domingo, 1 de febrero de 2015
El Mito Del Vidrio De Las Catedrales
Según una leyenda muy difundida , que
tengo que aclarar cada año cuando enseño la diferencia entre un
vidrio y un sólido; el grosor de los vidrios de algunas catedrales
medievales fue cambiando con el tiempo: fueron engordando en la parte
de abajo, como si el vidrio fuera una especie de miel muy viscosa
que, a lo largo de siglos, fluyó por su propio peso.
La confusión está parcialmente
justificada ya que, a pesar de ser un material muy común, el vidrio
es muy complejo desde el punto de vista físico, más complejo que un
cristal o que un líquido.Phillip Anderson, premio Nobel de física,
solía decir hace unos años que entender la naturaleza del vidrio es
uno de los problemas irresueltos más interesantes de la física de
la materia.
En un cristal (como el diamante, el
hielo o un grano de sal) los átomos están en posiciones ordenadas y
regulares, como un ejército microscópico en formación
tridimensional. En un líquido, los átomos son una muchedumbre
apretada, desordenada, y en constante movimiento. Y en este dibujo
antropomórfico, un vidrio sería también una muchedumbre apretada,
parecida al líquido, pero con las personas más bien inmovilizadas,
trabadas unas con otras. Al estar trabados, los átomos no pueden
moverse uno respecto del otro y el vidrio no fluye. Por eso el vidrio
de la ventana se queda parado y no chorrea y por eso el caramelo
(vidrio de azúcar) es duro.
Pero esa es solo parte de la historia
ya que el enganche que mencioné no es total, sino que los átomos
podrían reacomodarse muy lentamente y pasar uno alrededor del otro,
como una multidud que sale de a pasitos por la puerta de un teatro
colmado. Entonces, en rigor, un vidrio puede fluir; el tema es
cuánto.
En un par de artículos interesantes,
Yvonne Stokes y Edgar Zanotto, calculan el tiempo que el vidrio de
una catedral tardaría en deformarse un poco, por su propio peso, en
la parte inferior. El resultado: al menos 10 millones de años,
muchísimo más que sus pocos siglos de vida vertical en las ventanas
eclesiásticas. El fluir del vidrio de las catedrales es, entonces,
un mito cuantitativo, en la misma categoría que elmito de Coriolis
que puse en el post anterior.
Para James Shelby, autor de un libro de
2005 sobre ciencia y tecnología del vidrio, este malentendido es
“uno de los grandes mitos de la ciencia” y se explica por el el
método antiguo de fabricación de vidrio (el “método de la
corona”): después de soplado, se lo ponía en una mesa giratoria
para achatarlo por el efecto centrífugo y luego se cortaba de la
parte exterior del disco.
El vidrio es más fino en la parte
externa que en la interna y la explicación aceptada es que los
vidrios se instalaban con la parte gruesa hacia abajo, quizás por
una preferencia estuctural o quizás de puro instinto. Y digo que es
la explicación más aceptada porque todavía no se encontraron
manuales medievales de fabricación e instalación de vidrio en los
que se recomiende ponerlos con la parte gruesa hacia abajo.
Pero la refutación física es
contundente.
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