sábado, 7 de febrero de 2015
El Otro Judas
Siempre he tenido una interpretación
particular del papel de Judas en el desenlace de la muerte de Jesús.
Creo que a través de la historia y de acuerdo al interés que ha
tenido la Iglesia Católica en los distintos momentos históricos, se
le ha adjudicado el papel de traidor que, según mi modesta opinión,
no tuvo.
Mi razonamiento es el siguiente: Jesús
era un hombre público, su actividad recorriendo y predicando a lo
largo del territorio cercano al Jordán era más que notorio. No
buscaba la noche para andar ni se ocultaba para hablar. Es más, los
Evangelios relatan más de un discurso en las sinagogas, y
particularmente los días previos a su muerte, luego de la entrada
triunfal en Jerusalén, su popularidad aumenta y lo transforma en
personaje conocido por todos. Su presencia en el mismo Templo,
cercana a los sacerdotes judíos, era habitual y expuesta. Por
consiguiente no hacía falta que hubiera alguien que lo identificara,
ya que todos lo conocían. Nadie podría confundirlo, ya que siempre
era el orador y se mostraba en forma pública. Tampoco era difícil
ubicarlo en la noche, ya que las distancias dentro y fuera del muro
de la ciudad no eran enormes, si bien en esa época cercana a la
Pascua judía, la cantidad de peregrinos era multitudinaria, no
debería ser difícil, si hubieran querido, atraparlo y apresarlo,
lejos de la mirada de sus seguidores. Por lo expuesto, si el Sanedrín
lo hubiese querido detener, no necesitaba de alguien que lo señalara,
no tenían que recurrir a un traidor que lo entregara.
Judas era el administrador de los
bienes del grupo, si hubiese querido robar, lo hubiera podido hacer
en forma solapada, no creo que su interés fuera vender a su líder y
maestro por unas monedas, como nos han contado desde siempre; Judas
pertenecía a una secta nacionalista muy numerosa que se oponía a la
ocupación romana, este grupo recibía el nombre de “celotes” y
eran lo que hoy podríamos decir “terroristas”, ya que hacían
uso de la fuerza para combatir al enemigo que sojuzgaba al pueblo
judío.
Si bien el Imperio romano dominaba
políticamente los territorios, era tolerante con las distintas
religiones de las pueblos ocupados, permitiendo que sacerdotes y
ministros ejercieran cierta actividad relacionada exclusivamente a
las cuestiones religiosas, por ese motivo, el Sanedrín judío podía
actuar como tribunal religioso. Este tribunal mantenía sus
privilegios y poco y nada tenía que ver con las necesidades de la
gente de pueblo, cosa que sí hacía Jesús, que recorriendo todo el
territorio de las distintas provincias estaba permanentemente en
contacto con la gente; de ahí su popularidad.
La secta de los celotes pretendía
organizar un movimiento para emanciparse de los romanos, para hacerlo
el pueblo necesitaría un líder que los dirigiera, alguien que les
hablara de libertad, de un nuevo reino, Jesús encajaba en ese papel,
ya que al hablar del Reino de Dios, se podía llegar a interpretar
como el Reino del pueblo de Dios, o sea el Reino de los Judíos, un
reino totalmente terrenal independiente del yugo romano. Quizás
Judas, escuchando las palabras de su maestro en la forma que quería
oírlas, interpretó que el mensaje de Jesús era de liberación
terrena y no espiritual. Quizás pensó que si convencía a la
jerarquía de los sacerdotes judíos de que Jesús podía dirigir el
movimiento independentista, éstos lo seguirían, obviando el hecho
que tanto el sumo sacerdote como los del Sanedrín estaban en ese
momento cómodos con su estatus y se ubicaban más cerca de Roma que
de Dios en esos momentos. La intención de Jesús distaba mucho de lo
que Judas esperaba; tal vez pensó que podía forzar una reunión
entre su maestro y los sacerdotes, a pesar que sabía que Jesús se
negaba a ello.
Tal vez, aprovechando esta propuesta,
los representantes del Sanedrín, que sí querían acabar con Jesús
que se presentaba como un real peligro para la autoridad religiosa
que ellos ostentaban, aprovecharon esa pretendida reunión no para
escuchar lo que tuviera que decir, sino para apresarlo, como en
verdad sucedió.
Creo que Judas no fue traidor, fue más
bien un iluso al que engañaron y usaron para resguardar la posición
de jerarquía y privilegio que tenían los poderosos de Jerusalén.
Las treinta monedas de plata que quizás si fueron dadas en forma
insultante por el servicio que les acababa de brindar fueron lo que
seguramente abrieron los ojos de Judas, que al ver que su plan de
conciliación había sido utilizado para atrapar a su líder y
maestro, entra en tal desesperación que se suicida, no por
arrepentimiento de una traición, sino más bien por la impotencia
ante el fin seguro de Jesús, que había sido apresado por su
ingenuidad y tozudez.
A lo largo de los siglos, cuando la
Iglesia se fue formando, la figura de Judas se constituyó como la
del traidor avaro que vende a su maestro por un puñado de monedas,
personaje éste que sirvió para representar en forma genérica a
“los judíos” como seres mezquinos y despreciables, causantes de
la muerte de Cristo.
Esta interpretación, tan forzada y
falaz no contempla el hecho que no sólo Jesús era judío, sino que
todos los apóstoles también lo eran, y lo eran también los
primeros cristianos.
Distintos movimientos racistas
antisemitas se han ido generando a partir del rol de traidor que se
le endilgó a Judas, pretexto con el cual se justificaron
persecuciones, matanzas, segregaciones y holocaustos.
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