lunes, 11 de agosto de 2014
El Indio Tal Y Como Lo Hizo El Gran Espíritu
¿Has
comido bien, hermano? ¿Tienes hambre? Éste es el saludo del piel
roja. Los blancos se preguntan por la salud, el indio piensa que el
que tiene el estómago lleno olvida sus desgracias.
Para
el piel roja el tiempo no significa nada. El curso del Sol le informa
sobre ciertos momentos del día. De un día a otro pasará un sueño.
El piel roja habla también de lunas, porque ha advertido el fenómeno
del ciclo de nuestro satélite.
Las
estaciones son los momentos en que podrá recoger frutos o en que los
bisontes regresarán a la llanura, o cuando el suelo está helado.
Para hablar de un año dirá de una nieve a otra; la nieve es lo que
cuenta, porque significa frío y sufrimiento. Lo que el indio no
pueda hacer en una nieve lo hará en otra.
El
paso del tiempo no representa gran cosa para unos hombres que rara
vez mueren de vejez en su camastro, sino más bien de frío, hambre o
por la bala del fusil de un blanco. Cuando vea al hombre blanco
apresurarse para terminar las cosas cuanto antes, el piel roja dirá
con una sonrisa compasiva: El rostro pálido se vuelve loco de tanto
precipitarse.
El
indio concede mucha importancia a su muerte, y a la vista de una
bella mañana soleada dirá: Es un buen día para morir. Gracias a su
muerte se seguirá hablando de él cuando haya entregado su alma al
Gran Espíritu.
El
piel roja es temperamental, puede sentirse muy orgulloso de sí y
proclamarlo a voz en cuello o bien, avergonzado, ocultarse de todos.
Se muestra tan puntilloso por el bien parecer que le desagrada
importunar a los otros con preguntas.
El
indio no blasfema, su vocabulario carece de insultos, y la peor de
las ofensas es llamarle vieja o vieja cepa podrida. El bravo ofendido
se retira mohíno a un rincón hasta que el ofensor acude a
presentarle sus excusas, que serán tanto más rápidamente aceptadas
cuanto más costosos sean los regalos que las acompañen.
La
pregunta directa es la peor de las descortesías, y precisamente por
eso un piel roja jamás dirá a uno de sus hermanos de raza: ¿ De
dónde vienes? ¿Qué has hecho?. Tan curioso como una vieja lechuza,
dará un largo rodeo hasta conseguir la respuesta sin haber formulado
la pregunta. Los hombres blancos, que no conocían esta
particularidad, se quejaban siempre de que los pieles rojas nunca
respondían a sus preguntas y de que llegaban incluso a adoptar un
semblante triste cuando se las formulaban. Sí, el indio se sentía
triste al ver hasta qué punto podían ser descorteses aquellos
hombres que se decían civilizados.
Si,
por azar, un indio mataba a un blanco, los soldados de chaquetas
azules acudían a la tribu para apoderarse del culpable. Con objeto
de hacerse perdonar, éste les ofrecía tres o cuatro caballos como
indemnización, pero los rostros pálidos nunca los aceptaban y se lo
llevaban para ahorcarlo. Los pieles rojas han considerado siempre que
un hombre que se balancea al extremo de una cuerda es una visión
mucho más horrible que la falta que haya podido cometer. Si
acontecía que un indio mataba a otro, la familia del muerto exigía
una reparación, el culpable ofrecía unos regalos y el incidente
quedaba zanjado. Si no podía realizar éstos se exiliaba,
avergonzado, o era perseguido por los suyos por no haber respetado
las costumbres. Los indios no reconocían el derecho de castigar con
la muerte a uno de los suyos. Unos sioux, tras haber visto cómo unos
blancos ahorcaban a otros blancos, juraron no tener jamás contacto
alguno con tales salvajes.
Esta
manera de ver las cosas abría un foso entre blancos y pieles rojas.
Las palabras valentía y cobardía tampoco tenía para los indios el
sentido que les dan los hombres blancos.
Totalmente
carentes de prejuicios ante los cambios de opinión, los pieles rojas
podían entablar un combate y detenerlo pocos minutos después por
una razón práctica; esta conducta no podía ser entendida por los
blancos.
Si
el piel roja gusta de las bellas leyendas y de las verdes praderas,
su sentido artístico no empaña en nada su sentido práctico. La
verde pradera es verde a sus ojos porque engorda los bisontes de los
que el piel roja se alimenta. Un bello bosque podrá ser una arboleda
de troncos medio calcinados por el incendio entre los cuales pasar
fácilmente el cazador y a los que abatirá con pocos esfuerzos para
calentarse. Una ristra de perniles de alce será una decoración
inigualable a la entrada de su tipi. Los barriles de madera que
utilizaba el hombre blanco pueden convertirse en el más maravilloso
de los objetos porque con el metal de sus aros el indio tallará las
puntas de sus flechas y de sus lanzas, que tan útiles le resultan
para la caza. El indio es positivo y considera que más vale pájaro
en mano que ciento volando. Pero esto no impide que sepa sonreír
cuando pierde.
La
filosofía del indio se halla sobre todo determinada por los sueños.
Toma esta filosofía del más allá, en la interpretación de los
ensueños o de las humaredas y en el vuelo de las aves, pero lo más
importante son los sueños. El indio, como cualquiera, sueña
mientras duerme, pero este sueño no es tan fuerte, tan profético
como el que puede obtener en la tienda ritual. En esta tienda,
construida de diferentes maneras según las tribus, recibe un baño
de vapor, sudando copiosamente. Entre los indios de las praderas se
trata de un tipi de pequeñas dimensiones y especialmente dispuesto.
Entre los indios de los bosques es un wigwam, cabaña reservada a
este efecto. En ambos casos dispone de un agujero excavado en el
centro del baño de vapor, donde se coloca el fuego. Encima de éste
se sitúa una especie de rejilla sobre cuatro patas. Las mujeres se
encargan de encender el fuego que luego cubren con piedras. Cuando ya
están muy calientes, el indio se coloca en la rejilla y las mujeres
arrojan agua sobre las piedras, con lo que se desprende un abundante
vapor. A veces permanece durante varios días en esta tienda,
mientras las mujeres mantienen el fuego y no dejan de arrojar agua
sobre las piedras. Allí, en un ayuno ritual, el indio transpira
abundantemente y llega a sufrir varios síncopes y alucinaciones que
interpretar al recobrar la conciencia. Al salir de la tienda ritual
su conducta se guiará por la interpretación de los sueños. Si el
nuevo inspirado declara haber recibido un mensaje y éste es
aceptado, puede cambiar el curso de la vida de toda la tribu. Estos
sueños son la base de las expediciones bélicas y de las grandes
partidas de caza. Pueden también obligar a la tribu entera a cambiar
de campamento y a instalar la aldea a quinientos kilómetros del
lugar donde se hallaba.Cada clan tiene sus brujos; entre los sioux es
el chamán. Éste dispone de toda una gama de accesorios para
predecir el porvenir. Conserva el secreto de sus recetas, que
constituyen la fuerza de su medicina. Enciende fuegos y durante horas
examina escrupulosamente las volutas de humo; arroja al suelo un
puñado de ramitas e interpreta las formas geométricas que componen.
Hace otro tanto con guijarros, leyendo con idéntica facilidad en la
arena, en las nubes o en las entrañas de una rana: sus deducciones
pueden aportar la prosperidad... o conducir al peor de los
cataclismos.
Los
indios llevan consigo constantemente un saco que los primeros
norteamericanos llamaron medicina, pensando que contenía hierbas
para cuidar las heridas y las enfermedades pero no se trataba de nada
de eso. Confeccionado generalmente con la piel de un animal, el
saco-medicina se halla siempre adornado, puede ser grande o pequeño,
de piel de armiño, de lobo, de rana, de lince o de ave; la medicina
comienza ya con la piel elegida. En ciertas tribus, el indio tiene
dos sacos- medicina: uno, secreto y precintado, que no se abre nunca
y va cosido a la ropa o atado al cuerpo; el otro le sirve de morral
donde coloca su pipa, el tabaco, las pinturas para su cuerpo y sus
talismanes. Estos últimos pueden ser una garra de oso, una piedra,
una pluma, una pata de liebre, la oreja de un enemigo o cualquier
otra cosa. Los dos sacos tienen el mismo carácter sagrado, porque
los dos guardan objetos sagrados. El saco-medicina es la propia vida
del piel roja y su protección. Todo depende de él, y para agradar a
su medicina, el indio acaricia el saco, ofrece banquetes en su honor
o se inflige duras penitencias si cree haber provocado su cólera. En
este saco se hallan reunidos lo bueno y lo malo. Al llegar la
pubertad, el joven indio se aleja de la tribu y ayuna aislado.
Durante largos días llama al Gran Espíritu y elige al primer animal
entrevisto en los sueños de su delirio. El joven ya no tiene más
que regresar a la aldea, recobrar sus fuerzas y lanzarse armado a la
búsqueda del animal designado por el Ser Eterno; este animal se
convierte en su protector para toda la vida y con su piel el indio
confecciona su saco. Nunca más podrá volver a matar un animal de
esta especie sin destruirse a sí mismo. La medicina es un don del
Gran Espíritu, del que el indio no puede disponer; vender su saco,
darlo, perderlo, dejárselo quitar, convierte a este desgraciado en
un-hombre-sin-medicina, que pierde en el acto el respeto de los
suyos. Al indio así desposeído y afligido sólo le queda un
recurso: arrancar el saco- medicina a un enemigo y regresar a su
campamento para recuperar sus antiguos privilegios.
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