma y es siempre joven. Yo, Juan de Mandeville, vi esa fuente y
bebí tres veces de esa agua con mis compañeros, y desde que bebí me siento
bien, y supongo que así estaré hasta que Dios disponga llevarme de esta vida
mortal. Algunos llaman a esta fuente "Fons Juventutis", pues los que
beben de ellas son siempre jóvenes".
Sin embargo, Juan de Mandeville murió en Lieja en 1372, pero
se le rindieron múltiples homenajes a sus pretendidos e imaginarios viajes.
La Fuente de la Vida, de la Juventud o de la Inmortalidad
está muy entremezclada en su mítico origen con el Río de la Inmortalidad, el
Árbol de la Vida, etc...
El Río de la Inmortalidad
En verdad, este mito tiene un origen distinto al de la
Fuente de Vida. Su origen es semítico. El Río o manantial de vida perpetua, en
el relato legendario tenía como misión conservar la vida en forma permanente, o
sea, otorgar la inmortalidad.
La mitología sobre el río de la vida semítico parte, seguramente,
del río descrito en el Génesis y se prolonga en otros ríos y en otras culturas.
Así encontraremos el Jordán, el río del bautismo, que da la
vida eterna en un sentido espiritual; el río Nilo, que da la vida material; el
río Ganges, en la India, que limpia y purifica. El río de Gautama-Buda y de
Sidharta.
Se estima que al llegar Colón al Golfo de Paria y contemplar
el gran río Orinoco y escuchar las leyendas de los indios, creyó que había
encontrado el paraíso terrenal y el río que bañaba el jardín edénico: "Y
así afirma y sostiene (Cristóbal Colón) que en la cima de aquellos tres montes
que hemos dicho que vio desde lejos el marino vigía desde la atalaya, está el
paraíso terrenal, y que aquel ímpetu de aguas dulces que se esfuerza en salir
desde la ensenada y garganta sobredichas al encuentro del flujo del mar que
viene, es de aguas que se precipitan de aquellos montes" (Cita de Pedro
Mártir de Anglería).
Así como la desembocadura del Orinoco hizo pensar a Colón
que se encontraba frente al Paraíso Terrenal, las leyendas y consejos de los
indios contribuyeron a confundir más aún a los descubridores de América y a
perseguir míticos ríos de la Inmortalidad y a encontrar la Fuente de la Eterna
Juventud, como se verá más adelante.
El Mito de la Fuente de Vida
Así como el mito del Río de la Inmortalidad tiene un origen
semítico, la Fuente de Vida tiene un indudable origen en la India. Su misión, a
diferencia del Río de la Inmortalidad, no era hacer inmortal al hombre, sino
renovar su vigor, rejuvenecerlo. Sin embargo, ambos mitos, al extenderse por el
mundo, se confundieron y se complementaron.
La Fuente de Vida aparece en la India en la primitiva
tradición brahmánica y ha perdurado hasta hoy. Muchas de la Fuentes de Vida
tienen, sin embargo, este nombre sólo en boca de los europeos, mientras que
muchas de ellas son conocidas por los nativos sencillamente como aguas
medicinales o curativas, como se vio en la Conquista de América. Fue la
tradición traída por los europeos la que les dio el cariz que ellos querían
inconscientemente que tuviesen.
La existencia de estas aguas curativas, se piensa, pudo
haber sido el origen de la leyenda tanto en la India como en la Florida.
El poder del rejuvenecimiento, ya fuese en virtud de una
fuerza sobrenatural, ya por efecto de la composición por drogas, sortilegios,
etc., se creyó que era posible mucho antes de introducir en la leyenda de la
Fuente este elemento de rejuvenecimiento. Siempre se tuvo el agua por recurso
medicinal, y los hombres eran rejuvenecidos por la voluntad de los dioses; pero
ambas ideas no se amalgamaron hasta más tarde.
En el pensamiento íntimo de griegos y romanos, no había
fuente de juventud y de vida al alcance del hombre en este mundo, sino que el
manantial de remozamiento sólo se hallaba en la vida futura o mundo espiritual.
Al igual que el agua de inmortalidad de los semitas sólo se había hallado en el
Paraíso, no en cualquier parte de la tierra y al alcance de cualquiera...
La leyenda de la fuente de vida no se conoció en Francia y
Alemania hasta que se introdujo en dichos países procedente de Oriente, por lo
que se estima que no hay razón para creer que se trate de un mito indoeuropeo.
En la leyenda francesa se la conoce como "La Fontaine de Jovent", y
en la alemana como "Jungbrunnen". En cuanto a las versiones populares
en que se mezcla con la leyenda semítica del agua de inmortalidad, hay que
considerarlas como de origen oriental.
La leyenda de Alejandro Magno viajando a la India en busca
del agua de inmortalidad, contribuyó en gran medida a la amalgama de la leyenda
semita con la india. A esto contribuyó no poco la historia contada por Juan de
Mandeville que ubicó el Manantial de Inmortalidad en la India. Otros
escritores, por su parte, la ubicaron vagamente en algún lugar del Oriente.
En resumen, podría asegurarse que la leyenda de la fuente
rejuvenecedora tuvo su origen en la India. Que ésta, en el simbolismo europeo
se combinó con el "agua de vida", de origen semítico, y con el
"manantial inmortal" de origen clásico, el que confiere vida eterna a
los que han atravesado la frontera de la que ya no se regresa. Y que en América
no hubo Fuente de Vida y sí sólo manantial medicinal, hasta que la leyenda
traída por los europeos contó con las creencias de los nativos para formar un
sincretismo del que nació la Fuente de la Eterna Juventud, que con tanto ahínco
trataron de encontrar, sin saber que sólo perseguían una atávica ilusión: Más
aún si se piensa que el mito original ubicaba a la Fuente de Vida en la India,
y los descubridores del Nuevo Continente pensaban y creían sinceramente estar
en las Indias...
Tras la Fuente de la Eterna Juventud
Enrique de Gandía es quien mejor nos ubica en el origen
mismo de esta saga: "Al arribar los españoles al Nuevo Mundo hallaron que
los indios profesaban cierta veneración a unos árboles de extrañas virtudes
curativas, llamados "de la vida", "de la inmortalidad",
"xagua", "palo santo", o "guayacán".
Estos árboles tenían la propiedad de transmitir sus
maravillosas cualidades a los ríos y fuentes que se deslizaban junto a ellos.
De allí nació la fama, divulgada por los indios, de un río lejano cuyas aguas
rejuvenecían a los que se bañaban en ellas.
En busca de ese río – sobre cuya existencia ellos no se
engañaban – partieron muchos indios de la isla de Cuba antes de que llegasen
los españoles en un periplo que los llevó a través de las Bahamas o Lucayas
hasta la Florida.
Ponce de León que oyó esta historia de un río rejuvenecedor,
se interesó en encontrarlo – él ya era viejo – pues soñaba con la clásica
"Fons Juventutis" de las narraciones escuchadas en la vieja Europa.
"Desde entonces, agrega Gandía, los eruditos,
olvidándose de los ríos que se deslizaban por entre bosquecillos de xaguas,
palo santo y árboles de la inmortalidad, hablaron siempre de una fuente
imaginaria, tan maravillosa y fantástica como la que había descrito el farsante
caballero inglés Juan de Mandeville".
Fueron los cronistas Fernández de Oviedo y López de Gomara
los que se refirieron a "la fuente que tornaba mozos a los viejos",
cuya fama se extendió después del descubrimiento de las islas Bimini. Dicen
textualmente las crónicas: "Juan Ponce de León acordó armar y fue con dos
carabelas por la banda del norte y descubrió las islas de Bimini que están en
la parte septentrional de la isla Fernandina. Y entonces se divulgó aquella
fábula de la fuente que hacía rejuvenecer y tornar mancebos los hombres viejos.
Esto fue el año de mil quinientos doce. Y fue esto tan divulgado y certificado
por indios de aquellas partes, que anduvieron el capitán Juan Ponce de León y
su gente y carabelas perdidos y con mucho trabajo por más de seis meses por
entre aquellas islas a buscar esta fuente...".
Un año más tarde, el 27 de marzo de 1513, finalmente, Juan
Ponce de León descubrió la Florida.
Por su parte, el cronista Herrera, que conoció los
documentos originales de la expedición efectuada por Juan Ponce de León, recoge
en su relato lo histórico y lo fantástico, representado uno por el río que
rejuvenece y el otro por la fuente de la eterna juventud. Su crónica nos
informa: "Es cosa cierta, que además del principal propósito de Juan Ponce
de León, para la navegación que hizo (...) que fue descubrir nuevas Tierras
(...) fue a buscar la Fuente de Bimini, y en la Florida un río, dando en esto
crédito a los Indios de Cuba, teniendo por cierto que había este no, pasaron, no
muchos años antes que los Castellanos descubriesen esa Isla, a las Tierras de
la Florida, en busca de él, y allí se quedaron y poblaron un Pueblo, y hasta
hoy dura aquella generación de los de Cuba. Esta fama de la causa que movió a
éstos para entrar en la Florida, movió también a todos los reyes y Caciques de
aquellas comarcas, para tomar muy a pechos, el saber qué río podría ser aquel,
que tan buena obra hacía, de tornar los viejos en mozos; y no quedó Río, ni
Arroyo en toda la Florida hasta las Lagunas y Pantanos, adonde no se bañasen; y
hasta hoy porfían algunos en buscar este misterio; el cual, vanamente algunos
piensan, que es el Río que ahora llaman Jordán, en la punta de Santa Elena, sin
considerar que fueron Castellanos los que dieron el nombre el Año de veinte,
cuando se descubrió la Tierra de Chicora..."
Es curioso observar cómo algunos cronistas captaban la
ingenuidad que padecían algunos buscadores incansables de míticas fuentes que
proporcionaran la eterna juventud.
La mezcla confusa de río o fuente rejuvenecedora, queda aún
más clara en la relación que hace Washington Irving respecto de los viajes de
Juan Ponce de León. En su obra "Viajes y Descubrimientos de los compañeros
de Colón", dice: "Aseguráronle que muy lejos hacia el Norte, había un
país abundantísimo en oro y en toda clase de delicias; pero lo más sorprendente
que poseía era un río con la singular virtud de rejuvenecer a todo el que se
bañaba en sus aguas...". La Fuente de Bimini, "que poseía las mismas
maravillosas y apreciables cualidades" del río, se hallaba en cierta isla
del archipiélago de las Bahamas o Lucayas.
Se dice que Juan Pérez de Ortubia, comisionado por Juan
Ponce de León para buscar la isla de Bimini, al volver a Puerto Rico para dar
cuenta que la había encontrado al seguir las indicaciones de una anciana que
vivía solitariamente en una islita de las Bahamas, "dijo que era grande,
fértil y cubierta de magníficos arbolados; que tenía hermosas y cristalinas
fuentes y abundantes arroyos que la mantenían en perpetua verdura; pero que no
había agua ninguna con la virtud de transformar los entorpecidos miembros de un
anciano en los vigorosos de un joven".
El Árbol de la Vida
Tal como Colón contempló en la desembocadura del Orinoco la
Palmera Moriche, a quien los indígenas daban el nombre de árbol de vida, otros
españoles escucharon versiones similares. El nombre "moriche" es de
origen tupí, corrupción de "muriti", palabra compuesta de
"mbur", alimento, e "iti", árbol alto, o sea: árbol de
alimento o de la vida.
Además de la palmera moriche, encontraron el "árbol de
la inmortalidad", el "palo santo", llamado guayacán por los
nativos, y el árbol de Xagua, que comunicaba propiedades curativas a los ríos
que lamían sus raíces.
Estos árboles de "vida" se multiplicaban en tierra
firme y ya no era sólo la Palma Moriche en que Colón creyó reconocer el árbol
del paraíso.
El hecho de que estos árboles comunicasen sus propiedades a
los ríos a cuyas orillas crecían hizo, por tanto, que existieran no uno, sino
muchos ríos cuyas aguas tenían virtudes sobrenaturales, según los nativos y
según la credibilidad de los europeos. Se oía hablar de aguas maravillosas en
la isla Boyuca, en la isla Trinidad y en la Florida.
El padre Bernabé Cobo, en su "Historia del Nuevo
Mundo", habla del "árbol de la inmortalidad": "Este nombre
dan en la Nueva España a un árbol grande que se hacen bordones y vasos al torno
en que beber, por la virtud que comunica al agua, que es ésta. En henchiendo de
agua un vaso de éstos, en menos de una hora se tiñe de azul, la cual agua
bebida aprovecha contra la retención de orina; por lo cual, los que padecen
este mal; suelen beber en vasos de esta madera; y el mismo efecto de teñir el
agua hace una raja de este árbol echada en ella. La madera de este árbol es muy
buena para labrar, de un color morado y linda tez, y así es tenida y contada
entre las más preciosas de esta tierra". El padre Cobo escribió su libro
después de permanecer en tierras americanas por cincuenta y siete años.
Por su parte, Hernández de Oviedo, en su "Sumario de la
Natural Historia de Indias", dice al respecto: "La principal virtud
de este madero es sanar el mal de las buas, y es cosa tan notoria, no me
detengo mucho en ello, salvo que del palo de él toman astillas delgadas, y algunos
las hacen limar, y aquellas limaduras cuécenlas en cierta cantidad de agua, y
según el peso o parte que echan de este leño a cocer; y desque ha desmenguado
el agua en el cocimiento las dos partes o más, quítanla del fuego y repósase, y
bébenla los dolientes ciertos días por las mañanas en ayunas, y guardan mucha
dieta, y entre día han de beber de otra agua cocida con el dicho guayacán y
sanan sin ninguna duda muchos enfermos de aqueste mal".
Respecto de la fruta del Xagua dice: "sacan agua muy
clara, con la cual los indios se lavan las piernas, y a veces toda la persona,
cuando sienten las carnes relajadas o flojas, y también por su placer se pintan
con esta agua; la cual, demás de ser su propia virtud apretar y restringir,
poco a poco se torna tan negro todo lo que dicha agua ha tocado como un muy
fino azabache, o más negro, la cual color no se quita sin que pasen doce o
quince días o más...".
Los propagadores primitivos del mito
Por estudios efectuados con posterioridad a la Conquista de
América, se ha estimado que quienes propagaron el mito del árbol de la vida
fueron las tribus migratorias conocidas como "caribes-tupí-guaraní",
que recorrían desde las márgenes del Río de la Plata por el sur hasta la
Florida por el norte.
A estos Caribes se han referido numerosos cronistas e
historiadores, según el investigador Enrique de Gandía: "El Padre Gumilla,
en el "Orinoco Ilustrado" decía: La nación sobresaliente y dominante
en Oriente es la nación Caribe, que se extiende por la costa oriental hasta la
Cayayana (Guyana), y aún hoy vive mucha gente de ellos en la Trinidad de
Barlovento y en las tres islas de Colorados que están junto a la Martinica...
La existencia de los Caribes o Guaranís en las Antillas y Sur de la Florida ha
sido igualmente atestiguada por Hervás Varnhagen, en su "Historia General
del Brasil", escribe que los Caribes o Guaranís extendieron sus conquistas
hasta la isla de Cuba y Honduras. Pruébalo en las Antillas el nombre inca dado,
como entre los Caribes, a la "farinha", lo mismo que
"mandioca", algo degenerada, y a la abundancia de "guas"
con que terminan los nombres de las bahías de Cuba y Honduras. No sólo había
nombres geográficos idénticos, sino también de plantas y animales.
"Guazzáguara", el grito de guerra de los indígenas, que los españoles
hicieron sinónimo de ataque o combate, era común a los indios que se extendían
desde el Golfo de México al Río de la Plata".
La ferocidad de los Caribes era tan grande que muchos la han
comparado con las invasiones de los bárbaros en tiempos del Imperio Romano.
Estiman que fueron los enemigos declarados de los imperios precolombinos,
Incas, Mayas, Aztecas, etc., que conocieron de su acometividad y salvajismo.
Pedro Mártir de Anglería los describe así: "...los
nuestros encontraron gente que se dedica a la caza de hombres y si les faltan
enemigos con quien guerrear vuelven contra sí mismos su crueldad, y se
destruyen o se ponen en fuga. De ahí provino plaga grande sobre los miserables habitantes
del continente y las islas".
La Fuente se interna en la Leyenda
Sin tregua ni descanso, los descubridores del Nuevo
Continente, siguieron en pos de los mitos y allegando nuevas tierras a los
reyes de Castilla y de León.
Tal vez muchas veces atravesaron ríos que nacían en
manantiales bordeados de xaguas, palo santo, árboles de la inmortalidad y no
reconocieron en ellos las aguas de la eterna juventud, pues no buscaban la
humilde y curativa agua de los indígenas, sino que corrían tras la ilusión de
una mítica inmortalidad.
Las palmeras moriches, desde su altura, vieron pasar a estos
hombres desde la desembocadura del Orinoco, otras los vieron recorrer Puerto
Rico, Cuba y las Antillas Menores. Las Bahamas o Lucayas conocieron su paso
hacia la isla Bimini y la Península de la Florida los vio recorrer sus pantanos
e internarse en sus ríos hacia la profundidad del subcontinente norteamericano.
La hermosa leyenda de la fuente encantada se fue perdiendo
en medio de los avatares de la Conquista del Nuevo Mundo y sólo nos ha llegado
por medio de los cronistas y por eruditos que en sus estudios e investigaciones
no se cansan de volverla a contar: La ilusión de los hombres por no morir nunca
y ser siempre jóvenes...
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