domingo, 3 de agosto de 2014
Juan De Jerusalén
En 1991 se publicó en España un curioso libro titulado
Rituales secretos de los Templarios, cuyo autor, oculto tras su nombre
iniciático de Frater Iacobus, revelaba públicamente por primera vez los
secretos de esta enigmática Orden, nacida en el transcurso de la Primera
Cruzada y entre cuyos fundadores se encontraba nuestro profeta Juan de
Jerusalén.
Surgida originalmente para proteger y ayudar a los
peregrinos que se dirigían a Tierra Santa, la Orden obtuvo la aprobación del
Papa en Enero de 1128, en el Concilio de Troyes, contando con el apoyo
espiritual de Bernardo de Clairvaux, si bien no fue sino hasta 1163 cuando fue
definitivamente reconocida. Los nueve caballeros que fundaron la Orden eran
grandes Iniciados que seguían las instrucciones de quienes la Tradición
Universal denomina Los Superiores Desconocidos, a los cuales habría de
referirse muchos siglos después el gran ocultista y mago S. L. Mc. Gregor
Mathers. Entre los objetivos de los Templarios, que tomaron dicho nombre porque
se establecieron cerca del Templo de Salomón, se encontraban la defensa de los
Santos Lugares y la fe cristiana, establecer contactos ocultos con iniciados
musulmanes y cabalistas y reunir a todos los pueblos en una suerte de República
Universal donde reinaría la hermandad y se volvería a los misterios iniciáticos
de la antigüedad. También tenían como meta la búsqueda de reliquias sagradas,
principalmente el Arca de la Alianza y Las Tablas de la Ley. Sus integrantes
debían hacer votos de pobreza, obediencia y castidad, y para ser admitidos
tenían que atravesar por una serie de difíciles pruebas iniciáticas.
Según el Frater Iacobus, los 22 Grandes Maestres que
dirigieron los destinos de la Orden a lo largo de casi 200 años se corresponden
con los Arcanos Mayores del Tarot, con las 22 letras sagradas del alfabeto
(alfabeto hebreo) y con las 22 letras del alfabeto mágico de la Rosa-Cruz.
Entre los cargos presentados para suprimir la Orden del
Temple (Una de las mayores manchas en la tenebrosa historia de la Iglesia
Católica Romana, dice el teósofo C. W. Leadbeater en su libro Antiguos Ritos
Místicos) se encontraban: que no se cuidaban de pecar o cometer injusticias;
que se entregaban a orgías sexuales; que en sus ceremonias de Iniciación se
daban besos indecentes; que sus ritos tenían lugar en horas nocturnas; que
renegaban de Cristo pisoteando y escupiendo un crucifijo; que adoraban y
besaban el ano de un ídolo diabólico llamado BAPHOMET; que el sello de los
Templarios, dos caballeros sobre una misma cabalgadura, simbolizaba un acto de
sodomía, etc.
¿Eran culpables los Templarios?, se pregunta el Frater
Iacobus, iniciáticamente hablando, no, de ningún modo. Para el clero de la
época, si, totalmente. Los Templarios querían una vuelta al cristianismo
primitivo y a los misterios iniciáticos antiguos, dentro de una religión
universal, tolerante y evolutiva. Eran, incluso fuera del Temple Oculto,
Iniciados, pero también hombres. Sin embargo, se adelantaron demasiado a su
tiempo y no respetaron totalmente los preceptos religiosos de una época
petrificada, como fue la Edad Media.
Estos son los hechos históricos más o menos conocidos. Lo que
tal vez no sea tan conocido, debido a que el descubrimiento del texto de Juan
es relativamente reciente, es que su libro secreto de profecías fue un elemento
utilizado contra los Templarios. Habrían existido siete ejemplares del mismo,
tres de los cuales fueron entregados al Gran Maestre de la Orden, quien a su
vez los remitió a Bernardo de Clairvaux. M. Galvieski, que difundió el texto de
Juan de Jerusalén, intenta reconstruir la historia de estos libros: uno habría
sido llevado a Roma, y según él, hay suficientes razones para pensar que
todavía se encuentra en los archivos vaticanos. Otro fue donado por San
Bernardo al Monasterio de Vezelay, y desapareció en la época del proceso contra
los Templarios. Un tercer ejemplar habría estado en manos de los juristas de la
corte de Francia. Otro habría llegado hasta Nostradamus. Ya en años recientes,
otra copia del libro habría llegado a manos de los bolcheviques, quienes lo
destruyeron por considerarlo un documento contrarrevolucionario. Algunos
suponen que es probable que, además del ejemplar encontrado en el Monasterio de
Zagorsk, exista actualmente otro en el Monte Athos, en Grecia, resguardado en
sus inaccesibles bibliotecas.
Cuando en 1307 el Gran Maestre Jacques de Molay y sesenta
caballeros de Dios fueron arrestados, escribe Galvieski, esgrimieron sus
manuscritos como elemento de cargo; de este modo, el Protocolo Secreto de las
Profecías fue presentado como el dictado de Lucifer, la prueba de que los
Templarios estaban en relación con las fuerzas del mal. Poco les importó a los
acusadores que el texto de Juan de Jerusalén hablara del Tercer Milenio. Según
ellos, describía el porvenir como un infierno; así pues, habían entregado a los
hombres a la voluntad del maligno. Entre todos los crímenes monstruosos de los
que fueron acusados los Templarios, se repitió el de ser los soldados del
diablo, los caballeros del mal, siendo el protocolo la prueba de su alianza
negra.
Juan de Jerusalén nació cerca de Vezelay, Francia, alrededor
de los años 1040 ó 1042. Fue uno de los fundadores de la Orden de los
Caballeros del Temple, en 1118. Murió poco después, en el año 1119 ó 1120, a la
edad de 77 años.
Su libro de profecías, o más propiamente dicho Protocolo
Secreto de las Profecías, habría sido conocido por Nostradamus, a quien sirvió
de inspiración y guía para sus propias visiones proféticas.
Un manuscrito descubierto en Zagorsk, cerca de Moscú, y que
data del siglo XIV, califica a Juan de Jerusalén de prudente entre los
prudentes, santo entre los santos y que sabía leer y escuchar el cielo. También
señala que Juan solía retirarse frecuentemente al desierto para rezar y
meditar, y que estaba en la frontera entre la Tierra y el cielo.
Durante su estancia en Jerusalén, en el año 1099, pudo
mantener encuentros con rabinos, sabios musulmanes, iniciados, místicos y
cabalistas, prácticos en las artes adivinatorias, astrológicas y numerológicas.
Estas profecías estuvieron ocultas durante muchos años,
hasta que en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, en 1941, fueron
halladas por la S.S. en una sinagoga de Varsovia; luego de la caída de la
Alemania nazi, desaparecieron nuevamente, hasta que fueron redescubiertas en
años recientes en los archivos secretos de la K.G.B. soviética, según afirman
algunos investigadores.
Las profecías parecen escritas específicamente para este fin
de milenio, como si éste fuera el tiempo en que deben darse a conocer. Todas
ellas comienzan con la frase: Cuando empiece el año mil que sigue al año
mil...; a pesar de su descarnada crudeza (sobre todo las relativas al SIDA y la
contaminación ambiental), son de una gran belleza poética, lo cual las hace
diferentes a otros textos proféticos:
Veo y conozco, escribió hace mil años Juan de Jerusalén. Mis
ojos descubren en el cielo lo que será, y atravieso el tiempo de un solo paso.
Una mano me guía hacia lo que ni veis ni conocéis... veo y conozco lo que será.
Soy el escriba.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
El hambre oprime el vientre de tantos hombres y el frío
aterirá tantas manos, que estos querrán ver otro mundo. Y vendrán mercaderes de
ilusiones que ofrecerán el veneno... Pero este destruirá los cuerpos y pudrirá
las almas; y aquellos que hayan mezclado el veneno con su sangre serán como
bestias salvajes caídas en una trampa, y matarán, y violarán, y despojarán, y
robarán; y la vida será un Apocalipsis cotidiano.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
El padre buscará el placer en su hija; el hombre en el
hombre; el viejo en el niño impúber, y eso será a los ojos de todos... Pero la
sangre se hará impura; el mal se extenderá de lecho en lecho, el cuerpo acogerá
todas las podredumbres de la Tierra, los rostros serán consumidos, los miembros
descarnados... el amor será una peligrosa amenaza para aquellos que se conozcan
solo por la carne.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
Todos sabrán lo que ocurre en todos los lugares de la
Tierra; se verá al niño cuyos huesos están marcados en la piel y al que tiene
los ojos cubiertos de moscas y al que se da caza como a las ratas. Pero el
hombre que lo vea volverá la cabeza, pues no se preocupará sino de sí mismo;
dará un puñado de granos como limosna, mientras él dormirá sobre sacos llenos.
Y lo que dé con una mano lo recogerá con la otra.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
El hombre comerciará con todo; todas las cosas tendrán
precio; el árbol, el agua y el animal. Nada más será realmente dado, y todo
será vendido.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
Los hombres ya no confiarán en la ley de Dios, sino que
querrán guiar su vida como a una montura; querrán elegir a los hijos en el
vientre de sus mujeres y matarán a aquellos que no deseen. Pero ¿qué será de
estos hombres que se creen Dios?.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
El hombre habrá cambiado la faz de la Tierra; se proclamará
el señor y el soberano de los bosques y las manadas. Habrá surcado el sol y el
cielo y trazado caminos en los ríos y en los mares. Pero la Tierra estará
desnuda y será estéril. El aire quemará y el agua será fétida. La vida se
marchitará porque el hombre agotará las riquezas del mundo.
Y el hombre estará solo como un lobo, en el odio a sí mismo.
Los poderosos se apropiarán de las mejores tierras y las
mujeres más bellas; los pobres y los débiles serán ganado, los poblados se
convertirán en plazas fuertes; el miedo invadirá los corazones como un veneno.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
Las enfermedades del agua, del cielo y de la Tierra atacarán
al hombre y le amenazarán; querrá hacer renacer lo que ha destruido y proteger
su entorno; tendrá miedo de los días futuros.
Pero será demasiado tarde; el desierto devorará la tierra y
el agua será cada vez más profunda, y en algunos días se desbordará, llevándose
todo por delante como en un diluvio, y al día siguiente la tierra carecerá de
ella y el aire consumirá los cuerpos de los más débiles.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
La Tierra temblará en muchos lugares y las ciudades se
hundirán; todo lo que se haya construido sin escuchar a los sabios será
amenazado y destruido; el lodo inundará los pueblos y el suelo se abrirá bajo
los palacios.
El hombre se obstinará porque el orgullo es su locura; no
escuchará las advertencias repetidas de la Tierra, pero el incendio destruirá
las nuevas Romas y, entre los escombros acumulados, los pobres y los bárbaros,
a pesar de las legiones, saquearán las riquezas abandonadas.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil...
El sol quemará la Tierra; el aire ya no será el velo que
protege del fuego, no será más que una cortina agujereada, y la luz ardiente
consumirá las pieles y los ojos.
El mar se alzará como agua enfurecida; las ciudades y las
riberas quedarán inundadas y continentes enteros desaparecerán; los hombres se
refugiarán en las alturas y, olvidando lo ocurrido, iniciarán la
reconstrucción.
Llegados plenamente al año mil que sigue al año mil...
El hombre conocerá un segundo nacimiento; el espíritu se
apoderará de las gentes, que comulgarán en fraternidad; entonces se anunciará
el fin de los tiempos bárbaros.
Será el triunfo de un nuevo vigor de la fe; después de los
días negros del inicio del año mil que viene después del año mil, empezarán los
días felices; el hombre reencontrará el camino de los hombres y la Tierra será
ordenada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario