Cuentan que llegó un momento en el que Urano temió que alguno de sus hijos los Titanes acabaran derrocándolo, arrebatándole el poder sobre el Universo. Así que el dios del Cielo decidió no dejarlos salir del vientre de su madre, Gea.
La Madre Tierra, presa de un gran dolor por no poder dar a luz a su prole, se las apañó para salvar de ese destino a Cronos, al que encargó castrar a su padre con una enorme hoz.
Una vez que Cronos llevó a cabo el mandato de Gea, Cielo y Tierra se separaron, las criaturas encerradas salieron de las entrañas de su madre y Cronos se casó con Rhea, una de sus hermanas. Así fue como comenzó la Era de los Titanes.
Pero, lo que son las cosas, Cronos resultó ser tan paranoico como su progenitor Urano, y terminó tragándose a cada uno de sus hijos nada más nacer, no fuera que le ocurriera lo mismo que a su padre.
Rhea, que acababa de tener a su hijo Zeus y ante esta situación, fue rápidamente a pedir consejo a su suegra y madre Gaia. Esta le dijo que le diera una piedra envuelta en mantas de bebé para que, creyendo que era el niño, se lo tragara.
Cuando Zeus creció, los temores de su padre se hicieron realidad. El futuro dios del Olimpo liberó sus hermanos dándole a Cronos un bebedizo para que los expulsara de su interior, y juntos lucharon contra él, quitándole el poder y estableciendo un nuevo orden en el Universo.
Gaia apoyó a su nieto Zeus (ella fue la que le proporcionó la pócima) en su lucha contra Cronos, con la promesa del dios del Olimpo de que, una vez tuviera el poder, liberaría a aquellos hijos que aún permanecían en las entrañas de su madre, donde los había enterrado Urano. Pero Zeus no fue leal a su palabra y a Gaia se le llenó de rencor su corazón.
Pero lo de las profecías no acaba aquí. Había aún otra más. En ella se desvelaba que nacerían dos gigantes invencibles e inmortales a quien ningún dios podría vencer. Estos eran los hermanos Oto y Efialtes, hijos de Poseidón, dios de los Océanos. Gaia vio en ellos la oportunidad de vengarse de Zeus y un día les sugirió a los hermanos, muy sutilmente, que dos jóvenes tan apuestos, fuertes y encima inmortales, no tenían por qué aguantar estar bajo las órdenes de Zeus.
Con el ego por las nubes y convencidos de su superioridad gracias a Gaia, Oto y Efialtes fueron apilando una montaña encima de otra hasta llegar a la altura del Olimpo. Desde allí empezó el asedio al hogar de los dioses.
Tras una dura batalla, el Olimpo quedó bajo el poder de los hermanos. Los dioses del Olimpo daban todo por perdido, incluso la esperanza. Pero la suerte cambiaría a su favor.
Durante una pausa en la batalla, Oto y Efialtes se encapricharon de las diosas Hera y Artemisa. Obviamente ellas no estaban por la labor y rechazaban cualquier proposición de los hermanos.
En esto que, sin esperarlo, Artemisa se acercó a Oto y le dijo que si liberaba a Ares -al que habían encerrado en un frasco de cobre durante trece meses-, cedería a sus deseos. Por supuesto Oto estuvo de acuerdo.Pero su hermano Efialtes no. Así que comenzaron una acalorada discusión y Artemisa aprovechó la ocasión para convertirse en ciervo y plantarse en frente de los hermanos. Cuando estos vieron al ciervo, cogieron sus lanzas dispuestos a cazarlo. Los movimientos y saltos de Artemisa eran tan precisos y calculados que, cuando Oto y Efialtes lanzaron sus lanzas, se mataron el uno al otro.
Artemisa, gracias a su inteligencia, salvó al Olimpo entero, dejando patente una antigua y sabia premisa: más vale maña que fuerza.
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