martes, 3 de febrero de 2015
La Leyenda De La Cochera De Los Fantasmas
Érase una vez en una creciente
Barcelona, una discreta parroquia llamada de la Sagrada Familia,
construida a principios del siglo XX en lo que una vez fue el antiguo
municipio de Sant Martí de Provençals, en la confluencia de las
calles de Pere IV (antigua carretera de Mataró), con las calles del
Marroc y de Provençals. Se trataba de un modesto conjunto religioso
formado por un pequeño templo y un cementerio parroquial adjunto, en
un espacio que entonces era un remanso de paz. Solo el ruido
esporádico de algunas tartanas y camiones y del tranvía de Badalona
se dejaba oír a lo largo de todo el día. Vivía poca gente y en los
alrededores había muchas fábricas emergentes, motores de la
economía catalana.
Con la Semana Trágica acaecida en el
año 1909, el conjunto parroquial fue completamente destruido.
Transcurrieron unos cuantos años para proceder a su reconstrucción,
y finalmente el 10 de junio de 1926 se reinauguró bajo el nombre de
Sagrat Cor de Jesús, sobre los terrenos de la Fundació Sebastià
Puig i Puig, canónigo e historiador. Sin embargo, con la llegada de
la Guerra Civil, en 1936, fue nuevamente destruida quedando solamente
en pie las paredes maestras y el campanario. En la reciente
posguerra, en 1940, el rector de la parroquia, Mossèn Jaume Segarra,
promovió los trabajos de su reconstrucción, y se reinauguró por
segunda vez el 15 de mayo de 1943. Durante los años posteriores,
esta parroquia se caracterizó por sus obras sociales, tales como la
construcción de viviendas sociales, la creación de cooperativas de
consumo e industriales, un patronato escolar y un centro social. En
el año 1999 se rehabilitó la fachada.
En el solar tapiado de la izquierda del
templo, allá donde justamente hubo una vez un pequeño cementerio
parroquial, nunca se edificó. Solamente se construyó una pequeña
cubierta industrial adyacente a dicho solar y esos terrenos fueron
adquiridos bajo arriendo a la empresa TMB para guardar
provisionalmente las nuevas unidades de autobuses recién adquiridas
por la compañía y todavía pendientes de matriculación. Hay un
acceso de entrada por la calle de Provençals y uno de salida por la
calle de Pere IV.
Cuenta la historia que los muertos
enterrados en el antiguo cementerio parroquial todavía descansan
bajo tierra, y algunas veces tienen el capricho de pasearse por lo
que había sido su camposanto. Tal vez quieren hacernos saber de
alguna forma al mundo que ellos existieron y que la memoria histórica
los tiene que recuperar. Tal vez son espíritus resentidos por las
profanaciones de la Semana Trágica y de la Guerra Civil porque se
les interrumpió su sueño eterno. La presencia de fantasmas la
aseguran algunos testigos, empleados que tuvieron que marchar por su
propio pie de la cochera de autobuses.
Pocos vigilantes son quienes se atreven
a trabajar solos por la noche. Escasas son las personas que se tengan
la valentía de hacer un turno de noche.
Cuenta un vigilante nocturno que, en
una tranquila noche de verano, se oyeron los llantos de un bebé que
helaban la sangre, y que cada vez fueron más y más fuertes, hasta
que tuvo que marchar del miedo.
Cuenta otro empleado, que mientras
hacía la ronda nocturna por la noche entre autobuses, en la planta
superior de la cubierta, una oficina con fachada acristalada,
apareció un rostro humano blanco y brillante sin ojos. Al día
siguiente dejó el trabajo.
Y cuenta una empleada que ya sabía
acerca de la existencia de esos espíritus traviesos, que cuando fue
a trabajar en esa cochera, hizo un pacto con los fantasmas
prometiéndoles que ella no se metería con ellos y los respetaría a
cambio de que estos la dejaran en paz y no la asustaran mediante
ruidos y apariciones. El caso es que funcionó, ya que nunca espíritu
alguno la intimidó.
Y como ellos, otros empleados nocturnos
han asegurado ver cosas extrañas entre los autobuses y oír ruidos
de rara procedencia.
Y la cochera de los fantasmas todavía
sigue ahí, activa, hasta que algún día desaparezca para siempre,
pero esos espíritus allí seguirán para recordarnos lo que aquel
espacio sagrado llegó a ser una vez.
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