sábado, 7 de septiembre de 2013
Visión Memorable
Un ángel vino a mí y dijo: «¡OH, joven necio, digno de
lástima! ¡Horrible, espantable estado el tuyo! Piensa en el calabozo abrasador
que te preparas por toda la eternidad y a donde te lleva el camino que sigues».
Yo dije: Tal vez podrías mostrarme mi lugar eterno. Juntos
lo contemplaremos hasta ver qué sitio es más deseable: el tuyo o el mío».
Entonces me llevó a través de un establo, a través de una
iglesia y, después, hacía abajo, a la cripta de la iglesia cuyo extremo había
un molino. Entramos al molino y llegamos a una caverna. A tientas seguimos
nuestro tedioso trayecto, bajo la tempestuosa caverna hasta llegar a un espacio
vacío que apareció sobre nosotros como un cielo; agarrándonos a las raíces de
los árboles logramos colgarnos dominando esta inmensidad.
Entonces dije: «Si quieres, nos abandonaremos a este vació
para ver si también en él está la Providencia. Si tú no quieres, yo sí quiero.»
Mas él respondió: «Joven presuntuoso. ¿No té basta
contemplar tu lugar estando aquí? Cuando cese la obscuridad, aparecerá.»
Permanecí entonces, cerca del Angel, sentado en los enlaces
de las raíces de un roble, y el Angel quedó suspendido en un hongo que colgaba
su cabeza sobre el abismo. Poco a poco, la profundidad infinita tornóse
distinta, rojiza como el humo de una ciudad incendiada. Sobre nosotros, a una
distancia inmensa, el sol negro y brillante. En torno al sol, huellas de fuego;
y sobre las hullas caminaban arañas enormes, arrastrándose hacía sus víctimas
que volaban o, más bien, nadaban en la profundidad infinita, en forma de
animales horribles, salidos de la corrupción; y el espacio estaba lleno y
parecía por ellos formado. Son los demonios, llamados Potencias del aire..
Pregunte a mi compañero cuál era mi lugar eterno. Y dijo:
«entre las arañas negras y blancas». Pero en ese momento, entre arañas negras y
blancas una nube de fuego estalló rodando a través del abismo, ennegreciendo
todo lo que se encontraba bajo ella al punto que el abismo inferior quedó negro
como un mar y se estremeció con un ruido espantoso.
Nada se podía ver sobre nosotros sino una negra tempestad
hasta que, mirando hacia Oriente, entre las nubes y las olas, vimos una cascada
en medio de sangre y fuego y, distante de nosotros sólo unos tiros de piedra,
apareció nuevamente el repliegue escamoso de una serpiente monstruosa. Por
último, hacía el Oriente, cerca de tres grados distantes apareció, sobre las
olas, una cresta inflamada; se elevó lentamente como una cima rocosa, y vimos
dos globos de fuego carmesí, y el mar se escapaba de ellos en nubes de humo.
Comprendimos que aquello era la cabeza de Leviatán: la frente surcada de
estrías de color verde y púrpura como las de la frente del tigre; de pronto,
vimos sus fauces, y sus branquias rojas teniendo el negro abismo con rayos de
sangre, avanzando hacia nosotros con la fuerza de una existencia espiritual.
El Angel mi amigo escaló su sitio en el molino. Quedé solo.
La aparición dejo de serlo. Y me encontré sentado en una deliciosa terraza, al
borde de un río, al claro de luna, oyendo cantar a un arpista que se Acompañaba
con su instrumento. Y el tema de su canción era: «El hombre que no cambia de
opinión es como el agua estancada: engendra los reptiles del espíritu.»
Enseguida me puse en pie y partí en busca del molino adonde
encontré a mi Angel que, sorprendido, me preguntó cómo había logrado escapar.
Respondí: «Todo lo que vimos procedía de tu metafísica; después de tu fuga, me
hallé en una terraza oyendo a un arpista, al claro de luna. Mas ahora que hemos
visto mi lugar eterno ¿puedo enseñarte el tuyo?» (...) Siempre me ha parecido
que los Angeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como si sólo ellos
fueran sabios; lo hacen con una confianza insolente que nace del razonamiento
sistemático.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario