sábado, 7 de septiembre de 2013
El Enigma De Las Vírgenes Negras
Como el conocimiento iniciático, los favores de la Virgen
Negra era realmente las "luces de las noche", unas luces
misteriosamente dadas y recibidas en el seno mismo de las tinieblas. Esta idea
estaba reforzada por la situación particular en que estaba colocada la efigie
para la veneración de los fieles: una cripta (Chartres, Clermont, Guincamp,
Marsella, Mont-Saint-Michel)... una iglesia "negra" (Manosque,
Aurillac), o una capilla "gruta" (Rocamadour). Incluso en los casos
en que la estatua no estaba directamente presente en alguno de esos lugares,
siempre iría asociada a su santuario o a su leyenda uno de esos elementos
oscuros, secretos, ocultos; criptas y grutas, pero también pozo sagrado,
abismo, tumba o sarcófago... Las Vírgenes Negras tenían, por tanto, una cierta
significación funeraria, dirán algunos. No obstante, lejos de aparecer como
madonas de la buena muerte, nuestras estatuas eran ensalzadas como donadoras
por excelencia de vida, de fertilidad, de fecundidad y de bienestar, como, por
otra parte, indican suficientemente sus advocaciones: Nuestra Señora de la
Buena Esperanza, de la Liberación, del Alboroto, de la Vida... Estos accesorios
pretendidamentc "funerarios" no pueden explicarse más que por esta
asociación con las catacumbas, las grutas o los subterráneos en los que los
iniciados frecuentemente eligieron reunirse y trabajar, y más aún, en sentido
figurado, con el sistema de pensamiento, con el método de adquisición del
conocimiento del adepto que sufría las pruebas iniciadoras...
El color negro de nuestras estatuas tiene, sin embargo,
también otras significaciones mucho más precisas y mucho más claras.
Generalmente se admite que las Vírgenes Negras fueron la versión cristianizada
de un culto antiguo, anterior al cristianismo, por supuesto céltico pero quizás
aún mucho más antiguo. Por mi mismo, he llegado a esa certidumbre cada vez que
he examinado y he estudiado una de esas estatuas. Bajo diversas formas, a veces
romanizadas, se adoraba en ellas, a una divinidad femenina, una especie de
diosa-madre, de tierra-madre, o, más concretamente, a una Diosa-Tierra. A veces
una de las advocaciones que designaba su representación sobrevivió y permaneció
asociada a la Vírgen Negra, como en Chartres o en Longpont, Virgo Paritura, la
Virgen que debe dar a luz. Según lo que sabemos de ello, ese culto céltico y
precéltico era posible descubrirlo, con un sentido y unos atributos
comparables, en la mayor parte de las grandes religiones y mitologías de la
humanidad; el culto de Isis, de Cibeles, de Deméter y de Ceres, pero asimismo
advertimos su presencia en las grandes religiones americanas precolombinas o en
numerosas mitologías africanas, por ejemplo. Su contenido es triple: popular y
milagroso, cosmogónico y naturalista, espiritual y religioso... Como la tierra
es de un modo natural fecunda, de una fecundidad siempre renovada, la
Diosa-Tierra era particularmente invocada por las mujeres estériles que
deseaban tener un hijo. Más tarde, las Vírgenes Negras siguieron teniendo esa
reputación milagrosa de conceder la fecundidad y, por extensión, de ser
protectoras de los niños de corta edad. Las gentes sencillas, muy atadas a esas
prácticas, no hacían otra cosa que presentir la grandiosa concepción
cosmogónica y naturalista que esta función milagrosa representaba. En efecto,
en la mayoría de los antiguos relatos sagrados de la humanidad, todo en el
universo nacía siempre del encuentro y la síntesis de un principio masculino y
un principio femenino. Así, la Tierra, virgen en su origen, fue fecundada por
los rayos del sol, y es gracias a esta acción bienhechora que pudo dar vida a
todo lo que existe, la Naturaleza y la Humanidad. Desde entonces, sin caer no
obstante en un politeísmo primitivo, los antiguos hicieron de la tierra, de la
Diosa-Tierra, la representación simbólica del gran principio femenino de todas
las cosas, y del Sol, la del principio masculino por excelencia.
Este es el motivo por el que hemos notado, sin comprender
siempre su profundo valor, que en todas las religiones en las que se venera a
una Diosa-Tierra, siempre aparece indisolublemente asociado con ello un culto
solar. Tanto entre los egipcios, como en el caso de los incas, los griegos o
los celtas, no hay Diosa-Tierra sin Dios-Sol, su complemento indispensable.
¡Estamos lejos, evidentemente, de esa concepción ingenua que veía en tales
prácticas una adoración del sol de carácter idolátrico!. Por otra parte, una
vez estudiadas con detalle, todas esas religiones aparecen claramente como
monoteístas, e, incluso en la Biblia, frecuentemente pueden hallarse estas
alusiones solares, estas comparaciones y asimilaciones simbólicas de Dios al
astro irradiante. ¿Y nuestras Vírgenes Negras? Pues bien, por curioso que pueda
parecer a primera vista, en la mayoría de los casos y en plena Edad Media
cristiana, esta representación solar está también asociada a nuestras
efigies...Verdad es que, pasado el primer efecto de sorpresa, la lógica del
pensamiento medieval imponía que ocurriera de ese modo, desde el momento en que
se estaba convencido de que las Vírgenes Negras, no sólo remplazaban a las
Diosas-Tierra, sino que, para sus autores, ellas eran Diosas-Tierra. Esta
presencia solar aparece en ocasiones de una manera indirecta y sutil. En
algunos casos la Vírgen Negra se halla directamente colocada en un lugar antaño
consagrado por los celtas a Belén. Ahora bien, Belén era el equivalente céltico
del Apolo griego, es decir su "divinidad" solar. Así, la etimología
de Beaune indica la existencia de semejante centro sagrado; Toulouse poseía un
lago de Belén y la abadía del Mont-Saint-Michel fue edificada antaño sobre el
Mont Tombe, que para nuestros antepasados era la "Tumba de Belén"...
Así ocurre también que Sara la Negra, que, en muchos aspectos, se relaciona con
el culto de nuestras efigies, es venerada por los gitanos en
Saintes-Mariesde-la-Mer, que antaño era la "ciudad de Rá", consagrada
al dios sol de los egipcios.
El toro, en las antiguas religiones, es simbólicamente el
animal viril y solar por excelencia. La leyenda del descubrimiento milagroso de
nuestras estatuas asocia a él frecuentemente un toro (o un buey). Este animal
es el que, arando un campo, desentierra la estatua, la hace surgir de bajo
tierra, y la estatua se convierte en una fuente fecunda de beneficios para los
habitantes del lugar. Lo mismo ocurre en Manosque, en Err, en Font-Romeu y en
Prats de Molló, en los Pirineos Orientales, donde el toro "descubre"
a Nuestra Señora del Coral en el hueco de un roble, el árbol sagrado de los
druidas, significando "coral" en catalán la madera del roble que, una
vez mojada, se vuelve negra como si fuera ébano... A veces, el toro es
remplazado por otros animales, teniendo sin embargo el mismo valor simbólico
viril, como el ciervo que dibuja en el suelo el plano de la iglesia del Puy o
el león del milagro de Notre-Dame de l’Apport... A mi juicio se trata de la
misma indicación solar que justificó la atribución fabulosa de la creación de
algunas de nuestras Vírgenes Negras (Rocamadour, Orcival, Marsella, Montserrat)
al evangelista san Lucas, lo cual hizo establecer equivocadamente por parte del
canónigo Perroud y algunos más una semejanza entre nuestras efigies y el
Nicopeion bizantino. ¿Cuál es el emblema simbólico de san Lucas? Una vez más,
el toro (o el buey). Con esta historia, los benedictinos y otros promotores del
culto mataban dos pájaros de un tiro, puesto que Lucas (o Luca) designa en
celta lo que es particularmente sagrado, y dado también que a veces aún se
encuentran cerca de nuestras Vírgenes Negras las huellas conservadas de un
bosque de Luca o una etimología que se deriva de él... Un toro
"inventando" la Vírgen Negra, o san Lucas "fabricando" la
efigie, que será precisamente la madona de la vida y de la felicidad. Estas
figuras simbólicas son sinónimas de la gran idea: el sol "fecunda" la
tierra que engendra la Vida. De este modo adquiere todo su sentido la expresión
del Apocalipsis, "una mujer revestida de sol", que san Bernardo, tan
presente en todo el fenómeno del culto medieval de Nuestra Señora, utilizaba
con predilección para designar a la Vírgen María. Y por otra parte, esta
concepción cosmogónica encajaba muy bien en todos aquellos hombres con la idea
que se hacían de María.
La Diosa-Tierra se convierte entonces en la Virgen que, por
la propia acción de Dios, dará luz a un Hijo que, al mismo tiempo humano y
divino, podrá salvar a la Humanidad, regenerarla, darle vida espiritualmente y,
por lo tanto, aportarle "la salvación". Y, si bien Jesús nace de
María, con frecuencia encontramos en otras religiones vírgenes que engendran
divinamente niños "divinos" como Khrishna, u Horus hijo de Isis, o
"encantadores", como el Merlín céltico nacido misteriosamente de una
virgen. ¿Concepción herética, falsa desde el punto de vista religioso? Mi papel
no es pronunciarme al respecto y, por otra parte, soy incapaz de hacerlo.
Compruebo solamente que esta idea parece haber sido la de san Bernardo y de las
minorías monásticas de la Edad media... ¿Un resto de paganismo aún no
desarraigado, o piedra angular de un edificio espiritual iniciático?
¿Y el color negro? Precisamente este color es el que se
utiliza simbólicamente para representar esa tierra primitiva que, una vez
fecundada, será fuente de toda vida...Diosa-Tierra implica color negro. Isis,
Cibeles y Deméter fueron con frecuencia representadas negras mientras que la
Gran Bretaña conoció una Black Annis. En Éfeso, en el templo de Diana, una de
las siete maravillas del mundo, se veneraba una estatua negra de la Gran Diosa,
hermana del Apolo solar, y resulta sorprendente descubrir que es precisamente
en Éfeso donde la Virgen María vivió tras la muerte de Jesucristo, y que hay
una tradición que sitúa allí su Asunción, denominándose en turco el lugar mismo
en que ello ocurrió karatchalti, es decir, exactamente "la piedra
negra". En los Pirineos, en España, en Portugal y sin duda en otros
lugares, se encuentran aun esas misteriosas piedras negras de origen inmemorial
e indeterminado que son veneradas e invocadas por las mujeres para obtener la
fecundidad.
Cuando los españoles invadieron México llevaron con ellos el
culto de una Vírgen Negra, Nuestra Señora de Guadalupe. Vuelto católico México,
esta Virgen destronó oficialmente al "dispater" mexicano que era una
piedra negra lisa. En La Meca, el objeto religioso por causa del cual los
musulmanes del mundo entero emprenden el famoso peregrinaje, culminación de su
vida de creyentes, es una piedra negra que constituye un símbolo de fecundidad
y de fertilidad. Según Saillens, el ídolo más antiguo de Hedjaz era una piedra
negra, volcánica y meteórica, denominada la Kaaba, es decir, literalmente
"la muchacha de senos muy desarrollados", y, en un sentido más
amplio, la Núbil, la Virgen que será fecundada... Desde hace siglos, está
insertada en uno de los ángulos exteriores de un templo antaño consagrado,
según se cree, a Saturno. Cuando Mahoma apareció, los árabes cristianos habían
asociado a aquel templo unas imágenes de la Virgen María, entre otras representaciones
sagradas de todas las tribus que frecuentaban la peregrinación. Los escritores
de Bizancio pensaban entonces que la piedra representaba a Anáhita, es decir,
Astarté, el Lucero del Alba, Afrodita o Venus... Mahoma hizo desaparecer todas
las imágenes y todos los íconos, pero no se atrevió a tocar la piedra negra
venerable. Ésta fue entonces incorporada a la religión musulmana, y su fiesta,
la de Venus, se ha mantenido sagrada. Así, nuestros escultores medievales, al
emplear a propósito el color negro, subrayaban de la manera más clara que la
Virgen Negra era para ellos al mismo tiempo la María cristiana, la Diosa-Tierra
céltica y la Isis egipcia situándola dentro de una concepción religiosa
iniciática universal del gran principio femenino del Universo, fuente de toda
vida terrestre y a la vez de toda religión, origen de la vida de las
almas...Sin duda, como cristianos, tenían en la mente la frase del Cantar de
los Cantares, tan estudiada por sus contemporáneos eruditos, "Soy negra y,
no obstante, soy bella", cuya significación real hay que buscar en otra
parte. Este color que, como es sabido, nunca fue dado a otra estatua que no
fuera de la Virgen (salvo a santa Ana, madre de la Virgen, la madre de la
madre, en un vitral de Chartres, por ejemplo, aunque de una manera muy
excepcional) se justificaba ya por ese grandioso simbolismo a la vez
naturalista y religioso, que muestra y confirma claramente el estado del
pensamiento espiritual de los hombres de la Edad Media. Pero, además, tiene una
significión alquímica muy concreta, que, por otra parte, es solamente una
aplicación en el terreno científico de esta concepción cosmogónica que acabamos
de evocar.
Los especialistas han conseguido, en líneas generales,
descifrar suficientemente los viejos libros mágicos alquímicos para descubrir
las grandes líneas de las operaciones a que se entregaba el alquimista para
alcanzar los supremos objetivos que se había fijado, limitándose este
conocimiento en la mayoría de los casos a las operaciones externas sin llegar a
descubrir los materiales básicos sobre los que trabajaba, los únicos que
permitirían lograr los resultados. Sabemos que la primera y más larga de las
tareas consistía en fabricar la famosa "piedra filosofal", elemento
sin el cual ninguna de las operaciones siguientes podría ser ejecutada
satisfactoriamente. Para llegar a fabricar la piedra filosofal era preciso ante
todo recoger una "materia primordial" que los alquimistas describen
ligeramente, pero sin indicar por supuesto su nombre. Esta materia primordial,
este tema de la obra, debía ser una sustancia negra, pesada, quebradiza,
desmenuzable, semejante a una piedra, pero poseedora, sin embargo, de unas
características vegetales, un elemento corrienre, gratuito, que estuviera a la
disposición de todos y del cual nadie sospechara sus propiedades,
convenientemente utilizadas... Como el símbolo de la Diosa-Tierra, la materia
primordial del alquimista es, así pues, negro, y los viejos escritos la
consideran como la propia naturaleza femenina. Múltiples operaciones misteriosas,
que exigen del alquimista meses, cuando no años, de trabajo, deben permitir, a
través de diversos encantamientos, putrefacciones y sublimaciones, y gracias a
la acción de una misteriosa "agua mercurial" y de un no menos
misterioso "fuego secreto", transformla poco a poco en esa materia
noble que permitirá todas las transmutaciones, en la piedra filosofal. Ahora
bien, tal como escribió el alquimista benedictino Basilio Valentín, en el
vocabulario gráfico de los hermetistas el agua mercurial indispensable para la
fabricación de la piedra filosofal, que "trabajará" la materia
primordial negra, es denomina leche de la virgen. Además, la piedra filosofal
finalmente obtenida es comparada, en el mismo lenguaje, con el niño. No resulta
asombroso, pues, que la alegoría de la "lactancia" de san Bernardo,
es decir, su iniciación, se produzca justamente en presencia de una Virgen
Negra. Los alquimistas escriben que esta materia primordial negra habrá que ir
a buscarla bajo tierra, en la mina, en los yacimientos metalíferos, lo que
ellos traducen esotéricamente: en el "sexo de Isis"...Por otra parte,
¿acaso el único origen verosímil de la palabra "alquimia" no es el
antiguo nombre de Egipto Al Jemit, es decir, exactamente la tierra megra. A
partir de ahí, el simbolismo alquímico del color negro de los rasgos de
nuestras estatuas se hace singularmente patente. Este simbolismo reforzado
también por el que podría deducirse del color dado a los vestidos de las
Vírgenes Negras, a condición de que puedan encontrarse indicaciones fidedignas
acerca de su policromía antigua, lo cual ya no es posible más que para algunas
de ellas.
En la actualidad, la mayor parte están cubiertas con ropas
recientes, hechas de tela, carentes de interés, y todas han sido repintadas en
diferentes épocas. No obstante, en los casos en que hallamos descripciones
antiguas, vemos que, en su origen, los vestidos pintados en la misma madera de
la estatua o sobre las cintas después del encolado eran de tres colores, a
saber, azul, blanco y rojo. Los artesanos de la Edad Media no hacían nada
porque sí, y los colores no eran elegidos para "hacer bonito", sino
en función de la representación de una idea teniendo cada color un impacto
simbólico preestablecido, pudiendo ser combinado con otro sólo bajo ciertas
reglas y estando proscrito para la decoración de un tema que no estuviera en
relación directa con el valor que se le atribuía. Nosotros, que apenas pensamos
ya en términos de alegorías, que no estamos ya introducidos en el mundo de los
símbolos, volvemos a encontrarnos con pena en esta especie de diccionario de
las concordancias de colores de una extraordinaria complejidad que era
rigurosamente impuesto a los antiguos en todas sus representaciones. Sin entrar
aquí en un estudio profundo de la correspondencia simbólica del rojo, el blanco
y el azul, así como la que resulta de su combinación, dejo constancia
solamente, como de algo particularmente interesante, de la comparación que
puede efectuarse con los colores que el alquimista pretende encontrar con ocasión
de sus preparaciones. Sabemos que, en lo esencial, las operaciones alquímicas
consistían en hacer pasar la materia primordial, sustancia negra, a través de
todo tipo de operaciones complicadas, al estadio de piedra filosofal, de
"catalizador" que permite la gran transmutación. De los tratados
alquímicos se deduce que la materia primordial pacientemente transformada se
coloreaba de diversas maneras durante las operaciones constitutivas de la gran
obra, pero que, más allá de los matices, fundamentalmente eran tres los colores
que dominaban claramente a los demás, a saber, el negro, el blanco y el rojo.
Al negro se le asimilaba frecuentemente el azul oscuro, el azul noche, que
representaba la putrefacción primera por la cual debía pasar la materia. El blanco
correspondía la fase siguiente, que era la de la purificación de la materia,
mientras que el rojo simbolizaba el fuego y la rubificación gracias a la acción
del "fuego secreto"; éste era el color último, el del éxito de la
obra. Como, por añadidura, los vestidos de las Vírgenes Negras estaban a veces
adornados con motivos dorados, y como ellas llevaban frecuentemente joyas y
accesorios de oro, vemos que, con exclusión de los demás, todos los colores
principales de la gran obra se encuentran simbólicamente reunidos en la
policromía de la estatua. Al representar, sin duda alguna, el color negro
asociado a los rasgos de la Madre y del Hijo, la materia primordial, los
colores, blanco y rojo serían las tres transformaciones por las que pasa la
materia durante la obra, y finalmente el color dorado, el del metal puro
obtenido al término de la transmutación de los metales vulgares, sería el
símbolo de la perfección iniciadora.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario