domingo, 5 de abril de 2015
El Pehuen
Desde siempre Nguenechén hizo crecer
el pehuén en grandes bosques, pero al principio las tribus que
habitaban eses tierras no comían los piñones porque creían que
eran venenosos. Al pehuén o araucaria lo consideraban árbol sagrado
y lo veneraban rezando a su sombra, ofreciéndole regalos: carne,
sangre, humo, y hasta conversaban con él y le confesaban sus malas
acciones. Los frutos los dejaban en el piso sin utilizarlos.
Pero ocurrió que en toda la comarca
hubo unos años de gran escasez de alimentos y pasaban mucha hambre,
muriendo especialmente niños y ancianos. Ante esta situación los
jóvenes marcharon lejos en busca de comestibles: bulbos de amancay,
hierbas, bayas, raíces y carne de animales silvestres. Pero todos
volvían con las manos vacías. Parecía que Dios no escuchaba el
clamor de su pueblo y la gente se seguía muriendo de hambre.
Pero Nguenechén no los abandonó... Y
sucedió que cuando uno de los jóvenes volvía desalentado, se
encontró con un anciano de larga barba blanca.
- ¿Qué buscas, hijo? -le preguntó
- Algún alimento para mis hermanos de
la tribu que se mueren de hambre. Por desgracia no he encontrado
nada.
- Y tantos piñones que ves en el piso
bajo los pehuenes, ¿no son comestibles?
- Los frutos del árbol sagrado son
venenosos, abuelo -contestó el joven.
- Hijo, de ahora en adelante los
recibiréis de alimento como un don de Nguenechén. Hervidlos para
que se ablanden, o tostadlos al fuego y tendréis un manjar
delicioso. Haced buen acopio, guardadlos en sitios subterráneos y
tendréis comida todo el invierno.
Dicho esto desapareció el anciano. El
joven siguiendo su consejo recogió gran cantidad de piñones y los
llevó al cacique de la tribu explicándole lo sucedido. Enseguida
reunieron a todos y el jefe contó lo acaecido hablándoles así: -
Nguenechén ha bajado a la tierra para salvarnos. Seguiremos sus
consejos y nos alimentaremos con el fruto del árbol sagrado, que
sólo a él pertenece. Enseguida comieron en abundancia piñones
hervidos o tostados, haciendo una gran fiesta.
Desde entonces desapareció la escasez
y todos los años cosechaban grandes cantidades de piñones que
guardaban bajo tierra y se mantenían frescos durante mucho tiempo.
Aprendieron también a fabricar con los piñones el chahuí, bebida
fermentada.
Cada día, al amanecer, con un piñón
en la mano o una ramita de pehuén, rezan mirando al sol:"A ti
de debemos nuestra vida, y te rogamos a ti, el grande, a ti nuestro
padre, que no dejes morir a los pehuenes. Deben propagarse como se
propagan nuestros.
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