domingo, 5 de abril de 2015
La Ciudad del Esteco
La ciudad de Esteco era, según la
leyenda, la más rica y poderosa de las ciudades del norte argentino.
Se levantaba en medio de un fértil y hermoso paisaje de la provincia
de Salta. Sus magníficos edificios resplandecían revestidos de oro
y plata.
Los habitantes de Esteco estaban orgullosos de su ciudad y
de la riqueza que habían acumulado. Usaban un lujo desmedido y en
todo revelaban ostentación y derroche. Eran soberbios y petulantes.
Si se les caía un objeto cualquiera, aunque fuese un pañuelo o un
sombrero, y aun dinero, no se inclinaban siquiera para mirarlos,
mucho menos para levantarlos. Sólo vivían para la vanidad, la
holganza y el placer.
Eran, además, mezquinos e insolentes con los
pobres, y despiadados con los esclavos. Un día un viejo misionero
entró en la ciudad para redimirla. Pidió limosna de puerta en
puerta y nadie lo socorrió. Sólo una mujer muy pobre que vivía en
las afueras de la ciudad con un hijo pequeño, mató la única
gallinita que tenía para dar de comer al peregrino. El misionero
predicó desde el púlpito la necesidad de volver a las costumbres
sencillas y puras, de practicar la caridad, de ser humildes y
generosos, y todo el mundo hizo burlas de tales pretensiones.
Predijo, entonces, que si la población no daba pruebas de enmienda,
la ciudad sería destruida por un terremoto.
La mofa fue general y la
palabra terremoto se mezcló a los chistes más atrevidos. Pedían,
por ej., en las tiendas, cintas de color terremoto. El misionero se
presento en la casa de la mujer pobre y le ordenó que en la
madrugada de ese día saliera de la ciudad con su hijito en brazos.
Le anunció que la ciudad se perdería, que ella sería salvada por
su caridad, pero que debía acatar una condición: no volver la
cabeza para mirar hacia atrás aunque le pareciera que se perdía el
mundo; si no lograba dominarse, también le alcanzaría un castigo.
La mujer obedeció al misionero. A la madrugada salió con su hijito
en brazos. Un trueno ensordecedor anunció la catástrofe.
La tierra
se estremeció en un pavoroso terremoto, se abrieron grietas inmensas
y lenguas de fuego brotaban por todas partes. La ciudad y sus gentes
se hundieron en esos abismos ardientes. La mujer caritativa marchó
un rato oyendo a sus espaldas el fragor del terremoto y los lamentos
de las gentes, pero no pudo más y volvió la cabeza, aterrada y
curiosa. En el acto se transformó en una mole de piedra que conserva
la forma de una mujer que lleva un niño en brazos.
Los campesinos la
ven a distancia, y la reconocen; dicen que cada año da un paso hacia
la ciudad de Salta. De: Cuentos y leyendas populares de la Argentina.
Selección e Berta E. Vidal de Battini. Bs.As., Consejo Nacional de
Educación, 1960. Vagos indicios recuerdan, en el campo asolado, el
asiento de la opulenta ciudad de Esteco tragada por la tierra en
castigo de sus soberbios habitantes.
La primitiva ciudad de Esteco
estuvo situada en la margen izquierda del río Pasaje, ocho leguas al
sur de El Quebrachal, en el departamento de Anta, Salta. Cuando
Alonso de Rivera en 1609 fundó la ciudad de Talavera de Madrid, los
antiguos pobladores de Esteco - que en parte vivían en la población
próxima que la reemplazó, Nueva Madrid de las Juntas - vinieron a
ella y comenzaron a llamarla la Esteco Nueva, nombre que se impuso
sobre el oficial. Pronto se enriqueció por ser un centro de intenso
comercio. Según el famoso padre Bárzana.
El P. Techo dice que fue
destruida por un gran terremoto en 1692. Sobrevive su nombre en un
topónimo, la Estación de Esteco, en la comarca en que existió la
ciudad antigua. La leyenda popular mantiene vivo, al cabo de siglos,
el recuerdo de la ciudad de Esteco, una, entre otras, de las ciudades
fundadas por los españoles que por causas diversas desaparecieron en
la época de la colonización.
Probablemente fue destruida por los
indios y sus habitantes buscaron un nuevo emplazamiento: Esteco la
Nueva, a la que según Juan Alfonso Carrizo, en su "Cancionero
de Salta", se refiere la leyenda, ya que tuvo un rápido
enriquecimiento, y algunas crónicas y tradiciones mencionan la
posibilidad de fuertes movimientos sísmicos en el lugar, Ricardo
Molinari y Manuel Castilla han dedicado sendas elegías a la ciudad
de Esteco. La copla admonitoria recuerda a los que perseveran en el
mal: "No sigas ese camino / no seas orgulloso y terco / no te
vayas a perder / como la ciudad de Esteco."
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